lunes, 4 de abril de 2022

POEMAS DE OVIDIO (Publio Ovidio Nasón)

 



LA GIGANTOMAQUIA 

 

 

Y para que no fuera que las tierras más seguro el arduo éter,

que aspiraron dicen al reino celeste los Gigantes,

y que acumulados levantaron hacia las altas estrellas sus montes.

Entonces el padre omnipotente enviándoles un rayo resquebrajó

el Olimpo y sacudió el Pelión del sometido Osa.

Sepultados por la mole suya, al quedar sus cuerpos siniestros yacentes,

regada de la mucha sangre de sus hijos, dicen

que la Tierra se impregnó, y que ese caliente crúor aliento cobró,

y para que no ningún recuerdo de su estirpe quedara,

que a una faz los tornó de hombres; pero también aquella rama

despreciadora de los altísimos y salvaje y avidísima de matanza

y violenta fue: bien sabrías que de sangre habían nacido.

 

 

Tristia

I.1

 

Irás sin mí —y no te envidio—, pequeño libro, a Roma

pues no le es permitido ir a tu miserable señor.

Ve, aunque desarreglado, como debe el libro del exiliado

y viste el hábito, desdichado, de este momento.

Que no te cubran los mirtilos con su purpúreo maquillaje

—que ese color no va con las tristezas—

ni escriban tu título con rojo ni bañen las hojas de cedro,

no lleves blancos cuernos en tu negra frente.

Que adornen esos detalles a los libros dichosos,

a ti te toca ser un recuerdo de mi fortuna.

Que no sean pulidos tus márgenes a piedra volcánica

para que te vean desalineado, con el pelo enmarañado.

No te avergüences de las manchas, quien las vea

pensará que son marcas de mis lágrimas.

Anda, libro, saluda con mis versos esos lugares queridos

para que los toque yo con el pie que me está permitido.

Si alguno ahí, como acostumbra el pueblo, no me ha olvidado,

si hubiera quien cuestione, quizá, cómo estoy

dile que estoy vivo, pero niega que estoy bien,

y que incluso esto, que viva, se lo debo a un dios.

Así, tú callado, debes ser leído por quien te pregunte más;

cuídate de no tocar temas innecesarios

que inmediatamente el lector avezado recordará mis crímenes

y andaré como enemigo público en boca de todos.

Procura no defenderme, aunque te hieran las acusaciones;

una mala causa no será mejor por su defensa.

Encontrarás alguno que suspire por mi ausencia

que lea estos poemas con las mejillas húmedas

y callado, en soledad, para que no le escuche algún malvado,

desee que, calmado el César, mi pena se vuelva menor.

Yo también imploro que no sea miserable aquel

que pida que los dioses se apiaden de este desdichado;

que se cumpla lo que desee y, alejada la ira del príncipe,

me permita morir en mi casa, en mi patria.

Aunque cumplas mis órdenes, libro, quizá seas condenado

y considerado indigno de la fama de mi ingenio.

Es oficio del juez examinar las cosas y las circunstancias de éstas,

tan pronto entiendan tus circunstancias estarás bien.

Los poemas nacen de un alma despejada,

pero mis días han sido nublados por súbitos males,

los versos piden al escritor tranquilidad y alejarse del mundo;

a mí me arrojan el mar, los vientos y el fiero invierno.

Todo miedo estorba a la poesía; yo, sin esperanza ya,

estoy pensando en la espada que pronto será clavada en mi cuello.

Pero un juez justo admirará esto que escribo

y leerá con benevolencia mis textos como sea que estén.

Trae al propio Homero y ponle mis desgracias:

verás que todo su ingenio se desvanecerá entre tantos males.

Finalmente, libro, recuerda ir despreocupado de la fama,

y no sientas vergüenza por no gustar tras ser leído

que la fortuna no se nos muestra favorable

para que te ocupes de pensar en la fama.

Mientras era afortunado me llamaba el deseo de gloria,

me emocionaba la búsqueda de un nombre;

sea suficiente ahora si no odio a la poesía y esta pasión

que tanto me dañó, pues mi exilio es fruto del ingenio.

