La luz del G i n k g o
I
Un pájaro carpintero abre un hueco en un poste
del tendido.
Mientras cortas los tallos de los tulipanes que
pondrás en un jarrón,
Yo toco con el arco la cuerda la, para comenzar
la «Canción del viento».
Disfrutamos un plato de granos con cilantro y
arroz, un pinot noir;
Entre tanto la luz se inclina a través de la
ventana en la cocina,
La primavera es la llama de las velas
Frente a la punta de nuestros dedos. En el río el
hielo cruje
descongelándose: alguien palea nieve en la
entrada de su casa,
Se cae, y, en el hospital, se infecta con
estafilococos;
Entre los restos de un avión caído, una mujer
Identifica el anillo de su esposo en un cadáver
carbonizado;
Un escritor de viaje cuya esposa está en
Un asilo contempla un eclipse lunar, la luna
anaranjada
Con una millonésima parte de su brillo natural.
Una semilla de loto de 1300 años germina; las
hojas
De un gingko retoñan con su forma de abanico;
cada hora abunda.
II
Una niña de siete años corta lilas magenta para
su madre;
«Electrocutado tras grafitear una subestación»;
Gotas de lluvia en el tragaluz;
Mantarrayas que se alimentan en una ensenada
iluminada bajo el agua;
Al seducir a un paciente,
No previó terminar hundido en un abismo;
Sobre Siberia, explota un meteorito;
«¡Soy más feliz aquí, ahora!»
Un jilguero con una rama para su nido en el pico;
El amor no tiene cerca ni lejos.
III
Cerca del atolón Bikini, la bomba atómica mutó de
hongo
En una bola de fuego que tiñó de obsidiana el
azul del cielo,
Explayó al viento, en negro iridiscente, las
hojas de las palmeras;
Ese momento de la bola de fuego siempre acecha
Tras los ojos del piloto retirado, incluso cuando
cuenta un chiste,
Se sirve vodka, muestra sus lentes, medallas,
La chaqueta de cuero que cuelga de un clavo. Una
mujer
Tararea mientras trabaja el mimbre con una
cuchilla x-acto,
Una lupa para restaurar una cesta jicarilla
apache
Empieza a revelar una línea en zigzag
Ella no tiene brillo, no se sabe si dentro
De una década se disparará una bala en la boca.
IV
A través de un portal de la luna, brotan lotos en
un estanque;
«¡Eres eso!»
Él hizo énfasis en una investigación racional
Luego condujo hacia el sur, dentro el bosque, y
se puso una pistola en la cabeza;
Esfumarse entre las sombras;
Árboles de membrillo y durazno sueltan sus hojas
por debajo de la zanja;
Sucesión y simultaneidad;
La forma de las ramas en sus hojas.
Pizzicatti:
«up the riv-er we will go.»
V
Seis de agosto de 1945: un templo en Hiroshima a
1130 metros
Del hipocentro se desintegra, mientras que su
gingko
Renace después de la explosión. Cuando el templo
fue reconstruido,
Hicieron la salida, la escalera de entrada a
izquierda y derecha
Se levanta su alrededor. A veces uno mira la
aniquilación
Antes de irrumpir en la dicha. Una madre con
Alzheimer
Reconoce a su hijo, pero no sabe dónde está ni
cuándo.
Él la visita. Durante la Revolución Cultural,
Xu-mo en trance lavó y contó un millón de platos
En un camión cisterna. Un punto de rocío
Es cuando el guía trota junto a los perros de su
trineo,
Ahorrándoles llevar su peso sobre el hielo hasta
el final.
VI
Unas rebanadas de pan sobre una rejilla; un
automóvil salpica
A un vendedor de periódicos en una isla de la
calle.
En el camino de los días, divisamos la luz
zodiacal
Por encima del horizonte. Los astronautas han
esparcido
Huellas y estreptococos en la luna.
El azar despierta a la mente preparada:
Un gavilán posado en la rama de un álamo
Precipita nuestras sinapsis. En el huerto,
El sonido de las flores del albaricoque que se
abren;
Las larvas de los zancudos se contraen en el agua
De la terraza en forma de v que escurre hacia el
estanque.
No creemos caminar con torpeza en torno a un
lujoso
Incensario en un camino de muchos años.
Tal y como relucen los cocuyos, anhelamos hacer
brillar la oscuridad
Con serpentinas. Una camioneta de repente se
desvía
Y luego se aleja, lanzando luz sobre nuestras
caras.
