jueves, 6 de enero de 2022

POEMAS DE CAROLINA CORONADO

 



“A UNA GOTA DE ROCÍO”

 

Lágrima viva de la fresca aurora,

 

a quien la mustia flor la vida debe,

 

y el prado ansioso entre el follaje embebe;

 

gota que el sol con sus reflejos dora;

 

Que en la tez de las flores seductora

 

mecida por el céfiro más leve,

 

mezclas de grana tu color de nieve

 

y de nieve su grana encantadora:

 

Ven a mezclarte con mi triste lloro,

 

y a consumirte en mi mejilla ardiente;

 

que acaso correrán más dulcemente

 

las lágrimas amargas que devoro

 

mas ¡qué fuera una gota de rocío

 

perdida entre el raudal del llanto mío…!

 

“¡OH, CUÁL TE ADORO!”

 

¡Oh, cuál te adoro! Con la luz del día

 

tu nombre invoco, apasionada y triste,

 

y cuando el cielo en sombras se reviste

 

aun te llama exaltada el alma mía.

 

Tú eres el tiempo que mis horas guía,

 

tú eres la idea que a mi mente asiste,

 

porque en ti se encuentra cuanto existe,

 

mi pasión, mi esperanza, mi poesía.

 

No hay canto que igualar pueda a tu acento

 

cuando mi amor me cuentas y deliras

 

revelando la fe de tu contento;

 

tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras,

 

y quisiera exhalar mi último aliento

 

abrasada en el aire que respiras.

 

“EL MARIDO VERDUGO”

 

¿Teméis de ésa que puebla las Montañas

 

turba de brutos fiera el desenfreno?…

 

¡más feroces dañinas alimañas

 

la madre sociedad nutre en su seno!

 

Bullen, de humanas formas revestidos,

 

torpes vivientes entre humanos seres,

 

que ceban el placer de sus sentidos

 

en el llanto infeliz de las mujeres.

 

No allá a las lides de su patria fueron

 

a exhalar de su ardor la inmensa llama;

 

nunca enemiga lanza acometieron,

 

que otra es la lid que su valor inflama.

 

Nunca el verdugo de inocente esposa

 

con noble lauro coronó su frente:

 

¡Ella os dirá temblando y congojosa

 

las gloriosas hazañas del valiente!

 

Ella os dirá que a veces siente el cuello

 

por sus manos de bronce atarazado,

 

y a veces el finísimo cabello

 

por las garras del héroe arrebatado.

 

Que a veces sobre el seno transparente

 

cárdenas huellas de sus dedos halla;

 

que a veces brotan de su blanca frente

 

sangre las venas que su esposo estalla.

 

¡Y que ¡ay! del tierno corazón llagado

 

más sangre, más dolor la herida brota,

 

que el delicado seno macerado,

 

y que la vena de sus sienes rota!

 

Así hermosura y juventud al lado

 

pierde de su verdugo; así envejece:

 

así lirio suave y delicado

 

junto al áspero cardo arraiga y crece.

 

Y así en humanas formas escondidos,

 

cual bajo el agua del arroyo el cieno,

 

torpes vivientes al amor uncidos

 

la madre sociedad nutre en su seno.

 

Tomado de:

https://revista.poemame.com/2020/04/01/una-poeta-romantica-olvidada-5-poemas-de-carolina-coronado/

 

Melancolía

Emilio, ¡cómo apuras

loco de risa el tiempo en la alegría!

no hay tregua a tus venturas,

como en la pena mía

no hay tregua a la infeliz melancolía.

 

Anima tu contento

la primavera, y mi tristeza acrece:

paréceme que el viento

que aspiro se enrarece,

y la lumbre del cielo se oscurece.

 

Los campos tan hermosos

a tus brillantes ojos, a los míos

turbios, son enfadosos

anchos espacios fríos,

de objetos, de color, de luz vacíos.

 

Bastan del arroyuelo

a tu juego infantil las blancas chinas:

la fortuna tu anhelo

cumple, si en las vecinas

mieses con la escondida alondra atinas.

 

¡Cuánto es el alborozo

que tu impaciente corazón regala!

el temblor de su gozo

la agitación iguala

de la avecilla sacudiendo el ala...—

 

De niña, el riachuelo

y las aves también me divertían,

y cuantas por el suelo

lindas flores se abrían,

a mi regazo fáciles venían.

 

Mas ya ¿dónde el hechizo

de esas llanuras para mí se encierra?

si de verde o pajizo

se engalana la tierra,

si brota el árbol, si la flor se cierra.

