Clase de inglés
Hoy di una clase sobre Irlanda del Norte para alemanes.
Emocionado por su interés, imité a un tirador
en Falls Road [1]. La muerte capta la atención - ¡
BANG! Los levanté de sus asientos y me salí con la mía.
“Un violinista en el campo de exterminio” –
Más allá de ese lote.
La única honestidad es el silencio.
el malabarista
Debió haber practicado durante horas
Entre cajones y colchones
En un patio alquilado
Para hacer bailar los bolos de siete colores
Con sus dedos, como lo hizo.
Está hecho para el juego
del arte. Dios sabe
qué anacronismos ingirió antes,
usando habilidades medievales para hacer
cesar el tiempo, haciendo retroceder el reloj
novecientos años
con su espectáculo a un lado, por un charlatán.
O para distraer a un rey.
Y, sin embargo, o a causa del agotamiento
De las cosas modernas, lo rodeamos
De miradas. Él sabe
cuánto prevemos fracasos
y lo que debe,
Para su audiencia, es un desafío
a The Collapse. Lo observamos mientras su magia
crea el esplendor
de un arca azul que gira y
lentamente se detiene. Naturalmente envidiosos,
todavía estamos capturados.
Por su
mecánica aérea ligera y precisa.
Con todas las improbabilidades halagadas,
Hacia la verdad, porque no estamos tan lejos,
De la fe, como antes.
El fabricante de fuertes
Ya era demasiado tarde para la invasión
cuando sintió su ojo hambriento en la colina
sobre la ciudad y pensó en la vista.
La guerra no fue el motivo
del viaje de tres años.
Fue puro amor.
Y debido a que su necesidad
era un principio y un fin para todas las cosas,
su casa se convirtió en un círculo de ventanas,
atrapando ruinas y pájaros
y las caras vacías del mar
en un marco quieto, dondequiera que mirara.
[1] Falls Road es una de las carreteras más importantes de Belfast, Irlanda del Norte. En 1970 se produjeron allí enfrentamientos armados entre católicos nacionalistas y tropas británicas. El evento se conoció como "Los Problemas".
Tomado de:
https://rascunho.com.br/ficcao-e-poesia/poemas-de-sinead-morrissey/
ARTICULACIÓN
Y estos, damas y caballeros, son los huesos
del caballo de Napoleón, Marengo. Articulado así
–tibia a peroné, escápula a húmero,
esqueleto apendicular enganchado a la cúpula
de la columna vertebral y las aletas colgantes de las delgadas
costillas
que encierran el espacio del corazón perdido–
parece remodelado a partir de un kit de manualidades,
un modelo de madera de cualquier caballo.
Veo a los ojos que han visto al Emperador
no es nada, sin embargo, a esto: ni una cafetera
o un cepillo de dientes, ni Su mejor abrigo gris perla
del mausoleo; ni el yeso
apretado en la forma de lo que se ha perdido
para devolverlo a la vida como una máscara mortuoria,
como una fotografía perforada al revés;
ni ninguna de las cosas en relieve
por uso o toque o asociación más libre
(charla casual, rumores) con Su brillante semejanza–
estos mismos cascos pisaron barro en Austerlitz,
este mismo sacro aseguró la victoria final.
Además, pon tu ojo en la cuenca del ojo
(uno por uno y delicadamente) y observa
lo que cambia: tus curvas en perspectiva rectas,
el suelo sobre el que estás parado se inclina,
la atmósfera clara de la habitación se espesa
y como espejos inclinados uno contra el otro
se produce un pasillo abovedado sin fin
a otro lugar, donde se dan cita las cosas aún más verdaderas:
de toda la nieve rusa, un cielo de humo,
la picadura de hierro, las entrañas amontonadas,
acurrucado como un potrillo pequeño, un hombre duerme
dentro del estómago abierto de un caballo...
Así de cerca está Marengo de la historia
–esfenoides, vómer, lagrimal, mandíbula:
el tiempo que dure antes de desmoronarse,
portal, máquina del tiempo, llave maestra
hacia lo que no se puede imaginar. ¿Quién podría resistir
un boleto para los campos de sangre humeantes
de Europa justo cuando la Estrella Perro se desvanece?
Aguanten la respiración ahora mientras les muestro esto.
