Versos sencillos I
Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.
Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez -en la reja,
A la entrada de la viña, -
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcaide llorando.
Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro, es
Que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.
Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.
(de Versos sencillos 1891)
Mujeres
I
Ésta es rubia; ésta, oscura; aquélla, extraña
Mujer de ojos de mar y cejas negras:
Y una cual palma egipcia alta y solemne
Y otra como un canario gorjeadora.
Pasan, y muerden: los cabellos luengos
Echan, como una red: como un juguete
La lánguida beldad ponen al labio
Casto y febril del amador que a un templo
Con menos devoción que al cuerpo llega
De la mujer amada: ella, sin velos
Yace, y a su merced: él, casto y mudo
En la inflamada sombra alza dichoso
Como un manto imperial de luz de aurora.
Cual un pájaro loco en tanto ausente
En frágil rama y en menudas flores,
De la mujer el alma travesea:
Noble furor enciende al sacerdote
Y a la insensata, contra el ara augusta
Como una copa de cristal rompiera:
Pájaros, sólo pájaros: el alma
Su ardiente amor reserva al Universo.
II
Vino hirviente es amor: del vaso afuera,
Echa, brillando al sol, la alegre espuma:
Y en sus claras burbujas, desmayados
Cuerpos, rizosos niños, cenadores
Fragantes y amistosas alamedas
Y juguetones ciervos se retratan:
De joyas, de esmeraldas, de rubíes,
De ónices, y turquesas y del duro
diamante, al fuego eterno derretidos,
Se hace el vino satánico: mañana
El vaso sin ventura que lo tuvo
cual comido de hienas, y espantosa
Lava mordente se verá quemado.
III
Bien duerma, bien despierte, bien recline-
Aunque no lo reclino- Bien de hinojos,
Ante un niño que juega el cuerpo doble
Que no se dobla a viles y a tiranos,
Siento que siempre estoy en pie: -si suelo,
Cual del niño en los rizos suele el aire
Benigno, en los piadosos labios tristes
Dejar que vuele una sonrisa, -es cierto
Que así, sépalo el mozo, así sonríen
Cuantos nobles y crédulos buscaron
El sol eterno en la belleza humana.
Sólo hay un vaso que la sed apague
De hermosura y amor: Naturaleza
Abrazos deleitosos, híbleos besos
A sus amantes pródiga regala.
IV
Para que el hombre los tallara, puso
El monte y el volcán Naturaleza, -
El mar, para que el hombre ver pudiese
Que era menor que su cerebro: en horno
Igual, sol, aire y hombres elabora.
Porque los dome, el pecho al hombre inunda
Con pardos brutos y con torvas fieras.
Y el hombre, no alza el monte: no en el libre
Aire, ni sol magnífico se trueca:
Y en sus manos sin honra, a las sensuales
Bestias del pecho el corazón ofrece:
A los pies de la esclava vencedora:
El hombre yace deshonrado, muerto.
(de Versos libres 1882)
La niña de Guatemala
Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda…
Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores…
Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.
Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente - ¡la frente
que más he amado en mi vida!…
Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor.
(de
Versos sencillos 1891)
Cultivo Una Rosa Blanca
Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo una rosa blanca.
(Versos sencillos 1891)
Tomado de:
https://poesiamaspoesia.com/53-poesia-mas-poesia-jose-marti/
Versos libres:
A los espacios entregarme quiero...
A los espacios entregarme quiero
Donde se vive en paz y con un manto
De luz, en gozo embriagador henchido,
Sobre las nubes blancas se pasea,
Y donde Dante y las estrellas viven.
Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto
En ciertas horas puras, cómo rompe
Su cáliz una flor, y no es diverso
Del modo, no, con que lo quiebra el alma.
Escuchad, y os diré: - viene de pronto
Como una aurora inesperada, y como
A la primera luz de primavera
De flor se cubren las amables lilas...
¡Triste de mí! contároslo quería,
Y en espera del verso, las grandiosas
Imágenes en fila ante mis ojos
Como águilas alegres vi sentadas.
Pero las voces de los hombres echan
De junto a mí las nobles aves de oro.
Ya se van, ya se van. Ved cómo rueda
La sangre de mi herida.
Si me pedís un símbolo del mundo
En estos tiempos, vedlo: un ala rota.
