EL MAR Y LA ALONDRA
En un oído y otro, dos ruidos demasiado
antiguos para acabar
se atrincheran: a la derecha, la marea,
acechando la costa;
inundando o cayendo, amortiguada o clamor,
frecuente allí mientras la luna se gasta y
se agosta.
A la izquierda, en tierra, oigo que
asciende la alondra,
su partitura que reparte renovada,
rebobinada, cenital,
en torbellinos turbulentos que no
estorban,
su nada queda música hasta que nada queda
ya.
¡Cómo los dos avergüenzan a esta ciudad
huera y frágil!
¡Cómo el derecho mitiga nuestro sórdido
tiempo
con su pureza! Orgullo de la vida y cuidada corona, casi
hemos perdido el canto y el encanto del
pasado espléndido
de la tierra: toda nuestra hechura se deshace, ágil
va el postrer polvo del hombre al lodo del
hombre primero.
LA LINTERNA DEL EXTERIOR
A veces en la noche se mueve una linterna,
que atrae nuestra mirada. ¿Quién va?, me interrogo.
¿De dónde y hacia dónde va, con todo
Este manto negro, ¿esa luz que de él
tiembla?
Pasan junto a mí hombres que brillante
belleza
o molde o mente, o no sé qué más, marca
insólitos:
lanzan contra nuestro aire espeso y
cenagoso
radiante luz, hasta que la muerte o la
distancia se los lleva.
La muerte o la distancia los consume
enseguida.
Devanar lo que pueda ver después, estar en
el final no consigo
Y lo que se pierde de vista se olvida.
Cristo no olvida, el interés de Cristo,
para corregirlos
los mira, quiere de corazón, los cuida, el
pie les guía,
su rescate, su prenda, el primer y último
amigo.
AVE AL VIENTO
A
Cristo Nuestro Señor
Sorprendí esta mañana la favorita de la
mañana, delfín del reino de la luz del día,
el Halcón de alas de alba moteado que
remontaba
el quieto aire del ondulado terreno abajo,
y pasando por lo alto, ¡cómo se movía
en círculos bajo la rienda de una
serpenteante ala
en su éxtasis! Y luego hala, hala: siguió balanceándose, como el talón de un
patín se desplaza
suavemente en una curva: el lanzamiento y
el deslizarse repelían
al gran viento. Mi corazón, escondido, se estremecía
por un ave, su dominio y todo lo que
alcanza.
Belleza bruta, y valor y acto, oh, aire,
orgullo, penacho,
aquí ¡se abrochan! Y el fuego que entonces surge de ti, mil
millones de veces
es más encantador, harto más peligroso,
¡oh, mi caballero!
Y no es raro: un puro paso laborioso hace
que el arado
en el surco brille, y brasas aceradas y
azules, mi querido, ceden,
se tajan, sajan y rajan en un oro bermejo.
ABIGARRADA BELLEZA
Gloria a Dios por todo lo abigarrado;
por los cielos bicolores como una vaca
berrenda,
por las motitas rosas que puntean a la
trucha que nada,
cataratas de castaño de recientes brasas,
alas de pinzones,
el paisaje parcelado y juntado, el
aprisco, el barbecho y el arado,
y todos los oficios, sus aperos y arreos,
sus adornos.
Todas las cosas contrarias, originales,
singulares, extrañas;
todo lo voluble y con pecas (¿quién sabe
cómo?)
con lo veloz, lo lento; con lo grato, lo
agrio, con lo fulgurante, lo fosco;
de todo es padre, y su belleza no cambia:
alabadlo.
tomado de:
https://www.revistaaltazor.cl/gerard-manley-hopkins-2/
CIELO/ASILO
Una monja toma el velo
Yo he deseado ir
Donde el manantial no cesa,
Donde no arrasa el campo el granizo cortante
Y algunos lirios florecen.
Y he pedido estar
Donde no llega la tormenta,
Donde el verde oleaje calla al asilo del
abra
Y libre del vaivén del mar.
1864-65
ANDRÓMEDA
Ahora la Andrómeda del Tiempo en esta roca
ruda,
Aquella sin igual en su belleza ni
Su daño, tiende la vista por ambos cuernos
de la costa,
Su flor, su parte de ser, condenada a
pasto de dragón.
En otro tiempo la pretendieron y acosaron
Muchos golpes y males; mas hoy escucha
rugir
En el oeste una bestia más salvaje que
todas, más
Fértil en desmanes, más desenfrenada y
lasciva.
¿Se demora su Perseo y la abandona a sus
extremos? —
Pisa un tiempo el aire delicado y cifra
Su pensamiento en ella, que olvidada
parece,
Cuya paciencia entretanto, desmenuzada en
dolores,
Crece; para luego descender avasallante,
nadie sueña,
Con avíos de Gorgona y alabarda / trallas
y comillos.
