(10 de septiembre de 1917, Florencia. - 28 de noviembre de 1994, Milán, Italia)
Carta
Padre, el mundo te venció día tras día
Como me vencerá a mí, que soy parecido a
ti.
Padre de risa magra, padre de corazón
consumido,
Padre, el más triste de mis hermanos,
padre,
Tu hijo ahora tiembla con tu temblor
Como aquel día de infancia de lluvia y
miedo.
Pálido entre los gritos oscuros del
contorsionado rabino
Dejabas caer los terrones sobre el ataúd de
tu padre.
Aquello que tú no dijiste debo decirlo por
ti
Ante el trono de luz que consume mis días.
Por esto ha partido tu hijo; y ahora junto
a los compañeros
Busca las calles blancas de Galilea.
Una noche de septiembre
Una noche de septiembre,
cuando las duras mujeres roncas de cabellos
chamuscados
se dulcificaban en las aldeas calcinadas
y en las fuentes la arena limpiaba las
escudillas tintineantes,
he visto bajo la luna de cobre
sobre la calle violeta de Lodi dos obreros,
tres muchachas bailar
entre las babas de tinta del fósforo sobre
el asfalto
una noche de septiembre
cuando fueron un grito único el miedo y la
alegría
cuando cada mujer habló a los soldados
dispersos entre las hileras de las viñas
y sobre la ciudad no había más que el vino
agrio
de los cantos y todo era posible
en torno al pálido fuego de las radios
y quien mañana estaría muerto sobre las
carreteras
bebía en el magro hierro de las estaciones
o en la paja abrazado al fusil dormía
cuando el verano incineraba
de Ventimiglia a Salerno
y no había nada más
y éramos libres
de huir, de no saber o de llorar,
una noche de septiembre.
Volante
“Es necesario dedicar
una particular
atención
a la extensión
del cultivo
de la remolacha azucarera”,
dice el compañero Nicolai Bulgarin.[1]
Y dice bien.
¿Donde había gloria había también vileza?
¿Y donde traición, fidelidad?
¿Los del Diecisiete
nos han explicado el mundo
y nos toca ahora explicárselo a ellos?
Regresaban: “¿Cómo la has pasado
estos años, Fadeiev?
Quizá por no responder
han mandado los soldados,
los rosados jóvenes siberianos
a defender la nada.
Y nosotros, estos años,
silabeando nuestra verdad
que ya no bastaba.
En tanto, por unanimidad,
ahorcaban a Rajk,[2]
entre aclamaciones estrepitosas
desgarraban el seno a su mujer;
por una vida mejor
cambiaban el nombre a su hijo.
Se desmentían en el corazón,
se mentían a coro,
a quien pedía la verdad mostraban
estatuas de bronce, a quien
quería hablar le explicaban
la virtud del silencio,
Y sus cómplices están entre nosotros:
con el dedo levantado a sí mismos
dictan a Marx y a Lenin
indican el camino.
El camino que haremos sin ellos.
Entonces un poco más de atención,
dice muy bien el compañero Bulgarin,
cuidado por donde pasan,
miren a quienes pisan:
cremados en los carros estrellados en rojo,
sepultados en los parques deshojados en
rojo,
no a los vuestros sino a nuestros
compañeros.
De Una volta per sempre, 1963
La partida
Te reconozco, antigua mordedura, volverás
muchas veces y, luego, la última.
He recogido mi fajo de hojas,
preparado la carpeta con mis apuntes,
recordado quién no soy, quién soy,
el esquema del trabajo que no haré.
He saludado a mi mujer que respira
en el sueño siempre la vida pasada,
el dolor que apenas la ha adormilado,
con piadosa de sí, aterrada ternura.
He escrito algunas cartas a amigos
que no me perdonan y que no perdono.
Y ahora, a punto de dormir,
un dolor terrible me muerde
como hace mil años, cuando era niño
y lo llamaba Dios, y Dios es esta
aguja del mundo en mí.
Dentro de un rato, a la hora en que el aire
humea
desde los patios aún de noche y sobre la
ciudad
la brisa inclina los plátanos, bajaré por
el camino
hacia la estación desde donde salen los
trabajadores.
Contra ese río triste, de pechos vivo,
a través de la cambiante esperanza
que se ignora y que resiste,
iré hacia mi tren.
Traduciendo a Brecht
Un gran temporal
durante toda la tarde se enroscó
sobre los techos antes de romper en rayos,
agua.
Fijaba versos de cemento y de vidrio
donde hubo gritos y heridas tapiadas y
miembros
incluso míos, que sobrevivo. Con cautela,
mirando ora las tejas trajinadas, ora la
página seca,
escuchaba morir
la palabra de un poeta o cambiar
en otra, no ya para nosotros, voz. Los
oprimidos
están oprimidos y tranquilos, los opresores
tranquilos
hablan en los teléfonos, el odio es cortés,
yo mismo
creo no saber ya de quién es la culpa.
Escribe, me digo, odia
a quien con dulzura guía a la nada
a los hombres y las mujeres que te
acompañan
y creen no saber. Entre los nombres de los
enemigos
escribe también el tuyo. El temporal
ha desaparecido con énfasis. La naturaleza
es muy débil para imitar las batallas. La
poesía
no cambia nada. Nada es seguro, pero
escribe.
El alero
Descubro desde la ventana el borde de un
alero
en una casa envejecida; es de madera
corrompida,
doblado por estratos de tejas. Golondrinas
se detienen
allí a veces. Aquí y allá, sobre el techo,
las juntas,
y a lo largo de los tubos, manchas de
alquitrán y revoque
de míseras reparaciones. Pero viento y
nieve,
si fatigan las soldaduras de las canaletas,
a la viga podrida
no la han podido quebrar aún.
