Octubre
Ya empiezas a dorar, octubre mío,
con las cimas del huerto, ésas -distantes-
del pensamiento a cuyas frondas fío
la sombra de mis últimos instantes.
Corazón y jardín tuvieron, antes,
cada cual a su modo, su albedrío;
pero deseos y hojas tan brillantes
necesitaban, para arder, tu frío.
Aterido el vergel, desierta el alma,
más luz entre los troncos que despojas
a cada instante, envejeciendo, veo.
Y en el cielo ulterior, de nuevo en calma,
cuando terminen de caer las hojas
miraré, al fin, desnudo, mi deseo.
Orquídea
Flor que promete al tacto una caricia
más que el otoño de un perfume, suave
y que, pensada en flor, termina en ave
porque su muerte es vuelo que se inicia.
Párpado con que el trópico precave
de su luz interior la ardua delicia,
música inmóvil, flámula en primicia,
aurora vegetal, estrella grave.
Remordimiento de la primavera,
conciencia del color, pausa del clima,
gracia que en desmentirse persevera,
¿por qué te pido un alma verdadera
si la sola fragancia que te anima
es, orquídea, el temor de ser sincera?
Regreso
1
Vuelvo sin mí; pero al partir llevaba
en mí no sólo cuanto entonces era
sino también, recóndita y ligera,
esa patria interior que en nadie acaba.
Oigo gemir la aurora que te alaba,
músico litoral, viento en palmera,
y me asedia la enjuta primavera
que la razón, no el tiempo, presagiaba.
Entre el capullo que dejé y la impura
corola que hoy en cada rama advierto
pasaron lustros sin que abrieran rosas.
Viví sin ser... Y sólo me asegura,
entre tanta abstención, de que no he muerto
la fatiga de mí que hallo en las cosas.
2
¿Quién habitó esta ausencia? ¿Qué suspiro
interrumpo al hablar? ¿A quién despojo
del recobrado cuerpo en que me alojo?
¿Quién mira con mis ojos lo que miro?
La luz que palpo, el aire que respiro,
el peso del silencio que recojo,
todo me opone un íntimo cerrojo
y me declara intruso en mi retiro.
En vano el pie que avanzo coincide
con la huella del pie que hundió en la arena
el invisible igual que substituyo;
pues lo que el alma, al regresar, me pide
no es duplicarse en cuanto me enajena
¡sin ser otra vez lo que destruyo!
3
¡Espejo, calla! y tú, que en el furtivo
recuerdo el filo de la voz bisela,
eco, responde sin palabra. Y vela
porque en tu ausencia al menos esté vivo...
Del mármol con que el ocio me encarcela
quiero en vano extraer un brazo esquivo
hacia ese blando mundo infinitivo
en que todo está aún y todo vuela.
Estatua soy donde caí torrente,
donde canto pasé, silencio duro
y donde llama ardí ceniza esparzo.
Nada me afirma y nada me desmiente.
Sólo tu golpe, corazón oscuro,
a fuerza de latir aprieta el cuarzo.
4
Por esa fina herida silenciosa
que siquiera da paso a la agonía,
¡ay!, entra, muerte, en mí, como la guía
de la hiedra que el sol prende en la losa.
Abre -¡aunque sea así!- la última rosa
en que tu fuerza adulta se extasía,
ansia de ya no ser, llama tan fría
que a su lado la luz parece umbrosa.
Rompe la plenitud, la simetría,
el basalto en que acaba toda cosa
que dura más de lo que tarda el día;
y, arrancándome al tedio que me acosa,
envuélveme en tu vértigo, alegría,
¡afirmación total, muerte dichosa!
Voz
Tú me llamaste al íntimo rebaño
-única voz que manda cuando implora-
mientras la burla despreciaba el daño
y florecía, en el cardal, la aurora.
Era la intacta juventud del año.
Principiaban el mes, el día, la hora...
Y el corazón, intrépido y huraño,
te oía sin creerte, como ahora.
¡Ay!, porque -desde entonces-, ya disperso
sobre la vanidad del universo,
a cada paso, infiel, te abandonaba
y con cada promesa te mentía
y con cada recuerdo te olvidaba
¡y con cada victoria te perdía!
