ALGUNOS HABÍAN SEGUIDO TU MARTIRIO.
La pequeña
Jerusalén inquieta de harapos y discusiones, seguía picoteando sus migajas de
ideas y nada supo de los siglos por venir y de tu advenimiento en el hombre.
La pequeña Jerusalén inquieta como un
sarpullido y piojosa y mugrienta seguía tirada en sus calles.
-Te doy tres por
veinte.
-No, te doy veinte
por cuatro.
-¡Me arruinas!
-¡Me robas!
Tu serenidad no
tocaba siquiera las cúpulas de sus templos.
Así pasaste y
viniste hacia nosotros.
Tenías los brazos
abiertos y en tu pecho cabía el mundo.
Las estrellas
andaban siempre a pesar de tu dolor reducido a la estatura del hombre.
Y había una palabra
en todas partes. Y los que en torno tuyo no comprendían eran un cuadro pequeño
de carne ignorante y egoísta.
Al fin abriste los
brazos definitivamente para sobrevolar tu imagen humana.
Y hubo un
pensamiento obscuro, obscuro en las cosas y los hombres tuvieron miedo.
Tres días esperaste
para surgir.
Mi cuerpo sabe el
dolor de la herida y el dolor del placer.
Mi corazón conoce
sus propios engaños y la impotencia de los otros.
Mi inteligencia ha
caído tantas veces que prefiere quedar de rodillas.
Estoy desnudo como
una médula dolorida de encontrarse en contacto descubierto con la vida.
¡Que mis brazos
levantados sean la plegaria fuerte que eleva al que pide!
¡Que sobre mi
soledad caiga una astilla de iluminación como sobre el campo un rayo de aurora
noble!
"La Porteña"
Agosto 22-1923.
FE
Me he perdido a mí
mismo.
A veces tomo entre
mis manos los recuerdos con cariño y busco largamente mi infancia, mi fe y mi
fuerza. Las veo allá, detrás de una infranqueable transparencia de años,
señalando con desprecio mi actual desvío y admiro su firmeza de brújula.
Me he perdido a mí
mismo cuando más hondo me buscaba, como si a fuerza de vivir hubiese muerto.
Tiendo adelante mis
brazos y todo es adelante ¿Cómo saber?
Espero.
Una voz más grande
me dirá: ¡Ven!
Y desde entonces
caminaré con la vista de mi frente abierta, de rodillas, en un campo de
heridas, llevando en la garganta el trago de la victoria.
Y una cesación de
dolores precederá la hoz de mi paso con salutación de trigo unísono ante la
segadora.
Me he perdido a mí
mismo y espero.
Señor, yo tiendo
arriba los brazos.
El hombre sufre su
vergüenza en mi carne.
Las palabras de
hostilidad y de daño me parecen dichas en complicidad conmigo.
La culpa de cada
uno es de nosotros todos. ¿Por qué no sufrirla? Tengo que aprender:
Resistencia a los
dolores que tu mano me impone.
Serenidad
invencible ante lo que me ultraja.
Y, más bien que
juzgar a los otros, limpiarme de mis propias inmundicias.
Si tiendo arriba
las manos, cuanto bajo mi gesto suceda, debe ser olvidado.
INFINITO
Mi Dios bajo tu
amparo escribo.
Por mi boca tan
chica se empequeñece tu amor por las cosas que están en ti sin disminuirte.
Tu palabra en mí se
reduce, y yo de ti me agrando.
Pobre cosa tuya
sufro de sobrarme a mí mismo y mi alma camina en la frase como un ciego lleno
de luz.
Dame tu ley para
que así crezca hasta merecer nombrarte.
Tomado de:
https://biblioteca.org.ar/libros/11362.htm
Tengo Miedo De Mirar Mi Dolor
Tengo miedo de mirar mi dolor.
No vaya a ser que me quede demasiado grande.
Prefiero calzar mi debe como una valentía de espuelas
e hincando mi pereza, que quisiera morir
cobardemente, andar con frente firme ante la
pampa yerma del dolor de los otros.
Sólo así quiero merecer.
Paseo
De Río a Copacabana.
Se dispara sobre impecable asfalto,
se agujerea una montaña y se redispara,
en herradura, costeando océano
y venteándose de marisco.
El mar alinea paralelas blancas con calmos siseos.
El cielo está siempre clavado al techo,
por sus estrellas;
los morros fabrican horizontes de montaña rusa…
Y la luna calavereando.
Verano
Buenos Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre.
La casa abierta, respirando de noche,
todo apagado dentro.
Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul
de zafiro australiano se aleja,
por obra del aturdimiento luminoso que mandan
a los ojos los focos eléctricos.
De tiempo en tiempo, coches pasan,
en rectilíneos destinos.
En la acera de enfrente, una madre aparea
la obesidad de su flácido descanso
a las epidérmicas lasitudes de su hija,
que corre mano distraída sobre su muslo,
apenas suavizado por un batón rosa.
El reflejo de los focos se aplasta,
extendido contra el asfalto.
Caballito, caballito que llevas el fiacre vacío,
pareces un cuento,
infantil,
de madera.
Tomado de:
https://www.poemasde.net/poesia/ricardo-guiraldes/
LUNA
Luna que haces ulular a los perros y a los poetas.
Faro de tiza
Astro en camisa.
Disco, casco y guadaña, colgada al hombro de la noche,
representante de la muerte.
Impotente
Intermitente.
Parásito luminoso del sol, chinchorro giratorio de nuestra
barca sideral.
Ronda vejiga
Pálida miga.
Surtidora de falsas purezas. Frígido ovillo.
Pulcro botón de calzoncillo.
Nadie te teme; todos te quieren. Inofensivo bolla de harina
sin importancia.
Blanca jactancia.
Sudario de azoteas. Velador de noctámbulos.
Orgullo hinchado
de trasnochado.
Luna, muerte, maleficio
gorda madama del precipicio.
Ojalá se ahogue dentro de un charco
tu ojo zarco.
Ángel caído en frialdad, per-in-eternum.
Mundo maldito,
Me importa un pito.
(Buenos Aires, 1915)
Tomado de:
https://albertoaune.wordpress.com/2017/09/13/aproximacion-a-la-poesia-de-ricardo-guiraldes/
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