Hablando de poesía
Hay que encontrar la ceremonia
que unirá a Desdémona con el enorme moro.
No basta
con ganarse la aprobación del senador
o burlar su desaprobación; El honesto Lago
puede lograrlo: no es suficiente. Porque entonces,
aunque pueda volver a jadear en sus brazos negros
(su peso es resistente como el de un semental
berberisco),
la encontrarán
cuando los embajadores del estado veneciano lleguen
nuevamente asfixiadas. Estas cosas no han cambiado,
no en trescientos años.
(Tupping sigue siendo tupping,
aunque esa palabra en particular está obsoleta.
Naturalmente, el ritual no estaría en latín).
Porque, aunque Otelo tenía sangre de reyes,
su ascendencia era bárbara, sus costumbres africanas y
su habla grosera. Hay que recordar
que si bien valoraba un bordado
propiamente dicho de tres moras sobre una seda como la
plata
no era por la sutileza de las puntadas,
sino por la magia que contenía. Mientras que Desdémona
una vez se las arregló para imitar en bordado
el escudo de su padre, y lo arrancó
tres veces, para comenzar de nuevo, cada vez
con colores disminuidos. Este es un pequeño punto
pero indicativo.
Desdémona era pequeña y rubia,
delicada como un saltamontes
al final del verano: una veneciana
hasta las nobles yemas de sus dedos.
Oh, no basta
con que se reúnan, desnudos, en plena noche,
en una pequeña posada junto a un canal oscuro. Los
procuradores
menos expertos que Lago pueden arreglarlo.
La ceremonia debe ser
tradicional, con todos sus símbolos
tan antiguos como las metáforas de los sueños;
extraño, con música nunca antes escuchada; Continúa
hasta que las antorchas se apagan en la puerta del
dormitorio.
Un recuerdo
Famosamente ella descendió, su cabello rojo
suelto y bronceado por los reflejos del mar, atrapado
arrugado con perlas marinas. Las rodillas finas, esbeltas
y tensas que dejaban caer sus pies en el aire,
los pechos jóvenes, los flancos esbeltos y las canteras
doradas eran
más extraños que cuando el joven y angustiado
veneciano desconocido, al pintar su retrato, pensaba
que no había imaginado lo que allí pintaba.
Y yo también comercié con esa nube dorada:
Lamí sus deliciosas manos y tuve mi tranquilidad
Andando fantástica y perversamente orgullosa.
Toda hermosura exige nuestras cortesías.
Desde que murió la alabé como pude
En silencio, entre las abejas Barberini.
El regreso
NOCHE y oímos pesados y cadenciados cascos
de tropas que partían; Las últimas cohortes salieron
por la puerta norte. Aquella noche algunos escucharon
hasta tarde
, inclinando los párpados hacia Septentrión.
La mañana sonaba y los jóvenes derribaban los trofeos
y los ornamentos de guerra: los arcos eran fuertes
y al sol sólo piedra; ya no hay conquista.
Rodearon nuestras columnas; Todo nuestro estado estaba
derrumbado
en fragmentos. En el polvo, ancianos con
cejas pobladas, más blancas que rostros quemados por el
sol, tragaban saliva
mientras caía. Pero ellos no recordaban más que nosotros
las antiguas luchas navales, los nombres de los soldados
y los escultores.
No sabíamos que se acercaba el fin: ni por qué
llegó; sólo que mucho antes del fin
muchos querían morir. Entonces los buitres murieron de
hambre
y navegaron más lentamente en el cielo.
Todavía teníamos impuestos. La sal estaba alta. Los
soldados
se han ido. Ahora hubo mucha bebida y
casas lascivas durante toda la noche ruidosas con
disturbios. Pero sólo
por un tiempo. Pronto las tabernas se quedaron sin techo.
Curiosamente fueron los jóvenes, los casi niños,
quienes primero abandonaron la esperanza; lo viejo
todavía vivía
un poco, por fin un poco vivía en los ojos.
Fue el joven cuyo hijo no sobrevivió.
Algunos durmieron bajo los simulacros, hasta que
los rostros de los dioses se congelaron. Luego vino el
miedo.
