Toco una mano
Toco una mano y toco
todas las manos de la tierra.
Nada es distinto de este rostro
de esta voz instantánea
y la fuerza del corazón es también
un resplandor en el cielo.
El amor es idéntico
a sí mismo, yo soy
una multitud sobre la tierra.
Todo el amor es nuestro:
toco una mano y toco
toda la hermosura.
Espacio del corazón
Nunca tuve en el pecho tanto aire,
toco el extremo del mar y siento
mi corazón en un profundo sitio.
Mi corazón es igual
a todo lo que existe: a la montaña,
al árbol, a las aguas, al tiempo,
a los animales, las cosas y los hombres.
Miro mi camisa y es mi corazón,
y lo mismo sucede con mi casa,
con mi ciudad y con el cielo.
En mi corazón son iguales
mi amigo y mi enemigo.
Nunca tuve en el pecho tanto aire,
mi corazón no tiene límites y soy
un hombre entre los hombres.
Los pensamientos puros
Señor rentista, señor funcionario.
señor terrateniente,
señor cornel de artillería,
el hombre es inmortal:
vosotros sois mortales.
Es curioso cómo la podredumbre
se adelanta a veces al cadáver.
Soportad vuestro olor, mostradlo
si queréis, poquito a poco.
Pero no habléis.
Señores enseñad el trasero
pero no lloréis nunca;
cierta decencia es necesaria
aun entre las bestias.
Pensad en el cielo, también,
en las alas blancas
y en la música de las arpas
dulcemente tocadas
por vuestras dulces manos.
Pensad en vuestros libros de lectura, en las viudas
tísicas y abandonadas que ayudaréis con una
trompeta de oro...
Pensad en vuestros billetes, en los veranos junto al mar;
en la mucama rubia, en el amante moreno, en los pobres que besaréis en la otra
vida, en las distancias terrestre, en los cielos de almíbar.
Pensad en todo,
vuestros días sobre la tierra no serán numerosos.
Te estoy perdiendo
Te estoy perdiendo
en cada voz que escuchas,
en cada rostro que contemplas,
en cada gesto tuyo,
en cada lugar
que recibe a tu cuerpo.
Ser como la luz
que te envuelve, por la que dejas
un retazo de sombra. Ser
como la noche que te obliga
a un pensamiento, a un deseo,
a un sueño.
Ser una materia leve,
una corriente extensa
que te persigue siempre.
No ser esto que soy
y que te está perdiendo.
De
Formas de la ausencia, 1953
Las palabras no dichas
Las palabras no dichas
está aquí, presentes,
lánguidas en su altura
que no quebró el silencio.
Yo les tiendo el oído
-mental, sencillamente-
y me penetren lentas
sin ruido,
dejando en mi memoria
un sabor de sucesos
que nunca sucedieron,
o tal vez sucedieron,
pero sólo en el ansia.
Estas palabras
que ningún labio dijo
son ajenas al tiempo,
a la medida, al número.
Ellas viven por sí.
De
Formas de la ausencia, 1953
Allá lejos
Allá lejos, otros ojos
hundidos en los tuyos,
verán maravillados
el mundo que iluminas.
Otros oídos insaciables
entrarán en tu voz.
Y otros labios -posados
en tus labios-
sabrán yan
como el amor existe
cerca de ti,
lejos de ti.
De
Formas de la ausencia, 1953
Dioses
Amo a los pequeños dioses
que no tienen nombre ni patria
ni estatura.
Amo a los dioses oscuros
que viven sólo un día.
Amo a los dioses sencillos:
el viento amarillo del verano,
el verde viento de la primavera
y las iluminadas mariposas
que al fuego vuelan
y en el fuego mueren.
De
El extranjero, 1956
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/57_58/delgado.html
LAS BUENAS MANERAS
Es peligroso caminar
con un nombre en los labios.
No digas nunca
España, Leningrado, muchacha,
querida tierra.
Aprende las buenas maneras de la vida,
la vida es silenciosa
y el silencio tiene numerosas palabras:
buenos días, ha llegado el verano,
los precios suben
si los salarios suben, la patria espera
vuestro sacrificio, el señor presidente
deplora lo sucedido, los señores ministros
confían en el futuro, el feroz asesino
fue ajusticiado, Dios
bendiga a nuestro pueblo.
Viejas palabras dulces,
inútiles y tiernas
como almanaques viejos.
¿Para qué decir
España, Leningrado, muchacha,
tierra querida?
No camines con un nombre en los labios.
