Canción del loco
Podrán gritar cuanto quieran contra la tierra,
la boca en la fosa,
jamás ninguno de los difuntos
responderá a sus amargos clamores.
Están bien muertos, los muertos,
aquellos que antaño hicieron fecundo el campo,
forman ahora la inmensa acumulación de muertos
que pudren, en los cuatro rincones del mundo,
los muertos.
Entonces
los campos eran dueños de las ciudades
el mismo espíritu servil
sometía por doquier las frentes y las espaldas
y nadie podía ver aún
erigidos, en el fondo de la noche,
los brazos azorados y formidables de las máquinas.
Podrán gritar cuanto quieran contra la tierra,
la boca en la fosa:
aquellos que antaño eran los difuntos
son hoy en día, hasta el fondo de la tierra,
los muertos.
Tomado de:
VAGAMENTE
Ver una flor allí, frágil, descuidada
A punto de dormir sobre el borde de una rama suave
En compás de la noche, frágil y relajada,
Dormir, - y de repente ver brillar el claro de luna en el
aire,
Lucir, como una piedra, un insecto que baila,
Aquel nácar huyendo a lo largo de un rayo de oro
- Y observar el horizonte un navío que baila,
Sobre su ancla que se envanece y procura su vuelo
Un navío a lo lejos va hacia playas lejanas
Y las islas y los paraísos y los éxodos
Y los adioses; - y así, a esas cosas lejanas,
A esas cosas nocturnas confían los azares:
Temer si la flor cae o si el insecto pasa
O si el navío parte con el favor de los vientos,
Hacía las tempestades y hacia la espuma y hacia el espacio
Bailar, hacia el gran oleaje, con el sonido del hielo…
¡Tu recuerdo! – y mezclar esos presagios,
A ese navío, a este insecto, a esta flor,
Tu recuerdo que vuela, así como las nubes,
Durmiendo a sombra y a oro de mi dolor.
LA NOCHE
Desde que el firmamento se hace noche
Con los mazos duros y los bloques taciturnos,
La sombra se bate entre muros y mazmorras nocturnas
Como un Escorial vestida de plata negra.
El cielo prodigioso domina, inflamado de astros
- la Bóveda de ébano y de oro donde abundan los ojos
Y se erigen, de una corriente, esa cúpula de fuegos,
Las hayas y los pinos, como pilastras.
Como sábanas blancas iluminadas de antorchas
Los lagos brillan, con golpes de luminarias estelares,
Los campos, se cortan, en cuadrangulares cerradas
Y deslumbran, así con enormes sepulcros.
Y aquella, con sus esquinas y salas fúnebres
Toda entera construida en misterio, en terror,
La noche parece el palacio negro de un emperador
Apoyado en algún lugar, a lo lejos, de las tinieblas.
Traducción
realizada por Andrea Oliveros*
darkmoonster@gmail.com
*A partir de: Émile Verhaeren, Poèmes: les bords de la
route. Les Flamandes. Les moines. Société du Mercure de France, Paris. 1895.
Tomado de:
https://gacetillaref.wixsite.com/filologia/post/dos-poemas-de-%C3%A9mile-verhaeren-traducci%C3%B3n
Tinieblas.
La Luna, con su atento y glacial Ojo,
observa al crudo invierno entronizado,
vasto y pálido sobre la tierra yerma;
La Noche se revuelve en tejas translúcidas;
El Viento, con súbita presencia, nos apuñala.
A lo lejos, sobre el horizonte, danzan
los ondulantes senderos del hielo;
se los ve a la distancia, perforando el llano,
Y las Estrellas de Oro, suspendidas en el eter,
siempre más alto en la Oscuridad,
desgarran cruelmente el azul del cielo.
Los campesinos tiemblan en las planicies de Flandes,
cerca de los brezos, de los antiguos ríos,
y de los grandes Bosques;
entre dos lívidos infinitos, estremeciéndose de frío,
agrupándose junto a las viejas chimeneas,
removiendo las cansadas cenizas.
La ciudad
Todos los caminos van hacia la
ciudad.
