miércoles, 1 de noviembre de 2023

POEMAS DE JOHN PEALE BISHOP


Hablando de poesía

Hay que encontrar la ceremonia

que unirá a Desdémona con el enorme moro.

No basta

con ganarse la aprobación del senador

o burlar su desaprobación; El honesto Lago

puede lograrlo: no es suficiente. Porque entonces,

aunque pueda volver a jadear en sus brazos negros

(su peso es resistente como el de un semental berberisco),

la encontrarán

cuando los embajadores del estado veneciano lleguen

nuevamente asfixiadas. Estas cosas no han cambiado,

no en trescientos años.

(Tupping sigue siendo tupping,

aunque esa palabra en particular está obsoleta.

Naturalmente, el ritual no estaría en latín).

Porque, aunque Otelo tenía sangre de reyes,

su ascendencia era bárbara, sus costumbres africanas y

su habla grosera. Hay que recordar

que si bien valoraba un bordado

propiamente dicho de tres moras sobre una seda como la plata

no era por la sutileza de las puntadas,

sino por la magia que contenía. Mientras que Desdémona

una vez se las arregló para imitar en bordado

el escudo de su padre, y lo arrancó

tres veces, para comenzar de nuevo, cada vez

con colores disminuidos. Este es un pequeño punto

pero indicativo.

Desdémona era pequeña y rubia,

delicada como un saltamontes

al final del verano: una veneciana

hasta las nobles yemas de sus dedos.

Oh, no basta

con que se reúnan, desnudos, en plena noche,

en una pequeña posada junto a un canal oscuro. Los procuradores

menos expertos que Lago pueden arreglarlo.

La ceremonia debe ser

tradicional, con todos sus símbolos

tan antiguos como las metáforas de los sueños;

extraño, con música nunca antes escuchada; Continúa

hasta que las antorchas se apagan en la puerta del dormitorio.

 

 

Un recuerdo

Famosamente ella descendió, su cabello rojo

suelto y bronceado por los reflejos del mar, atrapado

arrugado con perlas marinas. Las rodillas finas, esbeltas

y tensas que dejaban caer sus pies en el aire,

 

los pechos jóvenes, los flancos esbeltos y las canteras doradas eran

más extraños que cuando el joven y angustiado

veneciano desconocido, al pintar su retrato, pensaba

que no había imaginado lo que allí pintaba.

 

Y yo también comercié con esa nube dorada:

Lamí sus deliciosas manos y tuve mi tranquilidad

Andando fantástica y perversamente orgullosa.

 

Toda hermosura exige nuestras cortesías.

Desde que murió la alabé como pude

En silencio, entre las abejas Barberini.

 

 

El regreso

NOCHE y oímos pesados ​​y cadenciados cascos

de tropas que partían; Las últimas cohortes salieron

por la puerta norte. Aquella noche algunos escucharon hasta tarde

, inclinando los párpados hacia Septentrión.

 

La mañana sonaba y los jóvenes derribaban los trofeos

y los ornamentos de guerra: los arcos eran fuertes

y al sol sólo piedra; ya no hay conquista.

Rodearon nuestras columnas; Todo nuestro estado estaba derrumbado

 

en fragmentos. En el polvo, ancianos con

cejas pobladas, más blancas que rostros quemados por el sol, tragaban saliva

mientras caía. Pero ellos no recordaban más que nosotros

las antiguas luchas navales, los nombres de los soldados y los escultores.

 

No sabíamos que se acercaba el fin: ni por qué

llegó; sólo que mucho antes del fin

muchos querían morir. Entonces los buitres murieron de hambre

y navegaron más lentamente en el cielo.

 

Todavía teníamos impuestos. La sal estaba alta. Los soldados

se han ido. Ahora hubo mucha bebida y

casas lascivas durante toda la noche ruidosas con disturbios. Pero sólo

por un tiempo. Pronto las tabernas se quedaron sin techo.

 

Curiosamente fueron los jóvenes, los casi niños,

quienes primero abandonaron la esperanza; lo viejo todavía vivía

un poco, por fin un poco vivía en los ojos.

Fue el joven cuyo hijo no sobrevivió.

 

Algunos durmieron bajo los simulacros, hasta que

los rostros de los dioses se congelaron. Luego vino el miedo.