LOS RELOJES
Los relojes hacen toda la conversación. Él visita la tumba en
medio de un loop de tres horas
y sabe el año en que finalizaron todos los castillos en
Irlanda. Su ruta
es siempre la misma: la torre vía el acueducto vía el
cementerio vía las murallas
vía la Batalla de Artrim durante el Levantamiento de la
Sociedad de los Irlandeses Unidos en 1798,
cuya matanza está más presente si se encuentra pensando en
aquella madrugada
de su desayuno nupcial en abril, o encerrado en el momento en
el que le pusieron la máscara de oxígeno
y ella puso sus ojos en blanco. Ella no puede encontrar la
parada de autobús a Belfast
y se queda en casa. Las redes vuelven la luz del día blanca y
vacía.
Ella ha usado la vida matrimonial de su hermana con tanta
insistencia
sobre la suya, los ruidos de los relojes la hacen sentir
prácticamente que no tiene piel.
A veces se sienta en la silla de su hermana y se siente
culpable.
Ella cuenta para atrás por compañía y una memoria selectiva:
la discusión en el funeral con su sobrina respecto a las joyas
y, años antes,
la conspiración para mantenerla soltera, su éxito. El tiempo
se asienta cada tarde
como una enorme ala cuando el alboroto de la hora del almuerzo
finaliza
y los platos ya están acomodados para el té. Él lee bastante,
desde Hitler and Stalin, Parallel Lives hasta Why
Ireland Starved
pero recientemente ha comenzado a regalar libros a quien sea
que llame.
Invierno o verano, los atardeceres terminan pronto: cada uno
se va a su habitación
al menos dos horas antes de dormir. Cae como un acto de
misericordia
cuando los veintidós relojes dan las ocho en punto casi al
unísono.
LEYENDO A LOS GRANDES
¿Es acaso por sus fallas que me gustan?
Ignorando las reglas de la Poesía Selecta,
con lo que debió incluirse:
todo planchado, abotonado y reluciente;
en cambio, opto por la omnívora Poesía Completa.
Por lo banal. Por lo resentido. Por los errores eludibles:
Larkin y el imperio, o bien, Plath y las tías.
La emoción de cuando se hunden, tropiezan y se quedan
sin nada de qué escribir antes de comenzar,
es el consuelo de mirar
un paisaje marino que de pronto se seca y apesta
gracias a las moscas y cabezas de pescado y sargazo.
Y la marea a una distancia imposible. Sin regreso.
Sí, me encantan por eso.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2023/07/poemas-de-sinead-morrissey/
La sala de hierro
El techo es tan fino
de una hojalata tan delgada
que acerca a Dios
como temblar como
sacudirse convierte cualquier clima
en el Recordatorio de Dios
cuando llueve Dios
tamborilean Sus dedos
cuando nieva Él nos esquila
azules y sin poder respirar
Sin ladrillos ni alfardas
para mantenerlo a cierta distancia
Su amor pendiente nos canaliza
hacia abajo nos envuelve
para que cuando rezamos
rezamos dentro de
el calor blanco y frío de Él
no hay intruso
nuestras bocas se enjuagan
con pecado y vinagre
Yo sé que dos están de pie
en el campo donde está el molino
en el tabernáculo
Dios está debajo de mi esternón
pero no sé quién
mi sangre mi corazón
de nudillos blancos en todo
ese afán de plumas
será arrebatada y quién
yo misma aparte
Dentro del mago
Porque lo era. Hambre extranjera, metiendo sus dedos de
chimenea de humo
bajando precisamente por fincas vecinas, el disco exfoliado
de la tierra desarmada—tan plano hasta el horizonte en todas
las direcciones
hace un círculo donde sea que te pares. De polvo en polvo:
el prado destruido, el ganado desecado, el clamor
de gracia y servilleta del desayuno devorado por el viento.
El gobierno le decía clima de zona de tornados, pero sabíamos
que no.
¿Para que nuestra casa se levantara entera, y nuestro techo
entero se levantara,
y todos los otros edificios vueltos palos? Por cada palabra
que tenías de qué significaba esto teníamos una palabra mejor.
Mientras Toto ladraba y corría de ventana a ventana, los
cerdos flacos
varados abajo miraban hacia arriba al arquitrabe de todo lo
que conocían
que desaparecía y nosotros mirábamos abajo como desde un
dirigible
a la áspera aflicción del mundo rajado, su desarraigo rabioso—
Él consumirá la paja en fuego insaciable.
Y como eran de parecidos a nosotros, los Santos, en sus
trenzas
y calcetines bruñidos, de pie en filas resplandecientes. Si
has visto
sus rostros alguna vez, como nosotros, te vuelves inasustable.
Los colores del Cielo fueron lo que nos llevamos,
tan brillantes y adamantinos en nuestro trabajo cotidiano los
mantuvimos
como un talismán o un hechizo—como árboles de deseos o
películas, sólo reales.