Pienso, con cierta dicha,
que un día, y no importa
si no estoy yo, bastará que una golondrina
se pose un instante allí para que precipite
todo en el vacío,
irreparablemente, mientras ella se aleja
volando.
Tal vez el tiempo de la sangre
Tal vez el tiempo de la sangre regresará.
Hay hombres que deben ser matados.
Padres que deben ser escarnecidos.
Lugares que profanar blasfemias que
proferir
incendios que establecer delitos que
bendecir.
Pero más hay que volver a otra paciencia
a la ciencia feroz de los objetos a la
coherencia
en los dilemas que habíamos creído
superados.
Al partido que se necesita tomar y hacer.
Buscar a nuestros iguales osar reconocerlos
dejar que nos juzguen guiarlos ser guiados
con ellos querer hacer el bien con ellos el
mal
y el bien la realidad servir negar cambiar.
Autopista del sol
Todo era así de simple, haberlo sabido.
Que el minucioso laberinto delicado,
la patria imaginaria,
debían desaparecer en este viento
y nosotros, lanzados sobre la luz
de las rectas…
Ahora para nosotros tardos, libres
en este aire de nada,
llanuras, montes humillados,
otros espacios y deberes
se dilatan, ya ciertos
de morir. Y de vista
se pierde el corazón
como, después de adelantarlo,
al otro en el retrovisor.
1960
De Questo muro, 1973
En memoria I
Una vez me preguntabas qué tenía
y no te contestaba.
Se ha hecho muy difícil
hablar de las últimas cosas, madre mía.
En las últimas horas
tenías los ojos cerrados.
Estabas aterrada de no poder
hablar más
ni siquiera para ti
de la única cosa.
Ahora el ruido es tan violento,
tan furiosa la sacudida de toda la realidad
que hasta allá abajo debe llegar el temblor
como a los sótanos en la guerra.
No tendré tiempo de hacer las cuentas, no
hay
más tiempo ya.
Esto entonces es
aquello que aún no sabía.
Ahora lo sabes también tú
lo sabemos
mientras estamos por renacer.
Los árboles
Parecen idénticos los árboles
que veo desde la ventana
Pero no es así. Uno, grandísimo,
se quebró, y ahora no recordamos
la gran pared verde que era.
Otros están enfermos.
La tierra no respira lo suficiente.
Los setos apenas tienen tiempo
a dar algunas hojas nuevas
que ya agosto los ahoga de polvo
y octubre de humo.
La historia del jardín y de la ciudad
no interesa. No tenemos tiempo
para dibujar las hojas y los insectos
o sentarnos en la luz pura
a trabajar largas horas.
Los árboles parecen idénticos,
la especie parece fiel.
Y en cambio se los llevan lejos.
Ni siquiera un grito,
ni siquiera un silbido les llega.
No es el caso de desesperarse,
hija mía, sino de saberlo,
mientras miramos juntos los árboles
y tú aprendes quién es tu padre.
Para un joven jefe
Se me ocurre
que un día me dirán
de ti: lo han matado.
Bajo una pérgola una noche de verano
el buen comer los chicos las mujeres
pero nada era sereno pero no reposaban
sobre el mantel nuestras manos.
En las retículas de agencia
difícil descifrar
las pilas de ametrallados.
Sirvientes sutiles luego los enfilan
en los incineradores
de los Hilton. Pero yo
una a una conecto
las palabras como un viejo
que golpea sobre los maderos
para construir una barca inútil
yo que conozco
y mido
los nombres de los héroes secretos
tú vas cantando en la omnipotencia
desilusionada de los compañeros
las notas a voz en cuello
necesidad desencadenada tu muerte
yo, mano que fue joven
mente que tembló como una rama
el garfio de hierro
que tira
de tu boca y la mía
es uno solo
De Paesaggio con serpente, 1984
Stammheim[3]
Ellos hicieron lo que debían hacer
según las órdenes de la ciudad invisible.
Estudiaron los libros antiguos y los
modernos.
El acero de los padres corta los más
pequeños nervios.
Fueron muertos.
Nadie más los obedeció.
Ellos hicieron lo que debían hacer
según las órdenes de la ciudad visible.
Estudiaron los libros antiguos y los
modernos.
La química de los padres bañaba el manojo
de los nervios.
Se mataron.
Nadie más los obedeció.
Nosotros hemos hecho lo que debimos
wo eine fremde Sprache herrscht [4]
según las órdenes de dos órdenes según dos
leyes.
19 de octubre de 1977
Lukács
Los zapatos pesados el codo sobre los
libros
el cigarro apagado no por la duda
sino por la duda y la certeza
en la última foto
del otro lado de la verdad
ojos perdidos nos miran.
A su espalda vemos los libros deteriorados
los tapices la talla gótica
de San Martín a caballo
que se desgarra la capa
para darle la mitad al mendigo.
Los hombres son seres admirables.
Soneto de los siete chinos
El poeta de Augsburgo dijo una vez que
había virado
una imagen del hombre de la duda
a la pared de su cuarto. Una impresión
china.
La imagen preguntaba: ¿cómo debería uno
actuar?
Tengo una foto en mi pared. Hace veinte
años
Siete trabajadores chinos miraron en mi
lente.
Se ven cautelosos, irónicos o tensos.
Saben que no escribo para ellos. Lo sé
No vivieron para mí. Sin embargo, a veces
siento
Me piden más palabras sinceras,
hechos más creíbles, por sus dudas.
A su vez pido su ayuda para hacer
visible
Las contradicciones e identidades entre
nosotros.
Si hay un punto, es esto.
se usa poner el nombre del traductor
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