jueves, 16 de enero de 2020

POEMAS DE VIRGINIA HAMILTON ADAIR


 (28 de febrero de 1913, El Bronx, Nueva York - 16 de septiembre de 2004, Claremont, California, Estados Unidos)



Momento musical

Siempre la caravana del sonido nos hizo detener  
para admirar el swing y el veloz paso  
de bestias con enormes pezuñas y cabezas  
golpeando la tierra o criándose contra el cielo.

No vuelvas a leer, me refiero a mirar hacia adelante para ver
qué ha sido de las formas colosales:
todo sucedió en el instante de pasar:
el latido del casco, el relincho, las campanas del arnés,  
el crujir de las ruedas, el fandango del mono  
en doble tiempo sobre la espalda del elefante.

Cuando terminó la marcha y pudimos continuar  
nunca hubo ante nosotros una caída de estiércol o una pista
en las arenas de cualquier tipo:
solo el movimiento de las huellas que se están haciendo
cruzando y volviendo a cruzar en la mente pisoteada.

Buckroe, después de la temporada, 1942

Más allá de la cuarta hoja de trébol, por caminos en disminución  
Por fin llegamos al viento desatado;
El Chesapeake se levantó para encontrarse con nosotros en un callejón sin salida.  
Más allá de las ruedas de carnaval y el pan de jengibre.

Abandonado por el verano, el muelle. Las olas de aceite verde  
Lanzó espuma amarilla y chupó la arena despeinada.  
Pequeños peces apestaban al sol, y multitudes nerviosas  
De nubes apresuraron sus sombras sobre la bahía y la tierra.

Más allá del letrero NO DUMPING en su oleaje de latas  
Y el barco podrido con ortigas a los rieles,  
El estiércol de caballo adornado con moscas joya  
Y papeles soplados como una flota de velas sin barco,

Nos metimos en un mundo de viento y luz  
Donde el cielo sin trabas corría salvaje desde la tierra hasta el mediodía,  
Y el corazón atado se soltó y se levantó como una cometa  
De arenas que tomaron prestados diamantes del sol.

Estábamos vacíos y puros como conchas esa hora empapada de aire,  
Descuidados como olas que crecen en la orilla y caen,  
Plegables como algas marinas, los extasiados herederos
De una tierra sin memoria, donde la marea lo borra todo.
Tomado de:

Pelando una naranja




Desnuda me encuentro entre tú y un plato con naranjas

leyendo La Ilusión del Mundo entre lágrimas.

Tocas… a través mío con ganas de fruta global

el brazo desnudo, fuerte, tibio y velloso en mi vientre.

Tus dedos investigan la piel de una naranja marina

que desprende pequeñas explosiones de aceite aromático.

Colocas redondas cáscaras de oro en un patrón extraño

sobre mi cuerpo pálido. Recomponiéndote, te agachas y muerdes

las rodajas para desatar los olores impacientes.

Digo “alto, haces cosquillas” con los ojos todavía en la página.

Por el aire, aromas a naranjal. A través de las hojas verdes

brilla la nieve majestuosa. A través de los labios rojos

se cierran tus dientes níveos como línea translúcida.

Tu cara sobre la mía eclipsa a la Ilusión del Mundo.

De tu boca a la mía, pasan el jugo y la pulpa.

Reímos labio contra labio. Aún leyendo, aún entre sollozos,

sostengo mi libro detrás de tu cabeza.

Me dices “lee: no soy más que una ilusión” deslizándote sobre mí

con suavidad, quieto y amable,

sonriendo verde a través de largas pestañas. Y pronto

digo: “No te detengas. No me desilusiones”.

La nieve se derrite. La montaña se vuelve hilos de plata.

Las naranjas son los mundos de oro de los sueños oscuros.
Tomado de:




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