sábado, 3 de febrero de 2024

POEMAS DE FABIO PUSTERLA


La anguila del Rin

 

Ahora sí, hermana, y más que antes,

si coleas desesperada entre residuos de atrazina

y chorros de aceite viscoso;

o si golpeas con la cola, extenuada,

la caricia de la ola de fosfatos que ennegrece

en la grava de la orilla

(la orilla, el pedregal,

el arenal fangoso

inspeccionados por linternas de escuadrillas,

salen pitando helicópteros, destellan

azuladas las sirenas bitonales),

si ahora está perdido incluso el Báltico,

el viaje circunscrito

en la armilla de incendios y explosiones,

y te hundes de nuevo en los desechos, los tesoros del fondo,

quillas corroídas y cadenas de anclaje,

a pico por corrientes verticales, masas de agua

más frías, en donde descubres tu escalofrío,

un instinto de nado, porque el mar

es un perfume muy lejano, la sospecha

de un sueño interrumpido poco antes del alba,

cuanto basta a la aleta y a tu terco

latido de las branquias, para arrebatarle

un instante a la asfixia, una idea de vida

a la evidencia de los hechos, último reto al ansia, una utopía

al miedo de todos.

 

 

El poeta en su lugar natal

 

Aquí estamos de nuevo en tus calles petrosas

de humo y crueldad, nuestro no lugar,

no nombre, no memoria: recorremos

cada infamia de ti, y todo es como antes,

vidrio donde había roca, emblemas nuevos

y miserias

pero idéntica

la sombra que acomete. “Hola Alessandro”

le digo a uno que pasa y conozco;

pero yerro, se llama Maurizio;

y luego otro me para, me grita

que me vaya que es un pueblo de muertos.

 

Pero aquí estaba el mundo, en una trastienda

o entre los callejones, el efluvio

de orina y de dinero, madera. En los andenes

colocábamos sueños y moneditas

de cobre para que el tren los aplastara.

 

 

Las escaleras de Albogasio

(movimientos ascensionales)

 

Casas a plomo, asperezas menores,

un hijo en la cabeza; y, en andanada, el viento

que toma el lago al sesgo, engañador

se tira de la Horca de San Martino,

costea rocas y calles, luego arrecia

justo después de Gandria, donde el agua se ensancha.

Noche de remolinos en la que desciendo

como en un coro por las escaleras de un pueblo,

la mano en la camilla, que se mece

y arrastra junto a las paredes, y en las curvas

arranca polvo blanco; último acopio

de cal para Erminia, la gentil

señora muerta en otro lado, que regresa

a su balcón de minúsculas flores.

Aquí uno pasa por la oscuridad: agarrándose

al escalón más bajo con el pie,

por tramos verticales y pórticos estrechos. Ahora el lago

abajo no se ve, pero resuena

en las dársenas sordo, y los barcos

gimen en su corazón de madera y alquitrán.

Se cierra alguna puerta: quien se asoma

mira en silencio nuestra rara procesión

que baja torpe a los infiernos, a las negras

casas del sueño. Y sin embargo de lo hondo

algo sube, un soplo húmedo y denso;

una mano de aire o hinchazón

se insinúa y pide escucha, una vida remota

que sube nuevamente desde el agua, aún informe

y no obstante ya presente, ya imperiosa

en su existencia descarnada:

que se cruza con nosotros en descenso y va más alto,

como un humo sutil. Antiguas escaleras

las escaleras de Albogasio, donde pasan

risueños los vivos y los muertos, saludándose lento.

 

 

Al aduanero

 

Al aduanero declaro

una lata de ovomaltina,

fruta seca, lentejas al vacío;

a mi manera solemne, luego,

dos botellas de vino.

Callo en cambio sobre ti, sobre tu foto

escondida entre los documentos.

Contento asiente:

me cree sano.

Tomado de:

https://periodicodepoesia.unam.mx/autor/fabio-pusterla/

 

 

De Bocksten

Si pudiera elegir un gesto, un lugar y una hora,

la hora sería una tarde de viento tenso

y el lugar sería un lugar como tantos:

una barraca en la esquina,

una pausa apenas indicada por cualquier cosa,

cálida baja y fumosa,

donde sentado a la mesa, tocando

una espalda, una mano o un vaso,

me tomaría mi tiempo antes de levantarme

a seguir afuera a cualquier desconocido.

 

Después de que alguno se va, todo es más vacío.

Si nos encontraremos, será para no conocernos,

diversos en los milenios, en la historia

fatigosa de todos; y en tanto reculan

los glaciares, engulle el mar

al estrecho, y el paisaje

es ya muy profundo, impronunciable,

sepulto en el paisaje tu viaje. Si nos encontraremos

no habrá memoria para mí, insecto,

para ti, hecho mariposa tropical.

Por otra parte, lo sabes, no nos veremos

más. Ningún palomo vendrá, ninguna pista

a remendar la rotura, la deriva

de muerte.

 

El agua desciende de la oscuridad de las fuentes,

se insinúa en la niebla, encuentra el curso.

Apretada en los cauces, los puentes:

el agua corre

de oscuro a oscuro, tiempo centelleante.

Si éste es el sentido entonces todo tiene un sentido,

lo dice el agua que se desliza tranquila

y los ramos rotos que arrastra el río

y el fango en donde se maceran los deshechos.

Si éste es el sentido todo dolor es banal,

la tortura vacía retorna a la tierra.

Si éste es el sentido la vida es aceptable.

 

Con los dientes y las garras

Construiremos un barco enorme,

lo llenaremos de todo el vacío,

de garras, de dientes, idioteces, dragones, serpientes,

será el barco del vacío, y será preso por un remolino.