Del fondo de las brumas,
Con todos sus pisos de viaje
Hasta el cielo, hacia los más altos
pisos
Como de un sueño, ella se exhuma.
Allí,
Son los puentes musculosos de
hierro,
Lanzados, a saltos, a través del
aire;
Son los bloques y las columnas
Que decoran esfinges y gorgonas,
Son las torres sobre los suburbios,
Son los millones de tejados
Alzando al cielo sus ángulos rectos:
Es la ciudad tentacular,
De pie
Al pie de los llanos y las haciendas.
Las claridades rojas
Que se mueven
Bajo los postes y los grandes
mástiles,
Incluso a mediodía, arden aún
Como huevos de púrpura y oro;
El alto sol no se ve:
Boca de luz, cerrada
Por el carbón y la humareda.
Un río de nafta y pez
Sacude los diques de piedra y los
pontones de madera;
Los silbidos crudos de los navíos
que pasan
Aúllan de miedo en la niebla;
Un farol verde es su mirada
Hacia el océano y los espacios.
Los muelles suenan con los choques
de pesados furgones;
Las carretillas chirrían como
goznes;
Las balanzas de hierro hacen caer
cubos de sombra
Y los deslizan de repente en
subsuelos de fuego;
Los puentes se abren por la mitad,
Entre los tupidos mástiles se erigen
horcas sombrías
Y letras de cobre inscriben el
universo,
Inmensamente, a través
De los tejados, las cornisas y las
murallas,
Cara a cara, como en batalla.
Y por todos lados, pasan caballos y
ruedas,
Corren los trenes, vuela el esfuerzo,
Hasta las estaciones, alzando, como
proas
Inmóviles, de mil en mil, un frontón
de oro.
Rieles ramificados ahí descienden
bajo tierra
Como pozos y cráteres
Para reaparecer a lo lejos en redes
claras de destellos
En el estrépito y la polvareda.
Es la ciudad tentacular.
La calle y sus remolinos como
cables
Anudados alrededor de
monumentos—
Huye y regresa en largos
enlazamientos;
Y sus masas inextricables,
Las manos locas, los pasos
afiebrados,
El odio en los ojos,
Atrapan con los dientes los tiempos
que las anticipan.
Al alba, a la tarde, a la noche,
En la prisa, el tumulto, el ruido,
Ellas lanzan hacia el azar la áspera
semilla
De su trabajo que la hora se lleva.
Y los mostradores taciturnos y
negros
Y los despachos turbios y falsos
Y los bancos golpean las puertas
Con los golpes de viento de la
demencia.
A lo largo del río, una luz
amortiguada,
Aproblemada y pesada, como un
harapo que arde,
De farola en farola retrocede.
La vida con raudales de alcohol es
fermentada.
Los bares abren sobre las aceras
Sus tabernáculos de espejos
Donde se contemplan la ebriedad y
la batalla;
Un ciego se apoya en la muralla
Y vende luz, en cajas de un
centavo,
El derroche y el robo se aparean en
su agujero;
La bruma inmensa y rojiza
A veces hasta la mar retrocede y se
arremanga
Y es entonces como un gran grito
lanzado
Contra el sol y su claridad:
Plazas, bazares, estaciones,
mercados,
Exasperan tanto su vasta
turbulencia
Que los moribundos buscan en vano
el momento de silencio
Que les hace falta a los ojos para
cerrarse.
Tal el día —sin embargo, cuando las
tardes
Esculpen el firmamento, con sus
martillos de ébano,
La ciudad a lo lejos se extiende y
domina la llanura
Como una nocturna y colosal
esperanza;
Ella surge: deseo, esplendor,
obsesión;
Su claridad se proyecta en
resplandores hasta los cielos,
Su gas milenario en matorrales de
oro se atiza,
Sus rieles son caminos audaces
Hacia la felicidad falaz
Que la fortuna y la fuerza
acompañan;
Sus muros se dibujan semejantes a
una armada
Y lo que aún viene de ella de bruma
y de humo
Llega en llamadas claras a los
campos.
Es la ciudad tentacular,
El pulpo ardiente y el osario
Y la carcasa solemne.
