El lecho de lirios.
Su bote de cedro, perfumado, rojizo,
Fluyó hacia abajo en un lecho de lirios;
Envuelto en una pausa de oro yacía,
Entre los brazos de una apacible bahía.
Temblaba solo en su barca de corteza,
Mientras los lirios rompían con certeza
El inmóvil cristal de la marea,
Hiriendo la frágil proa de madera.
O cuando cerca de las delgadas plantas
Levanta sus afiladas escamas de plata;
O cuando en el viento frío y sonoro
Cae la libélula envuelta en oro
Y todas las joyas y las amplias aguas,
En anillos cantan en sus alas;
O cómo el alma ardiente y alada,
Que de la oscuridad desciende en horas
Sobre la fría ola, como el bálsamo
Que por un gran espíritu es derramado,
El alma vuela en libertad, y el silencio se aferra
A las inmóviles, como cuelga la Tierra,
Cortando la oscuridad, en los árboles,
A medios enterrados hasta las rodillas.
Se sentó en su quietud de plácidas hojas,
Aferrado a sus sombras, doradas y rojas,
Y sobre el suelo cóncavo, como una espiga,
Cayó el rostro entre luces ambarinas.
Orgullosa y valiente espuma de madera,
Perla brillante, una doncella frente a la marea.
Y él hubo de cantar de su alma el amor,
Con la voz del águila y el dolor.
En lo alto, fuertes pinos fueron hechos de su
lengua,
Sus labios florecieron suaves en la sombra de la
tormenta,
Besando los femeninos pétalos, plateados despojos,
Como lirios blancos en un íntimo arroyo.
Hasta hoy él permanece allí, en reposo,
Su imagen pintada en ella, descanso glorioso.
Una isla entre dos azules no se derrite,
Una gota de rocío en la costa
Se alza como un crepúsculo púrpura,
Sobre la vasta arena durmiendo bajo el cielo.
Su bote de cedro, perfumado, rojizo,
Fluyó hacia arriba desde un lecho de lirios;
Todas las flores, todos los lirios,
En la luz de la tarde la corteza agitaron.
Sus labios frescos rodearon la aguda proa,
Sus caricias suaves treparon por los flancos,
Con labios y senos tejieron su bóveda,
Robando a sus ojos la noche estrellada;
Con mano dorada ella tomó el cabello
De una nube roja, hasta su planicie de azur.
Furtivo, el dorado atardecer fluyó,
Un viento frío de su cuerpo huyó.
Aceptaron lo alto, los árboles oscuros,
y los bajos lirios que cubrían todo.
Su bote de cedro, perfumado, rojizo,
Escapó lejos de su lecho de lirios.
El campamento de las almas.
En mi canoa blanca, como el aire plateado
Sobre el Río de la Muerte que oscuro pasa,
Cuando las lunas del mundo son circulares,
Yo remaba volviendo del Campo de las Almas.
Y cuando los deseos del bajo pantano se apenan,
Llegan las plumas sombrías de las Hojas que Cantan.
Doscientas veces las lunas de primavera
Rodaron sobre el aliento azur de la bahía,
Adornándome con las alas del águila,
Pintando mi rostro con el Tinte de la Muerte,
Y de las cañas sobre mi cadáver rompieron
Los solemnes anillos del azul, el último humo.
Doscientas veces las lunas invernales
Arroparon la tierra muerta con su manto pálido;
Doscientas veces las aves del viento salvaje
Chillaron sobre el rubor de la luz dorada
En aquella dulce alba, cuando el verano urdía
Su choza sombría de hojas perfectas.
Doscientas lunas de hojas decrecientes han pasado
Desde que colocaron el arco sobre mi mano muerta,
Cantando a mi alrededor la Canción del Dolor,
Mientras tomaba mi camino en la tierra de los
espíritus;
Sin embargo, cuando el cielo azul quiebra su aliento
Llegan las plumas sombrías de las Hojas que Cantan.
Blancas son las chozas en aquel campo lejano,
Donde el ciervo de ojos claros corre por los llanos;
¡No hay pantanos amargos ni marjales cerrados
en la tierra donde feliz caza el gran Manitou!
Y la luna de verano rueda eternamente
Sobre los hombres rojos del Campo de las Almas.
