jueves, 14 de diciembre de 2023

POEMAS DE JOSEFA MURILLO


PADRE

Para cantar en tu día

¡Oh padre! quisiera yo

las notas que el rey poeta

con el arpa acompañó,

unidas a la voz dulce

que las Vírgenes de Sión

elevaban en el templo

para cantar al Señor:

voz de respeto profundo,

voz de ternura y amor:

Porque cantar a mi padre…

¡Es como cantar a Dios!..

 

 

Contraste

Sobre los troncos de las encinas

paran un punto las golondrinas

y alegres notas al viento dan:

¿Por qué así cantan? ¿Qué gozo tienen?

Es porque saben de dónde vienen

y a dónde van.

 

En este viaje que llaman vida,

cansado el pecho y el alma herida,

tristes cantares al viento doy:

¿Por qué así sufro? ¿Qué penas tengo?

Es porque ignoro de dónde vengo

y a dónde voy.

 

 

Intimas

Yo valgo más que tú, yo pulo el verso

y sé cantar en la florida aurora

y en la noche callada la sonora

palabra de verdad, el universo.

 

Me fue la vida cual puñal perverso

que se clavó en mi carne gemidora,

me fue la joven ilusión traidora

y amé tu nada. Y en el espejo terso

 

 

del lago del ensueño al resquebrarse

cortó en mi pecho la profunda veta

de la razón, que tarda ya en cerrarse.

 

¡Oh, vida! Deja que descanse quieta,

que la mujer por la que va a extenuarse

no es digna de los sueños de un poeta.

 

 

La ola

Recuerda el tiempo que en la playa sola,

al ver la ola

que alumbraba el sol,

tú me dijiste que la mar un día

se acabaría

antes que tu amor.

 

Hoy que te busco por la playa sola,

no está la ola

que alumbraba el sol;

las olas mueren y tu amor no existe;

¡qué mal supiste

comparar tu amor!

 

 

VAGANDO EN EL TERRUÑO

Amanece. Refleja el ancho río

nubes doradas, juncos y palmeras,

y va a perderse en el boscaje umbrío

donde fingen unirse las riberas…

 

En busca de los peces, codiciosas,

a la orilla dirígense las garzas,

espantando a las tiernas mariposas

que dormitan aún entre las zarzas…

 

Rápida la gaviota el aire hiende,

y el cisne alisa su ropaje blanco,

bajo el florido múchite que prende

la torcida raíz en el barranco…

 

En la selva, el virsúchil aromoso

liban ya los sedientos colibríes,

y el cardenal despierta receloso,

alisando sus plumas carmesíes…

 

La pálida laguna se abrillanta,

y al beso de la honda placentera,

se entreabre el nenúfar, mientras canta,

oculta en el bambú, la primavera…

 

Rasga la aurora el vaporoso velo

prendido entre los montes y las aguas,

y Tlacotalpan surge, irguiendo al cielo

el trémulo penacho de sus yaguas…

 

¡Cuan bella es! la espléndida paleta

de natura en su hechizo se consume:

cual la mujer amada del poeta,

tiene el color, la línea y el perfume…

 

Y hay en esa luz encantos sin iguales.

Porque esa luz, Elodia, es la que vimos

sonreír en el huerto y los portales

de la casita blanca en que nacimos…

¨

¡Oh, mi tierra adorada! Al contemplarte,

goza mi alma y se eleva agradecida…

¡Quién conquistara un lauro que dejarte

como una ofrenda al terminar la vida!…

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/josefa-murillo/

 

 

Indecisión

Tres cartas tienen en las manos

Carlota, la hija de Inés;

as contempla, las revisa,

acaba y vuelve a leer…

¿Qué le dice cada uno,

o qué le dirán los tres?

Habla Carlota:

 

—El poeta

está triste… ¡pobre de él!

Y me lo dice muy claro:

Yo, sin ti, me moriré.

¿Y el marino?... ¡pobrecito!

aunque no escribe muy bien,

en esta vez se ha inspirado:

Yo, sin ti, naufragaré.

