Ama la superficie casta y triste...
"Sé el que eres"
Píndaro
Ama la superficie casta y triste.
Lo profundo es lo que se manifiesta.
La playa lila, el traje aquel, la fiesta
pobre y dichosa de lo que ahora existe
Sé el que eres, que es ser el que tú eras,
al ayer, no al mañana, el tiempo insiste,
sé sabiendo que cuando nada seas
de ti se ha de quedar lo que quisiste.
No mira Dios al que tú sabes que eres
-la luz es ilusión, también locura-
sino la imagen tuya que prefieres,
que lo que amas torna valedera,
y puesto que es así, sólo procura
que tu máscara sea verdadera.
Cine mudo
No es que le falte
el sonido,
es que tiene
el silencio.
Cómo ha cambiado el tiempo...
Amigo, el que yo más amaba,
venid a la luz del alba
Cómo ha cambiado el tiempo aquella fija
mirada inteligente que una extraña
ternura, como un sol, desdibujaba!
La música de lo posible rodeaba tu rostro,
como un ladrón el tiempo llevó sólo el despojo,
en nuestra fiel ternura te cumplías
como en lo ardido el fuego, y no en la lívida
ceniza, acaba. Y donde ven los otros
la arruga del escarnio, te tocamos
el traje adolescente, casi nieve
infantil a la mano, pues que sólo
nuestro fue el privilegio de mirarte
con el rostro de tu resurrección.
Como un romano
Quién sirve
como un romano
-ese monarca
natural- una cena?
A quién no merma
jamás su oficio
sino alegría?
Rey, Guerrero,
Oficiante,
y Padre siempre.
Quién
-como si mandase-
sirve una copa?
Cruz de palomas
Para
Isabel, que me enseñó la basílica de San Clemente
(Mosaico del ábside, s. XII)
Creíamos que la cruz
era sólo de amargura
y ahora vemos las palomas
poblando sus travesaños.
(Verdad que es en San Clemente
y en el siglo de María.)
La cruz echa las raíces
de donde, en círculos magos,
nace la vida; los ciervos
beben el agua brotada
del Dolor; bajo su fronda
los hombres y las mujeres
se afanan en sus oficios,
y por las tablas nocturnas,
blanquísima, las palomas
caminan. Es su jardín.
Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna...
Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna
como a la casa de la infancia, a algunos
días, rostros, sucesos que supieron
recorrer el camino de nuestro corazón.
Vuelven de nuevo los cansados pasos
cada vez más sencillos y más lentos,
al mismo día, el mismo amigo, el mismo
viejo sol. Y queremos contar la maravilla
ciega para los otros, a nuestros ojos clara,
en donde la memoria ha detenido
como un pintor, un gesto de la mano,
una sonrisa, un modo breve de saludar.
Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,
los ojos no comprenden, la mano ya no toca
el alimento innombrable, lo real.
Del tiempo largo
A veces, en raros
instantes, se abre, talud
real y enorme, el tiempo
transcurrido.
Y
no es entonces
breve el tiempo. Como el pájaro
al elevarse abarca con sus alas
un diminuto pueblo o costerío,
la inmensidad de lo vivido arrecia,
y se mira remoto el ayer próximo,
en que el pico ávido bajaba
en busca de alimento.
¡Qué eternidad
de soles ya vividos! ¡Y qué completa
ausencia de nostalgia! Para crecer
se vive. Para nacer de nuevo
y rehacer la mala copia original.
Para crecer, se sufre. No se quiere
volver atrás, ni tan siquiera al tiempo
rumoreante de la juventud.
Que no para que el rostro
luzca lozano y terso se ha vivido.
No para atraer por siempre con el fuego
de la mirada, no con el alma en vilo,
por siempre se ha de estar.
De cierto modo
la juventud es también como una cierta
decrepitud: un ser informe,
larva, debatíase, qué peligrosamente
amenazado. Se vivió. se salió,
quién sabe cómo, del hueco,
de la trampa:
valió el otro
del bosque de la vida, el pleno encanto
de los claros del sol entre lo umbrío
para pagar su precio: lo tanto
costó poco; poco el sufrir inmenso
para esta dádiva: al rostro
orne la arruga como el pecho la cinta coloreada
de un guerrero
o como al niño la medalla premia
por la humilde labor.
