Faut-il s'abétir?
-¿Hacia dónde vamos?
-Vamos hacia el sueño. ..
-¿De dónde venimos?
-Venimos del sueño...
Como las olas,
como los vientos...
(En vida, despiertos.
En vida, serenos
sobre el fuego.)
-¿Hacia dónde vamos?
-Vamos a la noche...
-¿De dónde venimos?
-También de la noche...
(En la vida, brote
la luz,
que el sol nos conforte.)
-¿Hacia dónde vamos?
-No vamos, no vamos...
-¿De dónde venimos?
-¿Por qué preguntamos?
Después lo veremos
si al fin vemos algo.
Hay un reguero dulce y encendido...
Hay un reguero dulce y encendido
de sol sobre los álamos dorados.
Y, a lo lejos, los montes ya nevados
encalman el paisaje atardecido.
Si ahora tuviera el corazón dormido,
los ríos de la sangre no encrespados,
y ojos para mirar enamorados
los chopos dónde aún tiembla el sol huido...
Si ahora como esa luna ser pudiera
que boga virginal, tan lentamente,
tan alma pura en el azul... Si fuera
un álamo, una luna, un dios luciente...
Más sólo soy un hombre en la ladera,
un hombre sólo, apasionadamente.
Hombre total
Ojos verdes de Marta de Nevares.
Ojos -¿negros tal vez?- de Dorotea.
Ojos azules, clara luz febea
de Camila Lucinda. ¡Qué avatares
de amor sin contención! Gozos, pesares,
gozos... Esto es amor. Quien no lo crea,
mírese en unos ojos, que se vea
en unos ojos de mujer. (Cantares:
Esos ojos que vemos no son ojos
porque nosotros los veamos, son
ojos porque nos ven.) Mas la ceguera
de marta, y el olvido, los despojos
de tanta lumbre extinta... Tu canción
se eleva al fin hacia la luz primera.
La voz precisa
Sella tú con tus labios, éstos míos.
Pon tu mano en mi mano.
O deja que acaricie tu cabello,
tus mejillas, tu frente,
mientras hundo mis ojos en tus ojos,
en la insondable luz de tu mirada.
Deja que, así, te exprese,
cuando huyen las palabras
-ay, expresión del tacto,
única voz precisa-,
deja que, así, te exprese mi ternura.
Luzbel
Arcángel derribado, el más hermoso
de todos tú, el más bello, el que quisiste
ser como Dios, ser Dios, mi arcángel triste,
sueño mío rebelde y ambicioso.
Dios eres en tu cielo tenebroso,
señor de la tiniebla en que te hundiste
y de este corazón en que encendiste
un fuego oscuramente luminoso.
Demonio, señor mío, haz que en mi entraña
cante siempre su música el deseo
y el insaciable amor de la hermosura,
te dije un día a ti, ebrio de saña
mortal. Y, luego a Dios también: No creo.
Pero velaba Dios desde la altura.
Mnemosyne
¿De dónde llegas tú, ilusión de un día
porvenir, tú, esperanza de un pasado
nunca cumplido, pero que yo ahora
evoco entre marchitas profecías
o anticipo en nostalgia? De recuerdos
y paciencias me nutro. Los ayeres
y los mañanas dóciles acuden
a congregárseme en el hoy, un punto
que se dilata ilimitado en ondas
concéntricas, amor, amor sin tregua.
Y todo es por tu mágico conjuro,
diosa de pies ligeros, madre mía.
Déjame que te diga apasionado
mi amor por ti, mi luz en la honda noche,
mi amparo, mi sostén en el vacío,
tan adherida a mí como mi carne,
tan enraizada en mí como mis huesos,
yo mismo, pues ¿qué soy yo, que sería
sin ti, a quien debo lo único que tengo,
mi fugitiva eternidad de hombre?
Por tu amorosa previsión ordeno
mis días y mis noches. Yo soy sólo
una memoria y un deseo, un agua
que estremecidamente fluye inmóvil.
Tú conoces mi vida, me recuerdas
fechas: murió en Valencia, veintiuno
marzo, mil novecientos diecinueve.
Nació... Dejemos el espacio en blanco
y Dios lo llenará cuando me llame
para ingresar -completo ya- en su Nada.
Porque otros son, mi amor, nuestros caminos.