VII
Mientras la luz cruza nuestras caras, somos
Ciegos, por un momento, y, sin dirección,
Podemos ir hacia todos lados. Las lobelias
Florecen en una maceta del patio; un vecino
Nos entrega tres lechugas por encima de la cerca.
Un grillo canta afuera de la ventana;
Y mientras nos escuchamos exhalando, inhalando,
Lo efímero se vuelve más duradero que lo concreto.
Los gingkos brotan. Una hendidura quebrada
Se extiende a lo largo del parabrisas:
descubrimos que
Hacer retroceder a la oscuridad es alimentarla,
Sufrir en el tiempo es –irrigación dicotómica–
La eflorescencia del tiempo. Una mañana fresca
Golpeamos las capas de la superposición
De las hojas esparcidas por el viento sobre la
acera,
Tocar la cicatriz en la muñeca, la sutura en el
abdomen.
Tomado de:
https://poesia.uc.edu.ve/la-luz-del-gingko/
Canción del liquen
–Nieve en el
aire has visto la costra en la madera del techo y no has considerado cómo gané humedad cada
que salías de la
regadera no te importa que yo respire mientras tú también lo hagas por años te has
lavado la cara te has visto en el espejo te has rasurado cepillado el pelo te
has apurado a salir mientras yo que puedo crecer una pulgada en mil años atrapaba
el cosquilleo de la luz solar no entiendes cómo puedo zambullirme en la temperatura
del gas licuado y calentarme luego sorber agua empezar a crecer nuevamente sin
una cicatriz puedo flotar entumecido en el espacio ser golpeado por rayos cósmicos volver
entonces a la Tierra y salir del sueño entrando en calor hasta respirar de nuevo
sin un rasguño vienes y vas mientras yo quedo prendido al pino y la dulzura de
existir corre en ti corre en mí
te astillas con solo irte irte irte si desacelerases podrías descubrir
que los mosquitos baten sus alas seiscientas veces por segundo y que antes de
aparearse sincronizan su aleteo podrías sentirlos titilando por el deseo te
estoy lanzando palabras y si absorbieras mi canción en lugar de secarla aprenderías que no estás solo en el
dolor ni en la pena puedes propiciar el atrevimiento y la emoción dichosa si y
cuando te detienes a mirar una roca un poste en la cerca pero toses solamente
al mirar sí al mirarme ahora porque estás a un parpadeo de marcharte–
Transfiguraciones
Aunque ni tú ni yo vimos florecer árboles de
pistache
en los Jardines Colgantes de Babilonia, aunque
ni tú ni yo vimos el río Tigris manchado de
tinta,
aunque nunca hemos oído rajarse la coraza del pistache,
tomamos turnos sosteniendo un panda que mascaba
las hojas de un bambú, y ahora conozco esos crujidos.
He despertado junto a ti e inhalado la luz de
agosto
en tu cabello. He escuchado plegarse y
desplegarse
tu respirar –delfines jorobándose sobre la
planicie
entre una ola espumeante y la otra–; aquí, años
después de tamizar la milenrama y leer el
Libro
de las mutaciones, marco la disolución de tonos
al poniente
cuando el cielo se abrillanta sobre el llanto de
los sauces.
El panda se retuerce al embutir tallos en su
boca.
Avanzamos hacia un claro con chantarelas en
ciernes
y, aunque este espacio se contrae y se oscurece
en el tránsito de un día,
aquí
es el ancla que libero
hacia las profundidades verde azuladas. Miro
hondamente los parches oscuros de la mirada del
panda:
¿cómo un carnívoro evolucionó en un comedor de
bambú?
Hay tantas transfiguraciones que nunca
desentrañaré.
El arco de nuestras vidas se abrillanta y luego
palidece,
se abrillanta y luego palidece –una mujer atrapa
libélulas
en un huerto con el silbo de su red–. Tomo un
pistache
sonriente del tazón y termino de rajarlo: un
toque
de Asiria se derrama por el abanico aluvial de la
luz
del sol. Leo la primavera del otoño en el pliego
de tu respirar; aunque ni tú ni yo hayamos visto
la Gran Muralla en todo su esplendor, despierto
al irrepetible contorno de este respirar.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2024/02/poesia-norteamericana-arthur-sze/
Las hojas de un sueño son las capas de una cebolla
Una tortuga de las Galápagos no tiene nada que
ver
con el mundo de los neutrinos.
La ecología de las Islas Galápagos
nada tiene que ver con unas tijeras.
El cactus de la ventana nada tiene que ver
con la invención de la rueda.