Pero tú ve en mi lugar, tú que puedes, y contempla Roma

¡ojalá los dioses me concedieran ser mi libro!

No vayas a pensar que por llegar desde lejos a la gran ciudad

puedes ser desconocido por el pueblo,

aunque no lleves nombre te reconocerán por tu color único;

querrás disimular, pero es claro que eres mío.

Entra con cautela para que mis poemas no te dañen,

ya no son favorecidos como alguna vez lo fueron.

Si hubiera alguno que piense que, por ser mío,

no debes ser leído y te aparte de sus brazos

“mira mi título” dile “no soy un maestro del amor,

ya pagó aquella obra los castigos que merecía”.

Quizá te preguntes si te ordenaré subir

al alto Palatino y a la casa del César.

¡Que me perdonen los lugares augustos y sus dioses!

Desde esa cima llegó el rayo que golpeó mi cabeza.

Recuerdo que hay divinidades gentiles en esas mansiones,

pero temo a los dioses que me exiliaron.

La paloma se aterra con el más mínimo sonido

de las alas, si ha sido herida por tus garras, gavilán.

Tampoco se atreve a dejar el aprisco la cordera

si alguna vez fue arrancada de los dientes de un hambriento lobo.

Si viviera Faetón evitaría el cielo, y no querría tocar

aquellos caballos que deseó estúpidamente.

Confieso que yo temo al relámpago de Júpiter, que ya sufrí,

y pienso, cuando truena, que un fuego hostil me alcanza.

Cada uno de la escuadra argólica que huyó del Cafareo

vuelve las velas siempre para alejarse de las aguas de Eubea,

y a mi barquita, del mismo modo, golpeada por una tormenta

desoladora le horroriza ir a aquel lugar en el que fue dañada.

Así que cuídate, libro, y mira alrededor tímidamente,

confórmate con ser leído por la gente común:

Ícaro, al buscar con alas frágiles alturas ingentes,

sólo consiguió darle su nombre al mar.

Es difícil decir si has de usar remos o el viento,

ese consejo te lo darán la circunstancia y el lugar.

Si pudieras serle llevado cuando esté desocupado,

si las cosas miras calmas, si la ira sus fuerzas quebrase;

si hubiera alguien que a ti, dubitante y temeroso de entrar

te lleve, y lacónico te presente, entra.

Ojalá en buen momento y más dichoso que yo mismo

llegues ahí… y aligeres mis males.

Pues esas heridas nadie, sino quien me las ha hecho

puede quitármelas, como corte de Aquiles.

Sólo cuida no dañarme mientras quieres ayudar

—mi esperanza es menor que el temor de mi alma—,

que la ira que descansaba no se vuelva a enfurecer

y seas tú la causa de otro castigo.

Cuando seas recibido en mi estudio

alcanzarás esos estantes curvos, tu casa,

mirarás ahí puestos en orden a tus hermanos,

a todos ellos los desveló la misma pasión.

El resto mostrará abiertamente sus títulos

con los nombres al descubierto en la portada

pero verás tres ocultándose en un rincón oscuro,

estos, como todos saben, enseñan a amar;

húyeles o, si tuvieras valentía suficiente,

grítales “Edipo” y “Telégono”.

Te advierto que, de los tres, si es que te importo,

 y aunque te enseñen cómo, a ninguno ames.

Hay también quince volúmenes de las Metamorfosis,

poemas recién arrancados de mis funerales,

a estos te pido que les digas que puede incluirse

entre las transformaciones el rostro de mi fortuna,

pues se ha vuelto de repente distinta a la de antes;

hoy es deplorable pero algún tiempo fue alegre.

Si me lo preguntas, tendría que pedirte muchas cosas,

pero temo que ya te hice retrasar el viaje

y si te llevas contigo todo cuanto se me ocurre

serás un peso muy grande para quien te cargue.

Largo es el camino ¡apresúrate! Yo habitaré

el más lejano lugar del mundo: tierra remota a la tierra mía.

