La anguila del Rin
Ahora sí, hermana, y más que antes,
si coleas desesperada entre residuos de atrazina
y chorros de aceite viscoso;
o si golpeas con la cola, extenuada,
la caricia de la ola de fosfatos que ennegrece
en la grava de la orilla
(la orilla, el pedregal,
el arenal fangoso
inspeccionados por linternas de escuadrillas,
salen pitando helicópteros, destellan
azuladas las sirenas bitonales),
si ahora está perdido incluso el Báltico,
el viaje circunscrito
en la armilla de incendios y explosiones,
y te hundes de nuevo en los desechos, los tesoros del fondo,
quillas corroídas y cadenas de anclaje,
a pico por corrientes verticales, masas de agua
más frías, en donde descubres tu escalofrío,
un instinto de nado, porque el mar
es un perfume muy lejano, la sospecha
de un sueño interrumpido poco antes del alba,
cuanto basta a la aleta y a tu terco
latido de las branquias, para arrebatarle
un instante a la asfixia, una idea de vida
a la evidencia de los hechos, último reto al ansia, una utopía
al miedo de todos.
El poeta en su lugar natal
Aquí estamos de nuevo en tus calles petrosas
de humo y crueldad, nuestro no lugar,
no nombre, no memoria: recorremos
cada infamia de ti, y todo es como antes,
vidrio donde había roca, emblemas nuevos
y miserias
pero idéntica
la sombra que acomete. “Hola Alessandro”
le digo a uno que pasa y conozco;
pero yerro, se llama Maurizio;
y luego otro me para, me grita
que me vaya que es un pueblo de muertos.
Pero aquí estaba el mundo, en una trastienda
o entre los callejones, el efluvio
de orina y de dinero, madera. En los andenes
colocábamos sueños y moneditas
de cobre para que el tren los aplastara.
Las escaleras de Albogasio
(movimientos ascensionales)
Casas a plomo, asperezas menores,
un hijo en la cabeza; y, en andanada, el viento
que toma el lago al sesgo, engañador
se tira de la Horca de San Martino,
costea rocas y calles, luego arrecia
justo después de Gandria, donde el agua se ensancha.
Noche de remolinos en la que desciendo
como en un coro por las escaleras de un pueblo,
la mano en la camilla, que se mece
y arrastra junto a las paredes, y en las curvas
arranca polvo blanco; último acopio
de cal para Erminia, la gentil
señora muerta en otro lado, que regresa
a su balcón de minúsculas flores.
Aquí uno pasa por la oscuridad: agarrándose
al escalón más bajo con el pie,
por tramos verticales y pórticos estrechos. Ahora el lago
abajo no se ve, pero resuena
en las dársenas sordo, y los barcos
gimen en su corazón de madera y alquitrán.
Se cierra alguna puerta: quien se asoma
mira en silencio nuestra rara procesión
que baja torpe a los infiernos, a las negras
casas del sueño. Y sin embargo de lo hondo
algo sube, un soplo húmedo y denso;
una mano de aire o hinchazón
se insinúa y pide escucha, una vida remota
que sube nuevamente desde el agua, aún informe
y no obstante ya presente, ya imperiosa
en su existencia descarnada:
que se cruza con nosotros en descenso y va más alto,
como un humo sutil. Antiguas escaleras
las escaleras de Albogasio, donde pasan
risueños los vivos y los muertos, saludándose lento.
Al aduanero
Al aduanero declaro
una lata de ovomaltina,
fruta seca, lentejas al vacío;
a mi manera solemne, luego,
dos botellas de vino.
Callo en cambio sobre ti, sobre tu foto
escondida entre los documentos.
Contento asiente:
me cree sano.
Tomado de:
https://periodicodepoesia.unam.mx/autor/fabio-pusterla/
De Bocksten
Si pudiera elegir un gesto, un lugar y una hora,
la hora sería una tarde de viento tenso
y el lugar sería un lugar como tantos:
una barraca en la esquina,
una pausa apenas indicada por cualquier cosa,
cálida baja y fumosa,
donde sentado a la mesa, tocando
una espalda, una mano o un vaso,
me tomaría mi tiempo antes de levantarme
a seguir afuera a cualquier desconocido.
Después de que alguno se va, todo es más vacío.
Si nos encontraremos, será para no conocernos,
diversos en los milenios, en la historia
fatigosa de todos; y en tanto reculan
los glaciares, engulle el mar
al estrecho, y el paisaje
es ya muy profundo, impronunciable,
sepulto en el paisaje tu viaje. Si nos encontraremos
no habrá memoria para mí, insecto,
para ti, hecho mariposa tropical.
Por otra parte, lo sabes, no nos veremos
más. Ningún palomo vendrá, ninguna pista
a remendar la rotura, la deriva
de muerte.
El agua desciende de la oscuridad de las fuentes,
se insinúa en la niebla, encuentra el curso.
Apretada en los cauces, los puentes:
el agua corre
de oscuro a oscuro, tiempo centelleante.
Si éste es el sentido entonces todo tiene un sentido,
lo dice el agua que se desliza tranquila
y los ramos rotos que arrastra el río
y el fango en donde se maceran los deshechos.
Si éste es el sentido todo dolor es banal,
la tortura vacía retorna a la tierra.
Si éste es el sentido la vida es aceptable.
Con los dientes y las garras
Construiremos un barco enorme,
lo llenaremos de todo el vacío,
de garras, de dientes, idioteces, dragones, serpientes,
será el barco del vacío, y será preso por un remolino.