Y los caminos de aquí se van al
infinito
Hacia ella.
De: «Campañas de la Locura», 1893
El bello jardín de las llamas
El jardín de las llamas
no es más que un doble espejo
que por la noche cristaliza
en oro, un silencio blanco que
desciende hacia el horizonte de
mármol, una inmensa sombra azul
bajo la arboleda, sin viento,
sin aliento, vive, como las
estrellas, a través del aire
translúcido, bajo el polvo
infinito que parece nieve, cerca
de la cobriza luna pálida, en
brillante quietud, es el tiempo de
Dios, donde la mente está embrujada
en pos de la eternidad pura e inmutable
que sucede a la miseria humana.
Tomado de:
https://trianarts.com/mi-recuerdo-a-emile-verhaeren-la-ciudad/
El Puerto
¡Todo el mar va hacia la Ciudad!
Su Puerto es innombrable y de siniestra cruz,
Palos transversales bloquean sus grandes mástiles rectos.
Su Puerto, a través de nieblas, está lluvioso
Donde el sol es un ojo rojo y colosal lágrima.
Su Puerto está lleno de vapores negros que fuma
Y ruge, en la noche, sin ser visto.
Su Puerto es rebosante y de brazos musculosos
Perdido en un laberinto de amarres.
Su Puerto es aplastado por golpes y ruidos
Y martillos truenan sus golpes en el aire.
¡Todo el mar va hacia la Ciudad!
Las olas que viajan como los vientos,
Las olas de luz, olas vivas,
Para que la Ciudad, en llamas, absorba y respire
Y vuelva a traer al mundo en sus barcos.
Los orientan y el medio día se inclina hacia ella
Y los blancos Nórdicos y la locura universal
Y todos los números cuyo deseo proporciona la suma.
Todo lo que se inventa y todo lo que los hombres
Sacan de sus cerebros poderosos y volcánicos
Tienden hacia ella, sus riscos y luchas van hacia ella:
Es la Ciudad en el celo de las disputas humanas,
Es la Ciudad a la luz de las únicas riquezas,
Y los ingenuos marineros pintan su caduceo
En su piel roja y agrietada
A la hora en que la sombra llena las noches oceánicas.
¡Todo el mar va a la Ciudad!
¡Oh, Babilonia, finalmente se dio cuenta!
Y los pueblos derretidos y la común Ciudad;
Y las lenguas disueltas en una;
Y la Ciudad como una mano, los dedos abiertos.
Cerrándose en el Universo.
¡Dice, los muelles abarrotados hasta la cima!
Y la montaña, el desierto, los bosques
Y sus edades capturadas en redes;
Dice, sus bloques de deidad: mármoles y maderas
Que compramos
Y vendemos por peso.
Y después, dicen, los muertos, los muertos, los muertos
Que tomó para estas conquistas.
¡El maldito mar va a la Ciudad!
El repentino mar, ardiente y libre,
Que mantiene a la Tierra en equilibrio;
El mar dominado por la ley de multitudes,
El mar donde las corrientes trazan certezas;
El mar y sus colosales olas,
Como un múltiple y loco deseo,
Que de pie arroja piedras durante mil años
Y en condiciones iguales, retrocede y se borra.
El mar cuya cada cuchilla dibuja una ternura,
O navega una furia, el mar plano o salvaje,
El mar que inquieta, angustia y preocupa
La embriaguez de su imagen.
¡Todo el mar va hacia la Ciudad!
Su Puerto es extravagante y está atormentado por los fuegos
Que iluminan las altas palancas silenciosas.
Sus Puertos son indignas torres cuyas paredes suenan
A un subterráneo ruido de agua ronca y se infla sobre
ellos.
Su Puerto está lleno de bloques tallados, donde las
Gorgonias,
Lanzan negras redes de víboras mortales.
Sus Puertos son increíbles deidades esculpidas
En la parte posterior de los barcos cuyos polos de oro son
exaltados.
Su Puerto está formado por tormentas domesticadas
En refugios de mármol, de latón y de basalto.
Traducción: Fernando Salazar Torres
Tomado de:
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