 

Un alma alborozada

tantos encantos y mudanzas vea:

la mía desolada

de cuanto la rodea,

sólo con el silencio se recrea.

 

 

A La Palma

Alza gallarda tu elevada frente,

hija del suelo ardiente,

y al recio soplo de aquilón mecida,

de mil hojas dorada,

de majestad ornada,

descuella ufana sobre el tallo erguida;

 

Y arrojando tu sombra allá a lo lejos,

del sol a los reflejos,

al árabe sediento y fatigado,

desdeñosa levanta

tu bendecida planta

en el desierto triste y abrasado.

 

Allí horroroso el simoon se ofrece,

y tu cima enrojece.

Vertiendo lumbre que la tierra inflama;

y aparece sangriento

el sol desde su asiento

lanzando ardiente destructora llama.

 

Y tú, entre nubes de encendida arena

majestosa y serena,

o ya del recio vendaval batida,

elevas tu cimera,

orgullosa palmera,

contando siglos de gloriosa vida.

 

No las tranquilas aguas dulcemente

arrastran su corriente

bajo el dorado pabellón que ostentas;

que, siempre en el estío,

sin fresco ni rocío,

sólo de arena y fuego te alimentas.

 

Tú, virgen sacrosanta y peregrina,

de las nubes vecina,

tú su signo le das a la victoria,

y corona esplendente

de tus hojas luciente

al héroe ciñes de radiante gloria;

 

La corona inmortal, que ciñe el hombre

con glorioso renombre

en derredor de la altanera frente,

porque en gigante vuelo

arrebatado al cielo

bebió en la sacra inspiradora fuente.

 

La corona inmortal, prenda sagrada

del imbécil hollada,

orgullo y ambición del alma inquieta;

escondido tesoro,

brillante más que el oro,

gloria, entusiasmo y vida del poeta.

 

¿Qué vale de los reyes la diadema

ante el místico emblema

de la noble ambición, genio y poesía? -

si una hoja solamente

ciñera yo a mi frente

que acallara el afán del alma mía;

 

Si al entusiasmo que mi mente inspira

alcanzara mi lira

un triunfo de la gloria seductora,

¡Oh palma! hasta las nubes,

más allá do tú subes,

se elevara la voz de tu cantora.

 

Allí en el trono que el Señor levanta

te viera yo a mi planta;

y de mis sienes deslumbrando el brillo,

contemplara las hojas

que ora te visten rojas,

teñidas débilmente de amarillo.

 

¡Delirio nada más! Nunca gloriosa

guirnalda esplendorosa

alegrará mis sienes lisonjera,

ni tampoco mi acento

perdido por el viento

podrá elevarse a la celeste esfera.

 

Guarda tus ramos para el vate augusto

premio a su lira justo,

o a ceremonias santas consagrados,

entre el canto sonoro

de religioso coro,

en el altar del templo colocados.

 

Guarda tus ramos, virgen soberana,

bella y noble africana,

formando airosos tu lucido manto;

y el ave pasajera

besando tu cimera

te deje un eco de su dulce canto.

 

Alza gallarda tu cabeza al viento

en blando movimiento,

la corona agitando mal prendida;

y despreciando el brío

del huracán bravío,

descuella ufana sobre el tronco erguida.

 

Los Cantos De Safo

Como el aura suavísima resbala

de placer en placer fácil mi vida:

entre el amor y gloria dividida,

¿cuál es la dicha que a mi dicha iguala?

 

Al lado de Faón, su amor cantando;

con la luz de sus ojos fascinada;

dicha inmensa es de Safo bienhadada

perder sus horas en deliquio blando.

 

Dicha inmensa es de Safo venturosa

que su amante en el aire que respira

beba el acento de la tierna lira,

que tan sólo por él suena amorosa.

 

¡Cómo a mis ojos inefable llanto

gota por gota el corazón destila,

si un instante su faz dulce y tranquila

brilla gozosa al escuchar mi canto!...

 

¡Si de su boca en lisonjero arrullo

la voz desciende a celebrar mi lira,

y hálito vago que su labio expira

mis sienes cerca entre el falaz murmullo!

 

Siento, Faón, tu delicado aliento

bullir entorno de la frente mía,

y en deliciosos tonos de armonía

herirme el corazón tus voces siento.

 

El corazón sus golpes precipita

al eco de tu voz apasionada:

a un suspiro, a un acento, a una mirada

como el seno de tórtola se agita.

 

No temo entonces que por bella alguna

perjuro olvides tu feliz cantora,

ni atractiva beldad venga en mal hora

a destrozar mi plácida fortuna.

 

¿Y quién la flor de la ventura mía

osará marchitar con mano aleve?