Como el avaro
el peso de un tesoro, encorva
la espalda anciana el peso
del vivir.
Mas ya, arriba,
a la salida, ya, se mira
hacia atrás sonriendo, renacido,
como agrietada cáscara el polluelo,
ya se van desligando las amarras,
del extraño navío, y como novio trémulo
locamente lo incierto hace señales.
costó dolor, muerte costó, la vida.
Y al tiempo, breve o largo, siempre corto,
como el relámpago del amor, se le mira
ya sin recelo ni amargura
como a las heridas de la mano, en el arduo
aprender de su oficio,
contempla el aprendiz.
Bella es toda partida.
El que solía visitarnos, el que era...
El que solía visitarnos, el que era
de todos más amado, suave vuelve
a la sala sencilla, cada día
más real y más leve, ya de humo.
¿Cuándo tocó la puerta? No podemos
recordarlo. ¡Estaba allí, estaba!
Y no se irá jamás ni puede irse.
No nos trae la memoria las palabras
del adiós. Sólo podrá volverse
por la puerta de un ruido, de un llamado
de ese mundo que borra, ignora y vence.
Huésped me fue palabra misteriosa...
¿No sentías que ardía tu corazón
cuando nos hablaba de las Escrituras?
Los peregrinos de Enmaús
Huésped me fue palabra misteriosa.
Huésped es el que viene de muy lejos,
de algún pueblo que nunca habremos visto.
Huésped es el que viene por la noche,
toca la aldaba de la puerta y todo
el umbral resplandece como nieve.
Huésped es quien se sienta a nuestra mesa
sólo por una noche, y no se acierta
sino ya a oír lo que su boca dijo.
Huésped es el que alegra con su rostro,
y alumbra con sus manos nuestro pan,
y no logramos recordar su nombre.
Huésped es el que ha de partir, al alba.
Italia
En Roma,
la Madona.
En Florencia,
la Doncella.
La Pasión,
en Venecia.
Amica mea.
La Pietà de Miguel Angel
A Dinorah
Ay, es como una luna,
esos delgados miembros sostenidos
por la madre, ahora poderosa,
más allá del dolor.
La mano sosteniéndolo la arruga
levemente la piel bajo los hombros.
La otra, de reina, parece que mendiga.
No llora ya: ofrece al Hijo
que quisiera mecer,
a su pequeño inmenso
que quiso lo inaudito.
Ay, es como la fina
luna menguante.
Los extraños retratos
Ahora que estamos solos,
infancia mía,
hablemos,
olvidando un momento
los extraños retratos
que nos hicieron.
Hablemos de lo que tú y yo,
por no tener ya nada,
sabemos.
Que esta solitaria noche mía
no ha tenido la gracia
del comienzo,
y entré en la danza oscura de mi estirpe
como un joven tristísimo
en un lienzo.
Mi imagen sucesiva no me habita
sino como un oscuro
remordimiento,
sin poder distinguir siquiera
qué de mi pan o de mi vino
invento.
En el oscuro cuarto en que levanto
la mano con un gesto
polvoriento,
donde no puedo entrar, allí me miras
con tu traje y tu terco
fundamento,
y no sé si me llamas o qué quieres
en este mutuo, extraño
desencuentro.
Y a veces me parece que me pides
para que yo te saque
del silencio,
me buscas en los árboles de oro
y en el perdido parque
del recuerdo,
y a veces me parece que te busco
a tu tranquila fuerza
y tu sombrero,
para que tú me enseñes el camino
de mi perdido nombre
verdadero.
De tu estrella distante, aparecida,
no quiero más la luz tan triste
sino el Cuerpo.
Ahonda en mí. Encuéntrame.
Y que tu pan sea el día
nuestro.
No, no, memoria del pasado día...
No, no, memoria del pasado día
vengas sobre este sol y césped santo.
No vuelva yo a invocar refugio tanto
de lo que así se crece en despedida.
Quédeme tu intemperie y mi porfía
de caer, de volver de nuevo a alzarme,
no la raída pasamanería
que alza mi polvo y que tu luz deshace.
No me hartes de mí que hartazgo tanto
no soporta mi poca luz vencida.
