Escribo un poema cada día...
Escribo un poema cada día,
aunque no estoy seguro si estos textos
pueden ser llamados poemas.
No es difícil, especialmente ahora,
cuando es primavera en Tartu, y todo cambia su forma:
los parques, césped, ramas, capullos, y nubes
por sobre el pueblo, también el cielo y las estrellas.
Si sólo tuviera ojos suficientes, orejas y tiempo
para esta belleza que nos arrastra como un remolino
cubriendo todo con un poético vuelo de esperanzas
donde una sola cosa está asombrosamente resaltando:
el hombre imbécil esperando el colectivo
sacándose las botas de sus pies lisiados,
el bastón y gorro de lana a su lado:
el mismo gorro que tenía puesto
cuando lo viste ese día
en la misma parada a las tres de la mañana
el taxi pasó a su lado y el conductor
dijo: “el idiota se ha tomado unos tragos, otra vez “
Las ramas lilas se mecen con el viento, y las sombras...
Las ramas lilas se mecen con el viento, y las sombras
entran a hurtadillas por la puerta abierta del balcón,
meciéndose también. Hoy lavé las ventanas
y estuve triste por un largo tiempo: repentinamente todo
estaba tan cercano, tan claro, tan aquí y ahora,
que mi propio estar distante se vuelve más evidente,
más desolador. ¿Es real que sólo en un bosque
en el otoño tardío he encontrado amigos- carboneros y
abetos?
¿Me he encontrado allí? ¿De dónde viene esta tristeza?
El sol prosigue. El viento se apacigua.
Las sombras de las ramas lilas están aún balanceándose
sobre la biblioteca
antes de esfumarse.
Tomado de:
https://campodemaniobras.blogspot.com/2012/09/jaan-kaplinski-dos-poemas.html
Temo a los que le temen al vacío
Temo a Pascal, pero no a la teoría de la probabilidad
No le temo a las antigüedades romanas porque
nacieron en el espacio euclidiano al igual que nosotros
y mueren allá arriba en el espacio de Piranesi
como bajo una enorme campana medieval
donde hay suficiente espacio, pero no hay nadie no hay
gente no hay Dios
solo decrépitos aparatos de tortura dormitando
en la tenue luz de un tiempo que ha sobrevivido a sí mismo
y al entrar en este lugar te encuentras una vez más con los
días grises y sin fin
de tu infancia en la silenciosa ciudad bombardeada
****
Las cosas no recordaban sus nombres y yo he comenzado a
olvidarlos
la memoria es como un bolsillo agujerado que no puede
guardar el cambio
las palabras o las ideas y algunos en la Edad Media ya
sabían esto
y algunos lo saben todavía en nuestra era de oscuridad
total
mientras almacenan lo que otros antes que ellos han cargado
y liberado en la oscuridad de entre sus avergonzadas manos
como un pájaro o un lagarto o simplemente una migaja
algo entre algo y nada entre nosotros y nuestro olvido
algo sin principio sin fin y sin significado
****
La plegaria es sólo lo que queda
cuando todo está dicho y no hay nada más que decir
Dios es lo que queda cuando todo en lo que uno puede creer
llega a su fin y no hay nada en qué creer
con heno todavía en el desván y pan sobre la mesa
bajo un paño de lino blanco
He escrito sobre todo esto antes
al igual que otros antes que yo antes que todos nosotros,
pero se acerca el día en que no habrá diferencia
entre mi decirlo todo en sólo un par de palabras
y nada en todas ellas
****
De nuevo alguien en algún lugar está hablando
sobre la generación de los sesenta,
los setenta o los ochenta.
Pero a mí no me gusta el sadismo ni el masoquismo;
no considero al viejo más sabio que el joven
o el joven más sabio que el viejo;
mi antepasado también fue Utnapishtim
que vive en la isla de Dilmun, con su fuente de la
juventud;
mis hijos se mean en los pantalones y juegan en el arenero;
mi hermano es el viento del noroeste en las ramas del
sauce;
mi hermana es la luz del sol bordeando una nube blanca;
yo mismo soy una ciega rana de piedra en una habitación
vacía,
con una cicatriz en mi rodilla de aquella época
en que caí de mi bicicleta en una carretera cerca de
Kärevere,
cuando las tierras bajas aún estaban inundadas y en los
bosques de Tiksoja
florecían violetas y en las orillas de las acequias y en
los matorrales
todavía había restos de nieve.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2021/08/poesia-de-estonia-jaan-kaplinski/
Casi humano
No me canso de mirar los árboles desnudos. Álamos,
abedules, tilos —todos los que veo
desde mi ventana—. No puedo comprender qué los hace
extraños y a un tiempo mortalmente hermosos. Debería
hacer algo con ellos, me gustaría dibujarlos,
describirlos, pero no tengo habilidad para hacerlo.