Un caballo en casa
Guardo un caballo en mi casa.
De día patea el suelo
junto a la cocina.
De noche duerme al pie de mi cama.
Con su boñiga y sus relinchos
hace incómoda la vida
en una casa pequeña.
¿Pero qué otra cosa puedo hacer
mientras camino hacia la muerte
en un mundo al borde del abismo?
¿Qué otra cosa sino guardar este caballo
como pálida sombra de los prados abiertos
bajo el aire libre?
En la ciudad muerta y anónima,
entre los muertos sin nombre, yo camino
como un muerto más.
Las gentes me miran o no me miran,
tropiezan conmigo y se disculpan
o me maldicen y no saben
que guardo un caballo en mi casa.
En la noche, acaricio sus crines
y le doy un trozo de azúcar,
como en las películas.
Él me mira blandamente, unas lágrimas
parecen a punto de hacer de sus ojos redondos.
Es el humo de la cocina o tal vez
le desespera vivir en un patio
de veinte metros cuadrados
o dormir en una alcoba
con piso de madera.
A veces pienso
que debería dejarlo irse libremente
en busca de su propia muerte.
¿Y los prados lejanos
sin los cuales yo no podría vivir?
Guardo un caballo en mi casa
desesperadamente encadenado
a mi sueño de libertad.
Tomado de:
http://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/peru/washington_delgado.html
ACERCA DE LAS PALABRAS
El viento de las palabras
viene de aquí y de allá, sopla interminablemente, de día o de noche, por todo
el mundo.
Casi no se nota sobre la
superficie de la tierra, no mueve las hojas
de los árboles, no dobla los
juncos a la orilla del río, no arrastra briznas de hierba no riza las aguas de
los grandes lagos.
El viento de las palabras
sopla por los resquicios del alma y nos derriba o nos levanta o nos conmueve,
por un momento o sin cesar.
A veces es la vida, a veces
es la muerte, el viento de las palabras.
Un día moriremos, nuestro
nombre volará por aquí y por allá, antes
de esfumarse para siempre.
Estamos hechos del aire de las palabras
y, cuando la palabra se va,
no somos nada.
IMAGEN FINAL
El aire galopa sin bridas ni
montura, donde pone los pies no hay hierba ni recuerdo. Pero no tiene pies.
Libre y sin pies galopa el aire
con las crines tendidas.
Tampoco tiene crines y ni siquiera cuerpo.
El aire murió hace tiempo y
ya no existe. Solamente ha quedado su
galope. Árboles de los
campos, animales de la tierra, aves del cielo
respiran su galope y hacen
como que viven. En el día acompasan
sus corazones al compás de
ese galope. En el sueño dan cuerda a la
máquina de la memoria que
dice el austro y el ábrego porfían mientras cae a la nieve del ciclo de París.
No cae la nieve, no. Ni esta el bajel encadenado al naufragio ineludible. El
aire ha muerto, su galope
no se escucha y la tierra es
un planeta felizmente deshabitado.
Tomado de:
¿NUNCA NOS LIBERTAREMOS?
Para ser bueno hay que servir
al que paga; para ser bueno
no hay que pagar al que sirve.
Así ganaremos el cielo.
El que no tiene manos que trabaje
con los pies y el que no tiene pies
que venda su alma.
¿Nunca nos libertaremos?
Somos grandes, hermosos y fuertes;
tenemos bellos libros y sabias palabras
que nos dicen: todo está bien.
¿Nunca nos libertaremos?
Una historia maravillosa
nos han contado. Somos siervos
de dioses guerreros y santos.
¿Nunca nos libertaremos?
Hoy es de día o de noche.
El sol no es sol sino una piedra.
La felicidad es cosa de otro mundo.
¿Nunca nos libertaremos?
ELEGÍA EN 1965
Después de tanta sangre, no derramada en
vano, sólo quedó la nieve teñida de carmín.
José Santos Chocano
Después de la batalla, los combatientes muertos
parecen esperar, con oído en la tierra,
una última llamada o la mano benévola
y amiga de la historia, no el silencio tenaz
que los cubre y oculta sobre un cálido suelo
vanamente poblando de hierbas y guijarros,
árboles y alimañas.
Se diluyó el escándalo de la fusilería,
cesaron los fragores de obuses y metralla,
el sol brilla en la paz de un cielo irreprochable.
Los boquetes abiertos en la tierra parecen
tan naturales como las aguas del riachuelo,
el vuelo del halcón o esa nube sin sueño,
sin prisa, sin memoria.