Mas mi ayer fue tu hoy: no halle quebranto.
Volver a lo pasado no es mi ruego...
¿Pero y aquel aroma de la vida?
Retenga su promesa, no su fuego.
¡Oh vosotras, lámparas del otoño!
Here is a wind where the rose was
Walter de la Mere
Oh vosotras, lámparas del otoño,
más fragante que todos los estíos!
¿Por qué ha de ser aquel que devenimos
con el tiempo, más real, menos efímero,
que aquel que fuimos a tus luces pálidas?
¿Por qué el polvo desierto, la agonía
junto a las armas bellas, quedan sólo
del resplandor de la victoria? Lejano
es todo vencimiento. En otro espacio
sucede, más allá del moribundo
rostro que hunde la gloria y deja ciego
junto al viento que lleva las banderas
espléndidas que huyen.
Fiera es toda victoria.
Qué caprichosa y exquisita mano...
¿Qué caprichosa y exquisita mano
trazó, eligió ese gesto perdurable,
lo sacó de su nada, como un dios,
para alumbrar por siempre otra alegría?
¿Participabas tú del dar eterno
que dejaste la mano humilde llena
del tesoro? En su feliz descuido
adolescente ¿derramaste el óleo?
¿Qué misterio fue el tuyo, instante puro,
silencioso elegido de los días?
Pues ellos van tornándose borrosos
y tú te quedas como estrella fija
con potencia mayor de eternidad.
¿Quién no conoce ese sendero en sombras...
Since I haye
walk'd with you through shady lanes...
Keats
¿Quién no conoce ese sendero en sombras,
ese continuo hablar, interrumpiéndose
el uno al otro amigo, en el gozoso
diálogo hasta la puerta de la casa,
servida ya la cena? ¿Quién no escucha
las nocturnas pisadas en la acera
tornarse más opacas al cruzar por la yerba
que nos trae al amigo, al bien llegado?
¿A quién, ya tarde, no le cuesta mucho
despedirse y murmura generosos deseos,
inexplicables dichas, bajo los fríos astros?
Retrato de una virgen
Ella no sabe bien lo que ha pasado.
Él era su amigo, y ahora
le ha dicho adiós.
¡Ella que lo veía
como el padre, el esposo
que iba a ser!
Ahora pasea con otra,
van riendo.
Ella no entiende
pero se ha quedado
quieta, como quien espera
una orden, o como el agua
antes de recoger la imagen
del rostro amado.
No se ha entregado al llanto.
No tiene una alborotada
imaginación. Sigue
yendo a sus clases. Cuida
cosas pequeñas: las libretas,
la raya en el orden, igual
que el pelo al levantarse.
Hace lo mismo que antes,
sólo un poco más triste.
La luz que la abandona
la dibuja un momento.
No sabe que está sola.
Ese ignorar la guarda.
Sabores
Es una trattoria
de callecita apartada
en nuestra primera noche
de Roma. Barre el portal
un niño de Amicis.
Anota el padre la orden,
la madre, al fondo, cocina.
Consuela la minestrona
de frío y fiebre.
Entramos al corazón
de la familia.
Sarcófago de los esposos
En Villa Giulia.
(S. VI a. de C.)
Sosteniendo las copas
invisibles,
familiarmente, eternamente juntos
en el lecho
de la fecundación y de la muerte,
serenamente lúcidos
y sonreídos
(con un "sorriso triste", como dijo
el niño a la maestra que indicaba
con tímida dulzura tanta gloria),
vosotros lo afirmáis hermosamente:
No sólo el imposible
amor,
también las nupcias consagradas
vencerán a la muerte.
Gracias,
esposos grávidos, etruscos no,
celestes,
brindando por nosotros.
Si mis poemas todos se perdiesen...
Si mis poemas todos se perdiesen
la pequeña verdad que en ellos brilla
permanecería igual en alguna piedra gris
junto al agua, o en una verde yerba.
Si los poemas todos se perdiesen
el fuego seguiría nombrándolos sin fin
limpios de toda escoria, y la eterna poesía
volvería bramando, otra vez, con las albas.
Toma mi mano...