Se labra mucho el oro. ¡El alma apenas!
Ved cómo sufro. Vive el alma mía
Cual cierva en una cueva acorralada.
¡Oh, no está bien; me vengaré, llorando!
Al buen Pedro
Dicen, buen Pedro, que de mí murmuras
Porque tras mis orejas el cabello
En crespas ondas su caudal levanta:
¡Diles, bribón, que mientras tú en festines,
En rubios caldos y en fragantes pomas,
Entre mancebas del astuto Norte,
De tus esclavos el sudor sangriento,
Torcido en oro lánguido bebes, -Pensativo,
febril, pálido, grave,
Mi pan rebano en solitaria mesa
Pidiendo ¡oh triste! al aire sordo modo
De libertar de su infortunio al siervo
Y de tu infamia a ti! Y en esos lances,
Suéleme, Pedro, en la apretada bolsa
Faltar la monedilla que reclama
Con sus húmedas manos el barbero.
Allí despacio te diré mis cuitas...
Allí despacio te diré mis cuitas,
¡Allí en tu boca escribiré mis versos!
¡Ven, que la soledad será tu escudo!
Ven, blanca oveja,
Pero, si acaso lloras, en tus manos
Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas
Borraré los extraños versos míos,
¿Sufrir tú, a quien yo amo, y ser yo el casco
Brutal, y tú, mi amada, el lirio roto?
No, mi tímida oveja, yo odio el lobo,
Ven, que la soledad será tu escudo.
¡Oh! la sangre del alma, ¿tú la has visto?
Tiene manos y voz, y al que la vierte
Eternamente entre las sombras acusa.
¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
De almas, y hay villanos matadores!
Al bosque ven: del roble más erguido
Un pilón labremos, y ¡en el pilón
Cuantos engañen a mujer pongamos!
Esa es la lidia humana: ¡la tremenda
Batalla de los cascos y los lirios!
¿Pues los hombres soberbios, no son fieras?
Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo
Mi bestia muerta y mi furor domado.
Ven, a callar, a murmurar, al ruido
De las hojas de Abril y los nidales.
Deja, oh mi amada, las paredes mudas
De esta casa ahoyada y ven conmigo
No al mar que bate y ruge sino al bosque
De rosas que hay al fondo de la selva.
Allí es buena la vida, porque es libre,
Y tu virtud, por libre, será cierta,
Por libre, mi respeto meritorio.
Ni el amor, si no es libre, da ventura.
¡Oh, gentes ruines, los que en calma gozan
De robados amores! Si es ajeno
El cariño, el placer de respetarlo
Mayor mil veces es que el de su goce;
Del buen obrar que orgullo al pecho queda
Y como en dulces lágrimas rebosa,
Y en extrañas palabras, que parecen
¡Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa
La de fingir amor! ¡Pues hay tormento
Como aquel, sin amar, de hablar de amores!
¡Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!
¡Ven, que la soledad será tu escudo!
Árbol de mi alma
Como un ave que cruza el aire claro
Siento hacia mí venir tu pensamiento
Y acá en mi corazón hacer su nido.
Ábrese el alma en flor: tiemblan sus ramas
Como los labios frescos de un mancebo
En su primer abrazo a una hermosura;
Cuchichean las hojas: tal parecen
Lenguaraces obreras y envidiosas,
A la doncella de la casa rica
En preparar el tálamo ocupadas:
Ancho es mi corazón, y es todo tuyo:
Todo lo triste cabe en él, y todo
Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere!
De hojas secas, y polvo, y derruidas
Ramas lo limpio: bruño con cuidado
Cada hoja, y los tallos: de las flores
Los gusanos y el pétalo comido
Separo: oreo el césped en contorno
Y a recibirte, oh pájaro sin mancha,
¡Apresto el corazón enajenado!
Baile
Yo miro con un triste
placer, como en la fiesta
Del noble Jerez pálido
la copa llena guían
las blancas manos trémulas
al seco labio rojo:
-Y yo muevo mi mano tristemente
al corazón vacío, - y a la frente.
Yo veo como un sueño
de gasa blanca y oro,
en que la llama se abre
camino en tanto alado
traje que ha de ser luego
ceniza, húmeda en lágrimas,
cruzar la alegre corte de oro y gasa,
yen llanto amargo el rostro se me abrasa.
