viernes, 25 de marzo de 2022

POEMAS DE JORGE CARRERA ANDRADE

 



Biografía

 

La ventana nació de un deseo de cielo

y en la muralla negra se posó como un ángel.

Es amiga del hombre

y portera del aire.

 

Conversa con los charcos de la tierra,

con los espejos niños de las habitaciones

y con los tejados en huelga.

 

Desde su altura, las ventanas

orientan a las multitudes

con sus arengas diáfanas.

 

La ventana maestra

difunde sus luces en la noche.

Extrae la raíz cuadrada de un meteoro,

suma columnas de constelaciones.

 

La ventana es la borda del barco de la tierra;

la ciñe mansamente un oleaje de nubes.

El capitán Espíritu busca la isla de Dios

y los ojos se lavan en tormentas azules.

 

La ventana reparte entre todos los hombres

una cuarta de luz y un cubo de aire.

Ella es, arada de nubes,

la pequeña propiedad del cielo.

 

 

Biografía para uso de los pájaros

 

Nací en el siglo de la defunción de la rosa

cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles.

Quito veía andar la última diligencia

y a su paso corrían en buen orden los árboles,

las cercas y las casas de las nuevas parroquias,

en el umbral del campo

donde las lentas vacas rumiaban el silencio

y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

 

Mi madre, revestida de poniente,

guardó su juventud en una honda guitarra

y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos

envuelta entre la música, la luz y las palabras.

Yo amaba la hidrografía de la lluvia,

las amarillas pulgas del manzano

y los sapos que hacían sonar dos o tres veces

su gordo cascabel de palo.

 

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.

Era la cordillera un litoral del cielo.

La tempestad venía, y al batir del tambor

cargaban sus mojados regimientos;

mas, luego el sol con sus patrullas de oro

restauraba la paz agraria y transparente.

Yo veía a los hombres abrazar la cebada,

sumergirse en el cielo unos jinetes

y bajar a la costa olorosa de mangos

los vagones cargados de mugidores bueyes.

 

El valle estaba allá con sus haciendas

donde prendía el alba su reguero de gallos

y al oeste la tierra donde ondeaba la caña

de azúcar su pacífico banderín, y el cacao

guardaba en un estuche su fortuna secreta,

y ceñían, la piña su coraza de olor,

la banana desnuda su túnica de seda.

 

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,

como las vanas cifras de la espuma.

Los años van sin prisa enredando sus líquenes

y el recuerdo es apenas un nenúfar

que asoma entre dos aguas

su rostro de ahogado.

La guitarra es tan sólo ataúd de canciones

y se lamenta herido en la cabeza el gallo.

Han emigrado todos los ángeles terrestres,

hasta el ángel moreno del cacao.

 

 

Canción de la manzana

 

Cielo de tarde en miniatura:

amarillo, verde, encarnado,

con lucero de azúcar

y nubecillas de raso,

 

manzana de seno duro

con nieves lentas para el tacto,

ríos dulces para el gusto,

cielos finos para el olfato.

 

Signo del conocimiento.

Portadora de un mensaje alto:

La Ley de la gravitación

o la del sexo enamorado.

 

Un recuerdo del paraíso

es la manzana en nuestras manos.

Cielo minúsculo: en su torno

un ángel de olor está volando.

 

 

Concha marina

 

Entre la arena, es la concha

lápida recordativa

de una difunta gaviota.

 

 

Cuaderno del paracaidista

 

Sólo encontré dos pájaros y el viento,

las nubes con sus mapas enrollados

y unas flores de humo que se abrían buscándome

durante el vertical viaje celeste.

 

Porque vengo del cielo

como en las profecías y en los himnos,

emisario de lo alto, con mi uniforme de hojas,

mi provisión de vidas y de muertes.

 

Del cielo voy bajando como el día.

Humedezco los párpados

de aquellos que me esperan: he seguido

la ruta de la luz y de la lluvia.

 

Buen arbusto, protéjeme.

Dile, tierra, a tu surco mojado que me acoja

y a ese tronco caído

que me enseñe el calor, la forma inerte.

