lunes, 25 de marzo de 2024

POEMAS DE JAIME SABINES RECORDANDO SU NATALICIO

 

Cuando estuve en el mar era marino....

Cuando estuve en el mar era marino

este dolor sin prisas.

Dame ahora tu boca:

me la quiero comer con tu sonrisa.

Cuando estuve en el cielo era celeste

este dolor urgente.

Dame ahora tu alma:

quiero clavarle el diente.

No me des nada, amor, no me des nada:

yo te tomo en el viento,

te tomo del arroyo de la sombra,

del giro de la luz y del silencio,

de la piel de las cosas

y de la sangre con que subo al tiempo.

Tú eres un surtidor aunque no quieras

y yo soy el sediento.

No me hables, si quieres, no me toques,

no me conozcas más, yo ya no existo.

Yo soy sólo la vida que te acosa

y tú eres la muerte que resisto.

 

 

Después de todo -pero después de todo-...

Después de todo -pero después de todo

sólo se trata de acostarse juntos,

se trata de la carne,

de los cuerpos desnudos,

lámpara de la muerte en el mundo.

Gloria degollada, sobreviviente

del tiempo sordomudo,

mezquina paga de los que mueren juntos.

A la miseria del placer, eternidad,

condenaste la búsqueda, al injusto

fracaso encadenaste sed,

clavaste el corazón a un muro.

Se trata de mi cuerpo al que bendigo,

contra el que lucho,

el que ha de darme todo

en un silencio robusto

y el que se muere y mata a menudo.

Soledad, márcame con tu pie desnudo,

aprieta mi corazón como las uvas

y lléname la boca con su licor maduro.

 

 

El día

Amanecí sin ella.

Apenas si se mueve.

Recuerda.

(Mis ojos, más delgados, la sueñan.)

¿Qué fácil es la ausencia?

En las hojas del tiempo

esa gota del día

resbala, tiembla.

 

 

El llanto fracasado

Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado,

hueco como un tambor al que golpea la vida,

sin nadie pero solo,

respondiendo las mismas palabras para las mismas

cosas siempre,

muriendo absurdamente, llorando como niña, asqueado.

He aquí éste que queda, el que me queda todavía.

Háblenle de esperanza,

díganle lo que saben ustedes, lo que ignoran,

una palabra de alegría, otra de amor, que sueñe.

Todos los animales sobre la tierra duermen.

Sólo el hombre no duerme.

¿Han visto ustedes un gesto de ternura en el rostro de

un loco dormido?

¿Han visto un perro soñando con gaviotas?

¿Qué han visto?

Nadie sino el hombre pudo inventar el suicidio.

Tomado de:

https://www.ingenieria.unam.mx/dcsyhfi/material_didactico/Literatura_Hispanoamericana_Contemporanea/Autores_S/SABINES/PO.pdf

 

 

Entonces se enviaban suspiros en las rosas...

 

Entonces se enviaban suspiros en las rosas,

besos-palomas de balcón a balcón.

Pero la sucia noche revolvía alfileres,

sábanas, rezos, cruces, luto de amor.

 

Caras agrias, en sombra, el deseo encendió.

(Cuántos hijos tirados en paredes,

pañuelos, muslos, manos, por Dios!)

 

muro de agua, la angustia, se levantó.

Humo rojo en mis venas. Transfigurado cielo.

De polvo a polvo soy.

 

 

Es la sombra del agua...

 

Es la sombra del agua

y el eco de un suspiro,

rastro de una mirada,

memoria de una ausencia,

desnudo de mujer detrás de un vidrio.

 

Está encerrada, muerta -dedo

del corazón, ella es tu anillo-,

distante del misterio,

fácil como un niño.

 

Gotas de luz llenaron

ojos vacíos,

y un cuerpo de hojas y alas

se fue al rocío.

 

Tómala con los ojos,

llénala ahora, amor mío.

Es tuya como de nadie,

tuya como el suicidio.

 

Piedras que hundí en el aire,

maderas que ahogué en el río,

ved mi corazón flotando

sobre su cuerpo sencillo.

 

 

He aquí que tú estás sola y que estoy solo...

 

He aquí que tú estás sola y que estoy solo.

Haces tus cosas diariamente y piensas

y yo pienso y recuerdo y estoy solo.

