Rimas del corazón muerto
Oh mi pequeño corazón, fuiste inmenso
como el corazón de Cristo, ahora muerto
te acoge en no sé cuál más triste huerto
perfumado de violetas y de incienso.
¡Hombres, vine a este mundo para amar,
a todos he amado, llorado todos los llantos
vuestros y cantado todos vuestros cantos!
Fui el espejo tan inmenso como el mar.
¡Pero amor donde el corazón muerto se hiela
fue vano y desconocido, ignoto y desconocido!
Como una entena así fue mi corazón humano,
una entena que no alcanzó a tener jamás su vela.
Fue como un sol inmenso, sin cielo
y sin tierra y sin mar, solo atendido
para sí y tan solo para sí suspendido
en el espacio. Quemaba y parecía hielo.
Fue como una pupila abierta y hasta
velada por un parpadear latente;
una hostia enorme e incandescente
entre dos dedos puros en el cielo alta,
una hostia despedazada antes de haber
tocado los labios del sacrificante, una
hostia en muy pequeñas partes quebrada
que no encontraron corazón donde yacer.
Sergio Corazzini L’amaro calice, 1905
Traducción de Angel Faretta
Tomado de:
https://campodemaniobras.blogspot.com/2013/10/sergio-corazzini-rimas-del-corazon.html
AFLICCIÓN DEL POBRE POETA SENTIMENTAL
I
¿Por qué me llamas poeta?
Yo no soy un poeta.
Yo no soy más que un pequeño niño que llora.
Ves: no tengo ya más lágrimas para ofrecer al silencio.
¿Por qué me llamas poeta?
II
Mis tristezas son pobres tristezas comunes.
Mis alegrías han sido sencillas,
tan sencillas que si yo te las confiara, te ruborizarían.
Hoy pienso en morir.
III
Quiero morir, simplemente, porque estoy cansado;
solamente porque los grandes ángeles
de las vidrieras de las catedrales
me hacen temblar de amor y de angustia;
solamente porque yo ya soy
resignado como un pobre espejo melancólico.
Ves que yo no soy un poeta:
soy un niño triste que quiere morir.
IV
¡Oh, no te maravilles de mi tristeza!
Y no me preguntes.
Yo no sabría decirte sino palabras tan vanas,
Dios mío, tan vanas
que me vendrían ganas de llorar como si fuese a morir.
Mis lágrimas parecerían
como un rosario de tristeza que se desgrana
ante mi alma siete veces doliente,
pero yo no seré un poeta.
Seré, simplemente, un niño dulce y pensativo
que se viese obligado a orar como quien canta o duerme.
V
Yo me comunico a diario, recibo el silencio como si fuese
Jesús
y los sacerdotes del silencio fuesen los rumores,
porque sin ellos yo no habría buscado y encontrado a Dios.
VI
Esta noche he dormido con las manos juntas.
Y me ha parecido que yo era un pequeño y dulce niño
por todos los humanos olvidado,
pobre y tierna presa para el primero que llegue.
Y desearía ser vendido,
ser golpeado,
ser obligado a ayunar
para ponerme a llorar completamente solo,
desesperadamente triste,
en un rincón oscuro.
VII
Amo la vida sencilla de las cosas.
¡Cuántas pasiones vi deshojarse, poco a poco,
con cada cosa que se alejaba!
Pero tú no me comprendes y sonríes.
Y piensas que estoy enfermo.
VIII
¡Oh, estoy verdaderamente enfermo!
Y muero un poco cada día.
Ves: como las cosas.
No soy, pues, un poeta:
¡sé que para ser llamado poeta es preciso
vivir otro tipo de vida!
Yo no sé, Dios mío, sino morir.
Amén.
Lírica, 1908. Traducción de Antonio Colinas.
Tomado de:
Soliloquio de las cosas
…Je crois que nous sommes à l’ombre
Maeterlinck
Les choses ont leur terrible “non possumus”
Hugo
Decir las pobres cosas pequeñas:
¡Oh asfixiado de sombras! Nuestro amigo se ha ido por mucho tiempo: no volverá
más. Cerrada la ventana, la puerta; su paso que cae en el silencio del largo
corredor donde no se acepta más al sol, como en el vano de la campana errática,
así la soledad es su tapete verde y todo se ha acabado.
