sábado, 23 de marzo de 2024

POEMAS DE LLENY DÍAZ VALDIVIA

 

A los siete años nadie comprende los aviones

 

A los siete años

 

nadie comprende a los aviones.

 

A los siete pudo leerse una carta,

 

un manifiesto,

 

el testamento de Ibsen tras la puerta

 

y aun así

 

seguir siendo pequeña.

 

 

 

Ya sabía del mar,

 

de los juguetes serios,

 

del corsé y las mentiras.

 

Eran dos cifras de humo,

 

y las arañas jugaban a matarme.

 

Prendí una luz.

 

Póstuma luz para negar mi centro

 

–si es que el centro

 

memoriza la tristeza

 

y este hueco total,

 

confusa ebriedad.

 

 

 

Jamás hubiese hallado

 

aquel cielo

 

que cantabas.

 

 

 

Te despedías de mi sangre,

 

amparabas mi locura.

 

 

 

Ya sabía del mar,

 

de tu sobria trascendencia

 

de esas marcas andróginas y tristes.

 

 

 

Yo,

 

echada sobre el auto,

 

deshaciéndome al fondo

 

como si Flaubert

 

escribiera

 

mi cara en los cristales.

 

 

Historia extenuada del último deseo

 

 

 

Cada vez el murmullo,

 

la ventana como pista,

 

el hombro de Dios

 

sobre la sombra.

 

Cada vez los perros

 

ladrándote el milagro.

 

Cada vez la muerte,

 

el viejo testamento de los hijos.

 

Cada vez,

 

las lógicas pedradas

 

latiendo entre mis ojos,

 

este amanecer sin las rodillas.

 

Sin esa parte de mí

 

que se deshila, sorda, trashumante.

 

Cada vez la madera

 

y sus extraños.

 

 

Nocturno

 

La noche se tuerce

 

entre mis dedos

 

fumo

 

desaparezco.

 

Ella pregunta

 

pregunta

 

mientras

 

los camareros

 

reparten

 

sus uñas.

 

Hay un muerto

 

floreciendo

 

en la pared

 

o una muerta

 

de talones

 

y abrigos

 

no lo sé

 

nunca se sabe

 

cuando

 

los muertos

 

sueñan

 

o se abrazan.

 

La noche

 

danza

 

en la punta

 

de sus lenguas.

 

Desaparezco.

 

 

Todo poema es siempre una despedida [1]

 

 

 

Escapar del puente.

 

 

 

Escapar

 

aun si Dios escucha lo que digo.

 

 

 

Escapar,

 

aun si el cero demora

 

en la boca de los niños.

 

 

 

Escapar.  Que nadie se atreva a detener mi espanto,

 

esta mueca

 

de hilos flotando en el café.

 

 

 

Escapar.

 

 

 

Que nadie dignifique la postura: leve posición de auroras.

 

 

 

Escapar,

 

para que nada detenga

 

 

 

mi caída.

 

 

[1] Francisco Ruiz Udiel, “Un hombre en la calle clavel”, de Memorias del Agua (2011)

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2013/11/poetas-de-miami-lleny-diaz-valdivia/

 

 

Vértigo

 

Hay una bestia en mi jardín.

Aun cuando soplo bajo el agua

muestra sus dientes y me alcanza.

Destinada a mi herida

esa minúscula otredad

de orejas finas y saladas.

Entra, se hace hambre bajo el hueco de mis uñas.

Murmura.

¡Cómo murmura la bestia del jardín!

Aquí un mordisco

allá un soplido.

Excéntrica como es,

recta,

tan amarilla que casi no me alcanza.

Como si fuera un desbalance y no la noche

y no la aguja y no el hilo

y no la bestia escrita en los cartones

cubierta de vida

de vida.

 

 

La belleza como artificio de construcción

 

Seguían los dedos sin escribir, pero escribiendo. Adoptando esa postura de niño o de azulejo roto en medio de los bares. El trago era más corto cada vez y las puertas no se abrían, sino que reían estrepitosamente contra el lóbulo, contra el codo infeliz y las papadas. Para escribir hace falta alcohol y un gato negro. No hay pájaro en la sangre que edifique la belleza. No hay cielo ni hay números. Hay gatos, derrumbes. Hay puertas. Demasiadas puertas y los dedos se parten, oscurecen el límite, se arrastran, piensan en la cabina de un avión, en la cocina de Anne Sexton. Los dedos son viajeros sucios, ermitaños. Confunden las palabras, se abrazan a la noche, escalan, se convierten en lagartos, en espátulas de dios que escriben.

 

 

Un poco de nieve

 

Músculo hacia fuera.

Ludovico Einaudi

alza su mano

hay una cinta corriendo

por su boca.

