LA GIGANTOMAQUIA
Y para que
no fuera que las tierras más seguro el arduo éter,
que
aspiraron dicen al reino celeste los Gigantes,
y que
acumulados levantaron hacia las altas estrellas sus montes.
Entonces el padre
omnipotente enviándoles un rayo resquebrajó
el Olimpo y
sacudió el Pelión del sometido Osa.
Sepultados
por la mole suya, al quedar sus cuerpos siniestros yacentes,
regada de la
mucha sangre de sus hijos, dicen
que la
Tierra se impregnó, y que ese caliente crúor aliento cobró,
y para que
no ningún recuerdo de su estirpe quedara,
que a una
faz los tornó de hombres; pero también aquella rama
despreciadora
de los altísimos y salvaje y avidísima de matanza
y violenta
fue: bien sabrías que de sangre habían nacido.
Tristia
I.1
Irás sin mí
—y no te envidio—, pequeño libro, a Roma
pues no le
es permitido ir a tu miserable señor.
Ve, aunque
desarreglado, como debe el libro del exiliado
y viste el
hábito, desdichado, de este momento.
Que no te
cubran los mirtilos con su purpúreo maquillaje
—que ese
color no va con las tristezas—
ni escriban
tu título con rojo ni bañen las hojas de cedro,
no lleves
blancos cuernos en tu negra frente.
Que adornen
esos detalles a los libros dichosos,
a ti te toca
ser un recuerdo de mi fortuna.
Que no sean
pulidos tus márgenes a piedra volcánica
para que te
vean desalineado, con el pelo enmarañado.
No te
avergüences de las manchas, quien las vea
pensará que
son marcas de mis lágrimas.
Anda, libro,
saluda con mis versos esos lugares queridos
para que los
toque yo con el pie que me está permitido.
Si alguno
ahí, como acostumbra el pueblo, no me ha olvidado,
si hubiera
quien cuestione, quizá, cómo estoy
dile que
estoy vivo, pero niega que estoy bien,
y que
incluso esto, que viva, se lo debo a un dios.
Así, tú
callado, debes ser leído por quien te pregunte más;
cuídate de
no tocar temas innecesarios
que
inmediatamente el lector avezado recordará mis crímenes
y andaré
como enemigo público en boca de todos.
Procura no
defenderme, aunque te hieran las acusaciones;
una mala
causa no será mejor por su defensa.
Encontrarás
alguno que suspire por mi ausencia
que lea
estos poemas con las mejillas húmedas
y callado,
en soledad, para que no le escuche algún malvado,
desee que,
calmado el César, mi pena se vuelva menor.
Yo también
imploro que no sea miserable aquel
que pida que
los dioses se apiaden de este desdichado;
que se
cumpla lo que desee y, alejada la ira del príncipe,
me permita
morir en mi casa, en mi patria.
Aunque
cumplas mis órdenes, libro, quizá seas condenado
y
considerado indigno de la fama de mi ingenio.
Es oficio
del juez examinar las cosas y las circunstancias de éstas,
tan pronto
entiendan tus circunstancias estarás bien.
Los poemas
nacen de un alma despejada,
pero mis
días han sido nublados por súbitos males,
los versos
piden al escritor tranquilidad y alejarse del mundo;
a mí me
arrojan el mar, los vientos y el fiero invierno.
Todo miedo
estorba a la poesía; yo, sin esperanza ya,
estoy
pensando en la espada que pronto será clavada en mi cuello.
Pero un juez
justo admirará esto que escribo
y leerá con
benevolencia mis textos como sea que estén.
Trae al
propio Homero y ponle mis desgracias:
verás que
todo su ingenio se desvanecerá entre tantos males.
Finalmente,
libro, recuerda ir despreocupado de la fama,
y no sientas
vergüenza por no gustar tras ser leído
que la
fortuna no se nos muestra favorable
para que te
ocupes de pensar en la fama.
Mientras era
afortunado me llamaba el deseo de gloria,
me
emocionaba la búsqueda de un nombre;
sea
suficiente ahora si no odio a la poesía y esta pasión
que tanto me
dañó, pues mi exilio es fruto del ingenio.