¿Quién a usurpar tu corazón se atreve

y a reinar donde Safo reinó un día?

 

¡Ah! no soy bella: su preciosa mano

en mi rostro los Dioses no imprimieron;

más al alma benignos concedieron

de los genios el numen soberano.

 

Y cítara en mis manos peregrina

las hermanas de Febo colocaron,

y de entusiasmo el corazón llenaron

de amor ardiente e inspiración divina.

 

Goza de triunfos la beldad un día,

que el porvenir destruye rigoroso;

cuando el genio entre aplausos victorioso

de la inmortalidad al templo guía.

 

Lecho de tierra y silencioso olvido

sólo del mundo la hermosura alcanza:

el estrecho sepulcro a do se lanza,

los rayos borrará de haber nacido.

 

Cual sueño pasará, si el genio alzando

la poderosa voz no la eterniza,

su cantar que a los siglos se desliza

vida preciosa a sus cenizas dando.

 

Yo también cantaré: también mis voces,

tierna Faón, tu nombre repitiendo,

con tu amor y mi amor sobreviviendo,

al porvenir sin fin irán veloces.

 

Yo a esa Grecia opulenta, sabia y justa

arrancaré un aplauso duradero,

una corona como el grande Homero

a mis sienes tal vez ceñiré augusta.

 

Y mírala ¡oh Faón! y tu sonrisa

premie el esfuerzo de tu Safo amada,

más plácida a su ser que en la alborada

place a las flores la naciente brisa.

 

A Un Ruiseñor

Ruiseñor, que entre las hojas

de la más florida acacia

has tenido todo mayo

fresca, primorosa estancia,

 

¿Por qué picas ese ramo

de menudas flores albas,

que te mece si dormitas,

y te acaricia si cantas:

 

Y a tu lado cariñoso

presta a un tiempo con sus galas

colgaduras a tu lecho

perfumes a tu morada?

 

¡Diote la acacia amorosa

cuna y sombra regaladas;

y tú rompiendo sus hojas,

¡ay! con heridas le pagas! -

 

Yo sé, pájaro sonoro,

que en tus dos inquietas alas

vas a lanzarte, a otro valle

por siempre huyendo esa rama.

 

Mas no por eso a tu amiga,

ruiseñor, con loca saña

has de romperle las perlas

de su corona preciada.

 

¡Que cuando estés lejos de ella,

tal vez recuerdes con ansia

la frescura de su sombra,

la esencia de sus guirnaldas!

 

A Una Coqueta

Como aquellas lucecillas

vaporosas y ligeras,

que sin calor a millares

se levantan de la tierra,

 

Los amores en tu pecho,

fragilísima belleza,

sin que su fuego te abrase

alzan mil llamas diversas:

 

Brotan, lucen, se disipan,

otras nacen tras aquéllas:

la inconstancia las apaga,

la liviandad las renueva.

Tomado de:

https://www.escritas.org/es/carolina-coronado

 

A CUBA

 

 

Cuando los recios vientos se embravecen,

cuando mugen los mares irritados,

cuando estallan con furia los nublados,

cuando las olas borrascosas crecen,

cuando los buques míseros perecen

por las revueltas ondas anegados,

cuando la Europa envuelta en la tormenta

traba en la oscuridad lucha sangrienta;

 

 

Barca dichosa en medio del Océano,

tú sola vas del huracán segura:

Francia se anega, y en la noche oscura

el rayo incendia el pabellón romano;

y oyes los gritos del naufragio humano,

y te duele tal vez su desventura,

¡ay! cuando ves de las antiguas zonas

por la espuma del mar flotar coronas.

 

 

Y ves como cadáveres perdidos

al agua nuestros pueblos arrojados,

y ves como timones destrozados

los cetros a las playas sacudidos;

y a los que, aún viven, en el mar hundidos,

por los marinos monstruos devorados,

y como barco que encalló en la arena

a España inmóvil junto al mar que truena.

 

 

Y te contemplas tú, y en el espejo

de tus serenos mares retratada,

de la luz juvenil por el reflejo

ves tu belleza pura, inmaculada:

y de la Europa con el rostro viejo

a la fealdad rugosa comparada,

entre perlas tu hermoso cuello engríes,

y de lástima acaso te sonríes.

 

 

¡Oh ¡cuánta es tu beldad, cuál tu riqueza!

¡oh! ¡cuánto es tu esplendor, hija de España!

por eso están los buzos de Bretaña

asomando a tus golfos la cabeza…

Mas no serán ¡oh perla! tu belleza

y tu valor de su codicia extraña;

pues antes que cedérsela al britano

nos tragará contigo el Océano.