Igual que al vagabundo de Manhattan,
a mí que me preocupan tantas cosas,
no me preocupa Dios, no me preocupa
la muerte. Me deslizo de tu brazo
por el tiempo (no un río que termina
en el mar del morir, sino el mar mismo
siempre consigo. ensimismado, libre
en su flujo y reflujo), por el tiempo,
ajeno al gran pecado del olvido.
Mediada está mi vida. Estoy inmerso
en aguas tan profundas que no tienen
fondo o lo desconocen. En el pecho
me late el corazón, una campana
sorda, callada, pero jubilosa
en su entrañado grito de alegría.
Sea la vida sueño, sombra, nube,
viaje, ilusión o luna mortecina.
No me preocupa Dios cuando la sangre
su música musita misteriosa.
La rosa, el chopo grácil de la orilla,
el río rumoroso y solitario,
el monasterio al pie de la montaña
y la cima nevada, aquellos ojos
que un segundo brillaron ofreciendo
amor, las rachas frescas de la lluvia
y el viento en los adioses del verano,
todo conlleva tiempo y acongoja
el corazón con mano delicada,
fábula y mito de los años muertos.
Pero guiado de tu mano avanzo
hacia el futuro, avaro me demoro
en el sueño, potencio a mi albedrío
el instante presente, me hago dueño
de su fugaz y fina consistencia,
vuelvo la vida del revés, aplaco
su curso, llego a un éxtasis tan quieto
y tan seguro que en la noche brilla
llena la luna, y ya no escucho el río
que huye ni sus consejas sibilinas.
Soy tuyo, madre mía, tú me dices
constante lo que soy, lo que no he sido,
lo que he de ser o no he de ser, tú eres
a la vez mi pasado y mi futuro,
mi ya y mi todavía, me preservas
de olvido, en esperanza cada día
me salvas, me das vida a millares,
mundo en relieve -bosques, mares, cielos-,
me das, entre las horas huidizas,
partes de eternidad, vences la muerte.
Sí, deja que te diga apasionado
mi amor por ti, luz mía y madre mía,
memoria mía en mí, puro deseo
de ser memoria en otros. Sea sueño
la vida. ¿No es también sueño la muerte?
Gracias, gracias te doy por endiosarme
mágica, humilde, breve, inmortalmente
en mi unidad dramática de hombre
bajo el cielo estrellado. Nunca cese
mi corazón de dar su sí a la vida.
No, corazón, no te hundas...
No, corazón, no te hundas.
Y vosotros, ojos, no queráis cerraros en llanto.
La vida es mucho más larga, mucho más grande de lo que
ahora
supones, mucho
más magnánima.
¿Te atreverás a decirle que te debe algo?
Eres tú quien se lo debes todo.
Y aún tendrás que deberle muchas cosas hasta que mueras,
y la muerte misma es un deber que tienes hacia la vida.
Agradece al tiempo que, mucho más sabio que tú, no
apresure tus
horas de dolor
ni se demore en tus momentos de dicha,
sino que te los mida con la misma igualdad, con la misma
ecuanimidad
generosa.
Agradece al sol que siga saliendo puntualmente, ajeno por
completo a
ponerse
al compás febril de tu pulso.
Te quejas. Dices que sufres.
Dices que no puedes más.
Aún volverás a sufrir, y a amar, y a sufrir de nuevo,
y a gozar otra vez y otra y otra.
Sólo morirás una vez, eso es lo único que no podrá
repetirse,
pero la vida es una continua repetición.
Te ha de dar todavía muchas ocasiones de equivocarte,
y tú has de llegar aún a acertar con el buen momento,
que el mundo te ha de volver a brindar como te lo ha
brindado
ya tantas
veces.
¿Dices que estás solo?
No es mirándote al espejo como encontrarás compañía.
Coge el primer objeto que esté a tu alcance,
un vaso, una flor o simplemente el periódico.
Acarícialos, acarícialos.
Levanta la vista, tiéndela alrededor tuyo.
Sí, es verdad que no puedes ver los ojos que tú amas
tanto.
Por hermosos que sean no podrán compararse nunca con las
estrellas
(a pesar de los poetas románticos).
Habla, habla, pero no contigo.
Déjate de soliloquios y silogismos y sentimentales
monólogos.
Habla con el cartero, con el conductor del tranvía
(aunque esté
prohibido);
habla con el niño que está jugando en la acera,
vete a beber unas copas con el primer borracho de la
esquina.
¿Creías que el mundo termina donde tú acabas?