A la misma hora nos recordamos algo

y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya

somos, y una locura celular nos recorre

y una sangre rebelde y sin cansancio.

Se me va a hacer llagas este cuerpo solo,

se me caerá la carne trozo a trozo.

Esto es lejía y muerte.

El corrosivo estar, el malestar

muriendo es nuestra muerte.

 

Ya no sé dónde estás. Yo ya he olvidado

quién eres, dónde estás, cómo te llamas.

Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,

una mitad apenas, sólo un brazo.

Te recuerdo en mi boca y en mis manos.

Con mi lengua y mis ojos y mis manos

te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,

a siembra, a flor, hueles a amor, a ti,

hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí.

En mis labios te sé, te reconozco,

y giras y eres y miras incansable

y toda tú me suenas

dentro del corazón como mi sangre.

Te digo que estoy solo y que me faltas.

Nos faltamos, amor, y nos morimos

y nada haremos ya sino morirnos.

Esto lo sé, amor, esto sabemos.

Hoy y mañana, así, y cuando estemos

en nuestros brazos simples y cansados,

me faltarás, amor, nos faltaremos.

 

 

Los amorosos

 

Los amorosos callan.

El amor es el silencio más fino,

el más tembloroso, el más insoportable.

Los amorosos buscan,

los amorosos son los que abandonan,

son los que cambian, los que olvidan.

 

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,

no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos

porque están solos, solos, solos,

entregándose, dándose a cada rato,

llorando porque no salvan al amor.

 

Les preocupa el amor. Los amorosos

viven al día, no pueden hacer más, no saben.

Siempre se están yendo,

siempre, hacia alguna parte.

Esperan,

no esperan nada, pero esperan.

 

Saben que nunca han de encontrar.

El amor es la prórroga perpetua,

siempre el paso siguiente, el otro, el otro.

Los amorosos son los insaciables,

los que siempre - ¡qué bueno!-  han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.

 

Tienen serpientes en lugar de brazos.

Las venas del cuello se les hinchan

también como serpientes para asfixiarlos.

Los amorosos no pueden dormir

porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la oscuridad abren los ojos

y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana

y su cama flota como sobre un lago.

 

Los amorosos son locos, sólo locos,

sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas

temblorosos, hambrientos,

a cazar fantasmas.

Se ríen de las gentes que lo saben todo,

de las que aman a perpetuidad, verídicamente,

de las que creen en el amor

como una lámpara de inagotable aceite.

 

Los amorosos juegan a coger el agua,

a tatuar el humo, a no irse.

Juegan el largo, el triste juego del amor.

Nadie ha de resignarse.

Dicen que nadie ha de resignarse.

Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,

la muerte les fermenta detrás de los ojos,

y ellos caminan, lloran hasta la madrugada

en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

 

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,

a mujeres que duermen con la mano en el sexo,

complacidas,

a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida,

y se van llorando, llorando,

la hermosa vida.

 

 

Me doy cuenta de que me faltas...

 

Me doy cuenta de que me faltas

y de que te busco entre las gentes, en el ruido,

pero todo es inútil.

Cuando me quedo solo

me quedo más solo

solo por todas partes y por ti y por mí.

No hago sino esperar.

Esperar todo el día hasta que no llegas.

Hasta que me duermo

y no estás y no has llegado

y me quedo dormido

y terriblemente cansado

preguntando.

Amor, todos los días.

Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta.

Puedes empezar a leer esto

y cuando llegues aquí empezar de nuevo.

Cierra estas palabras como un círculo,

como un aro, échalo a rodar, enciéndelo.

Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas,

en mi garganta como moscas en un frasco.

Yo estoy arruinado.

Estoy arruinado de mis huesos,

todo es pesadumbre.

 

 

Me dueles

 

Mansamente, insoportablemente, me dueles.

Toma mi cabeza. Córtame el cuello.

Nada queda de mí después de este amor.

 

Entre los escombros de mi alma, búscame,

escúchame.

En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,

pide tu asombro, tu iluminado silencio.

 

Atravesando muros, atmósferas, edades,

tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)

viene desde la muerte, desde antes

del primer día que despertara al mundo.

 

¡Qué claridad de rostro, qué ternura

de luz ensimismada,

qué dibujo de miel sobre hojas de agua!

 

Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.

Soy como el hijo de tus ojos,

como una gota de tus ojos soy.

Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,

del suelo, de la sombra que pisas,

del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.

