miércoles, 29 de junio de 2022

POEMAS DE FINA GARCÍA MARRUZ (A MANERA DE DESPEDIDA)


Ama la superficie casta y triste...

 

                                                                              "Sé el que eres"

                                                                                            Píndaro

 

Ama la superficie casta y triste.

Lo profundo es lo que se manifiesta.

La playa lila, el traje aquel, la fiesta

pobre y dichosa de lo que ahora existe

 

Sé el que eres, que es ser el que tú eras,

al ayer, no al mañana, el tiempo insiste,

sé sabiendo que cuando nada seas

de ti se ha de quedar lo que quisiste.

 

No mira Dios al que tú sabes que eres

-la luz es ilusión, también locura-

sino la imagen tuya que prefieres,

 

que lo que amas torna valedera,

y puesto que es así, sólo procura

que tu máscara sea verdadera.

 

 

Cine mudo

 

No es que le falte

el sonido,

es que tiene

el silencio.

 

 

Cómo ha cambiado el tiempo...

 

Amigo, el que yo más amaba,

venid a la luz del alba

 

Cómo ha cambiado el tiempo aquella fija

mirada inteligente que una extraña

ternura, como un sol, desdibujaba!

La música de lo posible rodeaba tu rostro,

como un ladrón el tiempo llevó sólo el despojo,

en nuestra fiel ternura te cumplías

como en lo ardido el fuego, y no en la lívida

ceniza, acaba. Y donde ven los otros

la arruga del escarnio, te tocamos

el traje adolescente, casi nieve

infantil a la mano, pues que sólo

nuestro fue el privilegio de mirarte

con el rostro de tu resurrección.

 

 

Como un romano

 

Quién sirve

como un romano

-ese monarca

natural- una cena?

 

A quién no merma

jamás su oficio

sino alegría?

 

Rey, Guerrero,

Oficiante,

y Padre siempre.

 

Quién

-como si mandase-

sirve una copa?

 

 

Cruz de palomas

 

 

                                          Para Isabel, que me enseñó la basílica de San Clemente

                                                                                                    (Mosaico del ábside, s. XII)

 

Creíamos que la cruz

era sólo de amargura

y ahora vemos las palomas

poblando sus travesaños.

(Verdad que es en San Clemente

y en el siglo de María.)

La cruz echa las raíces

de donde, en círculos magos,

nace la vida; los ciervos

beben el agua brotada

del Dolor; bajo su fronda

los hombres y las mujeres

se afanan en sus oficios,

y por las tablas nocturnas,

blanquísima, las palomas

caminan. Es su jardín.

 

 

Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna...

 

Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna

como a la casa de la infancia, a algunos

días, rostros, sucesos que supieron

recorrer el camino de nuestro corazón.

Vuelven de nuevo los cansados pasos

cada vez más sencillos y más lentos,

al mismo día, el mismo amigo, el mismo

viejo sol. Y queremos contar la maravilla

ciega para los otros, a nuestros ojos clara,

en donde la memoria ha detenido

como un pintor, un gesto de la mano,

una sonrisa, un modo breve de saludar.

Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,

los ojos no comprenden, la mano ya no toca

el alimento innombrable, lo real.

 

 

Del tiempo largo

 

A veces, en raros

instantes, se abre, talud

real y enorme, el tiempo

transcurrido.

                       Y no es entonces

breve el tiempo. Como el pájaro

al elevarse abarca con sus alas

un diminuto pueblo o costerío,

la inmensidad de lo vivido arrecia,

y se mira remoto el ayer próximo,

en que el pico ávido bajaba

en busca de alimento.

                        ¡Qué eternidad

de soles ya vividos! ¡Y qué completa

ausencia de nostalgia! Para crecer

se vive. Para nacer de nuevo

y rehacer la mala copia original.

Para crecer, se sufre. No se quiere

volver atrás, ni tan siquiera al tiempo

rumoreante de la juventud.

                         Que no para que el rostro

luzca lozano y terso se ha vivido.

No para atraer por siempre con el fuego

de la mirada, no con el alma en vilo,

por siempre se ha de estar.

                          De cierto modo

la juventud es también como una cierta

decrepitud: un ser informe,

larva, debatíase, qué peligrosamente

amenazado. Se vivió. se salió,

quién sabe cómo, del hueco,

de la trampa:

                           valió el otro

del bosque de la vida, el pleno encanto

de los claros del sol entre lo umbrío

para pagar su precio: lo tanto

costó poco; poco el sufrir inmenso

para esta dádiva: al rostro

orne la arruga como el pecho la cinta coloreada

de un guerrero

o como al niño la medalla premia

por la humilde labor.