 

 

Dicen que tienen sobre tres castillos,

de los mares enmedio levantados,

a los reinos del mundo aprisionados

del oro del Perú con los anillos;

y que van a engarzar nuevos zarcillos

a la reina feliz de sus estados,

si la prenda mejor que la engalana

hurtan a la corona castellana.

 

 

¡Ah! bien los oigo por la noche oscura

cuando te entregas a tu sueño blando,

en la vecina costa murmurando

cantos de seducción a tu hermosura

«Despierta, dicen, reina sin ventura,

esclava del poder de San Fernando,

que ya de libertad llegó la hora

y ya puedes reinar, ya eres señora.

 

 

» Si hubieron cetro tus antiguos reyes,

¿por qué el yugo sufrir de la extranjera?

Si tú le puedes dar al mundo leyes,

¿por qué no alzar tu nacional bandera?

¿Serán tus hijos como pobres bueyes,

cuyo trabajo a la comarca ibera

dará las mieses de tu campo ameno,

mientras ellos no más pacen el heno?» …

 

 

Pero adormida tú, nunca a su canto,

inocente beldad, prestes oído;

¡ay de tu corazón si seducido

pierde la dicha de candor tan santo!

¡ay si de España el amoroso manto

donde por tantos años has dormido,

loca rasgando tras la voz que miente

te, osaras aclamar independiente!

 

 

Pobre beldad, despojo del pirata,

ese mismo cantor que te enamora

te forjará en su harem, altiva mora,

recias cadenas con tu misma plata;

y ese brillante espejo que retrata

tus fiestas y tus náyades ahora,

por sus navales guerras empeñado

reflejará tu rostro ensangrentado.

 

 

¿No eres libre y feliz? ¿No estás contenta

mientras nosotros sin cesar lloramos?

Mientras nosotros viejos peleamos

¿no estás joven, tranquila y opulenta?

¿No nos ves en la noche turbulenta

que en las rocas del mar nos estrellamos,

que vamos a morir ya sin consuelo

mientras serena tú cruzas el cielo?

 

 

¿No ves nuestros monarcas fugitivos?

¿No ves nuestros pontífices huyendo?

¿No ves a Europa, cuya hoguera ardiendo,

se sustenta con carne de los vivos?

¿Serán nuestros dolores incentivos

que te harán suspirar por el estruendo

y del infierno con que Europa lidia

América, gran Dios, tendrás envidia?

 

 

Cuentan los sabios que en la noche vienen

espíritus lanzados del profundo,

que la ruina del antiguo mundo

con acentos fatídicos previenen…

y que, será verdad… y que, ellos tienen

miedo del pueblo loco y moribundo,

que entre las ansias ya de la agonía

llama a la libertad con voz tardía…

 

 

Y que a su triste voz vendrán las fieras

de esas comarcas tras la muerta gente

a hundir en sus cadáveres el diente

hozando entre su sangre sus banderas;

y que allá en las edades venideras

irán los peregrinos de Occidente

enseñando al francés en su ignorancia

a qué desierto se llamaba Francia.

 

 

Y a contar al inglés, que oyendo atento

de su patria estará las aventuras,

en qué vasto erial, en qué llanuras

la populosa Londres tuvo asiento:

cómo en chozas buscaron aposento

los hombres que habitaban las alturas,

y cómo sus magníficos vapores

se tornaron en barcos pescadores.

 

 

Y que, así como queda por los huertos

si la sacude lluvia anticipada,

no madura la fruta abandonada,

España quedará por los desiertos…

¡España con la sangre de sus muertos

hijos queridos, sin sazón regada,

que sacudida al golpe de la guerra

sin madurar se pudrirá en la tierra!…

 

 

Mas, que primero aquellos que con vida

queden en los desiertos europeos

recogiendo sus libros y trofeos

irán a tu ciudad esclarecida;

y que en vez de la historia entretenida

que nos enseñan hoy de los hebreos

la nuestra en este libro han de enseñarte

«Vida de Hernán Cortés y Bonaparte».

 

 

Por eso aguardas tú como heredera

a que exhalemos el postrer aliento,

y ves rodar al pie de tu palmera

nuestras hojas de acacia por el viento:

porque has de trasplantar en tu pradera

a este mundo arrancado de cimiento,

para que en ese suelo más fecundo

broten las flores del antiguo mundo.

 

 

Por eso alhajas tu preciosa villa

para hospedar a nuestras pobres gentes,

por eso a tus hermanos de Castilla

les preparas caminos relucientes;

por eso a tus mares a la orilla

guardas entre tus palmas reverentes

¡isla de salvación del pueblo ibero!

las reliquias del náufrago primero.