Ni siquiera puedo describir lo que siento
sentado aquí frente a la ventana mirando las ramas
oscilantes
en la oscuridad que crece, algunas cornejas solitarias
en el viejo fresno, el abedul que se levanta entre la pila
de los leños.
Simplemente escribo sobre ellos, intento nombrarlos:
Populus, Tilia, Betula, Ulmus, Fraxinus,
como otros nombran a sus santos o leen mantras.
Y siento cierto alivio. Quizá veo, incluso,
que estos vástagos y ramas,
este borrascoso diseño cotidiano bosquejado en negro y gris
encierra algo todavía. Como la palma de la mano.
Carácter. Destino. Futuro. Carácter del álamo.
Destino del tilo. Personalidad del abedul. Es difícil
decirlo con palabras. Probablemente no lo sea menos
sin palabras. Los mundos
de los árboles y de los hombres son muy dispares.
Sin embargo,
hay algo casi humano, casi inteligible
en esta red de ramas. Casi una escritura, un
lenguaje que yo ignoro aunque sé
que el texto escrito en él me resulta familiar,
no puede ser muy distinto de lo que leemos
en un libro, en una palma o en un rostro.
Tomado de:
http://zumo-de-poesia.blogspot.com/2018/06/casi-humano-por-jaan-kaplinski.html
****
El viento no sopla. El viento es el soplo.
¿Acaso hay viento que no sople, sol que no brille
río que no corra, tiempo que no fluya?
El tiempo es fluir. Aunque ignoremos
qué es lo que fluye. ¿O habrá quizá
un tiempo aguardando, detenido como un lago
que un dique retiene? ¿Existe un fuego que
no abrase, que ni siquiera humee?
¿Un fuego frío? ¿Un relámpago que aún no haya irrumpido?
Un pensamiento todavía no pensado. Una vida
aún no vivida y que tal vez perdure para siempre
un espacio vacío, un agujero negro en una seca escoba de
hechicera
una ola petrificada antes de alcanzar la playa y que ahora
mira mis ojos desde la mesa
y que en el sueño golpea mi corazón.
****
No me canso de mirar los árboles desnudos. Álamos
abedules, tilos ⎼todos
aquellos que veo
desde mi ventana. No puedo comprender qué los hace
extraños y a un tiempo mortalmente hermosos. Debería
hacer algo con ellos, me gustaría dibujarlos
describirlos, pero no tengo la capacidad para hacerlo.
Ni siquiera puedo describir lo que siento
sentado aquí frente a la ventana mirando las ramas
oscilantes
en la oscuridad que crece, algunas cornejas solitarias
en el viejo fresno, el abedul que se levanta entre la pila
de leños.
Escribo sobre ellos simplemente, intento nombrarlos:
Populus, Tilia, Betula, Ulmus, Fraxinus
como otros nombran a sus santos o leen mantras.
Y siento cierto alivio. Quizá veo incluso
que estos vástagos y ramas
este borrascoso diseño cotidiano bosquejado en negro y gris
encierra algo todavía. Como la palma de la mano.
Carácter. Destino. Futuro. Carácter del álamo.
Destino del tilo. Personalidad del abedul. Es difícil
decirlo en palabras. Los mundos
de los árboles y de los hombres son muy dispares. Sin
embargo
hay algo casi humano, casi inteligible
en esta red de ramas. Casi una escritura, un
lenguaje que yo ignoro, aunque sé
que el texto escrito en él me resulta familiar
no puede ser muy distinto de lo que leemos
en un libro, en una palma o en un rostro.