Cualquier cosa en nosotros se
accidenta, cualquier cosa que nuestro amigo diga: corazón. Somos la vieja
virgen; encerrada en la sombra como en su ataúd. Y tendríamos las flores. Él
quiso partir, para siempre, dejó sobre su pequeño lecho negro sus violetas
agonizantes. Desesperadamente hemos entrado en aquel sutil aliento y hemos
pensado en una delgada tumba de la juventud, muerta de amoroso secreto. ¡Oh!
cómo fue triste la pérdida cotidiana, inexorable, del pobre perfume. Y se fue
como él, con él, para siempre.
No somos más que cosas en la
cosa: imagen terriblemente perfecta de la Nada.
Todo tañido de la campana de la
pequeña parroquia suena a muerto. Todo esto es tristísimo para nosotros, pobres
pequeñas cosas solas, si él estuviera aquí. Pero se ha alejado y la campana no
carcome el silencio por él, pobre querido.
Un tiempo lo vimos y lo oímos
llorar sin un propósito: queríamos consolarlo, ahora, lo sentimos así
tremendamente crucificado. Hoy, oh, ahora es otra cosa: ¿dónde llora? ¿por qué
llora?
Ahora solloza desoladamente
porque su pequeña y blanca hermana no viene, en la tarde, como en el pasado, a hacerlo sólo un hombre,
el más solo. Así él le decía mientras la abrazaba. Agregando: “Nosotros
recordamos y nada como el recuerdo es un símbolo de soledad y muerte”
Recordábamos muchos sucesos felices y muchos tristes acontecimientos, aunque no
todos eran amargos.
Una tarde nuestro amigo esperaba
inútilmente. Esperaba desde la hora de la primera golondrina hasta la última
estrella… Oh, él sí que lo quería: a cada momento hablaba largo rato, como en
sueños. En sueños hablaba. Antes de dormir, encendía una pequeña luz amarilla,
suspendida en el muro. Quizá tenía miedo. Es algo dulce el miedo, ¡precisamente
porque es de los niños!
No dormíamos; éramos la eterna
vigilia, éramos el silencio que ve y que escucha: el visible silencio.
La casa debió ser muy grande.
Oíamos el intercambio de voces lejanísimas y que sabíamos no venían de la
pequeña plaza. ¡Oh, la ventana, si se entornara y dejara pasar un poco de sol,
un poco de viento! Oh, nada se parece al corazón perdido como el sol que quiere
entrar y todos los días despierta a todos los seres, triste y blanco, pálido de
renuncia.
Un convento, una iglesia, un
largo muro bajo, interrumpido por dos pequeñas puertas, cuyo umbral siempre era
verde. La nieve quedaba intacta, delante de aquel muro, un tiempo interminable.
Nuestro amigo decía que la puerta cerrada era la imagen de una gran alegría.
Éramos simples, no habíamos comprendido aún esta palabra, quizá, será porque
estábamos tan solos y tan desconsolados de tantos años encerrados en este
cuarto!
¡Oh, los ojos abiertos
desmesuradamente en la sombra terrible; se parecía tanto a nosotros! Saber ver
pero no poder ver. ¿Por cuánto tiempo
desfallecimos en lo oscuro como la estrella dentro de la nube? ¿Por cuánto
tiempo nuestra ceguera aparente se prohibió al sol, o, quizá, un poco de dulce
luna?
Como tantos pequeños monjes en el
claustro, nosotros, pobres cosas, vivimos y morimos. ¡Piedad! ¡Piedad!
¡En tanto surgen las arrugas!
Estamos viejos, oh, así de viejos temiendo el fin imprevisto. Y el polvo que
nosotros pensábamos, empolva, entierra cotidianamente como un sepulturero muy
escrupuloso.
¡Cómo nos acariciaba la tienda de
campaña, llena de viento en primavera! Ella debía acariciar así a nuestro
amigo, debía hacerlo morir de espasmos. Ahora, también parece una vela de una
decrépita barca inservible, tirada junto al vano de una pequeña puerta
solitaria y triste, colgando floja y vieja: hoy su caricia hace pensar en la
mano de un agonizante.
Un paso. Una mano toca la llave…
oh, sin pasmo: es un niño, es el solitario niño de todos los días que pasa a lo
largo del corredor para caminar quién sabe a dónde, sin pasmo, es inútil.
Traducciones del italiano, Mario Bojórquez
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2012/01/desolacion-del-pobre-poeta-sentimental-por-sergio-corazzini/
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