miércoles, 27 de diciembre de 2023

POEMAS DE SINÉAD MORRISSEY


Clase de inglés

 

Hoy di una clase sobre Irlanda del Norte para alemanes.

Emocionado por su interés, imité a un tirador

en Falls Road [1]. La muerte capta la atención - ¡

BANG! Los levanté de sus asientos y me salí con la mía.

 

“Un violinista en el campo de exterminio” –

Más allá de ese lote.

 

La única honestidad es el silencio.

 

 

el malabarista

 

Debió haber practicado durante horas

Entre cajones y colchones

En un patio alquilado

Para hacer bailar los bolos de siete colores

Con sus dedos, como lo hizo.

Está hecho para el juego

del arte. Dios sabe

qué anacronismos ingirió antes,

usando habilidades medievales para hacer

cesar el tiempo, haciendo retroceder el reloj

novecientos años

con su espectáculo a un lado, por un charlatán.

 

O para distraer a un rey.

Y, sin embargo, o a causa del agotamiento

De las cosas modernas, lo rodeamos

De miradas. Él sabe

cuánto prevemos fracasos

y lo que debe,

 

Para su audiencia, es un desafío

a The Collapse. Lo observamos mientras su magia

crea el esplendor

de un arca azul que gira y

lentamente se detiene. Naturalmente envidiosos,

todavía estamos capturados.

 

Por su

mecánica aérea ligera y precisa.

 

Con todas las improbabilidades halagadas,

Hacia la verdad, porque no estamos tan lejos,

De la fe, como antes.

 

 

El fabricante de fuertes

 

Ya era demasiado tarde para la invasión

cuando sintió su ojo hambriento en la colina

sobre la ciudad y pensó en la vista.

La guerra no fue el motivo

del viaje de tres años.

Fue puro amor.

 

Y debido a que su necesidad

era un principio y un fin para todas las cosas,

su casa se convirtió en un círculo de ventanas,

atrapando ruinas y pájaros

y las caras vacías del mar

en un marco quieto, dondequiera que mirara.

[1] Falls Road es una de las carreteras más importantes de Belfast, Irlanda del Norte. En 1970 se produjeron allí enfrentamientos armados entre católicos nacionalistas y tropas británicas. El evento se conoció como "Los Problemas".

Tomado de:

https://rascunho.com.br/ficcao-e-poesia/poemas-de-sinead-morrissey/

 

 

ARTICULACIÓN

 

Y estos, damas y caballeros, son los huesos

del caballo de Napoleón, Marengo. Articulado así

–tibia a peroné, escápula a húmero,

esqueleto apendicular enganchado a la cúpula

de la columna vertebral y las aletas colgantes de las delgadas costillas

que encierran​​ el espacio del corazón perdido–

parece remodelado a partir de un kit de manualidades,

un modelo de madera de cualquier caballo.

Veo a los ojos que han visto al Emperador

no es nada, sin embargo, a esto: ni una cafetera

o un cepillo de dientes, ni Su mejor abrigo gris perla

del mausoleo; ni el yeso

apretado en la forma de lo que se ha perdido

para devolverlo a la vida como una máscara mortuoria,

como una fotografía perforada al revés; ​​

ni ninguna de las cosas en relieve

por uso o toque o asociación más libre

(charla​​ casual, rumores) con Su brillante semejanza–

estos mismos cascos pisaron barro en Austerlitz,

este mismo sacro aseguró la victoria final.

Además, pon tu ojo en la cuenca del ojo

(uno por uno y delicadamente) y observa

lo que cambia: tus curvas​​ en​​ perspectiva rectas,

el suelo sobre el que estás parado se inclina,

la atmósfera clara de la habitación se espesa

y como espejos inclinados uno contra el otro

se produce un pasillo abovedado sin fin

a otro lugar, donde se dan cita las cosas aún más verdaderas:

de toda la nieve rusa, un cielo de humo,

la picadura de hierro, las entrañas amontonadas,

acurrucado como un potrillo pequeño, un hombre duerme

dentro del estómago abierto de un caballo...

Así de cerca​​ está Marengo de la historia

–esfenoides, vómer, lagrimal, mandíbula:

el tiempo que dure antes de desmoronarse,

portal, máquina del tiempo, llave maestra

hacia lo que no se puede imaginar. ¿Quién podría resistir

un boleto para los campos de sangre humeantes

de Europa justo cuando la​​ Estrella​​ Perro se desvanece?

Aguanten la respiración ahora mientras les muestro esto.