Sobre la tierra esperan muy tranquilos los muertos.
La historia indiferente los dejó abandonados
bajo un cielo vacío. Pobre muertos inermes,
no los abriga el sol ni molesta la lluvia.
Sobre sus cuerpos rígidos discurren las hormigas
en callado desfile.
Los muertos apacibles yacen de cara al cielo
con los ojos abiertos. Parece que quisieran
llenar de sol sus almas tempranamente muertas.
La tierra los acoge, los escuda la sombra
de los árboles quietos y las cambiantes nubes,
en tanto huye la historia. ¿Qué les dice la inmóvil
tierra, el distante cielo? Solamente les dicen
que ya no hay esperanza.
Los muertos extraviados en el mar de la historia
encuentran en la tierra una morada estable
mientras la primavera pasa con sus amores,
pasa el brillante estío, pasa el otoño lánguido
de las guerras perdidas y, al final, el invierno
llega pausadamente para cubrirlo todo
con desamor y olvido.
GLOBE TROTTER
Sobre arenas tan interminables como el día
imaginando nubes, palmeras, aguas, noches de luna
he caminado por los desiertos, toda mi vida.
Bajo luces de neón, atravesado
por el estruendo de los automóviles,
implacablemente gobernado por señales rojas y verdes,
he caminado por los desiertos, toda mi vida.
A menudo soñé con dulces samaritanas
y siempre he despertado en un autobús:
ajadas oficinistas me rodeaban, muertas de sueño,
encadenadas
a una vida polvorienta y sin una gota de agua
en el corazón. Con insaciable sed
he caminado por los desiertos, toda mi vida.
Sin cesar he subido las escaleras del hotel.
Nunca vi la palmera ni el manantial soñado
ni el arco iris de la paz ni la paloma del perdón.
Ángeles despiadados me miraban sin verme,
me preguntaban por mi nombre y mis señas,
me echaban el humo en la cara
y me indicaban con desdén
el camino del paraíso que nunca era un paraíso
sino las mismas arenas, el desierto
por donde he caminado, toda mi vida.
Si entraba en el salón vetusto
el viejo inquisidor se atragantaba,
lanzaba al aire el humo, el café, la sonrisa
y me preguntaba por Mariena.
¿Mariena, Mariena? ¿Quién es Mariena?
Suspendida está en el aire, lejos de este desierto
y yo nunca la he visto.
Vivirá en su isla rosada, en su casa pequeña,
en su granja con gansos y conejos o se habrá ahogado
en las aguas azules del mar Mediterráneo.
Ese oasis no me sirve,
el viejo inquisidor se marchó hace tiempo y me ha dejado
una angustia inútil, un nombre
que he de llevar a cuestas para nada
mientras camino por los desiertos, toda mi vida.
Las estrellas de los policías brillan y tintinean,
los estudiantes pasan con libros o muchachas bajo el
brazo,
la niebla ligera se levanta para que duerma en la calle
esta primera noche primaveral del año.
De buena gana leería una novela de Voltaire,
conversaría con mis viejos amigos,
tomaría un café, fumaría un cigarro.
En el arenal interminable todo es un sueño tan
desesperado
como la niebla, las palmeras y la dulce samaritana.
He caminado por los desiertos, toda mi vida
y nunca me acompañó nadie.
A veces se dibujan ante mis ojos historias de fantasmas:
aposentados en lujosos palacios ahuyentan
a los escopetados compradores durante el día,
en la noche alimentan y consuelan a las pobres gentes.
Otras veces son ladrones: después de años de cárcel y
miseria
roban con fortuna una casa opulenta
y disfrutan los goces de la vida
o reparten limosnas a la puerta del templo.
En la soledad del arenal no hay palacios ni opulentas
casas
ni pobres gentes ni fastidiosos compradores
ni puerta ni templo ni limosna
ni goces de la vida.
Toda mi vida he caminado por los desiertos
y ahora estoy triste.
Una vendedora de claveles canta o llora en mi oído.
¿Qué haría yo con un clavel en el desierto?
He caminado solo y sin equipaje toda mi vida,
estos claveles son también un desesperado sueño
aunque la melodiosa vendedora me contemple con lastimados
ojos
como si ella fuera el fantasma y yo la pobre gente
llegada en la gran noche a las puertas del palacio
lujoso.
He caminado por los desiertos, toda mi vida
y nunca llegué a ninguna parte
Tomado de:
https://www.vallejoandcompany.com/en-un-mundo-al-borde-del-abismo-5-poemas-de-washington-delgado/
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