¡Alma! cuando de vuelta
dentro del cuerpo laxo,
del frac innoble libres
o la prisión dichosa
de níveo tul, -la férvida
fiesta recuerdes, - ¡mira
que debes embridar el cuerpo loco,
o que te absorbe con su sed a poco!
Bosque de rosas
(Allí despacio)
¡Oh! la sangre del alma, ¿tú la has visto?
Tiene manos y voz, y al que la vierte
Eternamente entre las sombras acusa.
¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
De almas, y hay villanos matadores!
Al bosque ven: del roble más erguido
Un pilón labremos, y ¡en el pilón
Cuantos engañen a mujer pongamos!
Ésa es la lidia humana: ¡la tremenda
Batalla de los cascos y los lirios!
¿Pues los hombres soberbios, no son fieras?
Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo
Mi bestia muerta y mi furor domado.
Ven, a callar, a murmurar, al ruido
De las hojas de Abril y los nidales.
Deja, oh mi amada, las paredes mudas
De esta casa ahoyada y ven conmigo
No al mar que bate y ruge sino al bosque
De rosas que hay al fondo de la selva.
Allí es buena la vida, porque es libre,
Y tu virtud, por libre, será cierta,
Por libre, mi respeto meritorio.
Ni el amor, si no es libre, da ventura.
¡Oh, gentes ruines, los que en calma gozan
De robados amores! Si es ajeno
El cariño, el placer de respetarlo
Mayor mil veces es que el de su goce;
Del buen obrar que orgullo al pecho queda
Y como en dulces lágrimas rebosa,
Y en extrañas palabras, que parecen
¡Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa
La de fingir amor! ¡Pues hay tormento
Como aquel, sin amar, de hablar de amores!
¡Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!
¡Ven, que la soledad será tu escudo!
Contra el verso retórico y ornado...
Contra el verso retórico y ornado
El verso natural. Acá un torrente:
Aquí una piedra seca. Allá un dorado
Pájaro, que en las ramas verdes brilla,
Como una marañuela entre esmeraldas -
Acá la huella fétida y viscosa
De un gusano: los ojos, dos burbujas
De fango, pardo el vientre, craso, inmundo.
Por sobre el árbol, más arriba, sola
En el cielo de acero una segura
Estrella; y a los pies el horno,
El horno a cuyo ardor la tierra cuece -
Llamas, llamas que luchan, con abiertos
Huecos como ojos, lenguas como brazos,
Savia como de hombre, punta aguda
Cual de espada: ¡la espada de la vida
Que incendio a incendio gana al fin, la tierra!
Trepa: viene de adentro: ruge: aborta.
Empieza el hombre en fuego y para en ala.
Y a su paso triunfal, los maculados,
Los viles, los cobardes, los vencidos,
Como serpientes, como gozques, como
Cocodrilos de doble dentadura,
De acá, de allá, del árbol que le ampara,
Del suelo que le tiene, del arroyo
Donde apaga la sed, del yunque mismo
Donde se forja el pan, le ladran y echan
El diente al pie, al rostro el polvo y lodo,
Cuanto cegarle puede en su camino.
El, de un golpe de ala, barre el mundo
Y sube por la atmósfera encendida
Muerto como hombre y como sol sereno.
Así ha de ser la noble poesía:
Así como la vida: estrella y gozque;
La cueva dentellada por el fuego,
El pino en cuyas ramas olorosas
A la luz de la luna canta un nido
Canta un nido a la lumbre de la luna.
Dormida
De sus pestañas al peso
el ancho párpado entorna,
lirio que, al sol que se torna,
se cierra pidiendo un beso.
Y luego como fragante
magnolia que desenvuelve
sus blancas hojas, revuelve
el tenue encaje flotante:
De mi capricho al vagar
imagínala mi amor,
¡una Venus del pudor
surgiendo de un nuevo mar!
Cuando la lámpara vaga
en este templo de amores,
con sus blandos resplandores
más que la alumbra, la halaga.
Cuando la ropa ligera
sobre su cutis rosado,
ondula como el alado
pabellón de primavera.
Cuando su seno desnudo,
indefenso, a mi respeto
pone más valla que el peto
de bravo guerrero rudo.
Siento que puede el amor,
dormida y desnuda al verla,
dejar perla a la que es perla,
dejar flor a la que es flor.