Y pondremos encima una isla de granito,

y las fisuras de la roca las llenaremos de hielo.

Tomado de:

https://www.arquitrave.com/archivo/Arquitrave53.pdf

 

 

EL HURÓN DE TENERIFE

 

La hiena manchada del desierto

de vientre rasgado, los lagartos,

la ardilla que duerme sorprendida por algo

en el desván, ignorante de sus días, el elefante

de los hielos: descansan ahora callados,

quietos en los confines de la vida

y de la muerte, vanas momias resignadas.

Sólo el hurón, capturado en un gesto

de dolor de rabia o estupor

grita todo el engaño grita todo el deseo

de correr por los prados tras conejos y perfumes,

de morder o besar o transformarse

en luz en sangre en leche,

para desvanecerse y revivir en lo eterno,

como las nubes y los ríos.

 

 

                        [Traducción al español de Rafael-José Díaz]

Tomado de:

https://rafaeljosediaz.blogspot.com/2019/08/el-huron-de-tenerife-un-poema-de-fabio.html

 

 

Paisaje

 

Aquí llueve días enteros, hasta meses enteros.

Las piedras están negras de chubascos,

los senderos pesados.

 

En el borde de las acequias:

renacuajos, latas oscuras. Una maleta

alquitranada.

 

Un hilo de aceite se escurre

sobre la grava. Encima, cemento.

Si rascas la tierra: escombros,

ladrillos arrojados, dientes de conejo.

 

Pueden pensarse sonidos humanos,

pasos, pelotitas de tenis. Voces eventuales.

Cualquier fragmento se admite por inútil.

 

Porque esto es el vacío hay lugar para todo

y lo poco que hay es como si no hubiera.

También las vías están completamente inertes,

los lagartos inmóviles, los vagones

olvidados.

 

Después el gallinero. Las cosas sin historia.

O afuera. Una carretilla

que no tiene ruedas. Un pozo. Un balde pútrido

desprovisto de fondo. El nombre de un tonto:

Luigino. Plumas en la red, de gallina.

Agujeros en la red. Tramas rotas.

Eso que ustedes no llaman crueldad.

 

Yo soy esto: nada.

Y quiero lo que soy intensamente.

Y las palabras: ahora nadie me las robará.

 

De La cosa senza storia (Marcos y Marcos, 1994)

 

 

 

Dos orillas

 

I

Un bote cruza el agua, poco antes del alba:

¿se acerca? ¿se aleja? En la luz

metálica, aún, gris, en el aire frío,

entre vapores y brumas nocturnas, va seguro,

mueve despacio el agua, remo a remo.

Después llegará también el día, para alumbrar

lo que estaba borroso. Pero el bote

labra un límite frágil

y desaparece. Que sea inútil

este viaje. Inútil y esencial.

Ningún transporte o lugar adonde ir.

Sólo un agua que cruzar,

una luz que anticipar,

un día que separar

de la noche.

 

II

A veces, al verlo, piensas

en dos orillas imaginarias, invisibles.

 

De un lado

ruinas, grandes montones

de tierra o de grava, un escenario

arrasado, nocturno —quizá una calle estrecha,

de casas altas, corroídas, escaleras grises, barandas,

habitaciones y botellas vacías, el funeral

de confeti, un lavamanos

goteando para siempre o hasta nunca más,

hasta el último río

que estalla en las venas, hasta la mortandad

de espectros desgarrados, destrozados:

no nos recuerden, o sí, no sirve

para devolver nada, estamos en la llanura

helada, bajo una costra dura, ni siquiera ahí estamos

tal vez sólo querríamos no haber

estado nunca—,

un cansancio del sol y del tiempo, atrocidades

mínimas, cotidianas: veintiuno, veintidós, veintitrés,

ningún respiro;

y hacia la otra orilla que no está

algo de niebla vaga, azulina,

la claridad inesperada

que asombra y alegra cuando enciende

la renovada limpieza del aire

—estrellas, estrellitas, luciérnagas, polvillo

en la corriente de un río, alas imprevistas

que rasuran o, más simplemente, ahí nomás

la perspectiva de calles que entreabren

algo, una hipótesis o una mirada

más intensa de las cosas, menos grave:

recordaremos tu mirada dulce, les diremos tu nombre

a nuestros hijos como el de algún amigo,

te buscaremos en la llanura, en los pastos ralos—

y un movimiento invisible encrespa el agua,

sugiere un resplandor iridiscente,

alga, pez o reflejo…

 

Pero es que no hay orillas y no hay bote

ahí, o no se ve

ya más, y queda el agua

donde parece abrirse cierta sombra,

casi expandirse, parece, ensamblar

algo que no llegas a ver;

una sombra, una estela…

 

De Pietra sangue (Marcos y Marcos, 1995)

 

 

 

Canción de los senderos

 

Éranse unos senderos

perdidos en los prados

suaves en los pantanos o entre piedras.

Éranse pocos colores difuminados.

Era la rama quebrada

cruzando como flecha, el helecho

combándose de pronto sobre el lago.

Señales vagas ante nuestros pasos.

 

Éranse, bajo las piedras,

clavos, brasas, una araña,

éranse espadas filosas, paisajes de sílex.

Era una cara amada

arrastrándose en el polvo, eran pasos

que llevaban hacia atrás.

Perdidos en el pasado

éranse campos negros.

 

De Pietra sangue (Marcos y Marcos, 1995)

Versiones del italiano de Laura Wittner

Tomado de:

https://luvina.com.mx/paisaje-y-otros-poemas-fabio-pusterla/

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