                            Como el avaro

el peso de un tesoro, encorva

la espalda anciana el peso

del vivir.

                             Mas ya, arriba,

a la salida, ya, se mira

hacia atrás sonriendo, renacido,

como agrietada cáscara el polluelo,

ya se van desligando las amarras,

del extraño navío, y como novio trémulo

locamente lo incierto hace señales.

 

costó dolor, muerte costó, la vida.

Y al tiempo, breve o largo, siempre corto,

como el relámpago del amor, se le mira

ya sin recelo ni amargura

como a las heridas de la mano, en el arduo

aprender de su oficio,

contempla el aprendiz.

 

Bella es toda partida.

 

 

El que solía visitarnos, el que era...

 

El que solía visitarnos, el que era

de todos más amado, suave vuelve

a la sala sencilla, cada día

más real y más leve, ya de humo.

¿Cuándo tocó la puerta? No podemos

recordarlo. ¡Estaba allí, estaba!

Y no se irá jamás ni puede irse.

No nos trae la memoria las palabras

del adiós. Sólo podrá volverse

por la puerta de un ruido, de un llamado

de ese mundo que borra, ignora y vence.

 

 

Huésped me fue palabra misteriosa...

 

                                                                    ¿No sentías que ardía tu corazón

                                                         cuando nos hablaba de las Escrituras?

                                                                                 Los peregrinos de Enmaús

 

Huésped me fue palabra misteriosa.

Huésped es el que viene de muy lejos,

de algún pueblo que nunca habremos visto.

Huésped es el que viene por la noche,

toca la aldaba de la puerta y todo

el umbral resplandece como nieve.

Huésped es quien se sienta a nuestra mesa

sólo por una noche, y no se acierta

sino ya a oír lo que su boca dijo.

Huésped es el que alegra con su rostro,

y alumbra con sus manos nuestro pan,

y no logramos recordar su nombre.

Huésped es el que ha de partir, al alba.

 

 

Italia

 

En Roma,

la Madona.

 

En Florencia,

la Doncella.

 

La Pasión,

en Venecia.

 

Amica mea.

 

 

La Pietà de Miguel Angel

 

                                                                     A Dinorah

 

Ay, es como una luna,

esos delgados miembros sostenidos

por la madre, ahora poderosa,

más allá del dolor.

 

La mano sosteniéndolo la arruga

levemente la piel bajo los hombros.

La otra, de reina, parece que mendiga.

 

No llora ya: ofrece al Hijo

que quisiera mecer,

a su pequeño inmenso

que quiso lo inaudito.

 

Ay, es como la fina

luna menguante.

 

 

Los extraños retratos

 

Ahora que estamos solos,

infancia mía,

hablemos,

 

olvidando un momento

los extraños retratos

que nos hicieron.

 

Hablemos de lo que tú y yo,

por no tener ya nada,

sabemos.

 

Que esta solitaria noche mía

no ha tenido la gracia

del comienzo,

 

y entré en la danza oscura de mi estirpe

como un joven tristísimo

en un lienzo.

 

Mi imagen sucesiva no me habita

sino como un oscuro

remordimiento,

 

sin poder distinguir siquiera

qué de mi pan o de mi vino

invento.

 

En el oscuro cuarto en que levanto

la mano con un gesto

polvoriento,

 

donde no puedo entrar, allí me miras

con tu traje y tu terco

fundamento,

 

y no sé si me llamas o qué quieres

en este mutuo, extraño

desencuentro.

 

Y a veces me parece que me pides

para que yo te saque

del silencio,

 

me buscas en los árboles de oro

y en el perdido parque

del recuerdo,

 

y a veces me parece que te busco

a tu tranquila fuerza

y tu sombrero,

 

para que tú me enseñes el camino

de mi perdido nombre

verdadero.

 

De tu estrella distante, aparecida,

no quiero más la luz tan triste

sino el Cuerpo.

 

Ahonda en mí. Encuéntrame.

Y que tu pan sea el día

nuestro.

 

 

No, no, memoria del pasado día...

 

No, no, memoria del pasado día

vengas sobre este sol y césped santo.

No vuelva yo a invocar refugio tanto

de lo que así se crece en despedida.

 

Quédeme tu intemperie y mi porfía

de caer, de volver de nuevo a alzarme,

no la raída pasamanería

que alza mi polvo y que tu luz deshace.

 

No me hartes de mí que hartazgo tanto

no soporta mi poca luz vencida.

Mas mi ayer fue tu hoy: no halle quebranto.

 

Volver a lo pasado no es mi ruego...