 

¡Aquí estoy, campesinos europeos!

Vengo en nombre del pan, de las madres del mundo

de toda la blancura degollada:

la garza, la azucena, el cordero, la nieve.

 

Fortalecen mi brazo ciudades en escombros,

familias mutiladas, dispersas por la tierra,

niños y campos rubios viviendo, desde hace años,

siglos de noche y sangre.

 

Campesinos del mundo: he bajado del cielo

como una blanca umbela o medusa del aire.

Traigo ocultos relámpagos o provisión de muertes,

pero traigo también las cosechas futuras.

 

Traigo la mies tranquila sin soldados,

las ventanas con luz otra vez, persiguiendo

la noche para siempre derrotada.

Yo soy el nuevo ángel de este siglo.

 

Ciudadano del aire y de las nubes,

poseo sin embargo una sangre terrestre

que conoce el camino que entra a cada morada,

el camino que fluye debajo de los carros,

 

las aguas que pretenden ser las mismas

que ya pasaron antes,

la tierra de animales y legumbre con lágrimas

donde voy a encender el día con mis manos.

 

 

Cuerpo de la amante

 

I

Pródigo cuerpo:

dios, animal dorado,

fiera de seda y sueño,

planta y astro.

Fuente encantada

en el desierto.

Arena soy: tu imagen

por cada poro bebo.

Ola redonda y lisa:

En tu cárcel de nardos

devoran las hormigas

mi piel de náufrago.

 

II

TU boca, fruta abierta

al besar brinda

perlas en un pocillo

de miel y guindas.

Mujer: antología

de frutas y de nidos,

leída y releída

con mis cinco sentidos.

 

III

NUCA:

escondite en el bosque,

liebre acurrucada

debajo de las flores,

en medio del torrente,

Alabastro lavado

mina

y colmena de mieles.

Nido

de nieves y de plumas.

Pan redondo

de una fiesta de albura.

 

IV

TU cuerpo eternamente está bañándose

en la cascada de tu cabellera,

agua lustral que baja

acariciando peñas.

La cascada quisiera ser un águila

pero sus finas alas desfallecen:

agonía de seda

sobre el desierto ardiente de tu espalda.

La cascada quisiera ser un árbol,

toda una selva en llamas

con sus lenguas lamiendo

tu armadura de plata

de joven combatiente victoriosa,

única soberana de la tierra.

Tu cuerpo se consume eternamente

entre las llamas de tu cabellera.

 

V

FRENTE: cántaro de oro,

lámpara en la nevada,

caracola de sueños

por la luna sellada.

Aprendiz de corola,

albergue de corales,

boca: gruta de un dios

de secretos panales.

 

VI

TU cuerpo es templo de oro,

catedral de amor

en donde entro de hinojos.

Esplendor entrevisto

de la verdad sin velos:

¡Qué profusión de lirios!

¡Cuántas secretas lámparas

bajo tu piel, esferas

pintadas por el alba!

Viviente, único templo:

La deidad y el devoto

suben juntos al cielo.

 

VII

TU cuerpo es un jardín, masa de flores

y juncos animados.

Dominio del amor: en sus collados

persigo los eternos resplandores.

Agua dorada, espejo ardiente y vivo

con palomas suspensas en su vuelo,

feudo de terciopelo,

paraíso nupcial, cielo cautivo.

Comarca de azucenas, patria pura

que mi mano recorre en un instante.

Mis labios en tu espejo palpitante

apuran manantiales de dulzura.

Isla para mis brazos nadadores,

santuario del suspiro:

Sobre tu territorio, amor, expiro

árbol estrangulado por las flores.

 

 

Dictado por el agua

 

I

Aire de soledad, dios transparente

que en secreto edificas tu morada

¿en pilares de vidrio de qué flores?

¿sobre la galería iluminada

de qué río, qué fuente?

Tu santuario es la gruta de colores.

Lengua de resplandores

hablas, dios escondido,

alojo y al oído.