Y la invención del telescopio
nada que ver con un jaguar rojo.
No. la invención de las tijeras
tiene mucho que ver con la del telescopio.
Un mapamundi tiene mucho que ver
con el cactus de la ventana.
El mundo del quark tiene mucho que ver
con un jaguar vagando en la noche.
El hombre que se autoimmola y lanza
un cóctel molotov contra un tanque tiene mucho
que ver con un girasol inclinándose hacia la luz.
Las formas de las hojas
Ginko, chopo, roble palustre, liquidámbar,
tulipero:
nuestras emociones parecen hojas y atentos
a sus formas nos alimentamos.
¿Has sentido la extensión y el contorno de la
aflicción
a lo largo de los bordes de un gran arce de
Noruega?
Te has sobresaltado ante el fulgor naranja
abrasando las curvas de un crespo cerezo
silvestre?
Yo he visto desde el aire islas de árboles
talados
cada una con una red de bifurcantes carreteras de
gravilla,
y sentido un momento de pura cólera álamo-dorada.
He visto grullas canadienses moviéndose en un
campo abierto,
una sola grulla blanca en la bandada.
Y he viajado a lo largo del contorno
de hojas que no tienen nombre. Aquí
donde el aire es húmedo y la luz es fresca,
Yo percibo lo que otros están pensando y no
dicen,
Yo conozco el placer en las venas del arce del azúcar,
estoy viviendo en el borde de una hoja nueva.
Tomado de:
https://establopegaso.wordpress.com/2015/02/11/arthur-sze-poemas/
RECORDANDO LA RESERVACIÓN
MUCKLESHOOT DESDE LA CALLE GALISTEO, SANTA FE
La proa de una canoa Muckleshhot, bendita
con plumas de águila y un ramito de ciprés de
Nutka,
es echada en la bahía. Una niña mira la forma
como su madre frita lonjas de venado en un
sartén—
las gotas de sangre chisporrotean, se evaporan.
Como
es un vecino el que las alimenta, comen sin decir
palabra;
el silencio se rompe cuando de vez en cuando la
niña
se atora, se mete un dedo en la boca y saca un
pelo.
el padre se ha marchado furioso, peleando con su
jefe,
que después del trabajo se iba al campo de tiro;
se ha marchado el contador que hizo un desfalco,
y alardadeaba de su camioneta, y de un flux
ganador en el casino. Donas latas de sopa de
pollo
y ropa vieja pero nunca te enteras de que
llegaron
al distrito sur de la ciudad. Tus pequeños actos
son huellas de zarapito en la arena húmeda.
Periódicos, envases de plástico, botellas de
cerveza
llenan los cubos de basura de la empinada calle
de sentido único.
UNA PLAZA GRANDE NO TIENE ESQUINAS
“Corten”.
Una actriz que se hace la muerta durante cien
segundos jadea.
Un hombre acelera
y a toda velocidad recorre la calle de arriba
abajo en un Mustang rojo.
“Corten”.
Un alfarero abre un horno en la ladera de una
colina;
saca una copa fundida
y, al meterla en
agua helada
sisea, se vuelve negra, se resquebraja.
Desesperada, una perla es una esfera.
“Corten”.
En Bombay, una fila de limpiadores de orejas
están de pie en la calle.
En una meseta
las ventanas sur de una casa se rompen;
mineros subterráneos de uranio
están haciendo explotar cargas.
“Corten”.
Un lazo que empieza a desenredarse en la mente
es, como cornamentas rojas,
el eje de un sueño.
“Corten”.
¿Cuál es el secreto para detener el tiempo?
Un calígrafo tuerto
escribe con un trapeador: “Una plaza grande no
tiene esquinas”.
SIZIGIA
Noto los faros de autos desde la ventana de la
sala
y luego alcanzo a oír el bajo de una camioneta al
pasar.
Me escandaliza la noticia de que unos médicos
recogieron la orina de monjas con menopausia para
extraer
gonadotropinas. ¿Y es esos lo que se saca,
en dosis infinitesimales de un frasquito?
Recuerdo un filamento de acero en un dedo
y lo difícil que era detectarlo, extraerlo
bajo una lupa; sin embargo —mantillo azul,
manzana cayendo de una rama— es difícil verlo
de cerca cuando, en la periferia, lo inesperado
fácilmente atrae tu mirada. El jueves pasado en
la noche
miramos la luna llena con los binoculares,
vimos cómo se oscurecía y oscurecía hasta que,
eclipsada,
brillaba rojo ferroso. Relumbrábamos bajo el
fulgor de la chimenea;
las puntas de mis dedos brillaron cuando te
frotaba la espalda,
y mordía suavemente tu oreja. La mente es un
diapasón
que golpeamos, y, al ser golpeada, en la zizigia
de un momento, encontramos que las pasiones
sesgadas,
enmarañadas, de un día empiezan a arreglarse,
alinearse, hum.