 

 

¡Cortés, Cortés! que le legó su gloria,

Cortés que prefirió tu cementerio,

la existencia en el mundo transitoria

temiendo sabio del anciano imperio,

la tumba de Cortés en tu hemisferio

de nuestra santa unión es la memoria;

¡sus huesos son de nuestra fe la prenda!

¡maldito el indio que sus huesos venda!

 

A ALFONSO DE LAMARTINE

 

 

Libre será la voz, fuerte el aliento;

sonoro el instrumento

que vuestro canto, Alfonso, han sostenido,

cuando torpe y doliente

la humanidad presente

al inaudito son se ha conmovido.

 

 

De pueblo en pueblo, hasta el confín de España

llegó la voz extraña,

de ese mi pobre valle, nunca oída,

y aun del valle tranquilo

en el oscuro asilo

con entusiasmo ardiente fue acogida.

 

 

Poco de claras letras entendemos

las hembras que nacemos

en el rincón, sin luz, de humilde villa;

y poco nos cuidamos

de ésos que no estudiamos

volúmenes de Francia o de Castilla.

 

 

Tardo, como de sordos, el oído

apenas el sonido

del agudo talento ¡ay! nos alcanza;

y turbios nuestros ojos

ven siempre con enojos

las luces del saber, en lontananza.

 

 

Postrado el femenil entendimiento

en hondo abatimiento

las vidas silenciosas consumimos;

ajenas a la fama

con que la tierra aclama

los sabios cuyas lenguas no entendimos.

 

 

Mas, una rara historia desdoblamos

en cuyo centro hallamos

impresos nuestros propios corazones,

y ansiosas, palpitantes;

con ojos anhelantes

cruzamos, sin descanso, sus renglones.

 

 

De lágrimas, Señor, la vena rota

vierais, gota por gota

las páginas bañar de vuestro escrito:

las almas inflamadas

vierais arrebatadas,

de gratitud, alzarse al infinito.

 

 

Vos solo revelasteis sentimientos

que nunca los acentos

de nuestros pechos modular osaron:

sólo en los labios vuestros

los infortunios nuestros

hoy sus fieles intérpretes hallaron.

 

 

¡Cuánto sabéis de penas femeninas!

¡Cuán puras y argentinas

corrientes de palabras generosas,

tierno y profundo sabio,

manan de vuestro labio

y alivian nuestras almas fatigosas.

 

 

La escala de las penas de la vida

tan larga y tan sentida,

habéis en nuestra historia recorrido,

y con distintos sones

todos los corazones

vibrando fuertemente han respondido.

 

 

Dicen que explica para docta gente

política eminente

de vuestro libro la preciosa historia:

dicen, que en las naciones

turbulentas pasiones

se levantan en torno a vuestra gloria.

 

 

Rudas, señor, y frívolas mujeres,

de los ilustres seres

los encumbrados juicios no alcanzamos;

pero las almas puras

de las buenas criaturas

mil votos por instinto os consagramos.

 

 

Os alaben los pueblos oprimidos

porque habéis sus gemidos

con soberano esfuerzo levantado,

y humíllense en la tierra

los que movieron guerra

al valiente pendón que hais tremolado.

 

 

La patria que en sus ínclitos blasones

muestra Napoleones,

láurea corona en vuestra sien suspenda;

mas, permitid que os lleve,

Señor, aunque tan leve,

el arpa femenil, su justa ofrenda.

 

 

¿Pues no somos también seres humanos?

¿No son nuestros hermanos

los que osáis ahogar por nuestras vidas?

¿No debemos cantaros

y las manos bañaros,

de lágrimas, señor, agradecidas…?

 

 

Suban entre el ferviente clamoreo

del aplauso europeo

nuestros votos también a vuestro oído,

como sube al ambiente

con la voz del torrente

el trino de la alondra confundido.

 

 

Hoy estamos del mundo en las regiones

hembras, niños, varones,

a general concierto convocados,

caiga perpetua mengua

sobre aquél cuya lengua

por vos no rompa en himnos acordados.

 

 

Del femenino coro aun el acento

embarga el sentimiento,

ya cantaros, Señor, vengo yo sola;

oídme con dulzura,

que es verdadera y pura

la ardiente bendición de una española.

 

 

Vos sois francés; la Francia os merecía;

pero no es patria mía,

y al ensalzar vuestro glorioso nombre

añado tristemente:

¡Oh Dios omnipotente!

¿Por qué no es español tan grande hombre?

Tomado de:

https://blogpoemas.com/carolina-coronado/

 

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