Sólo en la planta, el agua, el polvo asomas

con tu vestido de alas de palomas

despertando el frescor y el movimiento.

En tu caballo azul van los aromas,

Soledad convertida en elemento.

 

II

Fortuna de cristal, cielo en monedas,

agua, con tu memoria de la altura,

por los bosques y prados

viajas con tus alforjas de frescura

que guardan por igual las arboledas

y las hierbas, las nubes y ganados.

Con tus pasos mojados

y tu piel de inocencia

señalas tu presencia

hecha toda de lágrimas iguales,

agua de soledades celestiales.

Tus peces son tus ángeles menores

que custodian tesoros eternales.

 

III

Doncel de soledad, oh lirio armado

por azules espadas defendido,

gran señor con tu vara de fragancia,

a los cuentos del aire das oído.

A tu fiesta de nieve convidado

el insecto aturdido de distancia

licor de cielo escancia,

maestro de embriagueces

solitarias a veces.

Mayúscula inicial de la blancura:

De retazos de nube yagua pura

está urdido su cándido atavío

donde esplenden, nacidos de la altura

huevecillos celestes de rocío.

 

IV

Sueñas, magnolia casta, en ser paloma

o nubecilla enana, suspendida

sobre las hojas, luna fragmentada.

Solitaria inocencia recogida

en un nimbo de aroma.

Santa de la blancura inmaculada.

Soledad congelada

hasta ser alabastro

tumbal, lámpara o astro.

Tu oronda frente que la luz ampara

es del candor del mundo la alquitara

donde esencia secreta extrae el cielo.

En nido de hojas que el verdor prepara

esperas resignada el don del vuelo.

 

V

Flor de amor, flor de ángel, flor de abeja,

cuerpecillos medrosos, virginales

con pies de sombra, amortajados vivos,

ángeles en pañales.

El rostro de la dalia tras su reja,

los nardos que arden en su albura, altivos,

los jacintos cautivos

en su torre delgada

de aromas fabricada,

girasoles, del oro buscadores:

lenguas de soledad, todas las flores

niegan o asienten según habla el viento

y en la alquimia fugaz de los olores

preparan su fragante acabamiento.

 

VI

¡De murallas que viste el agua pura

y de cúpula de aves coronado

mundo de alas, prisión de transparencia

donde vivo encerrado!

Quiere entrar la verdura

por la ventana a pasos de paciencia,

y anuncias tu presencia

con tu cesta de frutas, lejanía.

Mas cumplo cada día,

Capitán del color, antiguo amigo

de la tierra, mi límpido castigo.

Soy a la vez cautivo y carcelero

de esta celda de cal que anda conmigo,

de la que, oh muerte, guardas el llavero.

 

 

Edición de la tarde

 

La tarde lanza su primera edición de golondrinas

anunciando la nueva política del tiempo,

la escasez de las espigas de la luz,

los navíos que salen a flote en el astillero del cielo,

el almacén de sombras del poniente,

los motines y desórdenes del viento,

el cambio de domicilio de los pájaros,

la hora de apertura de los luceros.

La súbita defunción de las cosas

en la marea de la noche ahogadas,

los débiles gritos de auxilio de los astros

desde su prisión de infinito y de distancia,

la marcha incesante de los ejércitos del sueño

contra la insurrección de los fantasmas

y, al filo de las bayonetas de la luz, el orden nuevo

implantado en el mundo por el alba.

 

 

El objeto y su sombra

 

Arquitectura fiel del mundo,

realidad, más cabal que el sueño.

La abstracción muere en un segundo:

sólo basta un fruncir del ceño.

 

Las cosas. O sea la vida.

Todo el universo es presencia.

La sombra al objeto adherida

¿acaso transforma su esencia?

 

Limpiad el mundo -ésta es la clave-

de fantasmas del pensamiento.

Que el ojo apareje su nave

para un nuevo descubrimiento.

 

 

 

El país del exilio no tiene árboles...

 

El país del exilio no tiene árboles.

Es una inmensa soledad de arena.

Sólo extensión vacía donde crece

la zarza ardiente de los sacrificios.