Tú eres ya no fin, pero ni siquiera comienzo de ninguna
cosa.
No eres comienzo ni de ti mismo.
¿Recuerdas a tu madre?
No la compadezcas: ya murió, ya vivió, ya sufrió y gozó
todo aquello
que le tocó en
suerte.
Tú tienes todavía la de vivir, la de seguir vivo.
No tengas ninguna prisa en morirte.
No te esfuerces en buscar lo único que posees seguro.
No sabe qué es amor quien no te ama...
No sabe qué es amor quien no te ama.
No sabe qué es amor quien no te mira.
Tú arrancaste a su alma y a su lira
el son más dulce, la más fiera llama.
¿Qué fue de tanto amor por tanta dama?
Sólo cenizas de la inmensa pira.
Se nubla la mirada, el cuerpo expira,
y el alma quiere asirse a la alta rama
de Dios, que con sus silbos amorosos
te hechiza en la honda calma del verano.
Madrid, a mil seiscientos treinta y cinco.
Pasaron ya los años venturosos
y los amargos. Todo pasó en vano.
Y a Dios te entregas con mortal ahínco.
Noche del amor
Ay, qué podré decirte, dulce amada,
joven virgen feliz que no conoces
en un cielo cerrado, suaves roces,
el peso del amor, noche entregada.
Desde este corazón, isla olvidada,
-oye del mar sus clamorosas voces-,
me elevaré hasta ti que desconoces
la flecha que en lo oscuro está clavada.
Los cuerpos se revuelven tan certeros,
guiados del amor, como esos astros
que, arriba, sólo ven tus ojos puros.
Órbita de pasión y verdaderos,
resplandecientes e infalibles rastros.
Celestes nuestros cuerpos aunque oscuros.
Ojos verdes
Ojos verdes de Marta de Nevares.
Ojos, ¿negros tal vez? de Dorotea.
Ojos azules, clara luz febea
de Camila Lucinda. ¡Qué avatares
de amor sin contención! Gozos, pesares,
gozos... Esto es amor. Quien no lo crea,
mírese en unos ojos, que se vea
en unos ojos de mujer. Cantares:
esos ojos que vemos no son ojos
porque nosotros los veamos, ojos
son porque nos ven. Mas la ceguera
de Marta, y el olvido, los despojos
de tanta lumbre extinta... Y tu canción
se eleva al fin hacia la luz primera.
Pleamar de amor
La tarde pastoral, de alterno cielo
rayos de tu tormenta desatados,
mas luego azul total, cielo amados,
me llena de pasión o de desvelo.
Asciendo así del tormentoso anhelo
a una paz de reposos entregados,
mas desciendo otra vez a los estados
mismos de que partí para mi vuelo.
¡Ay! esta indócil pleamar me inunda,
tarde mi frenética y liviana.
Déjame, pues, si, deja que me hunda
en este frenesí de lluvia vana.
Luego me elevare hasta ti, oh, profunda.
Luego serás mi primavera humana.
Sensación de otoño
Amo el otoño y amo su tristeza,
su cielo gris, sus árboles borrosos
entre la niebla, vagamente hermosos...
¿No amáis también vosotros la belleza
desnuda del otoño? El alma empieza
a hacerse buena y honda. ¡Y qué piadosos
se hacen los viejos sueños ardorosos!
¡Qué humana ahora la naturaleza!
Oh cielo bajo, luz tan tamizada,
luz tan vencida, compasivo empeño
de dar al hombre asilo y sombra amada.
No sé si el mundo es ya triste o risueño.
Dios se ha dormido. El alma está callada.
Se me ha llenado el corazón de sueño.
Sin palabras
Un mundo de armonías me rodea.
Fuera palabras, no turbéis mi paz.
Una vida hecha toda de sonidos,
un pensamiento universal que puede
prescindir de cualquier significado.
EL universo no habla, nada dice,
el viento mueve diáfano la hoja.
Paraíso final sólo de música
musical. Canta el pájaro en lo hondo
del corazón. Palabras, fuera. Ahora
un mundo de silencios me rodea.
Música, solo música, callada
música. Siempre música, esto es Dios.
Sólo tú
Tú, mi razón de vida, mi razón
de amor; mi razón, mi pensamiento,
mi desencadenado sentimiento,
la luz y el fuego de mi corazón.
Vivir en ti es vivir, viva pasión,
y la vida sin ti no es mi tormento,
sino injustificable y vano intento,
imposible, imposible abdicación.