Pero tú ve
en mi lugar, tú que puedes, y contempla Roma
¡ojalá los
dioses me concedieran ser mi libro!
No vayas a
pensar que por llegar desde lejos a la gran ciudad
puedes ser
desconocido por el pueblo,
aunque no
lleves nombre te reconocerán por tu color único;
querrás
disimular, pero es claro que eres mío.
Entra con
cautela para que mis poemas no te dañen,
ya no son
favorecidos como alguna vez lo fueron.
Si hubiera
alguno que piense que, por ser mío,
no debes ser
leído y te aparte de sus brazos
“mira mi
título” dile “no soy un maestro del amor,
ya pagó
aquella obra los castigos que merecía”.
Quizá te
preguntes si te ordenaré subir
al alto Palatino
y a la casa del César.
¡Que me
perdonen los lugares augustos y sus dioses!
Desde esa
cima llegó el rayo que golpeó mi cabeza.
Recuerdo que
hay divinidades gentiles en esas mansiones,
pero temo a
los dioses que me exiliaron.
La paloma se
aterra con el más mínimo sonido
de las alas,
si ha sido herida por tus garras, gavilán.
Tampoco se
atreve a dejar el aprisco la cordera
si alguna
vez fue arrancada de los dientes de un hambriento lobo.
Si viviera
Faetón evitaría el cielo, y no querría tocar
aquellos
caballos que deseó estúpidamente.
Confieso que
yo temo al relámpago de Júpiter, que ya sufrí,
y pienso,
cuando truena, que un fuego hostil me alcanza.
Cada uno de
la escuadra argólica que huyó del Cafareo
vuelve las
velas siempre para alejarse de las aguas de Eubea,
y a mi
barquita, del mismo modo, golpeada por una tormenta
desoladora
le horroriza ir a aquel lugar en el que fue dañada.
Así que
cuídate, libro, y mira alrededor tímidamente,
confórmate
con ser leído por la gente común:
Ícaro, al
buscar con alas frágiles alturas ingentes,
sólo
consiguió darle su nombre al mar.
Es difícil
decir si has de usar remos o el viento,
ese consejo
te lo darán la circunstancia y el lugar.
Si pudieras
serle llevado cuando esté desocupado,
si las cosas
miras calmas, si la ira sus fuerzas quebrase;
si hubiera
alguien que a ti, dubitante y temeroso de entrar
te lleve, y
lacónico te presente, entra.
Ojalá en
buen momento y más dichoso que yo mismo
llegues ahí…
y aligeres mis males.
Pues esas
heridas nadie, sino quien me las ha hecho
puede
quitármelas, como corte de Aquiles.
Sólo cuida
no dañarme mientras quieres ayudar
—mi
esperanza es menor que el temor de mi alma—,
que la ira
que descansaba no se vuelva a enfurecer
y seas tú la
causa de otro castigo.
Cuando seas
recibido en mi estudio
alcanzarás
esos estantes curvos, tu casa,
mirarás ahí
puestos en orden a tus hermanos,
a todos
ellos los desveló la misma pasión.
El resto
mostrará abiertamente sus títulos
con los
nombres al descubierto en la portada
pero verás
tres ocultándose en un rincón oscuro,
estos, como
todos saben, enseñan a amar;
húyeles o,
si tuvieras valentía suficiente,
grítales
“Edipo” y “Telégono”.
Te advierto
que, de los tres, si es que te importo,
y aunque te enseñen cómo, a ninguno ames.
Hay también
quince volúmenes de las Metamorfosis,
poemas
recién arrancados de mis funerales,
a estos te
pido que les digas que puede incluirse
entre las
transformaciones el rostro de mi fortuna,
pues se ha
vuelto de repente distinta a la de antes;
hoy es
deplorable pero algún tiempo fue alegre.
Si me lo
preguntas, tendría que pedirte muchas cosas,
pero temo
que ya te hice retrasar el viaje
y si te
llevas contigo todo cuanto se me ocurre
serás un
peso muy grande para quien te cargue.
Largo es el
camino ¡apresúrate! Yo habitaré
el más
lejano lugar del mundo: tierra remota a la tierra mía.