Un torniquete para Emily Davison
La encontré bajo Flora
Manchada sobre
una plancha colorida, resplandeciente
Manoseada y
sucia. Y de Fauna
Todos somos
eso, golpeados por la anarquía.
-- W S Graham
Una Houdini mandona, enjaula—y no sólo el costillar de ese
caballo final
que llamaste como a un tranvía en la Esquina de
Tattenham—ellas, las riendas
de su brida tomadas—pero corsés, rieles, esposas, cubículos,
agujeros de calefacción
dentro de las Cámaras del Parlamento, te agobiaron toda tu vida,
bella Emelye, como los avisos Prohibido La Entrada en las
tierras del Rey
o el sonido metálico de tu celda cada vez más amarilla en
Strangeways
cada vez que te arrastraban a la fuerza de nuevo a tu celda.
¿Qué tipo de mujer fuiste?
Editoriales horrorizadas carraspeaban en un aire viciado de
humo de pipas; el niño
de un afiche en un suéter nacarado lloraba lágrimas escuetas
de abandono—
¡Mamá es una Sufragista! – fuera de la estación de
Marylebone.
Al comienzo el truco evasivo de ayunar te liberaba, por el que
los huesos
imponen su propia supremacía: tus frases daban hachazos
repetidamente
con sólo voltear ese rostro del Artista del Hambre de Kafka o
del Cristo famélico
antes de Pentecostés hacia tus captores. Nausea en Whitehall;
una quemadura como soda cáustica a través de la noción de
caballero.
Pero no se demoró el Estado en entiesar su columna vertebral,
en remangar la camisa
y conjurar sus propios trucos: un tubo, una hebilla, un
embudo, una mordaza.
Tu propio cuerpo respirando sobre la plancha, forzado a ser
más listo que tú.
Tambaleabas desde cada sesión de alimentación, desgreñado y
empapado,
un veterano de mares bruscos y naufragios.
Seguro mareaba, el cuadro vivo de cada detención tan
sombríamente
asimétrico; cualquier grito por la justicia lanzado hacia
hombre y cielo,
cualquier ráfaga momentánea y pública—vidrio reventando, fuego
en el buzón—
colapsado de repente para una mujer con el pelo desarreglado,
pálida como una peonia,
fijada entre policías. Caballos, torsos compactos
y cascos que pisaban alto, te flanqueaban aquí también:
su fibra la fibra de un mundo inmutable, reafirmado
brutalmente.
Mientras la lluvia seguía cayendo sobre los adoquines
razonables,
te escoltaron desde el teatro de la calle como un apóstata
una y otra vez, en climas violetas.
Apoyada, disidente, enganchada—a través de mi humilde trabajo—
ya en 1909 no te podían contener los epítetos encontrados en
las lápidas
de la mayoría de mujeres. Desde cartas a periódicos a piedras
a látigos
a dejarte caer desde un balcón—si el Calvario te perseguía,
era un Calvario adornado
con Hechos, No Palabras, vestidos blancos que revoloteaban
desde sus Cruces.
Pero el siglo, y tu vida también, aumentaban de velocidad—
retratos de nada y parecido vapor de colores—
devuelto a los testigos como filmación movida. Así que cuando
el tren de las 8:15
desde Victoria avanzaba hacia el sur por los pueblos cerrados
y los niños se detenían para verlo pasar como siempre y una
neblina suelta
yacía sobre los campos y Londres se vaciaba de agentes de
apuestas y vendedores de
flores y automóviles varados en portones y mujeres en
sombreros como avalanchas
charlaban y se reían—pequeñas flores de corazón, pequeños
vacíos,
burbujas en la sangre subiendo en cascadas—
sobabas el tiquete en tu bolsillo, la bufanda en tu cuello
y el tren despachaba su humo y la masa subió en cresta
como una ola y te bajó a tiempo y el retén se carcajeó.
Luego el borrón de ti color cenizo and la caída tan rápida que
la noticia casi la perdió—
la dinamita de una décima de segundo— luego nada.
