Eres visible
Permaneces todo el tiempo en el olor de las
montañas
cuando el sol se retira,
y me parece escuchar tu respiración en la frescura
de la sombra
como un adiós pensativo.
De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán
estas claras imágenes
por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo
lejos;
yo te acompaño con el rumor de las hojas, miro por
ti las cosas que amabas
—el alba no borrará tu paso, eres visible.
Visitante profundo.
IV
Los grandes malestares causados por las sombras,
las visiones melancólicas surgidas de la noche,
todo lo horripilante, todo lo atroz, lo que no
tiene nombre, lo que no tiene porqué,
hay que soportarlo, quién sabe por qué.
Si no tienes qué comer sino basura, no digas nada.
Si la basura te hace mal, no digas nada.
Si te cortan los pies, si te queman las manos, si
la lengua se te pudre, si te partes la espalda, si te rompes el alma, no digas
nada.
Si te envenenan no digas nada, aunque se te salgan
las tripas por la boca y se te paren los pelos de punta; aunque se aneguen tus
ojos en sangre, no digas nada.
Si te sientes bien no te sientas bien. Si te
quedas no te quedes. Si te mueres no te mueras. Si te apenas no te apenes. No
digas nada.
Vivir es difícil; cosa difícil no decir nada.
Soportar a la gente sin decir nada no es nada
fácil.
Es muy difícil —en cuanto pretende que se la
entienda sin decir nada,
entender a la gente sin decir nada.
Es terriblemente difícil y sin embargo muy fácil
ser gente;
pero es lo difícil no decir nada.
Recorrer esta distancia.
VII
En el extraño sitio en que precisamente la
perdición y el encuentro han ocurrido,
la hermosura de la vida es un hecho que no se
puede ni se debe negar.
La hermosura de la vida,
por el milagro de vivir.
La hermosura de la vida,
que se da,
por el milagro de morir.
Fluye la vida, pasa y vuela, se retuerce en una
interioridad inalcanzable.
En el aura de los seres que transitan, que se hace
perceptible con un latido,
en el viento que vibra con el ir y venir de los
seres,
en los decires, en los clamores, en los gritos, en
el humo
—en las calles, con una luz en las paredes, unas
veces, y otras veces, con una sombra.
En ese mirar las cosas, con que suelen mirar los
animales;
en ese mirar del humano, con que el humano suele
mirar el mirar del animal que mira las cosas.
En la hechura de la tela,
en el hierro que el hierro es hierro.
En la mesa,
en la casa.
En la orilla del río.
En la humedad del ambiente.
En el calor del verano, en el frío del invierno,
en la luz de la primavera
—en un abrir y cerrar de ojos.
Rasgando en el horizonte o sepultándose en el
abismo,
aparece y desaparece la verdadera vida.
Recorrer esta distancia.
Cuando pienso en el misterio de la noche
Cuando pienso en el misterio de la noche, imagino
el misterio de tu cuerpo,
que es sólo una manera de ser de la noche;
yo sé de verdad que el cuerpo que te habita no es
sino la oscuridad de tu cuerpo;
y tal oscuridad se difunde bajo el signo de la
noche.
En las infinitas concavidades de tu cuerpo,
existen infinitos reinos de oscuridad;
y esto es algo que llama a la meditación.
Este cuerpo, cerrado, secreto y prohibido; este
cuerpo, ajeno y temible,
y jamás adivinado, ni presentido.
Y es como un resplandor, o como una sombra:
sólo se deja sentir desde lejos o en lo recóndito,
y con una soledad excesiva, que no te pertenece a ti.
Y sólo se deja sentir con un pálpito, con una
temperatura, y con un dolor que no te pertenece a ti.
Si algo me sobrecoge, es la imagen que me imagina,
en la distancia;
se escucha una respiración en mis adentros. El
cuerpo respira en mis adentros.
La oscuridad me preocupa —la noche del cuerpo me
preocupa.
El cuerpo de la noche y la muerte del cuerpo, son
cosas que me preocupan.
La noche.
Y yo me pregunto: ¿Qué es tu cuerpo?
Y yo me pregunto:
¿Qué es tu cuerpo? Yo no sé si te has preguntado
alguna vez qué es tu cuerpo.
Es un trance grave y difícil.
Yo me he acercado una vez a mi cuerpo;
y habiendo comprendido que jamás lo había visto,
aunque lo llevaba a cuestas,
le he preguntado quién era;
y una voz, en el silencio, me ha dicho:
Yo soy el cuerpo que te habita, y estoy aquí, en
las oscuridades, y te duelo, y te vivo, y te muero.