Sobre sus labios podría
los labios míos posar,
y en su seno reclinar
la pobre cabeza mía.
Y con mi aliento volver
mariposa a la crisálida;
y a la clara rosa pálida
animar y enrojecer.
Pero aquí, desde la sombra
donde amante la contemplo,
manchar no quiero del templo
con paso impuro la alfombra.
Al acercarme, en ligera
procesión avergonzado,
¿no volaría el alado
pabellón de primavera?
¡Al reflejarme el espejo,
que la copia entre albas hojas,
negras las tornara y rojas
de la lámpara al reflejo!
Dicen que suele volar
por los espacios perdida
el alma, y en otra vida
sus alas puras bañar.
Dicen que vuelve a venir
a su cuerpo con la aurora,
para volver - ¡la traidora! -
con cada noche a partir.
Y si su espíritu en leda
beatitud los cielos hiende,
de esa mujer que se extiende
bella ante mí qué me queda?
Blanco cuerpo, línea fría,
molde hueco, vaso roto,
¡y viajera por lo ignoto
la luz que los encendía!
Y ¿a mí que tanto te quiero,
delicada peregrina,
turbar la marcha divina
de tu espíritu viajero?
¡Duerme entre tus blancas galas!
¡Duerme, mariposa mía!
Vuela bien: - ¡mi mano impía
no irá a cortarte las alas! -
En ti pensaba, en tus cabellos...
En ti pensaba, en tus cabellos
que el mundo de la sombra envidiaría,
y puse un punto de mi vida en ellos
y quise yo soñar que tú eras mía.
Ando yo por la tierra con los ojos
alzados -¡oh, mi afán!- a tanta altura
que en ira altiva o míseros sonrojos
encendiólos la humana criatura.
Vivir: -Saber morir; así me aqueja
este infausto buscar, este bien fiero,
y todo el Ser en mi alma se refleja,
y buscando sin fe, de fe me muero.
En un dulce estupor soñando estaba...
En un dulce estupor soñando estaba
Con las bellezas de la tierra mía:
Fuera, el invierno lívido gemía,
Y en mi cuarto sin luz el sol brillaba.
La sombra sobre mí centelleaba
Como un diamante negro, y yo sentía
Que la frente soberbia me crecía,
Y que un águila al cielo me encumbraba.
Iba hinchando este gozo el alma oscura,
Cuando me vi de súbito estrechado
Contra el seno fatal de una hermosura:
Y al sentirme en sus brazos apretado,
Me pareció rodar desde una altura
Y rodar por la tierra despeñado.
Homagno
Homagno sin ventura
La hirsuta y retostada cabellera
Con sus pálidas manos se mesaba.
«Máscara soy, mentira soy, decía;
estas carnes y formas, estas barbas
y rostro, estas memorias de la bestia,
que como silla a lomo de caballo
sobre el alma oprimida echan y ajustan,
por el rayo de luz que el alma mía
en la sombra entrevé, -¡no son Homagno!
Mis ojos sólo, los míos caros ojos,
que me revelan mi disfraz, son míos,
queman, me queman, nunca duermen, oran,
y en mi rostro los siento y en el cielo,
y le cuentan de mí, y a mí dél cuentan.
¿Por qué, por qué, para cargar en ellos
un grano ruin de alpiste mal trojado
talló el creador mis colosales hombros?
Ando, pregunto, ruinas y cimientos
vuelco y sacudo; a sorbos delirantes
En la Creación, la madre de mil pechos,
Las fuentes todas de la vida aspiro:
Muerdo, atormento, beso las callosas
Manos de piedra que golpeo
Con demencia amorosa; su invisible
cabeza con las secas manos mías
acaricio y destrenzo; por la tierra
me tiendo compungido, y los confusos
pies, con mi llanto baño y con mis besos,
y en medio de la noche, palpitante,
con mis voraces ojos en el cráneo
y en sus órbitas anchas encendidos,
trémulo, en mí plegado, hambriento espero,
por si al próximo sol respuestas vienen: -Y
a cada nueva luz, - de igual enjuto
modo y ruin, la vida me aparece,
como gota de leche que en cansado
pezón, al terco ordeño, titubea, -como
carga de hormiga, - como taza
de agua añeja en la jaula de un jilguero.» -De
mordidas y rotas, ramos de uvas
estrujadas y negras, las ardientes
manos del triste Homagno parecían!