LA POSADA “EL CIELO DEL CERDO”
Cae la luz del sol sobre los chiles rojos en la cesta ladeada—
pasamos junto a una pila de hojas de morera
ardiendo,
hasta una aldea Xidi, entramos a un patio,
notamos
un mortero de tinta, grabado con caligrafía,
lleno
de agua y pétalos de casia, olemos paneles Ming
de secoya. Mientras un músico lleva a la boca
un xun pequeño y sopla, veo kiwis
colgados de ramas sobre una la luna de un portal:
una abuela, antes la concubina más joven,
recostada en una silla con vendas
en las rodillas, se queja de un dolor constante;
alguien escupe en la calle. Al tañer las cuerdas
de una zítara otro músico, las grapefruits
se ennegrecen en las ramas; una mujer descascara
unas castañas; dos hombres en un bote de fondo
plano
recogen lentejas de agua en el río. Las notas
salpican,
plateadas, los adoquines, y los dedos
de pronto me duelen: durante la Revolución
Cultural
mi tío político se lanzó por una ventana
del tercer piso; al amanecer malinterpreté el
llamado
de los pájaros a la lluvia. Cuando los músicos
hacen una pausa,
los pinos de la Montaña Amarilla se mecen cerca
de la Cumbre brillante; un cerdo forcejea dentro
un cercado;
alguien se suena la nariz. Las huellas del pasado
son girones de humo de morera que se eleva
sobre las tejas; y antes de desaparecer también
nosotros,
caminamos hasta donde las tres trochas convergen:
cientos
de personas se han detenido frente a nosotros,
cientos
vienen a nuestra espalda; formamos un río de
gente
encauzado que desciende a través de una sima en
el granito.
EL RÍO INNOMINABLE
1
¿Está en la cara de antracita de un minero del
carbón,
cristalizado en las venas y pulmones de un minero
del acero, pulverizado en las manos sucias de un
maquinista?
Está en un niño que nombra una estrella, en cocos
que la marea
arrastra hasta la playa, inactivo en un volcán a
lo largo del Río Grande?
Uno puede recorrer las cuatro mil millas del Nilo
hasta la fuente y nunca encontrarlo.
Uno puede trepar los cinco picos más altos de los
Himalayas
y nunca reconocerlo.
Uno puede observar por el telescopio más grande
y nunca verlo.
Pero está en los capilares de tus pulmones.
Está en el espacio al tajar un limón.
Está en el cadáver ardiendo en el Ganges,
en la lluvia salpicando las hojas de plátano.
Tal vez tienes que saber que estás a punto de
morir
para ansiarlo. Tal vez tengas que internarte solo
en la selva, armado con una lanza, para verlo
de verdad. Talvez tienes que tener
pulmonía para sentir su presión.
Pero también está en las manos de tijera de un
reloj.
Están en el movimiento de precesión de una tapa
cuando un torque hace que el eje de rotación
describa un cono:
y el cono girando sobre un punto reúne
pasado, presente, futuro.
2
Según una teoría cruda de la percepción, se
supone
que la manzana que uno ve es una copia de la
manzana real,
¿pero quién puede salir de su cuerpo para
compararlas?
¿Quién puede salir de su vida para sentir
la Vía Láctea fluir de sus manos?
La manzana que no ha sido recogida muere en la
rama;
esto es todo lo que sabemos sobre ella.
Se vuelve negra y dura, un cadáver en el Ganges.
Procede entonces y traza el mapa de tres mil
millas del Yangtse;
recorre cada pulgada, siente su oleaje y
flujo al sentir el oleaje y el flujo en tu propio
cuerpo.
Y el cono giratorio de un trompo en precesión
es una forma de existencia que recoge y hace
girar muerte y vida
juntas.
Es la duración de las palabras, pero más allá de
las palabras—
El río el río el río, río río.
Es posible que el minero del carbón no sepa que
lo tiene.
Es posible que el trabajador siderúrgico no sepa
que lo tiene.
Es posible que el maquinista no sepa que lo
tiene.
Pero está ahí. Está en el olor
de una flor de aguacate, y en la verdadera pasión
de un beso.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/84_85/sze.html
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