Pero no soy tu cuerpo. Yo soy la noche.
La noche.
Tomado de:
https://poetasdelfindelmundo.wordpress.com/2020/06/22/poemas-de-jaime-saenz/
EN LO ALTO DE LA CIUDAD OSCURA
Una
noche en una calle bajo la lluvia en lo alto de la ciudad oscura
con el
ruido a lo lejos
es
seguro que suspirará
yo
suspiraré
tomados
de las manos por un gran tiempo en el interior de la arboleda
sus
ojos claros al pasar un cometa
su cara
llegada del mar sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz
su boca
en forma de manzana su cabello en forma de sueño
una
mirada nunca vista en cada pupila
sus
pestañas en forma de luz un torrente de fuego
todo
será mío dando volteretas de alegría
me
cortaré una mano por cada suspiro suyo me
sacaré
un ojo por cada sonrisa suya
me
moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces
hasta
morir en sus labios
con un
serrucho me cortaré las costillas para entregarle mi corazón
con una
aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa
los
viernes por la tarde
con el
aire de la noche cantando una canción me propongo vivir trescientos
años
en su
hermosa compañía.
TU CALAVERA
—A
Silvia Natalia Rivera
Estas
lluvias,
yo no
sé por qué me harán amar un sueño que tuve, hace muchos años,
con un
sueño que tuviste tú
—se me
aparecía tu calavera.
Y tenía
un alto encanto;
no me
miraba a mí —te miraba a ti.
Y se
acercaba a mi calavera, y yo te miraba a ti.
Y
cuando tú me mirabas a mí, se te aparecía mi calavera;
no te
miraba a ti.
Me
miraba a mí.
En la
alta noche,
alguien
miraba;
y yo
soñaba tu sueño
—bajo
una lluvia silenciosa,
tú te
ocultabas en tu calavera,
y yo me
ocultaba en ti.
(Al pasar un cometa, 1982)
I
Estoy
separado de mí por la distancia en que yo me encuentro;
el
muerto está separado de la muerte por una gran distancia.
Pienso
recorrer esta distancia descansando en algún lugar.
De espaldas
en la morada del deseo,
sin
moverme de mi sitio —frente a la puerta cerrada,
con una
luz de invierno a mi lado.
En los
rincones de mi cuarto, en los alrededores de la silla.
Con la
indecisa memoria que se desprende del vacío
—en la superficie del tumbado,
el
muerto deberá comunicarse con la muerte.
Contemplando los huesos sobre la tabla, contando las oscuridades con mis
dedos a partir de ti.
Mirando
que se estén las cosas, yo deseo.
Y me
encuentro recorriendo una gran distancia.
VI
Presiento un lóbrego día, un espacio cerrado, un suceder incomprensible,
una
noche interminable como la inmortalidad.
Lo que
presiento no tiene nada que ver conmigo, ni contigo; no es cosa
personal, no es cosa particular lo que presiento;
pero
tiene que ver con no sé qué
—tal
vez con el mundo, o con los reinos del mundo, o con los misteriosos
encantos del mundo;
se
puede mirar a través de las aguas una profunda fisura.
Se
puede percibir, por el olor de las cosas y por las formas que ellas asumen,
el cansancio de las cosas.
En lo
que crece, en lo que ha dejado de crecer, en lo que resuena, en lo que
permanece, en lo que no permanece, en el aire
silencioso, en las evoluciones del
insecto, en los árboles que murmuran,
se
puede adivinar el júbilo de un próximo acabamiento.
Las
oscuridades devoradoras, ansiosas de devorar —fenecido el término, ya
nada será.
Tal vez
una brizna, en lo alto de algún lugar, tal vez en lo profundo de algún
lugar,
flotando en las últimas aguas.
El
resuello, sin principio ni fin, una envoltura para la inmovilidad,
envolviendo el movimiento del circulo que se repite
—no sé
explicar, no sé decir en qué consiste el presentimiento que presiento.
X
En las
profundidades del mundo existen espacios muy grandes
—un
vacío presidido por el propio vacío,
que es
causa y origen del terror primordial, del pensamiento y del eco.
Existen
honduras inimaginables, concavidades ante cuya fascinación, ante
cuyo encantamiento,
seguramente uno se quedaría muerto.
Ruidos
que seguramente uno desearía escuchar, formas y visiones
que seguramente uno desearía mirar,
cosas que
seguramente uno desearía tocar, revelaciones que seguramente
uno desearía conocer,
quién sabe con qué secreto deseo, de llegar a saber quién sabe qué.