Si tú eres la verdad, si tú la vida,
morir será morir, pero prefiero
tan breve posesión de la verdad
a otra existencia luego concedida.
Vivir será morir, pero te quiero.
Sólo tú, sólo tú mi eternidad.
Te quiero y te lo digo
Toda la luz del cielo ya en la frente
y en el labio un carbón apasionado.
Mi pensamiento, así de iluminado,
mi lenguaje, de amor, así de ardiente.
Así de ardiente, así de vehemente,
diamante en su pasión transfigurado.
Amarte a ti, universo deseado.
Mi luz te piensa apasionadamente.
Mi luz te piensa a ti, luz de mi vida,
pasión mía, luz mía, fuego mío
llama mía inmortal, noche encendida,
cauce feliz de mi profundo río,
arrebatada flecha, alba elegida,
mi dulce otoño, mi abrasado estío.
Tú eres tú
No te merezco, no. Yo canto, canto,
y te quiero, te quiero, sí, te quiero,
y sólo por ti vivo y por ti muero,
y sé que hasta tu cima me levanto.
Pero no es en tu cima en donde canto,
sino en el valle en que me desespero
de no poder vivir siempre señero,
y callar, callar sólo, amarte tanto.
Oh, bajo y pobre mundo, limitado
poder de la expresión, oh lengua mía.
en cambio tu mirada, qué logrado
silencio y poderosa luz del día.
Tú me devuelves más que yo te he dado,
pues tú eres tú, yo sólo mi poesía.
Tus quince años
Sólo tú, sólo tú puedes salvarme
y darme libertad si me encadenas.
Dame la sangre virgen de tus venas,
acude con tu vida a libertarme.
A encadenarme, a desencadenarme,
así mis horas fluirán serenas
por el caudal feliz en que e ordenas.
En tu inocencia pueda yo ampararme.
tu voz, tu voz... ay, oigo que me llamas,
y tus ojos me miran tan profundos,
-ojos que no han mirado aún a la vida-.
Salvado estoy sabiendo que me amas.
Oh, luz divina de no sé qué mundos,
purísima promesa concedida.
Un cristal
Vidrio de una ventana
entreabierta de julio
Hasta mí que tendido
descanso con cansancio
feliz de sucesivos
tiempos y espacios llega
el verano su soplo
vital cálido... Vidrio
en el que ahora contemplo
reflejadas las casas
fronteras unos árboles
los de esta ciudad mía
al regreso de otras
y otras y otros paisajes
fríos yermos ajenos
Unas casas fronteras
unas ventanas sobre
el cristal de ésta abierta
que me devuelve parte
de mi ciudad ¿La mía?
La mía imaginada
recordada resuelta
ahora en blando reflejo
en deseo y en sueño
de lo que pudo ser
de lo que no es de lo que
me absorbe la mirada
la esperanza tan breve
(Gracias memoria mía
de lo malo aún ya trémula.)
Cansancio julio aquí
tendido calor nada
nada más que un reflejo
equívoco un deslumbre
frágil de sol un poco
de ilusión allá enfrente
Sólo un cristal la vida.
Tomado de:
No quiero melodía...
No quiero melodía. Ruedan suaves,
sin melodía, las esferas. Giran
inmelódicas, suaves. ¿Ruedan, giran?
Tácito vals de las esferas suaves
Oh luminoso vuelo de las aves,
silencio de la luz. ¿Mis ojos miran
ascender a las aves? Sí, las miran
mis pupilas inmóviles. Las aves,
las esferas... No quiero melodía,
sí luz, sí luz, sí música, sí alas,
inmelódica luz, música inmóvil,
música sideral, sin melodía,
luz de las aves, luz sobre las alas...
Música y luz, hermoso mundo inmóvil.
Primera epístola de mí mismo
¡Mi cenicienta juventud, mis años baldíos!...
Soy hombre.
Quisiera ser gacela inocente o el león carnicero
que do not lie awake in the dark and weep for their sins.
Mi cenicienta juventud, mi miércoles continuo sin sello
alguno
en la frente,
salvo el del sol glorioso, el de la segura sabiduría
incipiente, la
cruz del
orgullo,
sin recordación postrimera;
la frente vana que se alza con pura alegría, con inmortal
certeza
de una mañana
radiante,
sin atisbo alguno de ocaso, de cercana finitud, de
arrugas-
igual que el mar azul de la niñez remota, de la promesa
incumplida.