Levántame. Porque he caído de tus manos

y quiero vivir, vivir, vivir.

 

 

Me gustó que lloraras

 

¡Qué blandos ojos

sobre tu falda!

 

No sé. Pero tenías

de todas partes, largas

mujeres, negras aguas.

 

Quise decirte: hermana.

Para incestar contigo

rosas y lágrimas.

 

Duele bastante, es cierto,

todo lo que se alcanza.

Es cierto, duele

no tener nada.

 

¡Qué linda estás, tristeza:

cuando así callas!

¡Sácale con un beso

todas las lágrimas!

 

¡Que el tiempo, ah,

te hiciera estatua!

 

 

Me tienes en tus manos...

 

Me tienes en tus manos

y me lees lo mismo que un libro.

Sabes lo que yo ignoro

y me dices las cosas que no me digo.

Me aprendo en ti más que en mi mismo.

Eres como un milagro de todas horas,

como un dolor sin sitio.

Si no fueras mujer fueras mi amigo.

A veces quiero hablarte de mujeres

que a un lado tuyo persigo.

Eres como el perdón

y yo soy como tu hijo.

¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo?

¡Qué distante te haces y qué ausente

cuando a la soledad te sacrifico!

Dulce como tu nombre, como un higo,

me esperas en tu amor hasta que arribo.

Tú eres como mi casa,

eres como mi muerte, amor mío.

 

 

Mi corazón emprende...

 

Mi corazón emprende

de mi cuerpo a tu cuerpo último viaje.

Retoño de la luz,

agua de las edades que en ti, perdida, nace.

Ven a mi sed. Ahora.

Después de todo. Antes.

Ven a mi larga sed entretenida

en bocas, escasos manantiales.

quiero esa arpa honda que en tu vientre

arrulla niños salvajes.

Quiero esa tensa humedad que te palpita,

esa humedad de agua que te arde.

Mujer, músculo suave.

La piel de un beso entre tus senos

de oscurecido oleaje

me navega en la boca

y mide sangre.

Tú también. Y no es tarde.

Aún podemos morirnos uno en otro:

es tuyo y mío ese lugar de nadie.

Mujer, ternura de odio, antigua madre,

quiero entrar, penetrarte,

veneno, llama, ausencia,

mar amargo y amargo, atravesarte.

Cada célula es hembra, tierra abierta,

agua abierta, cosa que se abre.

Yo nací para entrarte.

Soy la flecha en el lomo de la gacela agonizante.

Por conocerte estoy,

grano de angustia en corazón de ave.

Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres

tendrán un hombre encima en todas partes.

 

 

Mi corazón me recuerda que he de llorar...

 

Mi corazón me recuerda que he de llorar

por el tiempo que se ha ido, por el que se va.

Agua del tiempo que corre, muerte abajo,

tumba abajo, no volverá.

Me muero todos los días

sin darme cuenta, y está

mi cuerpo girando

en la palma de la muerte

como un trompo de verdad.

Hilo de mi sangre, ¿quién te enrollará?

Agua soy que tiene cuerpo,

la tierra la beberá.

Fuego soy, aire compacto,

no he de durar.

El viento sobre la tierra

tumba muertos, sobre el mar,

los siembra en hoyos de arena,

les echa cal.

Yo soy el tiempo que pasa,

es mi muerte la que va

en los relojes andando hacia atrás.

 

 

Miss X

 

Miss X, sí, la menuda Miss Equis,

llegó, por fin, a mi esperanza:

alrededor de sus ojos,

breve, infinita, sin saber nada.

Es ágil y limpia como el viento

tierno de la madrugada,

alegre y suave y honda

como la hierba bajo el agua.

Se pone triste a veces

con esa tristeza mural en su cara

hace ídolos rápidos

y dibuja preocupados fantasmas.

Yo creo que es como una niña

preguntándole cosas a una anciana,

como un burrito atolondrado

entrando a una cuidad, lleno de paja.

Tiene también una mujer madura

que le asusta de pronto la mirada

y se le mueve dentro y le deshace

a mordida de llanto las entrañas.

Miss X, sí, la que me ríe

y no quiere decir cómo se llama,

me ha dicho ahora, de pie sobre su sombra,

que me ama pero que no me ama.

Yo la dejo que mueva la cabeza

diciendo no y no, que así se cansa,

y mi beso en su mano le germina

bajo la piel en paz semilla de alas.