Toma mi mano,
hazme sentir que estás cerca
en la novedad de esta hora
en que mi mano es nueva en tu mano,
y es mi mano porque tú la tomas
y mi pecho ha quedado silencioso como ella, anhelante,
en el banco arrobado, suspendido por todas las estrellas.
Una cara, un rumor, un fiel instante...
Una cara, un rumor, un fiel instante
ensordecen de pronto lo que miro
y por primera vez entonces vivo
el tiempo que ha quedado ya distante.
Es como un lento y perezoso amante
que siempre llega tarde el tiempo mío,
y por lluvia o dorado y suave hastío
suma nocturnos lilas deslumbrantes.
Y me devuelve una mansión callada,
parejas de suavísimos danzantes,
los dedos artesanos del abismo.
Y me contemplo ciega y extasiada
a la mágica luz interrogante
de un sonido que es otro y que es el mismo.
Una dulce nevada está cayendo...
Una dulce nevada está cayendo
detrás de cada cosa, cada amante,
una dulce nevada comprendiendo
lo que la vida tiene de distante.
Un monólogo lento de diamante
calla detrás de lo que voy diciendo,
un actor su papel mal repitiendo
sin fin, en soledad gesticulante.
Uno vuelve a subir las escaleras...
Uno vuelve a subir las escaleras
de su casa perdida (ya no llevan
a ningún sitio), alguien nos llama
con una voz querida, familiar.
Pero ya no hace falta contestarle.
La voz sola nos llama, suficiente,
cual si nada pudiera hacerle daño,
en el pasillo inmenso. Una lluvia
que no puede mojarnos, no se cansa
de rodear un día preferido.
Uno toca la puerta de la casa
que le fue deparada a nuestras manos
mortales, como un tímido consuelo.
Y cuando el tiempo torna impuro un rostro...
Y cuando el tiempo torna impuro un rostro,
una vida que amamos en su hora
cierta de dar, por siempre más reales
que su verdad presente, lo veremos
cuando lo rodeaba aquella lumbre,
cuando el tiempo era apenas un fragmento
de un cuerpo más espléndido, invisible.
Todo hombre es el guardián de algo perdido.
Algo que sólo él sabe, sólo ha visto.
Y ese enterrado mundo, ese misterio
de nuestra juventud, lo defendemos
como una fantástica esperanza.
Tomado de:
http://amediavoz.com/garciamarruz.htm
JUAN RAMÓN
Erguido chopo español,
ardiente y solitario!
J.R.J.
¿Son acaso distintos
ese chopo español y tu alma de ascua
fija, llameante en la cima?
Tu palabra, zarzal heridor
tantas veces, ¿distinta
a la esbeltez del agua en los jardines
del Generalife?
Más allá de toda
voluntaria virtud o inconsciente
hermosura ¿no ampara
al hijo el primigenio brío?
¿Cómo creer que la tumba
tuya, en tu cementerio de Moguer,
te guarda bajo su lápida
mejor que el ciprés allí plantado,
con su cimero verde
profundo y melodioso?
Y tu voz ¿no es como su copa,
sobresaliendo del cercado de los muertos,
fogueando alta y atada
al amor de esas cuatro tapias pobres
y blancas?
¿Es que los dos vigilan otra cosa
que el sol de lo real,
riqueza única de la pobre
España, -su solo y fiero
corazón?
LOS EXTRAÑOS RETRATOS
Ahora que estamos solos,
infancia mía,
hablemos,
olvidando un momento
los extraños retratos
que nos hicieron.
Hablemos de lo que tú y yo,
por no tener ya nada,
sabemos.
Que esta solitaria noche mía
no ha tenido la gracia
del comienzo,
y entré en la danza oscura de mi estirpe
como un joven tristísimo
en un lienzo.
Mi imagen sucesiva no me habita
sino como un oscuro
sin poder distinguir siquiera
qué de mi pan o de mi vino
invento.
En el oscuro cuarto en que levanto
la mano con un gesto
polvoriento,
donde no puedo entrar, allí me miras
con tu traje y tu terco
fundamento,
y no sé si me llamas o qué quieres
en este mutuo, extraño
desencuentro.