La capilla italiana
De todo lo que no vieron, el interior fresco,
oliendo a piedra de la iglesia abovedada
encaramada improbablemente en
el lado de un alto de umbría
fue lo que más les dolió, ya que
no tenías el latín en que lavar sus pies
sin una niñez que subiera flotando en sus sueños
sobre un rayo de incienso. Macizos de flores y senderos
tras el alambre, un piano, un teatro
una mesa de billar, y, sin embargo
seguían con ganas. Todo el día
hundían bloques de tamaño leviatán
de concreto color ceniza al fondo del mar
para derrotar los submarinos, salidos y cruzados
en ángulos extraños, observaban cada salpicada de garganta
blanca,
hasta que los bloques subían y el mar
era enterrado, mientras los ahogados
de Scapa Flow, agarrados
irónicamente agarrados a sus mamparos
oxidados, los alentaban en coro. Dos cobertizos
Nissen que les sobraban a los ingleses, puestos a lo largo
como un espacio vacío, fue con lo que empezó Doménico
Chiocchetti,
sin embargo, la luz del día continuamente
incrementando después de marzo, tan canalizada
e inverosímil fue en sí misma
un regalo—cuando ese período
de tiempo entre trabajar y dormir se
pudo haber ampliado lo suficiente para ahí construir
un antealtar, y la sangre dentro de sus dedos
burbujeante con visiones... Tallaban
la madera de deriva en pequeños gatos y carretas,
soldados, caballos, niñas
con lazos de brincar y aros,
y los vendían a los Orcadianos por pinturas.
El azul del mar era el color más salvaje de sus frescos y
trampantojos
le respondía al cielo. La obra
nunca se terminó realmente: cada Evangelista
o Ángel, cada lata de carne curada, forjada
de nuevo como candelabro
sólo hacía el gris corrugado de
donde no habían alcanzado más inaguantable,
que chocaba botas, que enrollaban alambre de púas
en bultos y cantaba los oficios flacos y fríos
de polvo de baluarte y cobijas del ejército.
La gravedad del agua—el doble
de fuerza de cualquier parte
en la Tierra, que contaminaba cada playa
y ensenada de huesos de rodilla de muchachos
asesinados y las carracas incrustadas de barcos encallados
descentrados a golpes—sólo lo arriesgaban los prisioneros
más valientes si la madera y la baldosa, el hierro
forjado y los innumerables ojos de buey
joyas verdes de la armada profunda
tendrían esperanza de traducción—de liberarse
a punta de cincel de sus amarres gélidos en el espacio
de un respiro, singular y detonante, y luego ser trasladados
a la superficie. Rescatado hacia lo sacro, ladrones de acople
y remiendo robando lo que fuera que el agua
se tragara. Dos inviernos enteros nublaron
las tiendas y viviendas
retiradas de las islas con su
oscuridad, y aún seguían ahí. Más allá del fin
de la guerra, más allá del aceite de oliva y las naranjas,
el cadáver de Mussolini patas arriba y abandonado en la plaza
para los perros y los pueblerinos, la capilla, o
el sueño de la capilla,
o el espacio que queda
entre el sueño y el sueño—
la gemela de la capilla dada a luz en la isla
de Lamb Holm los deslumbró hasta la Liberación—
y cuando llegó, una mañana estregada y enjuagada,
los colores a todo su alrededor resaltados
transubstanciados—
los bajos
turquesa-sobre–amarillo
en la bahía, el cielo cerúleo—
no fueron las prímulas, ni el humo del barco de transporte
anclado en el puerto, la carretera, las piedras, el Retén,
o incluso las muchachas—despojadas en sus suéteres,
saludando encima de sus manubrios—
que miraban fijamente
con detenimiento al retirarse,
sin saber de qué manera cargarlos—
puntos brillantes atados a su desaparición—excepto la iglesia.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Festival/32/SineadMorrisey/
A través de la ventana cuadrada
En mi sueño han llegado los muertos
a lavar las ventanas de mi casa.
No hay persianas que los dejen fuera.
Las nubes sobre el Lough están apiladas
como las nubes sobre Delft.
Tienen el aspecto saturado de nubes sobre el agua.
Las cabezas de los muertos son enormes. Me pregunto
si lo que buscan es mi hijo, su
respiración natural, su cinta de años.
pero sigue durmiendo en su catre, sin que nadie le preste
atención,
acostumbrado, al parecer, con toda naturalidad
a los golpes, los golpes y las roturas del cristal.
que ofrece este exterior brillante.
Un niño azul sostiene un trapo entre los dientes
entre los cristales como un prestidigitador.
Y luego, tan repentinamente como llegaron, se van.
Y hay un horizonte
desde el cual sólo las nubes miran,
las masas de árboles de Hazelbank,
la punta cortada de la península de Strangford
y una densidad en la habitación que me resulta difícil
respirar
hasta que me despierto, boca arriba con un corcho
en la boca, embotellado con tapón, de hecho,
como la cura de un herbolario para la hidropesía.
Tomado de:
https://poetrysociety.org.uk/poems/through-the-square-window/
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