Y pondremos encima una isla de granito,
y las fisuras de la roca las llenaremos de hielo.
Tomado de:
https://www.arquitrave.com/archivo/Arquitrave53.pdf
EL HURÓN DE TENERIFE
La hiena manchada del desierto
de vientre rasgado, los lagartos,
la ardilla que duerme sorprendida por algo
en el desván, ignorante de sus días, el elefante
de los hielos: descansan ahora callados,
quietos en los confines de la vida
y de la muerte, vanas momias resignadas.
Sólo el hurón, capturado en un gesto
de dolor de rabia o estupor
grita todo el engaño grita todo el deseo
de correr por los prados tras conejos y perfumes,
de morder o besar o transformarse
en luz en sangre en leche,
para desvanecerse y revivir en lo eterno,
como las nubes y los ríos.
[Traducción al español de Rafael-José Díaz]
Tomado de:
https://rafaeljosediaz.blogspot.com/2019/08/el-huron-de-tenerife-un-poema-de-fabio.html
Paisaje
Aquí llueve días enteros, hasta meses enteros.
Las piedras están negras de chubascos,
los senderos pesados.
En el borde de las acequias:
renacuajos, latas oscuras. Una maleta
alquitranada.
Un hilo de aceite se escurre
sobre la grava. Encima, cemento.
Si rascas la tierra: escombros,
ladrillos arrojados, dientes de conejo.
Pueden pensarse sonidos humanos,
pasos, pelotitas de tenis. Voces eventuales.
Cualquier fragmento se admite por inútil.
Porque esto es el vacío hay lugar para todo
y lo poco que hay es como si no hubiera.
También las vías están completamente inertes,
los lagartos inmóviles, los vagones
olvidados.
Después el gallinero. Las cosas sin historia.
O afuera. Una carretilla
que no tiene ruedas. Un pozo. Un balde pútrido
desprovisto de fondo. El nombre de un tonto:
Luigino. Plumas en la red, de gallina.
Agujeros en la red. Tramas rotas.
Eso que ustedes no llaman crueldad.
Yo soy esto: nada.
Y quiero lo que soy intensamente.
Y las palabras: ahora nadie me las robará.
De La cosa senza storia (Marcos y Marcos, 1994)
Dos orillas
I
Un bote cruza el agua, poco antes del alba:
¿se acerca? ¿se aleja? En la luz
metálica, aún, gris, en el aire frío,
entre vapores y brumas nocturnas, va seguro,
mueve despacio el agua, remo a remo.
Después llegará también el día, para alumbrar
lo que estaba borroso. Pero el bote
labra un límite frágil
y desaparece. Que sea inútil
este viaje. Inútil y esencial.
Ningún transporte o lugar adonde ir.
Sólo un agua que cruzar,
una luz que anticipar,
un día que separar
de la noche.
II
A veces, al verlo, piensas
en dos orillas imaginarias, invisibles.
De un lado
ruinas, grandes montones
de tierra o de grava, un escenario
arrasado, nocturno —quizá una calle estrecha,
de casas altas, corroídas, escaleras grises, barandas,
habitaciones y botellas vacías, el funeral
de confeti, un lavamanos
goteando para siempre o hasta nunca más,
hasta el último río
que estalla en las venas, hasta la mortandad
de espectros desgarrados, destrozados:
no nos recuerden, o sí, no sirve
para devolver nada, estamos en la llanura
helada, bajo una costra dura, ni siquiera ahí estamos
tal vez sólo querríamos no haber
estado nunca—,
un cansancio del sol y del tiempo, atrocidades
mínimas, cotidianas: veintiuno, veintidós, veintitrés,
ningún respiro;
y hacia la otra orilla que no está
algo de niebla vaga, azulina,
la claridad inesperada
que asombra y alegra cuando enciende
la renovada limpieza del aire
—estrellas, estrellitas, luciérnagas, polvillo
en la corriente de un río, alas imprevistas
que rasuran o, más simplemente, ahí nomás
la perspectiva de calles que entreabren
algo, una hipótesis o una mirada
más intensa de las cosas, menos grave:
recordaremos tu mirada dulce, les diremos tu nombre
a nuestros hijos como el de algún amigo,
te buscaremos en la llanura, en los pastos ralos—
y un movimiento invisible encrespa el agua,
sugiere un resplandor iridiscente,
alga, pez o reflejo…
Pero es que no hay orillas y no hay bote
ahí, o no se ve
ya más, y queda el agua
donde parece abrirse cierta sombra,
casi expandirse, parece, ensamblar
algo que no llegas a ver;
una sombra, una estela…
De Pietra sangue (Marcos y Marcos, 1995)
Canción de los senderos
Éranse unos senderos
perdidos en los prados
suaves en los pantanos o entre piedras.
Éranse pocos colores difuminados.
Era la rama quebrada
cruzando como flecha, el helecho
combándose de pronto sobre el lago.
Señales vagas ante nuestros pasos.
Éranse, bajo las piedras,
clavos, brasas, una araña,
éranse espadas filosas, paisajes de sílex.
Era una cara amada
arrastrándose en el polvo, eran pasos
que llevaban hacia atrás.
Perdidos en el pasado
éranse campos negros.
De Pietra sangue (Marcos y Marcos, 1995)
Versiones del italiano de Laura Wittner
Tomado de:
https://luvina.com.mx/paisaje-y-otros-poemas-fabio-pusterla/
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