El país del exilio no tiene agua.

Es una sed sin límites,

sin esperanza de cercanas fuentes

o de un sorbo en el cuenco de una piedra.

El país del exilio no tiene aves

que encanten con su música al viajero.

Es desierto poblado por los buitres

que esperan el convite de la muerte.

Alza el viento sus torres deleznables.

Sus fantasmas de arena me persiguen

a través de la patria de la víbora

y de la zarza convertida en fuego.

 

 

El viaje infinito

 

Todos los seres viajan

de distinta manera hacia Su Dios:

La raíz baja a pie por peldaños de agua.

Las hojas con suspiros aparejan la nube.

Los pájaros se sirven de sus alas

para alcanzar la zona de las eternas luces.

 

El lento mineral con invisibles pasos

recorre las etapas de un círculo infinito

que en el polvo comienza y termina en el astro

y al polvo otra vez vuelve

recordando al pasar, más bien soñando

sus vidas sucesivas y sus muertes.

 

El pez habla a su Dios en la burbuja

que es un trino en el agua,

grito de ángel caído, privado de sus plumas.

El hombre sólo tiene la palabra

para buscar la luz

o viajar al país sin ecos de la nada.

 

 

Golondrinas

 

Que me busquen mañana.

Hoy tengo cita con las golondrinas.

En las plumas mojadas por la primera lluvia

llega el mensaje fresco de los nidos celestes.

La luz anda buscando un escondite.

Las ventanas voltean páginas fulgurantes

que se apagan de pronto en vagas profecías.

Mi conciencia fue ayer un país fértil.

Hoyes campo de rocas.

Me resigno al silencio

pero comprendo el grito de los pájaros

el grito gris de angustia

ante la luz ahogada por la primera lluvia.

 

 

Inventario de mis únicos bienes

 

La nube donde palpita el vegetal futuro,

los pliegos en blanco que esparce el palomar,

el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,

la oleografía de una calabaza pintada por los negros.

las fieras de los bosques del viento inexplorados,

las ostras con su lengua pegada al paladar,

el avión que deja caer sus hongos en el cielo,

los insectos como pequeñas guitarras volantes,

la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado por un relámpago,

la vida privada de la langosta verde,

la rana, el tambor y el cántaro del estómago,

el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la lluvia,

la patrulla perdida de los pájaros

-esos grumetes blancos que reman en el cielo-,

la polilla costurera que se fabrica un traje,

la ventana -mi propiedad mayor-,

los arbustos que se esponjan como gallinas,

el gozo prismático del aire,

el frío que entra a las habitaciones con su gabán mojado,

la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho de un vidriero,

y ese maíz innumerable de los astros

que los gallos del alba picotean

hasta el último grano.

 

 

Los amigos del paseo

 

Los sauces son buenos amigos

en el paseo solitario;

tiemblan, recuerdan y son tristes

como almas ante los fracasos.

 

Pensativos tocan el agua

apenas como sombras verdes,

y el corazón va como un pájaro

hacia su tenuidad doliente.

 

Tienen rumor de pies de seda

sobre el agua atenta a su sueño.

la sombra de Bion los inclina

y oyen su flauta en el recuerdo.

 

Dan al mal viento un olor triste

y a la vida un sabor bucólico,

y en su silencio verde ocultan

las viejas sombras del coloquio.

 

Y así los sauces me convencen

en el solitario paseo

de que hay un placer dulce y fino

en dar el corazón al viento.

 

 

Microgramas

 

Colibrí:

 

El colibrí,

aguja tornasol,

 

pespuntes de luz rosada

dá en el tallo temblón

 

con la hebra de azúcar

que saca de la flor.

 

 

Tortuga:

 

La tortuga en su estuche amarillo

es el reloj de la tierra

parado desde hace siglos.

 

Abollado ya se guarda

con piedrecillas del tiempo

en la funda azul del agua.

 

Nuez:

Sabiduría comprimida

diminuta tortuga vegetal,

cerebro de duende

paralizado por la eternidad.

