martes, 15 de marzo de 2022

POEMAS DE ADRIENNE MONNIER

 



como la monja vieja

 

A Simone Guye

 

Como la monja anciana

Que encontró en ella su regla

Y que, ayudada por sus compañeras,

Estableció una casa

Mitad granja y mitad convento,

he hecho así mi Biblioteca.

¡Pero yo no tengo Dios!

Este nombre me ofende, me hiere

hasta el fondo de mis raíces,

me quita el gusto por la vida, me

arranca la venda

que cubre esta herida

que nada ha podido curarnos.

 

Algunos de mis hermanos

tienen poder sobre mí,

sus órdenes me tranquilizan,

trabajo para ellos, así

olvido mi dolor,

también los consuelo a ellos.

 

El viajero perdido

Soy yo quien lo trae de vuelta,

me caliento en el fuego

Que enciendo para él,

mezclo con sus oraciones

Mi voz llena de noche.

 

A Paul Claudel

 

Tu potente plegaria viene a turbar mi sueño,

Pone sitio a mi noche con el miedo y el fuego.

A mi pesar imploro la fuerza de tu Dios,

Sé que puede ahuyentar el tropel que en mí mismo

Atormenta a la hija de quienes lo sirvieron.

 

Me verá la mañana llorando por ser débil,

Elevando hacia el sol mis manos como hojas.

Pero ya que lo quieres, ¡oh Padre!, en esta noche

Que nos trae tu orden y en la que el ala oscura

Tiembla, te encontraré. ¡Oh, que tu exilio

pueda Contener en su seno mi tierna sumisión!

Estoy contigo, sí, bajo tu voz me inclino

Como una llama vacilante,

Digo ese número que es la dicha

Y la alabanza de tu boca,

Mas cuya cruz hiere mi frente.

 

He aquí que tu hijo ha crecido...

 

(fragmento del segundo canto del poema Las Virtudes,

dedicado a Philiberte Monnier, su madre)

 

 

    He aquí que tu hijo ha crecido, María, y que ahora te mira con ojos extraños. Sabes todo de él él lo sabe todo, pero, ¿cómo podría él conocerte? Vete antes de que te odie. Hay que dejarlo actuar solo y que crea olvidarte, como el corazón en su pecho. Es necesario que domines si quieres que te iguale. Déjalo crear un dios a su imagen para que conozcas el gusto de la nada en la que tú no estás, y para que une día vuelva a encontrarte en el desgarramiento del alma, como tú lo hiciste en el desgarramiento de la carne. Sé una mujer entre las mujeres, funde tus palabras en el ruido de las olas, sube al cielo, Estrella de la Mar...

 

    Nuestra Señora, Corazón de las Ciudades, de corazón siete veces atravesado, el cielo por entero te corona, el mundo palpita bajo tus pies. La Iglesia está tu pesado manto, al abrigo de sus pliegues, guardas en secreto los reproches y llevas a la perfección de la indulgencia los doctrinales de tu Hijo. Basta con que levantes tu meñique para que el infierno se aleje, la sonrisa de tus ojos transformó en luz la muerte.

 

    La leche de María fluyó en las palabras de Cristo, pero el maldijo la higuera que no daba higos, insultó a los fariseos y echó a los mercaderes del Templo. — No eran buenos ejemplos. — Tomó los pecados del mundo, pero lo cargo con su cruz.

 

    El Hijo nos incomoda, abrazaremos su miseria, sufriremos con él, enjugaremos su rostro y con nuestras economías conservaremos para él un fuego hasta lo más oscuro de la pena. Fue al querer tocarnos que se atravesó a sí mismo, sus brazos extendidos y clavados se abren hacia nosotras, ¡Inhumanas! Seremos su humilde madre de infinito consuelo. Fingiremos obedecerle, mientras esté cansado de su reino, nos creerá sus súbditas, hará de nosotras sus virtudes, sin ver nuestras verdes profundidades.                 

http://www.eldigoras.com/eom/2002/aire14amn02.htm

 

 

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