Sirena
Entre dos gajos de la noche
agoniza la sirena.
Al arrastrarse
agua tersa va muriendo.
Retrocede hasta donde cierra la calle
para olvidar sus ojos
sobre una piedra.
on botellas vacías circunda su lecho;
todo allí está roto.
Entre soplos arenosos
y polvo que se clava
se desvanece
abierta a la noche y ciega.
El mono
El monto en el árbol
prisionero
entre el negro y el ocre.
El mono nace
enrejado por líneas.
Del mismo color del árbol
seco nace.
Un solo rasgo lo distingue:
su mandíbula de hombre,
su grito más grande que
todo su alrededor.
La cebra
La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas
blancas pintadas en la capa negra del asfalto; nada hay que se parezca menos a
la cebra, pero así llaman a este paso.
José Saramago,
Ensayo sobre la ceguera
Al irse, él se hundió en
el humo negro de resina ardiente. Atravesó franjas, pequeños abismos donde su
paso parecía esfumarse. Una vez que comenzó a cruzar la avenida, Silenia lo vio
desde el borde, sobre las franjas negras, alargar vertical su cuello, en una
línea mínima e interminable, y someterlo al propio cuerpo, horizontal ahora,
para borrarse ante la corriente de las franjas blancas: acumulada como una ola
que se estrella en una roca y cede sus formas a la luz.
El claroscuro de la cebra
se sucedía en un hilo de nada. Pocas horas más tarde, la duermevela quiso
volverla inofensiva, de un gris de asno. Entonces era sólo una pasarela curva
por la que desfilaban rápidas, zapatillas de charol negro y tacón fino. O una
charca por la que botas de ante se abrían paso. Lo cierto es que de la cebra
desaparecieron sus fauces de espectro y su geometría peligrosa de negros y
blancos, rayando ruidosamente la lejanía.
Pero cuando la cebra quedó
sola, y los rayos del sol callaron sobre el polvo rojizo de la calle, la sombra
se alargó desmesuradamente hasta dibujar un sueño en Silenia: unir la ciudad y
traer el mar a los lados.
Tomado de:
https://www.otraparte.org/agenda-cultural/literatura/silvia-castillero/
Cantos
De la piedra, Eloísa,
vuelves incandescente, de cada piedra
eres extraída en un cúmulo de años:
rosetones de lo que fue tu cuerpo.
Te aligeras, tal vez
te aligeras cuando apareces bajo el cincel,
clara, cálida, de un ocre matutino. La luz
con su prisma incita tu boca impregnada de sol.
Pero la piedra te arrebata,
sólo mis sensaciones te reconocen, ruedas
entre los bloques extraídos del suelo, cantos
agudos y esculpidos te arrastran del detalle
hacia el tiempo tumultuario y amorfo.
El ángel
No quiere ver el cielo
resbala por el cordel
hacia una penumbra color sepia
en el vano de columnas.
No quiere el cielo, en sus manos
el temblor:
rúbricas de la tierra.
Y sus dedos alargan el tacto
sobre la desnudez de la bóveda.
Las alas abiertas;
mas su cuerpo se inclina
ávido de cierzos y cabras,
se va con nuestro paso:
ese ángel.
Letanía
Dintel o tallo,
pétalo: la memoria.
Palabra inútil
entre labios ávidos,
sin despedida
voló, tasajeó,
hubo alianzas,
sonidos acodados.
¿Música?
Rogaba en rimas,
mejor: rezaba.
Empeño balbuciente
—la memoria—
atiza la mañana.
Como letanía al alba
se vuelve necedad.
Al atardecer
memoria violenta,
y toca una a una
sus astillas,
letra sin letras,
rijosa, cruel.
Tomado de:
https://www.revistaaltazor.cl/silvia-eugenia-castillero-cantos/
Hendidura
Se rasga una superficie pero nadie sabe,
la cima está en la textura misma y no hay quien lo
advierta.
En la alcantarilla hay milímetros expandiéndose
inútilmente, se agitan las formas espaciales en
el reflejo de la hendidura, en su vertedero, en su
derramarse todo
en el vacío. Ahí están las huellas buscadas, en esa
innecesaria
corriente de miligramos que van incrustándose de migaja
en migaja.
Impera el precipicio desde ahí, olvida la barranca, el
acantilado;
en las inmundicias está la catástrofe, el derrumbe
inicia en su desfase,
en el monstruoso engranaje de la materia. Ahí estás tú.
.
Claridades
Claridades
de frente como playas encontradas
se interrogan
ansiosas, arremeten contra sí.
En su rango de luz ansiosa
se bifurcan —son camino
que nunca se encuentra.
Rival de sí misma
la luz gorjea ávida hasta el borde
de la tarde
restañando las siluetas
seccionadas por ese bisturí
de luz naciente sobre arena dispersa.
Roce perpetuo y alado
el rastro de luz:
parece una vela violenta
encajada, tirante,
acrisolada en su propia violencia,
en su anhelo de
ser oscuridad es
sólo un pestañeo:
indecisa continúa destruyéndose.