 

Moscardón:

Uva con alas.

Con tu mosto de silencio

el corazón se emborracha.

 

Golondrina:

Ancla de plumas

por los mares del cielo

la tierra busca.

 

Lagartija:

Amuleto de plata

o diablillo con bocio,

criatura del alba.

 

Memoria de las ruinas,

fugaz mina animada,

calofrío del campo,

lagartija misántropa.

 

Guacamayo:

El trópico le remienda

con candelas y otros  su manto

hecho de todas las banderas.

 

Nuez:

Nuez: sabiduría comprimida,

diminuta tortuga vegetal,

cerebro de duende

paralizado por la eternidad.

 

 

 

Mundo 1980

 

Millares de personas

     iguales

sentadas en sillas

     iguales

en cafés y bares

     iguales.

 

Millares de vitrinas

     iguales

sobre calles y plazas

     iguales

en ciudades y pueblos

     iguales.

 

Sólo la nube finge

     una isla

Poblada de figuras

     distintas.

 

 

Nada nos pertenece

 

Cada día el mismo árbol rodeado

de su verde familia rumorosa.

Cada día el latir de un tiempo niño

que el péndulo mece en la sombra.

 

El río da sin prisa su naipe transparente.

El silencio camina a un inminente ruido.

Con sus deditos tiernos

la semilla desgarra sus pañales de lino.

 

Nadie sabe por qué existen los pájaros

ni tu tonel de vino, luna llena,

ni la amapola que se quema viva,

ni la mujer del arpa, dichosa prisionera.

 

Y hay que vestirse de agua, de dóciles tejidos,

de cosas invisibles y cordiales

y afeitarse con leves despojos de palomas,

de arcoiris y de ángeles.

 

Y lavar el escaso oro del día

contando sus pepitas cuando el poniente herido

quema todas sus naves y se acerca la noche

capitaneando sus oscuras tribus.

 

Entonces hablas, Cielo:

Tu alta ciudad nocturna se ilumina.

Tu muchedumbre con antorchas pasa

y en silencio nos mira.

 

Todas las formas vanas y terrestres:

El joven que cultiva una estatua en su lecho,

la mujer con sus dos corazones de pájaro,

la muerte clandestina disfrazada de insecto.

 

Cubres toda la tierra, hombre muerto, caído

como una rota jaula

o cascarón quebrado

o vivienda de cal de una monstruosa araña.

 

Los muertos son los monjes de la Orden

de los anacoretas subterráneos.

¿La muerte es la pobreza suma

o el reino original reconquistado?

 

Hombre nutrido de años y cuerpos de mujeres

cuando Dios te espolea te arrodillas

y sólo la memoria de las cosas

pone un calor ya inútil en tus manos vacías.

 

 

Puerto en la noche

 

En los barriles duerme un sueño de ginebra.

Los barriles de noche tienen el vino triste

y añoran el descanso tibio de la bodega.

 

Huele el aire del muelle como un cesto de ostiones

y es una red oscura puesta a secar la noche.

 

Los mástiles son cañas para pescar estrellas

y las barcazas sólo son canastas de pesca.

 

La lámpara de abordo

salta como un gran pez

chorreando sobre el puente su fulgor escamoso.

 

Pequeñas lucecitas navegan en la noche,

como si un contrabando de muertos

llevaran sobre el agua los siniestros lanchones.

 

 

Régimen de frutas

 

La naranja es el día o la mejilla fresca,

sorbo de claridad, copa del clima;

la pera ahonda sus heridas de agua

con memoria de témpano y agujas de delicia

y los melocotones

acumulan su rubio material de alegría.

 

La manzana sobrina, fragante del corozo,

a morir se resiste en vano entre los dientes.

Sus congeladas lágrimas

muestran las uvas de mirada verde.

Cascabeles de azúcar,

repican sin rumor los mirabeles.

 

Todo el sol en redomas encerrado,

todo el aire en volúmenes vertido,

toda el agua y la tierra en vegetales moldes,

penetran en mi interno laberinto

y un mundo elemental se disuelve en mi sangre

que acarrea despojos de ciclo como un río.