Algunos tuvieron respuesta en sueños, pero la mañana restableció

el interrogatorio. Entonces ¡Oh entonces, oh ruinas!

 

Templos de Neptuno invadidos por el mar

Y los delfines surcaban como arroyos juguetones

Mientras la luz del sol cabalgaba y sobre los suelos turbulentos

El mar se desplegaba y lo que era azul corría plateado.

© por el propietario. proporcionado sin costo para fines educativos

Tomado de:

https://allpoetry.com/John-Peale-Bishop

 

 

TEMA DE LAS MUTACIONES DEL MAR

 

I

He construido mi casa en un verdor golpeado por el mar,

Entre los pinos de una selva dispersa;

Durante los inviernos de cinco años ha sobrellevado

Incesantes vientos y en el aire salado ha sido

Descolorida en sus tejas hasta un gris plateado,

Que aun ahora, cuando es inminente la primavera,

Rima con malezas de dormido laurel.

 

A lo largo de esta costa, malezas de laurel silvestre abundan

Con hojas tan amargas como la gloria gastada,

Si los inveterados inviernos no intervinieran

Y deshojaran y desparramaran todo el renegrido verdor;

Pero aquí no fue coronada ninguna cabeza mortal;

A lo largo del mar sólo es alabado el coraje,

Y sólo el mar adorna los disolutos ahogados.

 

El laurel resume la abstracta mortalidad,

Descoloridas ramas que brotan de un suelo arenoso,

Tan penetrable por el viento como los muertos

Que desaforadamente vociferaron en torno

De la zanja del sacrificio, ávidos de la vertida sangre,

Y no se apaciguaron hasta que Tiresias llegó

De su horrible merienda del carnero degollado.

 

No es indispensable verter negra sangre en la arena.

Con demasiada facilidad surge ahora la turba de los muertos.

Pero si vinieran

Estarían mudos aunque les latiera el corazón.

Aunque al fin llegara

Apoyado en su vara de oro, tambaleante y ciego,

Tiresias, que entre los oscilantes muertos,

Es afamado por su reposado consejo,

¿Quién lo escucharía, si llegara, aunque todo lo que dijera

Estuviera expresado en raras y profundas palabras,

Ya que las voces incorpóreas se han olvidado del sonido?

¿Quién escucha ahora el ronco lenguaje de los muertos,

O atiende predicciones de un pasado náufrago?

 

II

He construido mi casa sobre estas antiguas arenas

Barridas hacia la costa desde el mar, y más allá de la costa,

Rechazados restos del mar sumándose al caudal perdido por la espuma

Durante diez mil años o más,

Hasta que lo que fue del mar pertenezca a la tierra.

 

Yo elegí esta atalaya sobre el variable mar,

Después de muchos viajes, para encontrar

No calma, porque la calma es una constante de la mente,

Sino en este aire, cambiado por el mar, una constancia—

Como la mirada de un hombre contraída en lo que ama—

Ya que debo retener en contemplación

La móvil fluencia de la historia humana

Que se dirige al mar como se dirige a la costa.

 

Elijo esta inconstante y extraña costa,

Todo se gana y se pierde,

Se pierde y vuelve a ganarse,

Como si cada día estuviera presente en la creación.

¿Y si las largas escolleras amplifican la tierra,

Y se retira el mar ante una playa que se ensancha,

Cuando las grandes aguas irrumpen? Todo, nuevamente, es cambio

Y nuevamente cambio. Los más antiguos contornos

De estas costas que refluyen

Están siempre sujetos a la venganza del mar.

 

Aquí estamos tan proyectados

En los espaciosos mares, que estamos obligados a saber

Cómo ocurren todas las cosas.

Más aguda que el sabor de la tormenta en la mejilla, sentimos

Con sensualidad la oportuna rueda:

Y así sabemos que el avance plateado de la morosa primavera

Y que la áurea derrota del fugitivo otoño

Son dones de una larga extravagancia.

Los sentidos arrebatados por el mar fácilmente conciben

Lo que hubiera quedado como un pensamiento sin vida

Que todos admiten y en el que nadie acaba de creer,

Que todo ordenado cambio de forma

Trae desorden de los vientos y tormenta destructora.