Con migas de pan

se gana el cielo

pero Rusia ¡ah!

Qué país serio

qué blancas capitales

para cantar al odio.

Si tan solo las revoluciones fueran azules.

 

 

La zona

 

Acabo de abrir la puerta

Stalker.

Habían más de cien becerros

quemándose las frentes.

Puse mi bolsa entre la luz

y no hacían silencio

no hacían más

que soñar

con cada fueguecillo

puesto en su osamenta.

Acaricio el agua

tomo prestadas las paredes…

nada que no sea.

Mi zona

Stalker

es un avestruz inmenso

y parpadea tanto

y asesina casi sin pensarlo.

Acabo de mirar el cielo

ni una nube muchacho

ni un recuerdo

que nos salve.

Regresemos al camino

nadie pondrá

esas bombas

sino nuestras propias manos.

 

 

Las líneas de Pablo

 

Un toro podría explicar los huesos

sus pasos por el aire.

La tarde.

El animal piensa la tarde

como jamás alguien

lo haría.

El barro no es ahora

sustancia en sus patas

es tinta

acrílico blando

inundador de cielos.

Un toro podría decir

si quiere

si es un toro trazado

vivo.

Agujereado por la mano

absuelto

entre espátulas y brillos.

Podría hablar

del mar en su garganta

invertir los cuernos

paladear una luz

y otra

y otra.

Un toro parado

mortal.

Podría explicar su ojo y su penumbra.

Si quisiera.

 

 

Arte pop

 

En los aleros

Joplin

Picasso.

En la pantalla vulvas

relojes.

Tú abres los ojos

ya sabes que Pablo

teje un nido

es apenas una inclinación

corte de acrílico y mostaza.

Sabes

te convences.

Tú has sido el hijo

y la madre.

Hay un daño preciso

que no arde

y un tranvía

en nuestra multitud.

 

 

Desde que no se pueden ver los mapas

 

La calle tiene un toque

de queda.

Huesos.

Un cartel que dice nada.

Panecillos

máscaras

silencios.

La calle tiene a veces

unas ganas

enormes de llorar.

 

 

Caminar como si el mundo fuera

 

Gira en dirección opuesta.

La loca y sus dedos

se repatrian

buscan un estatus

una esquina.

¡Miami! grita la loca.

¡Fuck you! canta la loca.

Mugre, migajas

todo es redondo

en la forma de alejarse

en las maneras prolongadas

del cinismo.

Una ciudad

no ocupa el sitio.

Ella lo sabe.

Una ciudad es la noche

y la sal.

Ha comido de su mano

ha mordido su mano.

Ítaca,

escribe con las uñas

una y otra vez.

Tomado de:

https://www.revistaaltazor.cl/lleny-diaz-valdivia-2/

 

 

Tercer Mundo

 

Y ese temor a las cosas

que caen del cielo

águilas doradas

alfileres.

Pomarrosas con filo.

Verbos animales

rosados.

Días centauros.

Miedo contra el miedo

irreversible.

Como una foto clandestina

que nos borra de los siglos.

Hilillo destrozado.

Te revientan los aviones

con esos modos

de acariciar los pánicos

de romper la mansedumbre

con que aprietas el aire

para no romperte

para no romperlo todo.

Ese

temor

a las cosas

que caen.

 

 

Cuadrúpedos

 

La diferencia entre

el lomo de mi jefe y un cuadrúpedo

es mínima

tan mínima

que a veces prefiero silbar

o chasquear los dedos.

Lanzarle los huesos de mi tórax.

No es lo mismo

un sueño que un cuchillo.

¿O sí?

Tal vez mi jefe

mastica sin espíritu

y entra en las gargantas

sin permiso.

Hoy he traído a mi caballo

me preparo

con la misma precisión.

Canto.

Mujercita.

Eso dirá

eso espero que diga

y cuando su lomo

se ilumine

cerraré los ojos del caballo.

Porque hay muchas diferencias.

Porque el ojo sabe.

 

 

Procesos

 

Benditos los malditos

los que orinan despacio

los que fuman con Dios.

Benditos los infames

lustradores de lenguas

ciegos y dormidos.

Benditos estos

y esos

los que enseñan los dientes

y se matan.

Los malditos que florecen

los huérfanos con hijos.

Este golpe

sus destinos.

 

 

Animal o sombra

 

Los animales se miran

como si el esplendor fuera posible

como si cavar un hoyo

la única violencia.

Los animales, ¡ah!

Qué inmensa letanía

para abrazar lo bello.

Disienten de las sombras

tiemblan.

 

Quiero cavar

un hoyo

hasta la nuca.

Tomado de:

https://deinospoesia.com/2024/02/18/lleny-diaz-valdivia-cinco-poemas-five-poems/

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