Algunos tuvieron respuesta en sueños, pero la mañana
restableció
el interrogatorio. Entonces ¡Oh entonces, oh ruinas!
Templos de Neptuno invadidos por el mar
Y los delfines surcaban como arroyos juguetones
Mientras la luz del sol cabalgaba y sobre los suelos
turbulentos
El mar se desplegaba y lo que era azul corría plateado.
© por el propietario. proporcionado sin costo para fines
educativos
Tomado de:
https://allpoetry.com/John-Peale-Bishop
TEMA DE LAS MUTACIONES DEL MAR
I
He construido mi casa en un verdor golpeado por el mar,
Entre los pinos de una selva dispersa;
Durante los inviernos de cinco años ha sobrellevado
Incesantes vientos y en el aire salado ha sido
Descolorida en sus tejas hasta un gris plateado,
Que aun ahora, cuando es inminente la primavera,
Rima con malezas de dormido laurel.
A lo largo de esta costa, malezas de laurel silvestre
abundan
Con hojas tan amargas como la gloria gastada,
Si los inveterados inviernos no intervinieran
Y deshojaran y desparramaran todo el renegrido verdor;
Pero aquí no fue coronada ninguna cabeza mortal;
A lo largo del mar sólo es alabado el coraje,
Y sólo el mar adorna los disolutos ahogados.
El laurel resume la abstracta mortalidad,
Descoloridas ramas que brotan de un suelo arenoso,
Tan penetrable por el viento como los muertos
Que desaforadamente vociferaron en torno
De la zanja del sacrificio, ávidos de la vertida sangre,
Y no se apaciguaron hasta que Tiresias llegó
De su horrible merienda del carnero degollado.
No es indispensable verter negra sangre en la arena.
Con demasiada facilidad surge ahora la turba de los
muertos.
Pero si vinieran
Estarían mudos aunque les latiera el corazón.
Aunque al fin llegara
Apoyado en su vara de oro, tambaleante y ciego,
Tiresias, que entre los oscilantes muertos,
Es afamado por su reposado consejo,
¿Quién lo escucharía, si llegara, aunque todo lo que
dijera
Estuviera expresado en raras y profundas palabras,
Ya que las voces incorpóreas se han olvidado del sonido?
¿Quién escucha ahora el ronco lenguaje de los muertos,
O atiende predicciones de un pasado náufrago?
II
He construido mi casa sobre estas antiguas arenas
Barridas hacia la costa desde el mar, y más allá de la
costa,
Rechazados restos del mar sumándose al caudal perdido por
la espuma
Durante diez mil años o más,
Hasta que lo que fue del mar pertenezca a la tierra.
Yo elegí esta atalaya sobre el variable mar,
Después de muchos viajes, para encontrar
No calma, porque la calma es una constante de la mente,
Sino en este aire, cambiado por el mar, una constancia—
Como la mirada de un hombre contraída en lo que ama—
Ya que debo retener en contemplación
La móvil fluencia de la historia humana
Que se dirige al mar como se dirige a la costa.
Elijo esta inconstante y extraña costa,
Todo se gana y se pierde,
Se pierde y vuelve a ganarse,
Como si cada día estuviera presente en la creación.
¿Y si las largas escolleras amplifican la tierra,
Y se retira el mar ante una playa que se ensancha,
Cuando las grandes aguas irrumpen? Todo, nuevamente, es
cambio
Y nuevamente cambio. Los más antiguos contornos
De estas costas que refluyen
Están siempre sujetos a la venganza del mar.
Aquí estamos tan proyectados
En los espaciosos mares, que estamos obligados a saber
Cómo ocurren todas las cosas.
Más aguda que el sabor de la tormenta en la mejilla,
sentimos
Con sensualidad la oportuna rueda:
Y así sabemos que el avance plateado de la morosa
primavera
Y que la áurea derrota del fugitivo otoño
Son dones de una larga extravagancia.
Los sentidos arrebatados por el mar fácilmente conciben
Lo que hubiera quedado como un pensamiento sin vida
Que todos admiten y en el que nadie acaba de creer,
Que todo ordenado cambio de forma
Trae desorden de los vientos y tormenta destructora.