 

Y apresura su viaje a bocanadas

por sus ínfimas redes

entre una geografía palpitante

de músculos y nervios, sin nunca detenerse,

cambiando en luz orgánica y en azúcar de gozo

los gestos de las cosas y el esplendor terrestre.

 

 

Soledad deshabitada

 

La soledad marina que convoca a los peces,

la soledad del cielo herida de alas,

se prolongan en ti sobre la tierra,

soledad despoblada, soledad habitada.

 

Las hojas de árbol solas cada una en su sitio,

saben que les reservas una muerte privada.

No te pueden tragar, a mordiscos de música,

con su boca redonda el pez y la guitarra.

 

Cargada de desierto y de poniente

andas sobre el planeta, de viento disfrazada,

llenando cuevas, parques, dormitorios

y haciendo suspirar a las estatuas.

 

A tu trampa nos guías

con tu lengua de pájaro o lengua de campana.

En tu red prisioneros para siempre,

roemos el azul de la infinita malla.

 

Te hallas en todas partes, soledad,

única patria humana.

Todos sus habitantes llevamos en le pecho

extendido tu gris, inmensurable mapa.

Tomado de:

http://amediavoz.com/carrera.htm

 

Mademoiselle Satán

 

Mademoiselle Satán rara orquídea del vicio.

¿Por qué me hiciste, di, de tu cuerpo regalo

la señal de tus dientes llevo como silicio

en mi carne posesa del Enemigo Malo.

 

¿Por qué probó mi lengua el sabor de tu sexo

y el vino que en la noche destiló tus pezones?

¿Por qué el vello que nace de tu vientre convexo

se erizó para mí con nuevas tentaciones?

 

¿Por qué se hundió en mis labios tu lengua venenosa

y se hallaron tus ojos con un lúbrico signo?

Y cuando haces vibrar tu desnudez lechosa

pienso en que debes ser la hembra del maligno.

 

Si se adueñó este ídolo de mi alma hasta la muerte

y no tengo la culpa ¡oh San Antonio casto!

Yo que era niño aún y como el roble fuerte

dejé quemar mi vida sobre tu altar nefasto.

 

Yo la he visto desnuda ¡Señor!, ¡sí, yo la he visto!

Tembló y quedose el alma eternamente muda.

Prefiero a ese recuerdo los tres clavos de Cristo,

la cruz, antes que verla en mis noches desnuda.

 

Señorita Satán, tú que todo lo puedes,

tus hombros, tus caderas que reclaman incienso,

tus suaves pies, tus brazos, son otras tantas redes,

tendidas hacia el pobre corazón indefenso.

 

Me diste el dulce gusto de tu boca, el turbante

martirio de tus muslos ceñiste a mi cintura,

y cuando fuimos presa del espasmo extenuante,

tu enorme beso fue como una quemadura.

 

Eres la hembra única, lo mismo en el reposo

que en el sexual combate, ¡Santa Orquídea del vicio!

Hasta cuando torturas con tu cuerpo oloroso,

no hay placer en el mundo que iguale aquel suplicio.

 

Satán, mujer que tienes un rubí en cada pecho,

tus verdes ojos lúbricos son siempre una asechanza,

tu desnudez que viene las noches a mi lecho,

para mi ciego olvido, es tu mejor venganza.

 

 

Yo vengo que la tierra donde la chirimoya

 

Yo vengo que la tierra donde la chirimoya,

talega de brocado, con su envoltura impide

que gotee el dulzor de su nieve redonda,

 

y donde el aguacate de verde piel pulida

en su clausura oval, en secreto elabora

su sustancia de flores, de venas y de climas.

 

Tierra que nutre pájaros aprendices de idiomas,

plantas que dan, cocidas, la muerte o el amor

o la magia del sueño, o la fuerza dichosa,

 

animalitos tiernos de alimento y pereza,

insectillos de carne vegetal y de música

o de luz mineral o pétalos que vuelan.