 

 

LOS RELOJES

 

Los relojes hacen toda la conversación. Él visita la tumba en medio de un​​ loop​​ de tres horas

y sabe el año en que finalizaron todos los castillos en Irlanda. Su ruta

es siempre la misma: la torre vía el acueducto vía el cementerio vía las murallas

vía la Batalla de Artrim durante el Levantamiento de la Sociedad de los Irlandeses Unidos en 1798,

cuya matanza está más presente si se encuentra pensando en aquella madrugada

de su desayuno nupcial en abril, o encerrado en el momento en el que le pusieron la máscara de oxígeno

y ella puso sus ojos en blanco. Ella no puede encontrar la parada de autobús a Belfast​​

y se queda en casa. Las redes vuelven la luz del día blanca y vacía.

Ella ha usado la vida matrimonial de su hermana con tanta insistencia

sobre la suya, los ruidos de los relojes la hacen sentir prácticamente que no tiene piel.

A veces se sienta en la silla de su hermana y se siente culpable.

Ella cuenta para atrás por compañía y una memoria selectiva:

la discusión en el funeral con su sobrina respecto a las joyas y, años antes, ​​

la conspiración para mantenerla soltera, su éxito. El tiempo se asienta cada tarde

como una enorme ala cuando el alboroto de la hora del almuerzo finaliza

y los platos ya están acomodados para el té. Él lee bastante,

desde​​ Hitler and Stalin, Parallel Lives​​ hasta​​ Why Ireland Starved

pero recientemente ha comenzado a regalar libros a quien sea que llame.

Invierno o verano, los atardeceres terminan pronto: cada uno se va a su habitación

al menos dos horas antes de dormir. Cae como un acto de misericordia

cuando los veintidós relojes dan las ocho en punto casi al unísono.

 

 

LEYENDO A LOS GRANDES

 

¿Es acaso por sus fallas que me gustan?

Ignorando las reglas de la Poesía Selecta,

con lo que debió incluirse:

todo planchado, abotonado y reluciente;

en cambio, opto por la omnívora Poesía Completa.

Por lo banal. Por lo resentido. Por los errores eludibles:

Larkin y el imperio, o bien, Plath y las tías.

 

La emoción de cuando se hunden, tropiezan y se quedan

sin nada de qué escribir antes de comenzar,

es el consuelo de mirar

un paisaje marino que de pronto se seca y apesta

gracias a las moscas y cabezas de pescado y sargazo.

Y la marea a una distancia imposible. Sin regreso.

Sí, me encantan por eso.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2023/07/poemas-de-sinead-morrissey/

 

 

La sala de hierro

 

El techo es tan fino  

de una hojalata tan delgada

que acerca a Dios

como temblar como

sacudirse convierte cualquier clima

en el Recordatorio de Dios

cuando llueve Dios

tamborilean Sus dedos

cuando nieva Él nos esquila

azules y sin poder respirar

 

Sin ladrillos ni alfardas

para mantenerlo a cierta distancia

Su amor pendiente nos canaliza

hacia abajo nos envuelve

para que cuando rezamos

rezamos dentro de

el calor blanco y frío de Él

no hay intruso

nuestras bocas se enjuagan

con pecado y vinagre

 

Yo sé que dos están de pie

en el campo donde está el molino

en el tabernáculo

Dios está debajo de mi esternón

pero no sé quién

mi sangre mi corazón

de nudillos blancos en todo

ese afán de plumas

será arrebatada y quién

yo misma aparte

 

                             

Dentro del mago

 

Porque lo era. Hambre extranjera, metiendo sus dedos de chimenea de humo

bajando precisamente por fincas vecinas, el disco exfoliado

de la tierra desarmada—tan plano hasta el horizonte en todas las direcciones

hace un círculo donde sea que te pares. De polvo en polvo:

el prado destruido, el ganado desecado, el clamor

de gracia y servilleta del desayuno devorado por el viento.

El gobierno le decía clima de zona de tornados, pero sabíamos que no.

 

¿Para que nuestra casa se levantara entera, y nuestro techo entero se levantara,

y todos los otros edificios vueltos palos? Por cada palabra

que tenías de qué significaba esto teníamos una palabra mejor.

Mientras Toto ladraba y corría de ventana a ventana, los cerdos flacos

varados abajo miraban hacia arriba al arquitrabe de todo lo que conocían

que desaparecía y nosotros mirábamos abajo como desde un dirigible

a la áspera aflicción del mundo rajado, su desarraigo rabioso—

 

Él consumirá la paja en fuego insaciable.

Y como eran de parecidos a nosotros, los Santos, en sus trenzas

y calcetines bruñidos, de pie en filas resplandecientes. Si has visto

sus rostros alguna vez, como nosotros, te vuelves inasustable.