Canción de las voces serenas
Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.
Se nos ha ido la noche
en decir una oración,
en hablar con una estrella
y en morir con una flor.
Y se nos irá la aurora
en volver a esa canción,
en perseguir otra nube
y en deshojar otra flor.
Y se nos irá la vida
sin sentir otro rumor
que el del agua de las horas
que se lleva el corazón...
Carta
Amada, en las palabras que te escribo
quisiera que encontraras el color
de este pálido cielo pensativo
que estoy mirando, al recordar tu amor.
Que sintieras que ya julio se acerca
-el oro está naciendo de la mies-,
y escucharas zumbar ]a mosca terca
que oigo volar en el calor del mes...
Y pensaras: "¡Qué año tan ardiente!",
"¡Cuánto sol en las bardas!"... y, quizás,
que un suspiro cerrara blandamente
tus ojos... nada más... ¿Para que más?
Civilización
Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.
Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y -como yo- feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.
Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
el frío de la piña rebanada
sobre el plato de laca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.
Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
una bala de hombre mata a un hombre.
Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír -en Platón- morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro...
Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra -a mano armada-
en la vida indefensa de otros hombres.
Súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.
Y nada está seguro de sí mismo
-ni en la semilla en germen,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!
Confianza
Esta noche tu amor me penetra
como llanto de lluvia en negrura,
o, más bien, ese ritmo sin letra
que de un verso olvidado perdura;
y me torna profundo y sencillo
como el oro del sol tamizado
que renueva, en hipnótico brillo,
el barniz de algún cuadro apagado.
Final
Vuelves de andar a solas por la orilla de un río.
Estás llena de música, como un árbol al viento.
Has dejado correr tu pensamiento
viendo en el agua el paso de una nube de estío...
Traes tejido al alma el olor de una rosa.
En lo blando del césped te prolonga tu huella...
Has vivido ¡has vivido!... Y vas, como la estrella,
a perderte en el mar de un alba silenciosa.
Fuga
¡Huyes, pero es de ti!
J. R. Jiménez
Huías... pero era en mí
y de ti quien huías.
¿Cómo? ¿Adónde? ¿Para qué?
Por todo lo que es vial,
ascensor, tragaluz, puerto
para fugarse del hombre
en el hombre: por la voz,
por el pulso, por el sueño,
por los vértigos del cuerpo...
Por todo lo que la vida
ha puesto de catarata
-en el alma y en el alba-
huías... Pero era en mí.
Invitación al viaje
Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.
Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace limpia el alma.
Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas rápidas...
Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que hace negra el alma:
Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas...
Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por la tarde clara.
Tomado de:
http://amediavoz.com/torresbodet.htm
Música Oculta
Como el bosque tiene
tanta flor oculta,
parece olorosa
la luz de la luna.
Como el cielo tiene
tanta estrella oculta,
parece mirarnos
la noche de luna.
Como el alma tiene
su música oculta,
(parece que el alma
llora con la luna!...
Mediodía
Tener, al mediodía, abiertas las ventanas
del patio iluminado que mira al comedor.
Oler un olor tibio de sol y de manzanas.
Decir cosas sencillas: las que inspira el amor...
Beber un agua pura, y en el vaso profundo
ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.
Palpar, en un durazno, la redondez del mundo.
Saber que todo cambia y que todo es igual.
Sentirse, (al fin!, maduro, para ver en las cosas
nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel...
Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,
y graba, con la uña, un nombre en el mantel...
Paz
No nos diremos nada. Cerraremos las puertas.
Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío
y besaré, en el hueco de tus manos abiertas.
la dulzura del mundo, que se va, como un río...
Agosto
Va a llover... Lo ha dicho al césped
el canto fresco del río;
el viento lo ha dicho al bosque
y el bosque al viento y al río.
Va a llover... Crujen las ramas
y huele a sombra en los pinos.
Naufraga en verde el paisaje.
Pasan pájaros perdidos.
Va a llover... Ya el cielo empieza
a madurar en el fondo
de tus ojos pensativos.
Río
¡Río en el amanecer!
¡Agua en tus ojos claros!
Caer -¡subir!- en lo azul
transparente, casi blanco.