¿Pero y aquel aroma de la vida?

Retenga su promesa, no su fuego.

 

 

¡Oh vosotras, lámparas del otoño!

 

                                                             Here is a wind where the rose was

                                                                                                Walter de la Mere

 

Oh vosotras, lámparas del otoño,

más fragante que todos los estíos!

¿Por qué ha de ser aquel que devenimos

con el tiempo, más real, menos efímero,

que aquel que fuimos a tus luces pálidas?

¿Por qué el polvo desierto, la agonía

junto a las armas bellas, quedan sólo

del resplandor de la victoria? Lejano

es todo vencimiento. En otro espacio

sucede, más allá del moribundo

rostro que hunde la gloria y deja ciego

junto al viento que lleva las banderas

espléndidas que huyen.

Fiera es toda victoria.

 

 

 

Qué caprichosa y exquisita mano...

 

¿Qué caprichosa y exquisita mano

trazó, eligió ese gesto perdurable,

lo sacó de su nada, como un dios,

para alumbrar por siempre otra alegría?

¿Participabas tú del dar eterno

que dejaste la mano humilde llena

del tesoro? En su feliz descuido

adolescente ¿derramaste el óleo?

¿Qué misterio fue el tuyo, instante puro,

silencioso elegido de los días?

Pues ellos van tornándose borrosos

y tú te quedas como estrella fija

con potencia mayor de eternidad.

 

 

¿Quién no conoce ese sendero en sombras...

 

                                       Since I haye walk'd with you through shady lanes...

                                                                                                                                       Keats

 

¿Quién no conoce ese sendero en sombras,

ese continuo hablar, interrumpiéndose

el uno al otro amigo, en el gozoso

diálogo hasta la puerta de la casa,

servida ya la cena? ¿Quién no escucha

las nocturnas pisadas en la acera

tornarse más opacas al cruzar por la yerba

que nos trae al amigo, al bien llegado?

¿A quién, ya tarde, no le cuesta mucho

despedirse y murmura generosos deseos,

inexplicables dichas, bajo los fríos astros?

 

 

Retrato de una virgen

 

Ella no sabe bien lo que ha pasado.

Él era su amigo, y ahora

le ha dicho adiós.

¡Ella que lo veía

como el padre, el esposo

que iba a ser!

Ahora pasea con otra,

van riendo.

Ella no entiende

pero se ha quedado

quieta, como quien espera

una orden, o como el agua

antes de recoger la imagen

del rostro amado.

No se ha entregado al llanto.

No tiene una alborotada

imaginación. Sigue

yendo a sus clases. Cuida

cosas pequeñas: las libretas,

la raya en el orden, igual

que el pelo al levantarse.

Hace lo mismo que antes,

sólo un poco más triste.

La luz que la abandona

la dibuja un momento.

No sabe que está sola.

Ese ignorar la guarda.

 

 

Sabores

 

Es una trattoria

de callecita apartada

en nuestra primera noche

de Roma. Barre el portal

un niño de Amicis.

Anota el padre la orden,

la madre, al fondo, cocina.

Consuela la minestrona

de frío y fiebre.

Entramos al corazón

de la familia.

 

 

 

Sarcófago de los esposos

 

                                                                 En Villa Giulia.

                                                                   (S. VI a. de C.)

 

Sosteniendo las copas

invisibles,

familiarmente, eternamente juntos

en el lecho

de la fecundación y de la muerte,

serenamente lúcidos

y sonreídos

(con un "sorriso triste", como dijo

el niño a la maestra que indicaba

con tímida dulzura tanta gloria),

vosotros lo afirmáis hermosamente:

No sólo el imposible

amor,

también las nupcias consagradas

vencerán a la muerte.

 

Gracias,

esposos grávidos, etruscos no,

celestes,

brindando por nosotros.

 

 

Si mis poemas todos se perdiesen...

 

Si mis poemas todos se perdiesen

la pequeña verdad que en ellos brilla

permanecería igual en alguna piedra gris

junto al agua, o en una verde yerba.

 

Si los poemas todos se perdiesen

el fuego seguiría nombrándolos sin fin

limpios de toda escoria, y la eterna poesía

volvería bramando, otra vez, con las albas.

 

 

Toma mi mano...

 

Toma mi mano,

hazme sentir que estás cerca

en la novedad de esta hora

en que mi mano es nueva en tu mano,

y es mi mano porque tú la tomas

y mi pecho ha quedado silencioso como ella, anhelante,

en el banco arrobado, suspendido por todas las estrellas.

 

 

Una cara, un rumor, un fiel instante...