Los colores del Cielo fueron lo que nos llevamos,

tan brillantes y adamantinos en nuestro trabajo cotidiano los mantuvimos

como un talismán o un hechizo—como árboles de deseos o películas, sólo reales.

 

 

Un torniquete para Emily Davison

 

          La encontré bajo Flora

          Manchada sobre una plancha colorida, resplandeciente

          Manoseada y sucia. Y de Fauna

          Todos somos eso, golpeados por la anarquía.

           -- W S Graham

 

 

Una Houdini mandona, enjaula—y no sólo el costillar de ese caballo final

que llamaste como a un tranvía en la Esquina de Tattenham—ellas, las riendas

de su brida tomadas—pero corsés, rieles, esposas, cubículos, agujeros de calefacción

dentro de las Cámaras del Parlamento, te agobiaron toda tu vida,

bella Emelye, como los avisos Prohibido La Entrada en las tierras del Rey

o el sonido metálico de tu celda cada vez más amarilla en Strangeways

cada vez que te arrastraban a la fuerza de nuevo a tu celda. ¿Qué tipo de mujer fuiste?

Editoriales horrorizadas carraspeaban en un aire viciado de humo de pipas; el niño

de un afiche en un suéter nacarado lloraba lágrimas escuetas de abandono—

¡Mamá es una Sufragista! – fuera de la estación de Marylebone. 

 

Al comienzo el truco evasivo de ayunar te liberaba, por el que los huesos

imponen su propia supremacía: tus frases daban hachazos repetidamente

con sólo voltear ese rostro del Artista del Hambre de Kafka o del Cristo famélico

antes de Pentecostés hacia tus captores. Nausea en Whitehall;

una quemadura como soda cáustica a través de la noción de caballero.

Pero no se demoró el Estado en entiesar su columna vertebral, en remangar la camisa

y conjurar sus propios trucos: un tubo, una hebilla, un embudo, una mordaza.

Tu propio cuerpo respirando sobre la plancha, forzado a ser más listo que tú.

Tambaleabas desde cada sesión de alimentación, desgreñado y empapado,

un veterano de mares bruscos y naufragios.

 

Seguro mareaba, el cuadro vivo de cada detención tan sombríamente

asimétrico; cualquier grito por la justicia lanzado hacia hombre y cielo,

cualquier ráfaga momentánea y pública—vidrio reventando, fuego en el buzón—

colapsado de repente para una mujer con el pelo desarreglado, pálida como una peonia,

fijada entre policías. Caballos, torsos compactos

y cascos que pisaban alto, te flanqueaban aquí también:

su fibra la fibra de un mundo inmutable, reafirmado brutalmente.

Mientras la lluvia seguía cayendo sobre los adoquines razonables,

te escoltaron desde el teatro de la calle como un apóstata

una y otra vez, en climas violetas.

Apoyada, disidente, enganchada—a través de mi humilde trabajo—

ya en 1909 no te podían contener los epítetos encontrados en las lápidas

de la mayoría de mujeres. Desde cartas a periódicos a piedras a látigos

a dejarte caer desde un balcón—si el Calvario te perseguía, era un Calvario adornado

con Hechos, No Palabras, vestidos blancos que revoloteaban desde sus Cruces.

Pero el siglo, y tu vida también, aumentaban de velocidad—

retratos de nada y parecido vapor de colores—

devuelto a los testigos como filmación movida. Así que cuando el tren de las 8:15

desde Victoria avanzaba hacia el sur por los pueblos cerrados

 

y los niños se detenían para verlo pasar como siempre y una neblina suelta

yacía sobre los campos y Londres se vaciaba de agentes de apuestas y vendedores de

flores y automóviles varados en portones y mujeres en sombreros como avalanchas

charlaban y se reían—pequeñas flores de corazón, pequeños vacíos,

burbujas en la sangre subiendo en cascadas—

sobabas el tiquete en tu bolsillo, la bufanda en tu cuello

y el tren despachaba su humo y la masa subió en cresta

como una ola y te bajó a tiempo y el retén se carcajeó.

Luego el borrón de ti color cenizo and la caída tan rápida que la noticia casi la perdió—

la dinamita de una décima de segundo— luego nada.