El militar… ¡cielo santo!

éste me hace estremecer…

siempre cumple su palabra…

¡Yo, sin ti, me mataré!

 

¡Y no puede ser

que quiera a los tres!

¿Qué haré?

 

¡Ay! Si el poeta se muere

me queda un remordimiento.

¿Y si el militar se mata?

¿Si naufraga el marino?

 

¡Y no puede ser

que quiera a los tres!

¿Qué haré?

 

Queriendo a cualquiera de ellos,

es claro que mato a dos…

¡Será tan triste que mueran

porque no tienen amor!

 

¡Y no puede ser

que quiera a los tres!

¿Qué haré? (79-80)

 

 

POESÍA Y PROSA

Un poeta, si no me engaño

pariente y amigo mío,

me regaló por mi daño

unos versitos “al río”.

 

El tal río ha comparado

a luenga cinta de plata

y al limpio cristal cuajado

en que el cielo se retrata.

 

Pinta, con modo gracioso,

la mariposa sencilla

y al blanco lirio oloroso

que crece junto a la orilla.

 

Y después, la onda callada;

y luego, la nívea espuma;

y sigue con la alborada

y prosigue con la bruma.

 

Tanto en sus versos miré

descrito con gracia y brío

que al terminar, exclamé:

¡Señor, yo no he visto al río!

 

Y esto diciendo, me fui

y a un bongo entré, sin pensar,

por mirar lo que leí,

que un chasco me iba a llevar.

 

No hubo tal cinta de plata

ni tal cristal; y presumo

que el cielo mal se retrata

en el agua de resumo.

La mariposa sencilla

en vano esperé, tal vez

no vino la pobrecilla

por su mucha sencillez.

 

En cambio, con frenesí,

desatentados y fieros,

se lanzaron sobre mí

los alados trompeteros.

 

El consiguiente martirio

hasta con gusto parece

que sufrí, por ver el lirio

que junto a la orilla crece.

 

Y a la primera mirada,

vi en el agua suspendida

una cosa algo abofada

que se calla por sabida.

 

Paréntesis: —para oler

esto que callo del cuento,

se necesita tener

narices de Ayuntamiento.

 

¿Cómo puede haber poesía,

señor, con estos ediles?

¿Pensarán que es ambrosía

la carga de los barriles?

Navegando entre jonotes

con ansia y gusto infinito,

iban veinte zopilotes

destripando un becerrito.

 

Mientras un lagarto muerto,

y ya casi hecho mofongo,

pasaba flotando incierto

¡Y se estrellaba en el bongo!

 

No quise esperar la bruma

enmedio de tanto aroma;

y huyendo de aquella espuma,

me vine a escribir la broma.

 

Suplicando a mi pariente

que, si me manda otro canto,

cante en estilo prudente

¡y no me entusiasme tanto! (75-77)

 

 

Don Pegote

Ha llegado la hora del almuerzo,

sin poderlo evitar,

oye sonar los trinches y los platos

¡Y no se va!

 

Dan las once… la historia de los gringos

se dispone a empezar,

a las doce concluye; da la una,

¡Y no se va!

 

A las dos de la tarde: —Don Pegote,

¿quiere usted almorzar?

Almorcé muy temprano, muchas gracias”.

¡Y no se va!

 

Ya salen del colegio los muchachos,

las tres han dado ya.

—“¿Comeremos, amigo? —No, yo ceno”.

¡Y no se va!

 

A las cuatro nos habla de su oficio,

(quién sabe cuál será);

a las cinco nos habla de su novia,

¡Y no se va!

 

A las seis y cuarenta: —“Si se empeñan,

me quedaré a cenar”.

¡Se ha invitado y es claro que se queda!

¡Y no se va!

 

Cenamos. —“Porque no se me aplique

el dicho de adiós Blas,

estaré otro ratito con ustedes”.

¡Y no se va! (1984: 74)

Tomado de:

https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6177601.pdf

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