 

 

 

Tristia

I.3

 

Cuando recuerdo la imagen tristísima de aquella noche

en la que estuve por última vez en Roma;

cuando revivo esa noche en que dejé tantas cosas queridas,

resbalan, incluso ahora, lágrimas de estos ojos.

Pronto se acercaba el momento en el que había ordenado el César

que partiera hacia los confines lejanos de Ausonia,

yo no tenía ni el tiempo ni el corazón para prepararme

mi larga espera había entorpecido el corazón.

No me había ocupado de elegir acompañantes de viaje y esclavos

ni cuidé el vestido ni las provisiones aptas del exiliado,

perdí la conciencia como quien es golpeado por el rayo de Júpiter

y vive, pero nada sabe de su vida.

Cuando mi propio dolor disipó esa nube del alma

y por fin despertaron mis sentidos

a punto de marchar hablé por última vez con mis tristes amigos

que, de tantos que eran, apenas había algunos.

Mientras lloraba, llorando más amargamente, me abrazaba mi amada;

hasta que una lluvia de lágrimas rodaba por sus mejillas inocentes.

Mi hija estaba lejos, por las costas de África,

no había podido enterarse de mi destino.

A donde sea que miraras sonaban llantos y sollozos

y dentro había una especie de funeral ruidoso.

Mujeres y hombres, incluso los esclavos lloraban mi funeral

y en casa cada esquina guarda mis lágrimas,

si se puede utilizar un gran ejemplo en uno pequeño:

era la imagen de Troya cuando fue tomada.

Ya descansaban los sonidos de hombres y perros

y la luna en lo alto dirigía los caballos nocturnos,

yo la miraba y distinguía entre los edificios del Capitolio

los que de nada sirvió tener cerca de mis Lares.

“Númenes que habitan en suelo vecino”, dije,

“y templos que jamás volveré a contemplar

y dioses que dejaré a los que venera la alta ciudad de Quirino

déjenme despedirme hoy para siempre,

y aunque tarde tomo el escudo, ya después de la herida,

arranquen el odio de esta huida

díganle al divino hombre qué error me sedujo

que no piense que fue mi culpa

y que, así como ustedes lo saben, también mi verdugo lo sienta

y aplacado ese dios, pueda yo dejar de ser miserable”.

Me dirigí a los dioses con este rezo, y mi esposa con más,

pero las palabras se le cortaban a medio decir.

Ella, en el suelo frente a los Lares, con el cabello suelto

alcanzó los fuegos extintos con su boca trémula

y derramó un mar de palabras a los Penates frente a ella

que de nada valdrían en favor de su llorado esposo.

La noche moría y no daba más tiempo de espera,

la Osa mayor ya había dado la vuelta a su eje.

¿Qué podía hacer? Me detenía el dulce amor a la patria

pero esa última noche era la designada para mi partida.

¡Ay! Cuántas veces dije a algún presuroso “¿por qué la prisa?

Mira el lugar a donde te apresuras, y mira de dónde”

¡ay! cuántas veces fingí tener segura la hora

que era ideal para mi viaje.

Tres veces llegué a la puerta, tres veces me arrepentí

y mi pie, indulgente con mi alma, no quería marchar.

Varias veces, después del “adiós”, comenzaba a hablar mucho de nuevo,

y ya casi al partir repartí muchos besos,

di muchas veces las mismas órdenes, engañándome a mí mismo

y volvía los ojos para ver a mis seres amados.

Al final, “¿por qué me apresuro?”, dije, “es la Escitia a donde me envían

y debo dejar Roma, cualquier demora es justa.

Mi viva esposa me es negada eternamente en vida

y mi casa, y los dulces miembros de mi fiel casa

y aquellos amigos a quienes yo amé como a hermanos

¡corazones unidos a mí con fidelidad tesea!

los abrazaré mientras pueda, que quizá ya no se pueda más,

debo aprovechar el tiempo que me queda”.

Llegado el momento, interrumpo las palabras

y abrazando todo lo más cercano a mi corazón

hablo y lloro mientras, bien claro en lo alto del cielo,

Lucifer se levantaba, una estrella terrible para mí.