Tomados de Poesía y poética, No.16
Traducción de Jaan Kaplinski
Universidad Iberoamericana, 1994
Tomado de:
http://enriquecarlos.blogspot.com/2018/08/dos-poemas-de-jaan-kaplinski.html
PALABRAS
líneas
estrofas
levantan el vuelo
y sus alas abigarradas suenan al batir
llega la primavera es
un pellizco de signos de puntuación
queda
en el folio blanco
,.;:¿?¡!
UNA
VEZ RECIBÍ una postal de las islas Fiji
que mostraba la zafra. Entonces me di cuenta
de que lo exótico no existe. No hay diferencia
ninguna entre recoger patatas en la huerta
de Mutiku y la zafra en Viti Levu.
Todo es como es, vulgar y corriente o,
para ser más preciso, ni corriente ni extraño.
Los países lejanos y los pueblos ajenos
son apenas un sueño que se sueña con los ojos
abiertos, del que algunos no despiertan jamás.
Lo mismo es la poesía: para el ajeno
tiene algo especial, místico, festivo.
¡Oh, no!, la poesía (y el poeta) apenas
se distinguen de la zafra o de la tierra donde
crecen las patatas. La poesía es como el serrín
que produce la sierra, o las virutas blandas
y pajizas que surgen del cepillo carpintero.
La poesía es como lavarse las manos
al acostarse o como el pañuelo limpio
que mi difunta tía nunca se olvidaba
de meterme en el bolsillo cuando iba a salir.
LOS
NIÑOS no están en casa, por un momento
se ausentan su miedo y sus celos inexplicables,
esa lucha incesante por reclamar la atención
de su madre. Los niños no están en casa,
vuelven a oírse otras voces, que llegan
lentas: chirridos, susurros, crujidos.
El silencio va cambiando de tono, se hace
más profundo y más sordo. Los pensamientos
abatidos sacan la cabeza de debajo del ala,
se desperezan y miran a su alrededor, como
pensando (escribe ¡qué pensamientos piensan!)
si vale la pena alzar el vuelo, emprender un
viaje e ir en pos de algo sublime y majestuoso
o bien aprovechar este silencio del tiempo
y del espacio domésticos, zambullirse en él,
dejarse llevar por el flujo de este día
invernal y nuboso y así redescubrir la ventana,
las paredes, el techo, las sombras y la luz, el
propio cuerpo y la voz de uno mismo y la mujer
y los niños ausentes en algún lugar, en la misma
ciudad, en esa misma luz de un día de invierno.
Lo inexpresable y lo que permite expresarlo
todo, equiparados a lo inexpresable, como una
concepción sustancialmente incomunicativa del
lenguaje, han convertido la última poesía de
J. Kaplinski en una fuente de ‘incomprensiones’
y al autor mismo en un cantor desértico en el
que la diferencia entre el reconocimiento y la
comprensión ha llegado a un límite crítico.
Linnar
Priimägi
EN EL
LÍMITE de la diferencia entre el reconocimiento
y la comprensión, ora a un lado, ora a otro,
se mece J. K., como una rama seca de celidonia.
Cuando escribe, lo hace desde el otro lado
de la comprensión.
Cuando cocina unas gachas,
lava la ropa o se lava la cabeza
lo hace desde este lado. Al acercarse al límite
las medidas, las distancias y los valores cambian.
Las cosas se confunden, el jabón no hace espuma,
el agua hierve a temperatura ambiente,
los helados no se derriten, la comadreja es blanca
también en verano y el arte parece tan artificial
que J.K., cuando escribe, se quiere desprender del arte,
quiere desprenderse de sí mismo –las hojas, los niños,
los libros–, todo se vuelve menos suyo; lo lejano
resulta cada vez más claro y diáfano, y lo próximo,
en cambio, se vuelve más borroso, las letras son
apenas legibles, lo más cercano se difumina
y si estiras el dedo y tanteas
el lugar del espacio donde debería estar
tu cuerpo o tu alma, no encuentras nada de ellos.
Es obvio que la poesía ha alcanzado su meta.
Kaplinski, Jaan. Nada más que Algo más (trad. Jüri Talvet y
Albert Lázaro Tinaut). Zaragoza; Casa del traductor, 1999.
Tomado de:
https://hectorcastilla.wordpress.com/2013/10/23/jaan-kaplinski/
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