***
En el
ánima substancial, de la sincronía y de la duración del mundo,
que se
interna en el abismo en que comenzó la creación del mundo, y que
se hunde en la médula del mundo,
se hace
perceptible un olor, que podrás reconocer fácilmente, por no haber
conocido otro semejante;
el olor
de verdad, el solo olor, el olor del abismo —y tendrás que conocerlo.
Pues
tan sólo cuando hayas llegado a conocerlo te será posible comprender
cómo así era cierto que la sabiduría consiste en
la falta de aire.
En la
oscuridad profunda del mundo ha de darse la sabiduría; en los reinos
herméticos del ánima;
en las
vecindades del fuego y en el fuego mismo, en que el mismo fuego junto
con el aire es devorado por la oscuridad.
Y es
por lo que nadie tiene idea del abismo, y por lo que nadie ha conocido el
abismo ni ha sentido el olor del abismo,
por lo
que no se puede hablar de sabiduría entre los hombres, entre los vivos.
Mientras viva, el hombre no podrá comprender el mundo; el hombre ignora
que mientras no deje de vivir no será sabio.
Tiene
aprensión por todo cuanto linda con lo sabio; en cuanto no puede
comprender, ya desconfía
—no
comprende otra cosa que no sea el vivir.
Y yo
digo que uno debería procurar estar muerto.
Cueste
lo que cueste, antes que morir. Uno tendría que hacer todo lo posible
por estar muerto.
Las
aguas te lo dicen —el fuego, el aire y la luz, con claro lenguaje.
Estar
muerto.
El amor
te lo dice, el mundo y las cosas todas, estar muerto.
La
oscuridad nada dice. Es todo mutismo.
Hay que
pensar en los espacios cerrados. En las bóvedas que se abren debajo
de los mares.
En las
cavernas, en las grutas —hay que pensar en las fisuras, en los antros
interminables,
en las
tinieblas.
Si
piensas en ti, en alma y cuerpo, serás el mundo —en su interioridad y en
sus formas visibles.
Acostúmbrate a pensar en una sola cosa; todo es oscuro.
Lo
verdadero, lo real, lo existente; el ser y la esencia, es uno y oscuro.
Así la
oscuridad es la ley del mundo; el fuego alienta la oscuridad y se apaga
—es devorado por ésta.
Yo
digo: es necesario pensar en el mundo —el interior del mundo me da en
qué pensar. Soy oscuro.
No me
interesa pensar en el mundo más allá de él; la luz es perturbadora, al
igual que el vivir —tiene carácter transitorio.
Qué
tendrá que ver el vivir con la vida; una cosa es el vivir, y la vida es otra
cosa.
Vida y
muerte son una y misma cosa.
(Recorrer esta distancia, 1973)
2
Del
derrumbe en que se derrumba toda cosa,
confluye toda cosa en lo diverso y en lo solo,
con
sordos estruendos,
con
aires inmutables,
con
signos que se transfiguran al conjuro del ánima,
al
soplo del ánima,
al
rugido del ánima,
que en
lo oscuro a liberado el Extraño,
que ha
conspirado con el Extraño para penetrar en la obra de la obra,
que en
lo oscuro se inclina sobre la obra y hace y deshace la obra,
para
desentrañar la revelación del júbilo personificado.
5
Y de
tal manera, quiso jugar una broma pesada,
con el
hacer una música, con el morir una música, con el ser una música,
incendió la transparencia del sucedido y creó una creación,
iluminando la naturaleza del mundo y del hombre, iluminando formas
invisibles y recónditas,
en lo
oscuro
—siempre en ásperas y vacías y resonantes estancias de lo oscuro.
En
cuales precipicios,
en
cuales parajes,
en cuales
orillas, de malestar y espanto,
con
resplandores cada vez más distantes:
él
sabía.
(Bruckner, 1978)
6
La
fuente de sabiduría, de fuerza y de experiencia, lo constituyen los muertos;
la
puerta siempre abierta,
el
camino de los que transitan con rumbo cierto, en el vivir real y radical,
lo
constituyen los muertos.
Pues
nada tan oscuro como la oscuridad de los muertos.
Nada
tan verdadero, nada tan verdaderamente humano como la carne de los
muertos.
Ningún
olor tan oscuro como el olor de los muertos; ninguna contemplación
como la contemplación de los muertos.
Ningún
silencio como el silencio de los muertos; ningún otro silencio se deja
escuchar en silencio.
Nada
como la inmovilidad; nada como la fuerza expresiva que mana de los
muertos.