Estaba roto, como si ahí dejara mis miembros,

y parecía que una parte me era arrancada del cuerpo:

así sintió Meto cuando a direcciones contrarias

corrieron los caballos que castigaron su traición.

Entonces rompió el clamor y el llanto de los míos

hirientes manos golpearon los pechos desnudos

y mi esposa aferrada a mis hombros exiliados

mezcló con mis lágrimas estas palabras tristes:

“No pueden llevarte, vámonos juntos de aquí, los dos,

te seguiré y como esposa de exiliado seré exiliada.

Ya está hecho mi camino y el fin del mundo me espera también.

Me subiré a la barca como ligero equipaje.

A ti la ira del César ordena dejar la patria

a mí mi amor, y este amor será mi César”.

Lo intentó, como antes había intentado,

apenas se dio por vencida, por mi bien.

Salí, o, más bien, aquello era un funeral sin cadáver.

Iba escuálido, con el cabello sobre mi rostro desalineado.

Me dicen que ella, enloquecida por el dolor, se llenó de oscuridad,

casi muerta, cayó a la mitad de la casa

y cuando despertó, con el cabello sucio por el polvo

funesto y se levantó del suelo frío,

se lamentó, primero por ella, luego por los Penates abandonados,

gritó el nombre de su esposo arrebatado,

lloró tanto como si viera mi cuerpo

y el de su hija sobre piras funerarias.

Dicen que quiso morir para muriendo dejar de sentir,

pero no murió para cuidarme.

Que viva, porque así lo dispusieron los hados,

que viva, para que me sostenga con su ayuda siempre en mi ausencia.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2019/08/ovidio-tristes/?msclkid=6e57e0e4b39511eca52cde1a41229859

 

 

PAN Y SIRINGE 

 

 

Entonces el dios 'De la Arcadia bajo los helados montes' dice,

'entre las hamadríades muy célebre Nonacrinas,

náyade una hubo; las ninfas Siringe la llamaban.

No una vez a los sátiros había burlado ella, que la perseguían,

y a cuantos dioses la sombreada espesura y el feraz

campo tiene. A la Ortigia diosa con sus afanes y con su propia

virginidad honraba. Según el rito también ceñida de Diana,

engañaría y podría creérsela la Latonia, si no

de cuerno el arco de esta, si no fuera áureo el de aquella;

así también engañaba. Volviendo ella del collado Liceo

Pan la ve, y de pino agudo ceñida su cabeza

tales palabras refieren...' Restaba sus palabras referir,

y que, sus preces despreciadas, había huido por lo no hollado la ninfa,

hasta que del arenoso Ladón al plácido caudal

llegó; que aquí ella, su carrera al impedirle sus ondas,

que la mutaran a sus líquidas hermanas les rogó,

y que Pan, cuando presa de él ya a Siringe creía,

en vez del cuerpo de la ninfa, cálamos sostuvo lacustres,

y que mientras allí suspira, movidos dentro de la caña los vientos

hicieron un sonido tenue y semejante a quien se lamenta;

que por esa nueva arte y por la dulzura de su voz el dios cautivado

'Este coloquio a mí contigo' había dicho 'me quedará,'

y que así, los dispares cálamos, con la trabazón de la cera

entre sí juntados, los nombres retuvieron de la muchacha.


 

EL DILUVIO 

 

Y ya iba sobre todas las tierras a esparcir sus rayos;

pero temió que acaso el sagrado éter por causa de tantos fuegos

no concibiera llamas, y que el largo ardiera eje.

Que está también en los hados, recuerda, que llegaría un tiempo

en el que el mar, en el que la tierra y los arrebatados reales del cielo

ardan y del mundo la mole, afanosa, sufra.

Esas armas devuelven, por manos fabricadas de los Ciclopes.

Un castigo place inverso: el género mortal bajo las ondas

perder, y tormentas lanzar desde todo el cielo.