 

Capulí —a cereza del indio interandino—,

codorniz, armadillo cazador, dura penca

al fuego condenada o a ser red o vestido,

 

eucalipto de ramas como sartas de peces

—soldado de salud con su armadura de hojas,

que despliega en el aire su batallar celeste—

 

son los mansos aliados del hombre de la tierra

de donde vengo, libre, con mi lección de vientos

y mi carga de pájaros de universales lenguas.

Tomado de:

https://ciudadseva.com/autor/jorge-carrera-andrade/poemas/

 

 

El cielo y su sombra

 

Arquitectura fiel del mundo,

Realidad, más cabal que el sueño.

La abstracción muere en un segundo:

sólo basta un fruncir del ceño.

 

Las cosas. O sea la vida.

Todo el universo es presencia.

La sombra al objeto adherida

¿acaso transforma su esencia?

 

Limpiad el mundo —ésta es la clave—

de fantasmas del pensamiento.

Que el ojo apareje su nave

para un nuevo descubrimiento.

 

 

Polvo, cadáver del tiempo

 

Espíritu de la tierra eres, polvo impalpable

Omnipresente, ingrávido, cabalgando en el aire

cubres millas marítimas y terrestres distancias

con tu carga de rostros borrados y de larvas.

 

¡Oh, sutil visitante de las habitaciones!

Los cerrados armarios te conocen.

Despojo innumerable o cadáver del tiempo,

tu ruina se desploma como un perro.

 

Avaro universal, en huecos y en bodegas

tu oro ligero, inútil, amontonas sin tregua.

Coleccionista vano de huellas y de formas,

les tomas la impresión digital a las hojas.

 

Sobre muebles y puertas condenadas y esquinas,

sobre pianos, vacíos sombreros y vajillas

tu sombra o mortal ola

extiende su cetrina bandera de victoria.

 

Sobre la tierra acampas como dueño

con las legiones pálidas de tu imperio disperso.

¡Oh roedor, tus dientes infinitos devoran

el color, la presencia de las cosas!

 

Hasta la luz se viste de silencio

con tu envoltura gris, sastre de los espejos.

Heredero final de las cosas difuntas,

todo lo vas guardando en tu ambulante tumba.

 

 

Vocación del espejo 

Cuando olvidan las cosas su forma y su color

y, acosados de noche, los muros se repliegan

y todo se arrodilla, o cede o se confunde,

sólo tú estás de pie, luminosa presencia.

 

Impones a las sombras tu clara voluntad.

En lo oscuro destella tu mineral silencio.

Como palomas súbitas

a las cosas envías tus mensajes secretos.

 

Cada silla se alarga en la noche y espera

un invitado irreal ante un plato de sombra,

y sólo tú, testigo transparente,

una lección de luz repites de memoria.

 

 

 El visitante de niebla

 

Sepultura del tiempo:

dejé en ti mi cadáver de veinte años

bajo tierra de flores y amuletos

y cáscaras de días devorados.

 

Amuleto de amor fue la manzana,

amuletos la luz, la llave, él barco,

la gaviota y el pez, dispensadores

de una vida sin nubes, viaje mágico.

 

Le vestí a mi cadáver de estaciones

y sobre la guitarra del pasado

recliné su cabeza vendada de ciudades

lucientes como bálsamos.

 

Puse a su lado nombres de otras épocas,

los rostros ya de sombra enmascarados

y le dejé vivir su larga muerte

en un clima de lluvia, de maíz y caballos.

 

La tierra memorable cede ahora.

Joven mío, ¿no estás bien sepultado?

¿Tu mano es esta mano que se mueve

buscando entre las ruinas esqueletos de pájaros?

 

Visitante de niebla

venido de un país de fechas y retratos:

Te sientas a mi mesa nodriza y hortelana,

vestido unos instantes con mi traje de ocaso.

 

Fantasma familiar, compareces al punto

por un signo, una voz o una forma llamado.

Sólo un caballo y una rosa guardan

tu sepultura de años.

Tomado de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/109-044-jorge-carrera-andrade?showall=1

 

 

 

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