Tristia
I.3
Cuando
recuerdo la imagen tristísima de aquella noche
en la que
estuve por última vez en Roma;
cuando
revivo esa noche en que dejé tantas cosas queridas,
resbalan,
incluso ahora, lágrimas de estos ojos.
Pronto se
acercaba el momento en el que había ordenado el César
que partiera
hacia los confines lejanos de Ausonia,
yo no tenía
ni el tiempo ni el corazón para prepararme
mi larga
espera había entorpecido el corazón.
No me había ocupado
de elegir acompañantes de viaje y esclavos
ni cuidé el
vestido ni las provisiones aptas del exiliado,
perdí la
conciencia como quien es golpeado por el rayo de Júpiter
y vive, pero
nada sabe de su vida.
Cuando mi
propio dolor disipó esa nube del alma
y por fin
despertaron mis sentidos
a punto de
marchar hablé por última vez con mis tristes amigos
que, de
tantos que eran, apenas había algunos.
Mientras
lloraba, llorando más amargamente, me abrazaba mi amada;
hasta que
una lluvia de lágrimas rodaba por sus mejillas inocentes.
Mi hija
estaba lejos, por las costas de África,
no había
podido enterarse de mi destino.
A donde sea
que miraras sonaban llantos y sollozos
y dentro
había una especie de funeral ruidoso.
Mujeres y
hombres, incluso los esclavos lloraban mi funeral
y en casa
cada esquina guarda mis lágrimas,
si se puede
utilizar un gran ejemplo en uno pequeño:
era la
imagen de Troya cuando fue tomada.
Ya
descansaban los sonidos de hombres y perros
y la luna en
lo alto dirigía los caballos nocturnos,
yo la miraba
y distinguía entre los edificios del Capitolio
los que de
nada sirvió tener cerca de mis Lares.
“Númenes que
habitan en suelo vecino”, dije,
“y templos
que jamás volveré a contemplar
y dioses que
dejaré a los que venera la alta ciudad de Quirino
déjenme
despedirme hoy para siempre,
y aunque
tarde tomo el escudo, ya después de la herida,
arranquen el
odio de esta huida
díganle al
divino hombre qué error me sedujo
que no
piense que fue mi culpa
y que, así
como ustedes lo saben, también mi verdugo lo sienta
y aplacado
ese dios, pueda yo dejar de ser miserable”.
Me dirigí a
los dioses con este rezo, y mi esposa con más,
pero las
palabras se le cortaban a medio decir.
Ella, en el
suelo frente a los Lares, con el cabello suelto
alcanzó los
fuegos extintos con su boca trémula
y derramó un
mar de palabras a los Penates frente a ella
que de nada
valdrían en favor de su llorado esposo.
La noche
moría y no daba más tiempo de espera,
la Osa mayor
ya había dado la vuelta a su eje.
¿Qué podía
hacer? Me detenía el dulce amor a la patria
pero esa
última noche era la designada para mi partida.
¡Ay! Cuántas
veces dije a algún presuroso “¿por qué la prisa?
Mira el
lugar a donde te apresuras, y mira de dónde”
¡ay! cuántas
veces fingí tener segura la hora
que era
ideal para mi viaje.
Tres veces
llegué a la puerta, tres veces me arrepentí
y mi pie,
indulgente con mi alma, no quería marchar.
Varias
veces, después del “adiós”, comenzaba a hablar mucho de nuevo,
y ya casi al
partir repartí muchos besos,
di muchas veces
las mismas órdenes, engañándome a mí mismo
y volvía los
ojos para ver a mis seres amados.
Al final,
“¿por qué me apresuro?”, dije, “es la Escitia a donde me envían
y debo dejar
Roma, cualquier demora es justa.
Mi viva
esposa me es negada eternamente en vida
y mi casa, y
los dulces miembros de mi fiel casa
y aquellos
amigos a quienes yo amé como a hermanos
¡corazones
unidos a mí con fidelidad tesea!
los abrazaré
mientras pueda, que quizá ya no se pueda más,
debo
aprovechar el tiempo que me queda”.
Llegado el
momento, interrumpo las palabras
y abrazando
todo lo más cercano a mi corazón
hablo y
lloro mientras, bien claro en lo alto del cielo,
Lucifer se
levantaba, una estrella terrible para mí.