Oxford, 12 de agosto de 1879
DESCIFRADO EN HOJAS DE SIBILA
Ferviente, ultraterreno, igual,
armonizable,
bovedizo, voluminoso, estupendo
Crepúsculo pugna por ser del tiempo la
vasta
vientre-de-todo, casa-de-todo,
ataúd-de-todo
noche.
Su córnea tierna luz amarilla devanada al
oeste, su
loca hueca luz blanca colgada en la altura
Yerma; sus primeras estrellas, estrellas
príncipes,
principales, se nos ciernen,
Cielo en facciones de fuego. Pues la
tierra desata
su ser, su entrevero toca fin, divergente
o ebullente, todo a traviesa, en
tumulto; ser en ser macerado y molido —
por
entero
Desacordando, desmembrando todo ya. Bien
me
traes, corazón, a cuenta
Con: Nuestro crepúsculo nos cubre; nuestra
noche
se hinche, se hinche, y nos acaba.
Sólo las ramas y dentadas hojas
dragontinas
incrustan la pálida luz con lisura de
herramienta; negras,
Tan negras en ella. ¡Nuestro cuento, oh
nuestro
oráculo! Que la vida, menguante, ah que la
vida
devane
Su otrora tejida teñida venada variedad
toda en dos
husos; separa, encierra, guarda
Ahora su todo en dos rebaños, dos rediles
—
negro, blanco; bueno, malo; cuenta sólo,
atiende
sólo, mira
Sólo estos dos; cuidado con el mundo en
que los
dos sólo encontrados se revelan; con el
potro
Donde por sí atadas, por sí torcidas, sin
abrigo y
sin asilo, ideas contra ideas en queja se
quebrantan.
1885
(CARROÑA DEL CONSUELO)
No, yo no, carroña del consuelo,
Desaliento, no he
de comer de ti;
Ni destejer —flojas que estén— estas
últimas
fibras de hombre
En mí, o pleno de fatiga clamar No puedo
más.
Puedo;
Algo puedo, esperar, desear que llegue el
día, no
elegir no ser.
Mas ah, mas oh tú terrible, ¿por qué me
haces
rudeza
Meciendo tu pie derecho tuercemundos? ¿me
acercas la zarpa de león? ¿recorres
Con oscuros ojos voraces mis huesos
magullados?
¿y abanicas,
Oh en vueltas de tormenta, al aquí
apilado, aquí
ansioso de evitarte y huir?
¿Por qué? Porque la paja vuele; yazga el
grano,
limpio y claro.
Y en toda esa labor de laberinto, desde
(parece)
que besé la cruz,
Mano digo, mi corazón bebió fuerza, robó
gozo,
quiere reír, gloriar.
¿Pero gloriar a quién? ¿al héroe cuya
destreza
celeste me tumbó, me puso pie
Encima? ¿o a mí que lo combatí? Oh ¿cuál?
¿es
cada uno? Esa noche, ese año
De oscuridad ya hecha yo mísero yazgo en
lucha con
(¡mi Dios!) mi Dios.
1885
QUE LA NATURALEZA ES UN FUEGO HERACLÍTEO
Y DEL CONSUELO DE LA RESURRECCIÓN
Hongo de nube, borlas rotas, edredones al
vuelo
destacan, luego dan caza por una
Avenida de aire: algaravilleros del cielo,
en bandas
alegres pululan; brillan en marcha.
Por áspero, por fulgente encalado, en cada
sitio
donde un olmo arquea,
Luzlascas y sombravío en largos látigos
bordan,
lancean y copulan.
En delicia el vívido viento ruidoso laza,
lucha,
golpea la tierra y la desnuda
De los pliegues de otrora tempestad; en
charco y
surco el fango seca
Disipando rezumo en aplastada pasta,
costra, polvo;
restaña, restaura
Escuadras de máscaras y señas humanas
encenagadas laboran,
Presos los pies ahí. Atizada por doquier,
la hoguera
de natura arde aún.
Pero extingue su más dulce, más amada, su
más
clara chispa de ser
Hombre, ¡cuán pronto se va su mella de
llama, su
marca en la mente!
Ambas en impenetrable, todo en enorme
oscuridad
Ahogado. ¡Oh piedad e indignación! Forma
humana, que brillaba
Pura y lejos, disyuntiva, una estrella, la
muerte la
borra en negrura; ninguna huella
De las suyas es tan cierta
Que no la nuble lo vasto y el tiempo la
allane.
¡Basta ya! ¡la Resurrección,
Clarín de sangre! Acabe el estertor del
dolor, día
sin gozo, desaliento.