 

Ayer la luz estuvo

todo el día mojada,

y Miss X salió con una capa

sobre sus hombros, leve, enamorada.

Nunca ha sido tan niña, nunca

amante en el tiempo tan amada.

El pelo le cayó sobre la frente,

sobre sus ojos, mi alma.

 

La tomé de la mano, y anduvimos

toda la tarde de agua.

 

¡Ah, Miss X, escondida

flor del alba!

 

Usted no la amará, señor, no sabe.

Yo la veré mañana.

 

 

No es nada de tu cuerpo...

 

No es nada de tu cuerpo

ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,

ni ese lugar secreto que los dos conocemos,

fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.

No es tu boca -tu boca

que es igual que tu sexo-,

ni la reunión exacta de tus pechos,

ni tu espalda dulcísima y suave,

ni tu ombligo en que bebo.

Ni son tus muslos duros como el día,

ni tus rodillas de marfil al fuego,

ni tus pies diminutos y sangrantes,

ni tu olor, ni tu pelo.

No es tu mirada -¿qué es una mirada?-

triste luz descarriada, paz sin dueño,

ni el álbum de tu oído, ni tus voces,

ni las ojeras que te deja el sueño.

Ni es tu lengua de víbora tampoco,

flecha de avispas en el aire ciego,

ni la humedad caliente de tu asfixia

que sostiene tu beso.

No es nada de tu cuerpo,

ni una brizna, ni un pétalo,

ni una gota, ni un grano, ni un momento.

 

Es sólo este lugar donde estuviste,

estos mis brazos tercos.

 

 

No es que muera de amor, muero de ti....

 

No es que muera de amor, muero de ti.

Muero de ti, amor, de amor de ti,

de urgencia mía de mi piel de ti,

de mi alma, de ti y de mi boca

y del insoportable que yo soy sin ti.

 

Muero de ti y de mi, muero de ambos,

de nosotros, de ese,

desgarrado, partido,

me muero, te muero, lo morimos.

 

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,

en mi cama en que faltas,

en la calle donde mi brazo va vacío,

en el cine y los parques, los tranvías,

los lugares donde mi hombro

acostumbra tu cabeza

y mi mano tu mano

y todo yo te sé como yo mismo.

 

Morimos en el sitio que le he prestado al aire

para que estés fuera de mí,

y en el lugar en que el aire se acaba

cuando te echo mi piel encima

y nos conocemos en nosotros,

separados del mundo, dichosa, penetrada,

y cierto, interminable.

 

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos

entre los dos, ahora, separados,

del uno al otro, diariamente,

cayéndonos en múltiples estatuas,

en gestos que no vemos,

en nuestras manos que nos necesitan.

 

Nos morimos, amor, muero en tu vientre

que no muerdo ni beso,

en tus muslos dulcísimos y vivos,

en tu carne sin fin, muero de máscaras,

de triángulos oscuros e incesantes.

Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,

de nuestra muerte, amor, muero, morimos.

En el pozo de amor a todas horas,

inconsolable, a gritos,

dentro de mi, quiero decir, te llamo,

te llaman los que nacen, los que vienen

de atrás, de ti, los que a ti llegan.

Nos morimos, amor, y nada hacemos

sino morirnos más, hora tras hora,

y escribirnos y hablarnos y morirnos.

 

 

No hay más. Sólo mujer para alegrarnos...

 

No hay más. Sólo mujer para alegrarnos,

sólo ojos de mujer para reconfortarnos,

sólo cuerpos desnudos,

territorios en que no se cansa el hombre.

Si no es posible dedicarse a Dios

en la época del crecimiento,

¿qué darle al corazón afligido

sino el círculo de muerte necesaria

que es la mujer?

 

Estamos en el sexo, belleza pura,

corazón solo y limpio.

 

 

Pequeña del amor, tú no lo sabes...

 

Pequeña del amor, tú no lo sabes,

tú no puedes saberlo todavía,

no me conmueve tu voz

ni el ángel de tu boca fría,

ni tus reacciones de sándalo

en que perfumas y expiras,

ni tu mirada de virgen

crucificada y ardida.

 

No me conmueve tu angustia

tan bien dicha,

ni tu sollozar callado

y sin salida.