Estaba roto,
como si ahí dejara mis miembros,
y parecía
que una parte me era arrancada del cuerpo:
así sintió
Meto cuando a direcciones contrarias
corrieron
los caballos que castigaron su traición.
Entonces
rompió el clamor y el llanto de los míos
hirientes
manos golpearon los pechos desnudos
y mi esposa
aferrada a mis hombros exiliados
mezcló con
mis lágrimas estas palabras tristes:
“No pueden
llevarte, vámonos juntos de aquí, los dos,
te seguiré y
como esposa de exiliado seré exiliada.
Ya está
hecho mi camino y el fin del mundo me espera también.
Me subiré a
la barca como ligero equipaje.
A ti la ira
del César ordena dejar la patria
a mí mi
amor, y este amor será mi César”.
Lo intentó,
como antes había intentado,
apenas se
dio por vencida, por mi bien.
Salí, o, más
bien, aquello era un funeral sin cadáver.
Iba escuálido,
con el cabello sobre mi rostro desalineado.
Me dicen que
ella, enloquecida por el dolor, se llenó de oscuridad,
casi muerta,
cayó a la mitad de la casa
y cuando
despertó, con el cabello sucio por el polvo
funesto y se
levantó del suelo frío,
se lamentó,
primero por ella, luego por los Penates abandonados,
gritó el
nombre de su esposo arrebatado,
lloró tanto
como si viera mi cuerpo
y el de su
hija sobre piras funerarias.
Dicen que
quiso morir para muriendo dejar de sentir,
pero no
murió para cuidarme.
Que viva,
porque así lo dispusieron los hados,
que viva,
para que me sostenga con su ayuda siempre en mi ausencia.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2019/08/ovidio-tristes/?msclkid=6e57e0e4b39511eca52cde1a41229859
PAN Y SIRINGE
Entonces el
dios 'De la Arcadia bajo los helados montes' dice,
'entre las
hamadríades muy célebre Nonacrinas,
náyade una
hubo; las ninfas Siringe la llamaban.
No una vez a
los sátiros había burlado ella, que la perseguían,
y a cuantos
dioses la sombreada espesura y el feraz
campo tiene.
A la Ortigia diosa con sus afanes y con su propia
virginidad
honraba. Según el rito también ceñida de Diana,
engañaría y
podría creérsela la Latonia, si no
de cuerno el
arco de esta, si no fuera áureo el de aquella;
así también
engañaba. Volviendo ella del collado Liceo
Pan la ve, y
de pino agudo ceñida su cabeza
tales
palabras refieren...' Restaba sus palabras referir,
y que, sus preces
despreciadas, había huido por lo no hollado la ninfa,
hasta que
del arenoso Ladón al plácido caudal
llegó; que
aquí ella, su carrera al impedirle sus ondas,
que la
mutaran a sus líquidas hermanas les rogó,
y que Pan,
cuando presa de él ya a Siringe creía,
en vez del
cuerpo de la ninfa, cálamos sostuvo lacustres,
y que
mientras allí suspira, movidos dentro de la caña los vientos
hicieron un
sonido tenue y semejante a quien se lamenta;
que por esa
nueva arte y por la dulzura de su voz el dios cautivado
'Este
coloquio a mí contigo' había dicho 'me quedará,'
y que así,
los dispares cálamos, con la trabazón de la cera
entre sí
juntados, los nombres retuvieron de la muchacha.
EL DILUVIO
Y ya iba
sobre todas las tierras a esparcir sus rayos;
pero temió
que acaso el sagrado éter por causa de tantos fuegos
no
concibiera llamas, y que el largo ardiera eje.
Que está
también en los hados, recuerda, que llegaría un tiempo
en el que el
mar, en el que la tierra y los arrebatados reales del cielo
ardan y del
mundo la mole, afanosa, sufra.
Esas armas
devuelven, por manos fabricadas de los Ciclopes.
Un castigo
place inverso: el género mortal bajo las ondas
perder, y
tormentas lanzar desde todo el cielo.