Azules son sus lagos, como el pecho de las palomas
salvajes,
Murmurando suave mientras oyen sus apacibles notas;
Tan tranquilos como las estrellas que duermen en el
cielo,
Los lirios amarillos flotando sobre ellos;
Y las canoas, como escamas de nieve plateada,
Atraviesan el lecho de juncos que vienen y van.
Verdes son sus bosques; sin aires violentos
Azotando la arboleda en el crepúsculo,
Con el llanto de los árboles que se afligen detrás;
Pero el viento del sur, amigo del gran Manitou,
Cuando el verde es bañado por el rocío,
Dobla alientos floridos de su caña roja.
Sobre ellos nunca caen las heladas blancas,
Ni sus ramas brillan con el Tinte de la Muerte;
Manitou sonríe en su cielo de cristal,
cerrando sobre ellos su aliento vital;
Y allí su voz no ruge en el trueno feroz,
Allí cerca de sus felices campos de caza.
Pero a veces anhelo, sobre mi canoa blanca,
Volver a los llanos y bosques del mundo:
Allí está la flecha negra que me penetró,
Allí está la mujer que me dio a luz,
Allí, en la luz del alba de un joven,
Gané. el corazón del lirio del ocaso.
Y el amor es una cuerda creciendo fuera de la vida,
Y teñida en el rojo de un corazón vivo;
Y el tiempo es el cuchillo herrumbrado del cazador,
Que jamás podrá cortar aquellos hilos carmesíes:
Navego desde la orilla de los espíritus a explorar
Donde el tejido de aquella cuerda comenzó.
Pero no regresaré con las manos vacías,
Muchas riquezas acumuladas en mi canoa;
Capullos que florecen en la tierra de los espíritus,
Inmortales sonrisas del gran Manitou;
Y cuando remo hacia las costas de la Tierra
Las disperso sobre el corazón del hombre blanco.
Pues el amor es el aliento del alma puesta en
libertad;
Entonces cruzo el Río de la Muerte que oscuro pasa,
Para que mi espíritu pueda susurrar suave
A los que guardan por el Campo de las Almas.
Cuando sonríe la luz del día,
Cuando la noche pálida se vuelve triste,
Llegan las plumas sombrías de las Hojas que Cantan.
Tomado de:
https://elespejogotico.blogspot.com/2009/01/isabella-valancy-crawford-poemas.html
LA ROSA
La Rosa fue otorgada al hombre para esto:
cuando la contemple en sus últimos años
los besos del recuerdo surgirán del pasado,
y del amor y la pena su llanto prolongado;
o siendo ciego deberá sentir el anhelo
de los viejos aromas que rondan su corazón,
hasta que vea en el amplio lienzo de la memoria
todas las rosas que conoció.
Quizás la tribulación guíe su dedo descuidado
sobre el cristal frágil de la copa restante,
entonces sentirá los labios muertos del infante
sobre sus propios labios desgastados.
Tal vez sordo y enamorado de su estrella
casi escuchará una fugaz alondra,
o el amor distante del ruiseñor
a través del oscuro rocío brillante.
El dolor perdido en caminos interminables,
tumbas arcaicas en círculos y reflejos,
su poderoso y vital aliento canta su suerte
convocando las raíces del sombrío Tejo,
atándolo a la vida, jamás a la muerte.
Tomado de:
https://panteondejuda.blogspot.com/2011/11/isabella-valancy-crawford-poemas.html
Canciones para los soldados
Si se cantan canciones, que los juglares golpeen sus
arpas
con grandes y alegres acordes, todos con alas de
trueno,
para tocar a lo largo de vastas costas. ¡Ay, deja
que sus notas
se conviertan en águilas que se elevan hacia el sol,
y resuenen como cornetas que estallan en el amanecer
cuando los ejércitos cobran vida! Dales pechos
que contengan fuegos inmortales, y volarán,
barridos con nuestra pequeña esfera a través de
todos los cambios
que aguardan a un mundo giratorio.
La alegría es inmortal;
Tiene una fibra de fuego en su carne
que no caerá ni morirá; Así que que cante
los peanos de los muertos, donde el santo dolor,
temblando, ha apartado la débil niebla
que vela a sus muertos, y en el maravilloso abrazo
de la re-posesión deja de estar el dolor.
La amplia voz de la alegría aún resonará, sobre
todo,
y hará una crónica de los héroes para los corazones
jóvenes
que no los conocían...