 

No me conmueven tus gestos

de melancolía,

ni tu anhelar, ni tu espera,

ni la herida

de que me hablas afligida.

 

Me conmueves toda tú

representando tu vida

con esa pasión tan torpe

y tan limpia,

como el que quiere matarse

para contar: soy suicida.

 

Hoja que apenas se mueve

ya se siente desprendida:

voy a seguirte queriendo

todo el día.

 

 

¡Qué risueño contacto el de tus ojos...

 

¡Qué risueño contacto el de tus ojos,

ligeros como palomas asustadas a la orilla

                                                       del agua!

! Qué rápido contacto el de tus ojos

con mi mirada!

 

¿Quién eres tú?! ¡Qué importa!

A pesar de ti misma,

hay en tus ojos una breve palabra

enigmática.

No quiero saberla. Me gustas

mirándome de lado, escondida, asustada.

Así puedo pensar que huyes de algo,

de mí o de ti, de nada,

de esas tentaciones que dicen que persiguen a la mujer casada.

 

 

Se ha vuelto llanto este dolor ahora...

 

Se ha vuelto llanto este dolor ahora

y es bueno que así sea.

Bailemos, amemos, Melibea.

 

Flor de este viento dulce que me tiene,

rama de mi congoja:

desátame, amor mío, hoja por hoja,

 

mécete aquí en mis sueños,

te arropo con mi sangre, ésta es tu cuna:

déjame que te bese una por una,

 

mujeres tú, mujer, coral de espuma.

 

Rosario, sí, Dolores cuando Andrea,

déjame que te llore y que te vea.

 

Me he vuelto llanto nada más ahora

y te arrullo, mujer, llora que llora.

 

 

Sitio de amor, lugar en que he vivido...

 

Sitio de amor, lugar en que he vivido

de lejos, tú, ignorada,

amada que he callado, mirada que no he visto,

mentira que me dije y no he creído:

en esta hora en que los dos, sin ambos,

a llanto y odio y muerte nos quisimos,

estoy, no sé si estoy, ¡si yo estuviera!,

queriéndote, llorándome, perdido.

 

(Esta es la última vez que yo te quiero.

En serio te lo digo.)

 

Cosas que no conozco, que no he aprendido,

contigo, ahora, aquí, las he aprendido.

 

En ti creció mi corazón.

En ti mi angustia se hizo.

Amada, lugar en que descanso,

silencio en que me aflijo.

 

(Cuando miro tus ojos

pienso en un hijo.)

 

Hay horas, horas, horas, en que estás tan ausente

que todo te lo digo.

 

Tu corazón a flor de piel, tus manos,

tu sonrisa perdida alrededor de un grito,

ese tu corazón de nuevo, tan pobre, tan sencillo,

y ese tu andar buscándome por donde yo no he ido:

 

todo eso que tu haces y no haces a veces

es como para estarse peleando contigo.

 

Niña de los espantos, mi corazón caído,

ya ves, amada, niña, que cosas digo.

 

 

Sólo en sueños...

 

Sólo en sueños,

sólo en el otro mundo del sueño te consigo,

a ciertas horas, cuando cierro puertas

detrás de mí.

¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan,

y ahora estoy preso en su sortilegio,

atrapado en su red!

¡Con qué morboso deleite te introduzco

en la casa abandonada, y te amo mil veces

de la misma manera distinta!

Esos sitios que tú y yo conocemos

nos esperan todas las noches

como una vieja cama

y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen.

Me gusta decirte lo de siempre

y mis manos adoran tu pelo

y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre.

Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo,

y con mi mano en tu boca, te busco y te busco.

A veces lo recuerdo. A veces

sólo el cuerpo cansado me lo dice.

Al duro amanecer estás desvaneciéndote

y entre mis brazos sólo queda tu sombra.

 

 

Te desnudas igual que si estuvieras sola...

 

Te desnudas igual que si estuvieras sola

y de pronto descubres que estás conmigo.

¡Cómo te quiero entonces

entre las sábanas y el frío!

 

Te pones a flirtearme como a un desconocido

y yo te hago la corte ceremonioso y tibio.

Pienso que soy tu esposo

y que me engañas conmigo.

 

¡Y como nos queremos entonces en la risa

de hallarnos solos en el amor prohibido!

(Después, cuando pasó, te tengo miedo

y siento un escalofrío.)

Tomado de:

http://amediavoz.com/sabines.htm

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