 

Atento a toda esta natural pleamar y bajamar,

Creí que me enseñarían a soportar

En el salado escalofrío

De este aire traído por el mar

La inundación que es mortal para nuestra historia.

El mar, como el remordimiento, está en todas partes

Y sus grandes naufragios tienen mástiles que sobreviven largo tiempo.

Traicionado entre dos mundos, entre dos guerras,

Nada más triste he soportado que el cambio,

Nada más oscuro que la noche,

Ningún espectáculo más terrible

Que el de guerreros para quienes el honor es extraño.

 

Debo aprender de nuevo el gran papel del Hombre

Aunque para cada hombre las líneas son escasas—

Proclamando con la pasión que me sea otorgada

El papel que primero representó, y noblemente, un griego,

El tiempo es la trágica responsabilidad del hombre

Y sobre su espalda lleva

Los años destructivos y los prolíficos.

Y por eso, lo juro, debe rodear cada hecho

De escrúpulos que mantengan intacta

No sólo su dignidad, sino la dignidad humana.

Que no incurra en el error común

De pasar por alto las manchas de la corrosiva sal—

¡Que yo no lave las lágrimas de mi máscara histriónica!

 

Quiero proseguir con el drama;

Pero en el fondo oigo caer las grandes bombas

Y tiemblo temeroso de que se detenga el largo drama

Y sólo las estatuas de los grandes

Contemplen un reino de escombros en un día abarrotado.

 

III

El esplendor del mediodía atraviesa rayas de cobalto

Y se dilata más allá en azul y pálida luz.

Si el azul fuera todo, éste sería el mar donde los griegos

Se agazapaban como las ranas de Platón en torno al estanque.

¡El mar, el mar, arde de antigüedad!

 

Había un mar cuya playa engendraba dioses como espuma,

Sal en sus labios, la animación

De sus rostros como la luz

De un invisible júbilo, el brillo de su aliento,

No provenía de la marea rígida, y ellos

Anudaban las manos en las salvajes crines de los caballos

Y los caballos emergían de las olas, más extraños

Y más fuertes que las olas que saltan, y venían

Escarceando como luz sobre la orilla y ahí,

Aquietando su temblor en el aire luminoso,

Eran transmutados en maravillas de impasible mármol.

 

De qué depende todo nuestro estado

Si no de la arquitectura de las olas,

Esa blancura insistente en que ninguna blancura permanece,

Secuencia de olas que no significan un fin,

Salvo, bajo el viento que hostiga,

El de apresurarse hacia la costa y abrumar

La antigua división del dominio de los dioses.

El mar está sujeto a otro reino.

 

La necesidad del orden creó primero a los dioses

Inmortales, luego les dio generación,

Pues cada dios es destronado por su hijo,

Y un dios depuesto es una cruel fantasía.

Así cada orbe que ha concebido la mente

Concibe su propia corrupción.

Pronto fue olvidado el dios más antiguo

Cuando sus potentes miembros se hundieron en el mar,

Miro otro mar

Y ahora que el mundo está desbaratado,

Y se mutilan los estados o se logran,

Recuerda que el Amor llegó en la inmediata marea

Reflejando en un escalofrío de resplandeciente espuma

El alba incluida en su secreta concha.

Ningún otro dios ha tenido imperio tan visible.

 

IV

La muerte a todos nos saluda sin cortesía

Y todos los colores del mar son fríos,

Como ahora, cuando sensuales verdes avanzan

Bajo el impulso de las olas contrarias,

Hacia deseables azules. El mar es viejo,

Severo y frío, secreto como la antigüedad

Bajo el rumor del tiempo. Y el mar delira

Atravesado de tormentas, agitado de truenos,

Pero tiene una poesía tan profunda

Que sólo la no obturada oreja atada al mástil

La escuchará, o tal vez los perdidos,

Pacientes cuerpos de los náufragos.

 

Traducción de BORGES y BIOY CASARES.

Revista Sur, año XIV,

Marzo-abril 1944.

Tomado de:

https://literaturafrancesatraducciones.blogspot.com/2019/05/john-peale-bishop-borges-y-bioy-tema-de.html

No hay comentarios.:

Publicar un comentario