Time writes no wrinkles on thy azure brow.
Y ahora estoy hastiado de surcos, de renglones torcidos,
de
noches en
vela,
de invisibles señales, de impenetrables señales, de vasos
de
agua en lo
oscuro,
de tumbas y cruces, polvo, protectoras ausencias.
¡Mi polvorienta juventud, mis días estériles!...
Mis noches sin nada y sin nadie excepto el llanto, el
lamento,
el desvelado monólogo sobre mi condición, el prurito de
orinar, la
sed, la fatiga,
el cigarrillo intempestivo del insomnio, el frío sudor
sobre la
lisa frente de
antaño.
Soy hombre.
Quisiera ser el árbol, la hoja agradecida
a la brisa, a la caricia de mayo, al rumor del río
que no va a dar en la mar, que no es símbolo de lo
efímero.
Solamente un sonido, un frescor, un júbilo,
un estremecimiento de vida en la savia ignorante.
Quisiera ser aún más, piedra. Piedra sorda, muda. Perfecta
concentración
de la nada, piedra indiferente
a todo destino, a todo origen, honda
agresiva, o juguete en manos del niño
que la arroja a la superficie del agua, estremeciéndola en
aros
concéntricos,
en anillos fugaces
(Time writes no wrinkles...);
o materia de construcción para alzar esas casas,
esos precarios refugios que habitamos los hombres,
como si cuatro paredes pudiesen protegernos del muro
final,
como si un techo doméstico fuese cobijo eficaz contra la
inmensa bóveda
de los astros,
o con astros, contra el dosel cifrado de la noche,
de nuestra vida a la intemperie de Dios, de nuestra vida
al raso,
al raso.
Memoriam, entendimiento y voluntad. ¡Memoria!
¿Quién no suspira a veces por la flor del loto,
por su olvidadizo milagro, por su borrón y cuenta nueva,
proyecto
nuevo,
renovada esperanza
(destinada, ay, a esfumarse como las ostras, a convertirse
en
nueva flor
marchita)?
¿Quién tiene la vanidad de asumir todo su pasado
sin sentir arrepentimiento, decepción, orgullo
tronchado por el soplo del viento malo? ¡Caña pensante
que te yergues con cotidiana ilusión sobre un mundo en
ruinas
sobre un fracaso de cristales,
desatendiendo espejos, sueños, agendas ajadas,
álbumes de amarillenta otredad, insalvables abismos!
Nadie regresa de la ulterior ripa.
La citerior ripa.
Pues cada día tiene su orilla.
Cada jornada su puesta de sol.
Cada tarde su afán trivial.
Cada noche su memento mori.
Y la memoria disminuye si no se ejercita.
Y el olvido nos cala hasta el hueso.
Y la suerte está echada
Y la vejez nos acecha desde la cuna.
Desde la tumba.
Soy hombre.
Quisiera ser árbol, el álamo venturoso
que no pregunta nada al agua que fluye, que ignora su
huida,
que no sabe que el río desemboca en su manantial
y tiene su nacimiento en el mar. ¡Río inmóvil
donde el hombre se baña eternamente en su corriente
extática!
El movimiento y el reposo
son lo mismo, lo mismo, una ficción diáfana.
Y lo mismo también la luna menguante y la luna creciente,
la luna llena del verano monótono,
la luna nueva del monótono invierno.
Y en este mundo sublunar
repaso ahora retratos abandonados, desvelos inútiles,
trajes
deshechados,
dioses extintos, libros no leídos, mujeres amadas
y olvidadas, cartas, papeles, sillas que crujen, espirales
de
humo,
dolores intercostales, visitas incómodas, luces
mortecinas,
relojes que señalaron un tiempo, saetas
que hirieron mi corazón, lo hirieron.
Soy hombre.
Y mucho de lo humano me es ajeno.
Y ni puedo decir que me conozco a mí mismo.
Pues no sé nada. Sólo
que ahora quisiera ser la gacela inocente o el león
carnicero
que no yacen despiertos en lo oscuro llorando por sus
pecados.
Que quisiera ser el mar de mi niñez, tú, mar.
Pues el tiempo no inscribe arrugas en tu ceño azul.
Que quisiera ser el árbol, la piedra.
Que quisiera...
Pero es de noche. Es hora de acostarse, hora de apagar la
lámpara
Out, out, brief candle!
Tomado de:
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