En seguida
al Aquilón encierra en los eolios antros,
y a cuantos
soplos ahuyentan a las congregadas nubes,
y suelta al
Noto: con sus mojadas alas el Noto vuela,
su terrible
semblante cubierto de una bruma como el pez;
la barba
pesada de borrascas, fluyen ondas de sus canos cabellos,
en su frente
se asientan nieblas, roran sus alas y senos.
Y cuando con
su mano, a lo ancho suspendidas, las nubes apretaron,
se hace un
fragor: entonces densas se derraman desde el éter las borrascas.
La mensajera
de Juno, de variados vestida colores,
concibe,
Iris, aguas, y alimentos a las nubes allega.
Póstrense
los sembrados, y llorados por los colonos
sus votos
yacen, y perece el trabajo frustrado de un largo año.
Y no con el
cielo suyo se contentó de Júpiter la ira, sino que a él
su azul
hermano le ayuda con auxiliares ondas.
Convoca este
a los caudales: los cuales, después de que en los techos
de su tirano
entraron, 'Una arenga larga ahora de usar,
dice 'no he.
Las fuerzas derramad vuestras:
así menester
es. Abrid vuestras casas y, la mole apartada,
a las
corrientes vuestras todas soltad las riendas.'
Había
ordenado; ellos regresan, y de sus fontanas las bocas relajan,
y en
desenfrenado ruedan a las superficies curso.
Él mismo con
el tridente suyo la tierra golpeó, mas ella
tembló, y
con su movimiento vías franqueó de aguas.
Desorbitadas
se lanzan por los abiertos campos las corrientes
y, junto con
los sembrados, arbustos a la vez y ganados y hombres
y techos, y
con sus sacramentos arrebatan sus penetrales.
Si alguna
casa quedó y pudo resistir indemne
a tan gran
mal, el culmen, sin embargo, más alto de ella,
la onda
cubre, y hundidas se esconden bajo el abismo sus torres.
Y ya el mar
y la tierra ninguna distinción tenían:
todo ponto
era, faltaban incluso playas al ponto.
Ocupa este
un collado, en una barca se sienta otro combada
y lleva los
remos allí donde hace poco araba;
aquel sobre
los sembrados o las cúpulas de una sumergida villa
navega, este
en lo alto un pez prende de un olmo;
se fija en
un verde prado, si la fortuna lo lleva, el ancla,
o, a ellas
sometidos, curvadas quillas trillan viñedos,
y por donde
ora gráciles cabritas grama arrancaban,
ahora allí
ponen sus cuerpos las deformes focas.
Admiran bajo
el agua florestas y ciudades y casas
las
Nereidas, y las espesuras poseen los delfines, y por sus altas
ramas
corren, y los zarandeados troncos baten.
Nada el lobo
entre las ovejas, dorados lleva la onda leones,
la onda
lleva tigres, y ni sus fuerzas de rayo al jabalí,
ni sus patas
veloces sirven al arrebatado ciervo,
y buscadas
largo tiempo tierras donde posarse pudiera,
al mar,
fatigadas sus alas, el pájaro errante cayó.
Había
sepultado túmulos la inmensa licencia del ponto,
y pulsaban
las montañas cumbres unos nuevos oleajes.
La mayor
parte por la onda fue arrebatada; a los que la onda ahorró,
los largos
ayunos doman por el indigente alimento.
Tomado de:
https://poemas.yavendras.com/ovidio/?msclkid=f1fc97a4b39411ecbfa0ab335dab58e0
Remedia Amoris
Consejos
para dejar a tu pareja
Procura
dejar a tu pareja antes de que el sentimiento se vuelva incontrolable.
Intenta
permanecer ocupado todo el tiempo posible.
Viaja.
Intenta evitar aquellos lugares que te recuerden a tu ex pareja.
Consigue varias
amantes que te ayuden a olvidar.
Concéntrate
únicamente en los defectos de tu ex pareja; piensa que debido a ellos has
decidido dejarla.
Piensa en el
futuro. Olvida el pasado.
Evita pasar
mucho tiempo solo.
Evita
aquellos sitios dónde veas a otras parejas.
Tomado de:
http://elespejogotico.blogspot.com/2008/11/consejos-para-dejar-tu-pareja.html
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