 

Una cara, un rumor, un fiel instante

ensordecen de pronto lo que miro

y por primera vez entonces vivo

el tiempo que ha quedado ya distante.

 

Es como un lento y perezoso amante

que siempre llega tarde el tiempo mío,

y por lluvia o dorado y suave hastío

suma nocturnos lilas deslumbrantes.

 

Y me devuelve una mansión callada,

parejas de suavísimos danzantes,

los dedos artesanos del abismo.

 

Y me contemplo ciega y extasiada

a la mágica luz interrogante

de un sonido que es otro y que es el mismo.

 

 

Una dulce nevada está cayendo...

 

Una dulce nevada está cayendo

detrás de cada cosa, cada amante,

una dulce nevada comprendiendo

lo que la vida tiene de distante.

 

Un monólogo lento de diamante

calla detrás de lo que voy diciendo,

un actor su papel mal repitiendo

sin fin, en soledad gesticulante.

 

 

Uno vuelve a subir las escaleras...

 

Uno vuelve a subir las escaleras

de su casa perdida (ya no llevan

a ningún sitio), alguien nos llama

con una voz querida, familiar.

Pero ya no hace falta contestarle.

La voz sola nos llama, suficiente,

cual si nada pudiera hacerle daño,

en el pasillo inmenso. Una lluvia

que no puede mojarnos, no se cansa

de rodear un día preferido.

Uno toca la puerta de la casa

que le fue deparada a nuestras manos

mortales, como un tímido consuelo.

 

 

Y cuando el tiempo torna impuro un rostro...

 

Y cuando el tiempo torna impuro un rostro,

una vida que amamos en su hora

cierta de dar, por siempre más reales

que su verdad presente, lo veremos

cuando lo rodeaba aquella lumbre,

cuando el tiempo era apenas un fragmento

de un cuerpo más espléndido, invisible.

Todo hombre es el guardián de algo perdido.

Algo que sólo él sabe, sólo ha visto.

Y ese enterrado mundo, ese misterio

de nuestra juventud, lo defendemos

como una fantástica esperanza.

Tomado de:

http://amediavoz.com/garciamarruz.htm

 

 

JUAN RAMÓN

 

 

 

Erguido chopo español, ardiente y solitario!

J.R.J.

 

 

 

¿Son acaso distintos

 

ese chopo español y tu alma de ascua

 

fija, llameante en la cima?

 

Tu palabra, zarzal heridor

 

tantas veces, ¿distinta

 

a la esbeltez del agua en los jardines

 

del Generalife?

 

Más allá de toda

 

voluntaria virtud o inconsciente

 

hermosura ¿no ampara

 

al hijo el primigenio brío?

 

¿Cómo creer que la tumba

 

tuya, en tu cementerio de Moguer,

 

te guarda bajo su lápida

 

mejor que el ciprés allí plantado,

 

con su cimero verde

 

profundo y melodioso?

 

Y tu voz ¿no es como su copa,

 

sobresaliendo del cercado de los muertos,

 

fogueando alta y atada

 

al amor de esas cuatro tapias pobres

 

y blancas?

 

¿Es que los dos vigilan otra cosa

 

que el sol de lo real,

 

riqueza única de la pobre

 

España, -su solo y fiero

 

corazón?

 

 

LOS EXTRAÑOS RETRATOS

 

 

 

Ahora que estamos solos,

 

infancia mía,

 

hablemos,

 

olvidando un momento

 

los extraños retratos

 

que nos hicieron.

 

Hablemos de lo que tú y yo,

 

por no tener ya nada,

 

sabemos.

 

Que esta solitaria noche mía

 

no ha tenido la gracia

 

del comienzo,

 

y entré en la danza oscura de mi estirpe

 

como un joven tristísimo

 

en un lienzo.

 

Mi imagen sucesiva no me habita

 

sino como un oscuro

 

sin poder distinguir siquiera

 

qué de mi pan o de mi vino

 

invento.

 

En el oscuro cuarto en que levanto

 

la mano con un gesto

 

polvoriento,

 

donde no puedo entrar, allí me miras

 

con tu traje y tu terco

 

fundamento,

 

y no sé si me llamas o qué quieres

 

en este mutuo, extraño

 

desencuentro.

 

Y a veces me parece que me pides

 

para que yo te saque

 

del silencio,

 

me buscas en los árboles de oro

 

y en el perdido parque

 

del recuerdo,

 

y a veces me parece que te busco

 

a tu tranquila fuerza

 

para que tú me enseñes el camino

 

de mi perdido nombre

 

verdadero.