 

 

La capilla italiana

De todo lo que no vieron, el interior fresco,

oliendo a piedra de la iglesia abovedada

encaramada improbablemente en

el lado de un alto de umbría

fue lo que más les dolió, ya que

no tenías el latín en que lavar sus pies

sin una niñez que subiera flotando en sus sueños

 

sobre un rayo de incienso. Macizos de flores y senderos

tras el alambre, un piano, un teatro

una mesa de billar, y, sin embargo

seguían con ganas. Todo el día

hundían bloques de tamaño leviatán

de concreto color ceniza al fondo del mar

para derrotar los submarinos, salidos y cruzados

 

en ángulos extraños, observaban cada salpicada de garganta blanca,

hasta que los bloques subían y el mar

era enterrado, mientras los ahogados

de Scapa Flow, agarrados

irónicamente agarrados a sus mamparos

oxidados, los alentaban en coro. Dos cobertizos

Nissen que les sobraban a los ingleses, puestos a lo largo

 

como un espacio vacío, fue con lo que empezó Doménico Chiocchetti,

sin embargo, la luz del día continuamente

incrementando después de marzo, tan canalizada

e inverosímil fue en sí misma

un regalo—cuando ese período

de tiempo entre trabajar y dormir se

pudo haber ampliado lo suficiente para ahí construir

 

un antealtar, y la sangre dentro de sus dedos

burbujeante con visiones... Tallaban

la madera de deriva en pequeños gatos y carretas,

soldados, caballos, niñas

con lazos de brincar y aros,

y los vendían a los Orcadianos por pinturas.

El azul del mar era el color más salvaje de sus frescos y trampantojos

le respondía al cielo. La obra

nunca se terminó realmente: cada Evangelista

o Ángel, cada lata de carne curada, forjada

de nuevo como candelabro

sólo hacía el gris corrugado de

donde no habían alcanzado más inaguantable,

que chocaba botas, que enrollaban alambre de púas

 

en bultos y cantaba los oficios flacos y fríos

de polvo de baluarte y cobijas del ejército.

La gravedad del agua—el doble

de fuerza de cualquier parte

en la Tierra, que contaminaba cada playa

y ensenada de huesos de rodilla de muchachos

asesinados y las carracas incrustadas de barcos encallados

 

descentrados a golpes—sólo lo arriesgaban los prisioneros

más valientes si la madera y la baldosa, el hierro

forjado y los innumerables ojos de buey

joyas verdes de la armada profunda

tendrían esperanza de traducción—de liberarse

a punta de cincel de sus amarres gélidos en el espacio

de un respiro, singular y detonante, y luego ser trasladados

 

a la superficie. Rescatado hacia lo sacro, ladrones de acople

y remiendo robando lo que fuera que el agua

se tragara. Dos inviernos enteros nublaron

las tiendas y viviendas

retiradas de las islas con su

oscuridad, y aún seguían ahí. Más allá del fin

de la guerra, más allá del aceite de oliva y las naranjas,

 

el cadáver de Mussolini patas arriba y abandonado en la plaza

para los perros y los pueblerinos, la capilla, o

el sueño de la capilla,

o el espacio que queda

entre el sueño y el sueño—

la gemela de la capilla dada a luz en la isla

de Lamb Holm los deslumbró hasta la Liberación—

 

y cuando llegó, una mañana estregada y enjuagada,

los colores a todo su alrededor resaltados

transubstanciados—

los bajos

turquesa-sobre–amarillo

en la bahía, el cielo cerúleo—

no fueron las prímulas, ni el humo del barco de transporte

 

anclado en el puerto, la carretera, las piedras, el Retén,

o incluso las muchachas—despojadas en sus suéteres,

saludando encima de sus manubrios—

que miraban fijamente

con detenimiento al retirarse,

sin saber de qué manera cargarlos—

puntos brillantes atados a su desaparición—excepto la iglesia.

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Festival/32/SineadMorrisey/

 

 

A través de la ventana cuadrada

En mi sueño han llegado los muertos

a lavar las ventanas de mi casa.

No hay persianas que los dejen fuera.

 

Las nubes sobre el Lough están apiladas

como las nubes sobre Delft.

Tienen el aspecto saturado de nubes sobre el agua.

 

Las cabezas de los muertos son enormes. Me pregunto

si lo que buscan es mi hijo, su

respiración natural, su cinta de años.

 

pero sigue durmiendo en su catre, sin que nadie le preste atención,

acostumbrado, al parecer, con toda naturalidad

a los golpes, los golpes y las roturas del cristal.

 

que ofrece este exterior brillante.

Un niño azul sostiene un trapo entre los dientes

entre los cristales como un prestidigitador.

 

Y luego, tan repentinamente como llegaron, se van.

Y hay un horizonte

desde el cual sólo las nubes miran,

 

las masas de árboles de Hazelbank,

la punta cortada de la península de Strangford

y una densidad en la habitación que me resulta difícil respirar

 

hasta que me despierto, boca arriba con un corcho

en la boca, embotellado con tapón, de hecho,

como la cura de un herbolario para la hidropesía.

Tomado de:

https://poetrysociety.org.uk/poems/through-the-square-window/

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