Brillante cruza mi puente de náufrago
Un haz, un rayo eterno. Desváyase la carne
y la
basura mortal
Caiga al gusano residuario; incendio del
mundo
reduzca a ceniza:
En destello, en querella de trompeta,
Soy de súbito lo que Cristo es, pues él
fue lo que
soy, y
Este triste, chiste, trozo de teja,
remiendo, cerillo
quemado, diamante inmortal,
Es diamante inmortal.
Dublín, 26 de julio de 1888
Tomado de:
https://materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/gerard-manley-hopkins.pdf
despierto y siento la malignidad de la noche, no el día
Despierto y siento la malignidad de la
noche, no el día.
Qué horas, ¡Oh, qué negras horas hemos
pasado
esta noche! ¡Las vistas, corazón, que
viste; los caminos que viajaste!
Y más debes en la aún más larga dilación
de la luz.
Con testigos hablo esto. Pero donde digo
horas me refiero a años, a la vida. Y mi
lamento
es un lloro incontable, llora como muertas
cartas enviadas
a él, el más querido que vive,
lamentablemente, lejos.
Estoy exasperado, tengo quemado el corazón. El decreto más profundo de
Dios
amargo me querría saber: mi sabor era yo;
los huesos se formaron en mí, la carne se
llenó, la sangre rebosó la maldición.
La levadura del ser del espíritu una sosa masa agría. Veo
que los condenados son así y que su
flagelo es ser,
como yo soy el mío, sus mismos yoes
sudorosos; pero peores.
Tú eres en verdad justo, Señor, si yo compito
Justo eres en verdad, Señor, si compito contigo; y sin embargo
por mí será dicho lo que es justo
para ti: ¿por qué prospera la vía de los impíos?
Tú eres en verdad justo, Señor, si yo
compito
contigo; pero, señor, también lo que
suplico es justo.
¿Por qué el camino de los pecadores
prospera? ¿Y por qué debe
en desencanto acabar todo aquello que
emprendo?
Fueres mi enemigo, Oh, amigo mío,
¿cómo podrías, me pregunto, peor que ahora
vencerme, frustrarme? Oh, los alcohólicos
y esclavos de la lujuria
en horas libres prosperan más que yo, que gasto,
Señor, la vida en tu causa. Mira, las
orillas y los recodos,
¡ahora cuán anchos han quedado! De nuevo
están tejidos
con calado de perifollo, mira, y un fresco
viento los hace temblar;
las aves construyen — pero yo no
construyo; no, pero me esfuerzo,
eunuco del tiempo, y no engendro una sola
obra que vaya a despertar.
Mío, Oh Señor de la vida, manda lluvia a
mis raíces.
Tomado de:
https://www.otroparamo.com/web/articulo.php?ed=12&ar=483
II. LA NOCHE ESTRELLADA
¡Mira a las estrellas! ¡Eleva tu mirada
hacia los cielos!
¡Contempla toda la ardiente multitud en
los aires asentada!
¡Oh villas refulgentes, redondas
ciudadelas!
De oscuros bosques en la más honda umbría,
veneros de diamantes, ¡los ojos de los elfos!
¡Y aquellas grises praderas, frías, donde
el oro, el oro vivo yace!
¡Argénteo serbal que se cimbrea al viento!
¡Aéreos álamos en llamas encendidos!
¡Copos de palomas, flotantes, huidas al
susto del corral en desbandada!
¡Ah, pero este cielo se compra, todo él es
premio!
¡Compradlo, pues! ¡Pujad! ¿Con qué?:
oración, paciencia, limosnas, votos
¡Mira, mira: una invasión de mayo del
huerto en la enramada!
¡Fíjate! ¡Un florecer de marzo en los
sauzales con polvo de oro tapizados!
Estos son en verdad los graneros, más allá
de los umbrales, las gavillas.
El relumbrante recinto al esposo oculta
tras sus vallas;
Es la morada de Cristo, de Cristo, de su
madre y de sus santos.
VIII. EN EL VALLE DEL ELWY
Recuerdo un hogar donde todos eran buenos
Conmigo, aunque, Dios lo sabe, tal cosa yo
no merecía.
Reconfortante aroma al entrar se
respiraba,
Recién traído, supongo, de algún bosque
perfumado.
Aquel aire cordial por completo aquella
gente protegía,
Como las maternales alas los huevos de su
nido,
O, como en primavera, las tibias noches
los renuevos;
Y parecía, por supuesto, parecía muy justo
que así fuera.
Bellos los bosques, las aguas, las
praderas, las gargantas y los valles,
Con ese aire que allí tienen las cosas y
que este mundo de Gales configura;
Tan solo los habitantes no responden.
¡Oh Dios, amante de las almas,
equilibradas balanzas inclinando,
¡Completa a tus queridas criaturas allí
donde haga falta!
Tú, que eres poderoso maestro; Tú, que
eres padre y amante.
Tomado de:
https://www.nuevarevista.net/gerard-manley-hopkins-veinte-poemas/
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