Y la tierra en silencio y una hermosa
voz de mi corazón, contestaron.
Sed de belleza
Solo, estoy solo: viene el verso amigo,
Como el esposo diligente acude
De la erizada tórtola al reclamo.
Cual de los altos montes en deshielo
Por breñas y por valles en copiosos
Hilos las nieves desatadas bajan
Así por mis entrañas oprimidas
Un balsámico amor y una avaricia
Celeste, de hermosura se derraman.
Tal desde el vasto azul, sobre la tierra,
Cual si de alma de virgen la sombría
Humanidad sangrienta perfumasen,
Su luz benigna las estrellas vierten
Esposas del silencio! -y de las flores
Tal el aroma vago se levanta.
Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme
Un dibujo de Angelo: una espada
Con puño de Cellini, más hermosa
Que las techumbres de marfil calado
Que se place en labrar Naturaleza.
El cráneo augusto dadme donde ardieron
El universo Hamlet y la furia
Tempestuosa del moro: -la manceba
India que a orillas del ameno río
Que del viejo Chichén los muros baña
A la sombra de un plátano pomposo
Y sus propios cabellos, el esbelto
Cuerpo bruñido y nítido enjugaba.
Dadme mi cielo azul..., dadme la pura,
La inefable, la plácida, la eterna
Alma de mármol que al soberbio Louvre
Dio, cual su espuma y flor, Milo famosa.
Siempre que hundo la mente en libros graves...
Siempre que hundo la mente en libros graves
La saco con un haz de luz de aurora:
Yo percibo los hilos, la juntura,
La flor del Universo: yo pronuncio
Pronta a nacer una inmortal poesía.
No de dioses de altar ni libros viejos
No de flores de Grecia, repintadas
Con menjurjes de moda, no con rastros
De rastros, no con lívidos despojos
Se amansará de las edades muertas:
Sino de las entrañas exploradas
Del Universo, surgirá radiante
Con la luz y las gracias de la vida.
Para vencer, combatirá primero:
E inundará de luz, como la aurora.
Una virgen espléndida
Una virgen espléndida -morada
de un sol de amor que por sus negros ojos brota-
pregunta, abraza y acaricia,
versos me pide, versos de mujeres.
¡Arrullos de paloma, murmullos de sunsunes,
suspiros de tojosas!
Yo podré, en noche ardiente,
trovando amor al pie de su ventana,
en tal aura envolverla,
con tal fuego besarla,
que al nuevo amanecer, nadie vería
en su cutis la flor que lo teñía.
¡Calla, mi amigo amor! que nadie sepa
que yo llevo en los labios la flor roja
que su mejilla cándida lucía,
y el candor, y la flor, y el frágil vaso,
mío es todo, puesto que ella es mía.
Y la madre amorosa,
de sagrado temor y amor movida,
dijérale a la pálida ¿y la rosa
de tu mejilla fresca dónde es ida?
Vino el amor mental: ese enfermizo...
Vino el amor mental: ese enfermizo
Febril, informe, falso amor primero,
¡Ansia de amar que se consagra a un rizo,
Como, si a tiempo pasa, al bravo acero!
Vino el amor social: ese alevoso
Puñal de mango de oro oculto en flores
Que donde clava, infama: ese espantoso
Amor de azar, preñado de dolores.
Vino el amor del corazón: el vago
Y perfumado amor, que al alma asoma
Como el que en bosque duerme, eterno lago,
La que el vuelo aún no alzó, blanca paloma.
Y la púdica lira, al beso ardiente
Blanda jamás, rebosa a esta delicia,
Como entraña de flor, que al alba siente
De la luz no tocada la caricia.
Y te busqué por pueblos...
Y te busqué por pueblos,
Y te busqué en las nubes,
Y para hallar tu alma,
Muchos lirios abrí, lirios azules.
Y los tristes llorando me dijeron:
¡Oh, qué dolor tan vivo!
¡Que tu alma ha mucho tiempo que vivía
En un lirio amarillo!
Mas dime ¿cómo ha sido?
¿Yo mi alma en mi pecho no tenía?
Ayer te he conocido,
Y el alma que aquí tengo no es la mía.
Tomado de:
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