 

De tu estrella distante, aparecida,

 

no quiero más la luz tan triste

 

sino el Cuerpo.

 

Ahonda en mí. Encuéntrame.

 

Y que tu pan sea el día

 

nuestro.

 

 

FRESCO DE ABEL

 

 

 

Piensa en Abel, el primer niño, en la pared degastada del tiempo.

 

Abel, cuyo nombre parece que comienza, y es la rosada intemperie

 

matutina.

 

Abel que es el comienzo como es Caín el término,

 

y que tiene el peso leve del rocío en la frescura de la hoja.

 

Los ojos bajos tornan más suave la línea de los labios,

 

y aún parece que se alzan como las manos en el sacrificio.

 

Un leve movimiento y no podemos seguir tanto escorzo inefable.

 

Abel de pasos como la nieve, el de la pobre vestidura azul.

 

Pienso en tus palabras, padre virginal, adolescente rumoroso,

 

que muestras en lo desnudo un velo más profundo.

 

Qué decías en la inocente calma de tu corazón,

 

cuando la luz se alejaba como el peso de una piedra en el mar.

 

“Padre mío, perdóname, he aquí que ya no soy un niño,

 

y que palpo mi rostro que ha dejado en mi mano un rudo espejo.

 

Yo siento el leve horror de ir colmando otra sangre,

 

acercándome a la medida de Adán, tu hijo, a mi medida.

 

Padre mío, perdóname mi muerte, perdónanos la muerte.

 

Yo te doy gracias porque he sido un niño

 

y conocí la sombra del paraíso.   Ah, ya es hora

 

de que atraviese el umbral, y tengo miedo.

 

De la mañana de mi vida desciendo

 

como los cansados párpados de una madre sobre su hijo.

 

He aquí que entro en mi solitario corazón diferente

 

y guardo solo lo que ya he perdido.

 

Di por qué es preciso que me aleje para volver.

 

No he crecido.  He dejado atrás a un niño.

 

Haz permitido que llame mío a tu niño.

 

Y que tus dones sean mi libertad.

 

Acepta estas ovejas.”

 

 

TEOTIHUACÁN

 

 

 

¿Cuál es el centro, qué queda de espaldas

 

a qué, cuál es el lado príncipe

 

en la llanura rodeada de dios por todas partes?

 

Zodiacal mide los años de las aguas,

 

el teatro del inmenso cataclismo,

 

el coro de la divinidad aún no aplacada.

 

Ellos tuvieron revelación confusa.

 

Allí se derramó toda la sangre.

 

Allí fue la pluma tornasol.

 

Ese espacio es aún sagrado.

 

Todos los enigmas se han allí reunido,

 

los crueles guerreros de cabeza de ave!

 

 

EN METAPA

 

 

 

Vamos a la casa en que nació Darío

 

en Metapa, antes llamado pueblo de Chocoyos,

 

y ahora Ciudad Darío.  Y la casa es pobrísima,

 

pegada a la tierra, como una raíz,

 

y parecida a la casa en que nació Sandino

 

que era pobre también.  Vemos la cama

 

del poeta, la cocina con gran piedra

 

para amasar la yuca y el maíz.  El techo es de tejas

 

que llaman de doble agua.  En la vitrina cerrada

 

libros y manuscritos, escasos.  Voló el águila lejos

 

de aquí, pero aquí estuvo el nido.  Aquí nació una nueva

 

música.  Olvidó el dios Pan su flauta en una rama

 

que encontró el niño indio.   (En algún parque vimos

 

la escultura de su rostro en figura de cemí.)

 

Ídolo es la hermosura aquí, porque es prenda y miraje

 

el día de la justicia.  No han debido llamar

 

a esta aldea Darío, sino dejarle el nombre

 

con que él la conoció y nombró, Metapa,

 

que suena a rostro de madre indígena, a raíz,

 

húmeda como el delantal de la sirvienta que nos crió.

 

Hay que amar la raíz, oscura, retorcida, fea quizás,

 

sin la que no serán la libertad y la hermosura

 

del árbol pleno en flor.  Metapa suena a origen.

 

en el mercado de Masaya, pobre también, vi una cuna,

 

y pensé que era una cuna de esta tierra

 

en que nació Sandino y en que nació Rubén.

 

La cuna era de mimbre bien tejido, cálida como un huevo.

 

Parecía que iba a salir a navegar.  Y entonces fue que me fijé en su

 

forma,

 

trabajada, elegante: era un cisne.

Tomado de:

https://www.nuevayorkpoetryreview.com/Nueva-york-Poetry-Review-2631-30-poesia-cubana-fina-garcia-marruz

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