Atento a toda esta natural pleamar y bajamar,
Creí que me enseñarían a soportar
En el salado escalofrío
De este aire traído por el mar
La inundación que es mortal para nuestra historia.
El mar, como el remordimiento, está en todas partes
Y sus grandes naufragios tienen mástiles que sobreviven
largo tiempo.
Traicionado entre dos mundos, entre dos guerras,
Nada más triste he soportado que el cambio,
Nada más oscuro que la noche,
Ningún espectáculo más terrible
Que el de guerreros para quienes el honor es extraño.
Debo aprender de nuevo el gran papel del Hombre
Aunque para cada hombre las líneas son escasas—
Proclamando con la pasión que me sea otorgada
El papel que primero representó, y noblemente, un griego,
El tiempo es la trágica responsabilidad del hombre
Y sobre su espalda lleva
Los años destructivos y los prolíficos.
Y por eso, lo juro, debe rodear cada hecho
De escrúpulos que mantengan intacta
No sólo su dignidad, sino la dignidad humana.
Que no incurra en el error común
De pasar por alto las manchas de la corrosiva sal—
¡Que yo no lave las lágrimas de mi máscara histriónica!
Quiero proseguir con el drama;
Pero en el fondo oigo caer las grandes bombas
Y tiemblo temeroso de que se detenga el largo drama
Y sólo las estatuas de los grandes
Contemplen un reino de escombros en un día abarrotado.
III
El esplendor del mediodía atraviesa rayas de cobalto
Y se dilata más allá en azul y pálida luz.
Si el azul fuera todo, éste sería el mar donde los
griegos
Se agazapaban como las ranas de Platón en torno al
estanque.
¡El mar, el mar, arde de antigüedad!
Había un mar cuya playa engendraba dioses como espuma,
Sal en sus labios, la animación
De sus rostros como la luz
De un invisible júbilo, el brillo de su aliento,
No provenía de la marea rígida, y ellos
Anudaban las manos en las salvajes crines de los caballos
Y los caballos emergían de las olas, más extraños
Y más fuertes que las olas que saltan, y venían
Escarceando como luz sobre la orilla y ahí,
Aquietando su temblor en el aire luminoso,
Eran transmutados en maravillas de impasible mármol.
De qué depende todo nuestro estado
Si no de la arquitectura de las olas,
Esa blancura insistente en que ninguna blancura
permanece,
Secuencia de olas que no significan un fin,
Salvo, bajo el viento que hostiga,
El de apresurarse hacia la costa y abrumar
La antigua división del dominio de los dioses.
El mar está sujeto a otro reino.
La necesidad del orden creó primero a los dioses
Inmortales, luego les dio generación,
Pues cada dios es destronado por su hijo,
Y un dios depuesto es una cruel fantasía.
Así cada orbe que ha concebido la mente
Concibe su propia corrupción.
Pronto fue olvidado el dios más antiguo
Cuando sus potentes miembros se hundieron en el mar,
Miro otro mar
Y ahora que el mundo está desbaratado,
Y se mutilan los estados o se logran,
Recuerda que el Amor llegó en la inmediata marea
Reflejando en un escalofrío de resplandeciente espuma
El alba incluida en su secreta concha.
Ningún otro dios ha tenido imperio tan visible.
IV
La muerte a todos nos saluda sin cortesía
Y todos los colores del mar son fríos,
Como ahora, cuando sensuales verdes avanzan
Bajo el impulso de las olas contrarias,
Hacia deseables azules. El mar es viejo,
Severo y frío, secreto como la antigüedad
Bajo el rumor del tiempo. Y el mar delira
Atravesado de tormentas, agitado de truenos,
Pero tiene una poesía tan profunda
Que sólo la no obturada oreja atada al mástil
La escuchará, o tal vez los perdidos,
Pacientes cuerpos de los náufragos.
Traducción de BORGES y BIOY CASARES.
Revista Sur, año XIV,
Marzo-abril 1944.
Tomado de:
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