.
Destinos
Entre el suelo apisonado y la borrasca.
Entre partículas de aire y los átomos del agua.
Entre el sonido de un mapa y la bandada de nubes en
silencio.
Entre cada piedra y su lugar perdido.
En ese hueco del olvido.
En ese hoyo sideral, negro o gris, en esa catacumba de
los espacios
va la vida de una hormiga, o ni siquiera, va la morosa
actividad del polvo.
Pero nadie ve las huellas de lo recóndito:
encender la luz, cerrar la ventana, caminar por
caminar.
Pasos inútiles que no son pasos, pasos que no se
cuentan:
económicos intentos de existencia o paranoicos excesos
por existir,
hacia su propia servidumbre irían, pero pasan
sin ser contemplados, pasan.
.
Boulevard
Un hombre camina por el boulevard, pregunta, voltea y
mira una calle que rezuma una y otra vez la misma
historia
de un hombre que camina sin voltear atrás. La calle
vierte hombres que no miran, sólo caminan, si caen
se levantan sin voltear, si miran caen y siguen.
Voltear
es palabra aguda y la calle, andar la calle, es tan
grave:
lo único que nos habla de verdad es el polvo,
sentimos los grumos, las piedras minúsculas nos
persiguen. Se levanta a veces un cúmulo de impurezas,
un tumor, el falso espacio del vacío que se llena, se
tejen
sus moléculas sobre la textura de algo que pareciera
un ser vivo, balbuciente en su necedad
de andar la calle. Titubea, no siente, camina y sigue.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2014/08/poesia-mexicana-silvia-eugenia-castillero/
LA ESPERA
Eloísa espera.
Un silencio de quilla de barco
al romper las aguas atraviesa cada
trazo del tiempo,
allí suspendida una gota se alarga
se alarga,
la espera inconclusa
colgando
de cualquier veta.
Puede ser una rama
rodeada de vacío,
queriendo volcarse en algo,
caer por fin, romperse.
TAJO
Tiene que haber sido el mar con su furia.
Arrastró de tajo las formas, la lengua,
la plegaria matinal. Tiene que haber sido
esa descomunal fuente de cristal en pedazos.
Labriego insoluto, huérfano océano
desbordó la intimidad;
rabioso horadó los herrajes de la noche.
Furia venida del espesor de arenas
y rocas. Con su perfil de resaca
nos dejó sin costa, sin muelles,
en la abstracta posición del alba.
(De Eloísa, Editorial Aldus
y Universidad de Guadalajara,
Ciudad de México, 2010.)
YO SOY LA VIRGEN NEGRA
Yo soy la virgen
mírame qué opaca,
tengo en la mano el trigo,
las mieses como balanza.
Yo soy la virgen negra,
oscura por mi caos,
violenta y tibia;
no tuve en mis manos
el horóscopo, nunca supe ver el cielo,
tampoco me dieron la balanza
que otras mujeres toman
y la introducen al seno
para ser luminosas.
Yo soy la virgen imperfecta,
me preñaron los campos
de ardor inconsciente,
me rondaron los vencejos
y quedé a medio terreno
tres veces preñada,
ajena a la tierra.
Quise ir tras los ángeles,
buscar un lugar en los cielos,
quise luces, quise ráfagas.
Soy la virgen negra.
EL AQUELARRE
La gota cae del pozo al océano,
un vuelo de gansos:
entre mis dedos el confín,
gota tras gota.
Es la confusión —porque lo amaba.
Sube la marea, llegan los diablos,
forman un aquelarre en mis manos.
El sudor las agrieta. Llueve: doce gotas
caen sobre el cántaro. Es el tiempo.
Mi mano entumecida se llena
de hormigas: agujas. Vienen los gansos
de nuevo —mil entre mis sueños—.
¿Volverá? Gotas y penumbra, siluetas
y el espejo: allí permanece un buitre. Acecha.
En la acequia las gotas ya no irrigan paz.
Buitre y océano son aguijón: victimarios.
Me quedo esperando a la intemperie.
Sin corazón. Regreso, lo busco.
Soy Lot. Prefiero la piedra.
(De En un laúd —la catedral,
Fondo Editorial Estado de México,
Toluca de Lerdo, 2012.)
PLAZA SAINT-SULPICE
Girasoles allí, tambaleantes,
rondando a los leones su color
amarillean y casi boquiabiertos.
En su rumor: letanía del caer y aglomerarse,
el agua se desprende de su ruta; ya sube,
ya bucea, canta por la piedra, entre la fauna,
hasta el fondo de su propio espiral.
Con espasmos se hunde, se alarga lejos,
de su respiración breve sabemos
cuando renace,
en ese dibujo insolente que no se alcanza.
Atajarlo, arrebatarle su delirio,
capturar del agua sus repliegues.
Pero sólo temblamos: girasoles mudos.
Tomado de:
https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/401-212-silvia-eugenia-castillero
No hay comentarios.:
Publicar un comentario