Por eso
los hombres amantes de las tinieblas,
escudriñando el estar de los muertos encuentran el camino cierto.
En el
olor y la forma, en el peso, en la densidad.
En el
tacto y el oído —el objeto no se mira.
Lo que
se mira es el mirar que se está mirando; y tal el mirar de los muertos,
que consiste en el no mirar.
Es
oscuro.
Y por
eso mismo, ni se mira, ni se toca, ni se huele, ni se escucha
—en lo
oscuro,
todo
ocurre a la vez y de un solo golpe.
(Las tinieblas, 1978)
IV. LA NOCHE
1
Extrañamente, la noche en la ciudad, la noche doméstica, la noche
oscura:
la
noche que se cierne sobre el mundo; la noche que se duerme, y que sueña,
y que se muere; la noche que se mira,
no
tiene nada que ver con la noche.
Pues la
noche sólo se da en la realidad verdadera, y no todos la perciben.
Es un
relámpago providencial que te sacude, y que, en el instante preciso, te
señala un espacio en el mundo:
un
espacio, uno solo;
para
habitar, para estar, para morir —y tal el espacio de tu cuerpo.
2
Pues
existe un mandato, que tú deberás cumplir.
en
homenaje a la realidad de la noche, que es la tuya propia;
aun a
costa de renunciamientos imposibles, y de interminables tormentos,
deberás
decir adiós, y recogerte al espacio de tu cuerpo.
Y
deberás hacerlo, sin importar el escarnio y la condena de un mundo amable
y sensato.
Es de
advertir que miles y miles de mortales se recogen tranquilamente al
espacio de sus respectivos cuerpos,
día
tras día y quieras que no, al toque de rutilantes trompetas, y en medio de
lágrimas y lamentos;
pues en
realidad, recogerse al espacio del cuerpo, es morir.
Pero
aquí no se trata de morir.
Aquí se
trata de cumplir el mandato; y por idéntica razón, habrá que vivir.
Y tan
es así, que no se podrá cumplir el mandato, sino a condición de
recogerse al espacio del cuerpo, con el deliberado
propósito de vivir.
Lo
cierto es que aquel que comete tan alta aventura, no hace otra cosa que
ocultarse de la muerte.
para
vislumbrar así la manera de ser de la muerte,
3
El
espacio que tu cuerpo ocupa en el mundo, es igual al espacio del cuerpo en
el que uno se ha recogido;
y si
esto es así, nadie tiene por qué molestarse, ni importunarte;
en el
espacio de tu cuerpo, del que tú eres el soberano absoluto.
puedes
pararte de cabeza y hacer y deshacer, y transitar tranquilamente,
libre
ya de un mundo de pesadilla, poblado de espectros y de esqueletos que
pululaban y te quitaban la vida.
En todo
caso, tu morada, tu ciudad, tu noche y tu mundo, se reducen a tu
cuerpo;
y quien
lo habita no eres tú, sino el cuerpo de tu cuerpo.
Pues el
cuerpo que te habita, en realidad, eres tú;
sólo
que tu cuerpo deja de ser tú;
y pasa
a ser él.
Imagínate, el cuerpo que eres tú, habitando el cuerpo que es él.
y que
no por eso deja de ser tú.
De ahí
el habitante, o sea, el cuerpo de tu cuerpo; y de ahí, asimismo, el
habitado, o sea, tu cuerpo.
¿Y qué
decir de la honda soledad, habitando el espacio de tu cuerpo?
Hay un
echar de menos la soledad, cuando hay alguien a tu lado;
pero,
cuando no hay un alma, es la propia soledad quien te echa de menos
—y es
como si tú no estuvieras, o como si te hubieras ido, en busca de
alguien a quien echar de menos.
La
soledad en el espacio de tu cuerpo, ha de ser, pues, una soledad muy larga,
muy alta, y muy álgida.
—como
esa soledad que uno imaginaba de niño,
con un
retrato desaparecido y una rueda inmóvil, en el cuarto oscuro.
4
¿Qué es
la noche? —uno se pregunta hoy y siempre.
La
noche, una revelación no revelada.
Acaso
un muerto poderoso y tenaz,
quizá
un cuerpo perdido en la propia noche.
En realidad,
una hondura, un espacio inimaginable.
Una
entidad tenebrosa y sutil, tal vez parecida al cuerpo que te habita,
y que
sin duda oculta muchas claves de la noche.
Tomado de:
https://www.auroraboreal.net/actualidad/domingos-de-poesia/3011-jaime-saenz-domingos-de-poesia
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