En seguida al Aquilón encierra en los eolios antros,

y a cuantos soplos ahuyentan a las congregadas nubes,

y suelta al Noto: con sus mojadas alas el Noto vuela,

su terrible semblante cubierto de una bruma como el pez;

la barba pesada de borrascas, fluyen ondas de sus canos cabellos,

en su frente se asientan nieblas, roran sus alas y senos.

Y cuando con su mano, a lo ancho suspendidas, las nubes apretaron,

se hace un fragor: entonces densas se derraman desde el éter las borrascas.

La mensajera de Juno, de variados vestida colores,

concibe, Iris, aguas, y alimentos a las nubes allega.

Póstrense los sembrados, y llorados por los colonos

sus votos yacen, y perece el trabajo frustrado de un largo año.

Y no con el cielo suyo se contentó de Júpiter la ira, sino que a él

su azul hermano le ayuda con auxiliares ondas.

Convoca este a los caudales: los cuales, después de que en los techos

de su tirano entraron, 'Una arenga larga ahora de usar,

dice 'no he. Las fuerzas derramad vuestras:

así menester es. Abrid vuestras casas y, la mole apartada,

a las corrientes vuestras todas soltad las riendas.'

Había ordenado; ellos regresan, y de sus fontanas las bocas relajan,

y en desenfrenado ruedan a las superficies curso.

Él mismo con el tridente suyo la tierra golpeó, mas ella

tembló, y con su movimiento vías franqueó de aguas.

Desorbitadas se lanzan por los abiertos campos las corrientes

y, junto con los sembrados, arbustos a la vez y ganados y hombres

y techos, y con sus sacramentos arrebatan sus penetrales.

Si alguna casa quedó y pudo resistir indemne

a tan gran mal, el culmen, sin embargo, más alto de ella,

la onda cubre, y hundidas se esconden bajo el abismo sus torres.

Y ya el mar y la tierra ninguna distinción tenían:

todo ponto era, faltaban incluso playas al ponto.

Ocupa este un collado, en una barca se sienta otro combada

y lleva los remos allí donde hace poco araba;

aquel sobre los sembrados o las cúpulas de una sumergida villa

navega, este en lo alto un pez prende de un olmo;

se fija en un verde prado, si la fortuna lo lleva, el ancla,

o, a ellas sometidos, curvadas quillas trillan viñedos,

y por donde ora gráciles cabritas grama arrancaban,

ahora allí ponen sus cuerpos las deformes focas.

Admiran bajo el agua florestas y ciudades y casas

las Nereidas, y las espesuras poseen los delfines, y por sus altas

ramas corren, y los zarandeados troncos baten.

Nada el lobo entre las ovejas, dorados lleva la onda leones,

la onda lleva tigres, y ni sus fuerzas de rayo al jabalí,

ni sus patas veloces sirven al arrebatado ciervo,

y buscadas largo tiempo tierras donde posarse pudiera,

al mar, fatigadas sus alas, el pájaro errante cayó.

Había sepultado túmulos la inmensa licencia del ponto,

y pulsaban las montañas cumbres unos nuevos oleajes.

La mayor parte por la onda fue arrebatada; a los que la onda ahorró,

los largos ayunos doman por el indigente alimento.

Tomado de:

https://poemas.yavendras.com/ovidio/?msclkid=f1fc97a4b39411ecbfa0ab335dab58e0

 

Remedia Amoris

Consejos para dejar a tu pareja

 

 

Procura dejar a tu pareja antes de que el sentimiento se vuelva incontrolable.

 

 

Intenta permanecer ocupado todo el tiempo posible.

 

Viaja. Intenta evitar aquellos lugares que te recuerden a tu ex pareja.

 

Consigue varias amantes que te ayuden a olvidar.

 

Concéntrate únicamente en los defectos de tu ex pareja; piensa que debido a ellos has decidido dejarla.

 

Piensa en el futuro. Olvida el pasado.

 

Evita pasar mucho tiempo solo.

 

Evita aquellos sitios dónde veas a otras parejas.

Tomado de:

http://elespejogotico.blogspot.com/2008/11/consejos-para-dejar-tu-pareja.html

No hay comentarios.:

Publicar un comentario