Hay gloria en la espada
que mantiene su vaina dormida, a menos que el
enemigo
golpee la pared y luego salte libremente a la luz.
Y empuja para mantener las torres sagradas del Hogar
y las queridas líneas que trazan el mapa de la
nación en el mundo.
Su madre
En la primera aurora levantó de su lecho
la santa plata de su noble cabeza,
y escuchó, escuchó, escuchó sus pasos.
'¡Demasiado pronto, demasiado pronto!' ella murmuró:
'Sin embargo, mantendré
Mi vigilia por más tiempo; ¡tú, oh tierno Sueño,
no eres más que la alegría de aquellos que
despiertan y lloran!
'El yo de Joy tiene ojos muy abiertos y penetrantes.
¡Oh carne mía,
y mi propia sangre y mis huesos, el mismo vino
de mi viejo corazón, veo brillar tus queridos ojos!
'Escucho tus pasos; Tus pasos ligeros y amados corren
por el camino, ansiosos por ese '¡Bien hecho!'
¡Te lloraremos y te besaremos, hijo mío soldado!
'¡Bendita madre! ¡Él vive! Sin embargo, si hubiera
muerto,
bendito sería yo todavía: ¡lo envié en la marea
de todo mi corazón para salvar el orgullo de su nación!
'Oh Dios, si hoy tiemblo tanto,
inclinado ante tales bendiciones que no puedo orar
con la palabra, una madre ora, querido Señor,
siempre
¡En alguna fibra lejana de su mente temblorosa!
Subiré... Me pareció oír una corneta unir
su plata con la plata del viento.
Su esposa y su bebé
En el lugar solitario de las hojas,
donde tocan los aleros colgantes,
surgió una ráfaga de canción alegre que sonaba dulce
y fuerte;
Y el bebé
en la cama
levantó el
brillo de su cabeza,
y abrió los párpados de la madre para despertar y
mirar al pajarito.
Ella besó
dulcemente los hoyuelos de los labios,
Las
plantas rojas de sus pies,
Las palmas ondulantes que acariciaron las suyas
mientras vagaban las flores arrastradas por el viento;
Él enroscó
sus mechones de seda
alrededor
de su cuello, tan blancos como la leche.
"Ahora, cariño, di qué pajarito canta allí
sobre su ramita verde".
'Él canta
muchas cosas.
¡Míralo
lavarse las alas!
Dice que papá marchará hoy con tambores a casa por
la ciudad.
Toma,
pajarito, aquí tienes mi taza.
Te bebes
toda la leche;
Te besaré, pajarito, ahora estás lavada como un
bebé, limpia y bonita.
Se
levantó, buscó los cielos
con las
alegrías gemelas de sus ojos;
Ella envió la fuerte paloma de su alma a través de
la gloria del amanecer;
Besó en su
mano
la
brillante banda dorada
que unía el fino pergamino de su vida y sujetaba su
sencilla historia.
su amor
Las celosías de Sylvia eran oscuras
; las rosas
las estrechaban.
Al alba surgió una chispa,
armada con
una flecha:
alegremente estalló en rocío,
alada por
capullos y flores,
impávido se abrió paso
directo al
seno de Sylvia.
'¡Silvia! ¡Silvia! ¡Silvia! Él
, como una
abeja, seguía tarareando:
'Despierta, dulzura mía; ¡Despiértate,
porque viene
tu soldado!
Sylvia duerme al amanecer,
Sueña que los
trinos de Cupido son
Rosas cantando en el césped,
Cortejando a
los lirios con cresta.
Sylvia sonríe y Sylvia duerme,
Sylvia llora
y duerme;
Cupido se arrastra hasta sus orejas rosadas,
flauta sus
bonitos números.
Silvia sueña que suenan cornetas,
oye un
tamborileo marcial;
Sylvia se apresura a afrontar el día
en que llega
su soldado.
¡Feliz Sylvia, espera en ti
todas las
gracias!
¡Venus suaviza su trenza cestus!
¡Envuelve tus prados y encajes!
Flora arroja una hermosa flor,
¡esperanza
que un arco iris te preste!
Todas las ninfas de Cupido querida
¡En este día
hazte amiga de ti!
'¡Silvia! ¡Silvia! ¡Silvia! Escuchar
Tomado de:
https://digital.library.upenn.edu/women/garvin/poets/crawford.html
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