Y a veces me parece que me pides
para que yo te saque
del silencio,
me buscas en los árboles de oro
y en el perdido parque
del recuerdo,
y a veces me parece que te busco
a tu tranquila fuerza
para que tú me enseñes el camino
de mi perdido nombre
verdadero.
De tu estrella distante, aparecida,
no quiero más la luz tan triste
sino el Cuerpo.
Ahonda en mí. Encuéntrame.
Y que tu pan sea el día
nuestro.
FRESCO DE ABEL
Piensa en Abel, el primer niño, en la pared degastada del
tiempo.
Abel, cuyo nombre parece que comienza, y es la rosada
intemperie
matutina.
Abel que es el comienzo como es Caín el término,
y que tiene el peso leve del rocío en la frescura de la hoja.
Los ojos bajos tornan más suave la línea de los labios,
y aún parece que se alzan como las manos en el sacrificio.
Un leve movimiento y no podemos seguir tanto escorzo inefable.
Abel de pasos como la nieve, el de la pobre vestidura azul.
Pienso en tus palabras, padre virginal, adolescente rumoroso,
que muestras en lo desnudo un velo más profundo.
Qué decías en la inocente calma de tu corazón,
cuando la luz se alejaba como el peso de una piedra en el mar.
“Padre mío, perdóname, he aquí que ya no soy un niño,
y que palpo mi rostro que ha dejado en mi mano un rudo espejo.
Yo siento el leve horror de ir colmando otra sangre,
acercándome a la medida de Adán, tu hijo, a mi medida.
Padre mío, perdóname mi muerte, perdónanos la muerte.
Yo te doy gracias porque he sido un niño
y conocí la sombra del paraíso. Ah, ya es hora
de que atraviese el umbral, y tengo miedo.
De la mañana de mi vida desciendo
como los cansados párpados de una madre sobre su hijo.
He aquí que entro en mi solitario corazón diferente
y guardo solo lo que ya he perdido.
Di por qué es preciso que me aleje para volver.
No he crecido. He
dejado atrás a un niño.
Haz permitido que llame mío a tu niño.
Y que tus dones sean mi libertad.
Acepta estas ovejas.”
TEOTIHUACÁN
¿Cuál es el centro, qué queda de espaldas
a qué, cuál es el lado príncipe
en la llanura rodeada de dios por todas partes?
Zodiacal mide los años de las aguas,
el teatro del inmenso cataclismo,
el coro de la divinidad aún no aplacada.
Ellos tuvieron revelación confusa.
Allí se derramó toda la sangre.
Allí fue la pluma tornasol.
Ese espacio es aún sagrado.
Todos los enigmas se han allí reunido,
los crueles guerreros de cabeza de ave!
EN METAPA
Vamos a la casa en que nació Darío
en Metapa, antes llamado pueblo de Chocoyos,
y ahora Ciudad Darío. Y
la casa es pobrísima,
pegada a la tierra, como una raíz,
y parecida a la casa en que nació Sandino
que era pobre también.
Vemos la cama
del poeta, la cocina con gran piedra
para amasar la yuca y el maíz.
El techo es de tejas
que llaman de doble agua.
En la vitrina cerrada
libros y manuscritos, escasos.
Voló el águila lejos
de aquí, pero aquí estuvo el nido. Aquí nació una nueva
música. Olvidó el dios
Pan su flauta en una rama
que encontró el niño indio.
(En algún parque vimos
la escultura de su rostro en figura de cemí.)
Ídolo es la hermosura aquí, porque es prenda y miraje
el día de la justicia.
No han debido llamar
a esta aldea Darío, sino dejarle el nombre
con que él la conoció y nombró, Metapa,
que suena a rostro de madre indígena, a raíz,
húmeda como el delantal de la sirvienta que nos crió.
Hay que amar la raíz, oscura, retorcida, fea quizás,
sin la que no serán la libertad y la hermosura
del árbol pleno en flor.
Metapa suena a origen.
en el mercado de Masaya, pobre también, vi una cuna,
y pensé que era una cuna de esta tierra
en que nació Sandino y en que nació Rubén.
La cuna era de mimbre bien tejido, cálida como un huevo.
Parecía que iba a salir a navegar. Y entonces fue que me fijé en su
forma,
trabajada, elegante: era un cisne.
Tomado de:
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