Cielo en el río del alba
-mi amor en tus ojos vagos-
oh, naufragar -¡ascender!-
¡siempre más hondo! ¡Más alto!
...Río en el amanecer...
El puente
¿Cómo se rompió, de pronto,
el puente que nos unía
al deseo por un lado
y por el otro a la dicha?
¿Y cómo -en la mitad del puente
que a pedazos se caía-
tu alma rodó al torrente
y al cielo subió la mía?
La Colmena
Colmena de la tarde, diálogo del vergel:
la palabra es abeja, pero el silencio es miel.
Ambición
Nada más, Poesía:
la más alta clemencia
está en la flor sombría
que da toda su esencia.
No busques otra cosa.
¡Corta, abrevia, resume;
no quieras que la rosa
dé más que su perfume!
Dédalo
Enterrado vivo
en un infinito
dédalo de espejos,
me oigo, me sigo,
me busco en el liso
muro del silencio.
Pero no me encuentro.
Palpo, escucho, miro.
Por todos los ecos
de este laberinto,
un acento mío
está pretendiendo
llegar a mi oído.
Pero no lo advierto.
Alguien está preso
aquí, en este frío
lúcido recinto,
dédalo de espejos...
Alguien, al que imito.
Si se va, me alejo.
Si regresa, vuelvo.
Si se duerme, sueño.
"¿Eres tú?", me digo...
Pero no contesto.
Perseguido, herido
por el mismo acento
-que no sé si es mío-
contra el eco mismo
del mismo recuerdo
en este infinito
dédalo de espejos
enterrado vivo.
Lied
La mañana está de fiesta
porque me has besado tú
y al contacto de tu boca
todo el cielo se hace azul.
El arroyo está cantando
porque me has mirado tú
y en el sol de tu mirada
toda el agua se hace azul.
El pinar está de luto
porque me has dejado tú...
y la noche está llorando,
noche pálida y azul,
noche azul de fin de otoño
y de adiós de juventud,
noche en que murió la luna,
(¡noche en que me has dejado tú!)
Tomado de:
http://www.los-poetas.com/b/bodet1.htm
Bajamar
Conforme va la vida descendiendo
-bajamar de los últimos ocasos-
se distinguen mejor sombras y pasos
sobre esta playa en que a morir aprendo.
Acaba el sol por declinar. Los rasos
de la luz se desgarran sin estruendo
y del azul que ha ido enmudeciendo
afloran ruinas de horas en pedazos.
Ese que toco, desmembrado leño,
un día fue timón del barco erguido.
que por piélagos diáfanos conduje.
En aquel mástil desplegué un ensueño.
Y en estas velas, ¡ay!, siento que cruje
todavía la sal de lo vivido.
Baño
Mujer mirada en el espejo umbrío
del baño que entre pausas te presenta,
con sólo detenerte una tormenta
de colores aplacas en el río…
Sales al fin, con el escalofrío
de una piel recobrada sin afrenta,
y gozas de sentirte menos lenta
que en el agua en el aire del estío.
Desde la sien hasta el talón de plata
-única línea de tu cuerpo, dura-
tu doncellez en lirios se desata.
Pero ¡con qué pudor de veste pura,
recoges del cristal que te retrata
-al salir de tu sombra- tu figura!
La Doble
Era de noche tan rubia
como de día morena.
Cambiaba, a cada momento
de color y de tristeza,
y en jugar a los reflejos
se le iba la existencia,
como al niño que, en el mar,
quiere pescar una estrella
y no la puede tocar
porque su mano la quiebra.
De noche, cuando cantaba,
olía su cabellera
a luz, como un despertar
de pájaros en la selva;
y si cantaba en el sol
se hacía su voz tan lenta,
tan íntima, tan opaca,
que apenas iluminaba
el sitio que, entre la hierba,
alumbra al amanecer
el brillo de una luciérnaga.
¡Era de noche tan rubia
y de día tan morena!
Suspiraba sin razón
en lo mejor de las fiestas,
y puesta frente a la dicha,
se equivocaba de puerta.
No se atrevía a escoger
entre el oro de la mies
y el oro de la hoja seca,
y -tal vez por eso- no
supe jamás entenderla,
porque de noche era rubia
y de mañana morena…
Tomado de:
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