(4 de febrero de 1937, Mérida, España - 30 de enero de 2014, Madrid, España)
El infierno
El bien
irreparable que me hizo tu belleza
y la felicidad
que se llevó tu piel
son como dos
avispas que tengo en la cabeza
poniendo azufre
donde consevaba tu miel.
¡Cambió tanto
la cena! Botijas de tristeza
en vez de vasos
de alba tiene hoy este mantel
y aquel fervor,
espero esta noche a que cueza
para servirme
un plato de lo que queda: yel.
Rara la mesa
está: La miro con asombro,
como y bebo
extrañeza y horror y absurdo y pena.
Se acabó todo
aquel milagro alimenticio
tras un postre
espantoso me levanto y te nombro
que es el
último trago de dolor de esta cena,
y voy solo a la
cama como quien va al suplicio.
Una postal de nieve
Cuando me
tienda en la vejez
como en un mal
cerrado sepulcro
maldeciré tu
nombre
Sólo porque
esta noche
enajenado y
absorto en tu cuerpo
he deseado que
fueras eterna
y no sabía si
pegarte o llorar.
Dame ungüento
de carne, loba
La prisa
despareja con que miro tu piel
la premura
apretada con que altero tu cuerpo
y este
desasosiego en que empapo mi lengua
para hablarle a
tu carne y lamer a tu voz
son como ávidas
gotas de estaño compasivo
que busca
aminorar las grietas de la muerte
La planta de la
edad nos chupa nuestros días
abriéndose como
una flor negra, abominable
y en este
esplendor de hoy se oculta la simiente
de una
desposesión calcinada y perversa
como la del
desierto. En el calcio del tacto
hay una lenta
caries que nos invade desde
el fin
aterrador del tiempo y de la vida
Presuroso y
perdido unto en mí tu persona
y soy un bulto
de hombre y de loco y de perro
que corre por
tu cuerpo y a la vez por un túnel
despavoridamente
lamiendo en las tinieblas
Mudo que rompe a hablar
He querido
expresarme
Toda mi vida he
querido expresarme.
No tengo otro
destino, otro afán, otra ley.
Fui actos
sucesivos
y el olvido que
destilaban
los corroía a
ellos ya mí.
Sobre los actos
fui palabras
y ellas
buscaban una lumbre
que no me
calentaba a mí.
Palabras y
actos juntos
nada son sin
placer del cuerpo.
Ahora regreso
de esa vida umbría
buscando
siempre calor de mujer.
Palabras y
actos sólo allí me expresan.
Tu piel junto a
mi piel, eso es lenguaje.
Todo cuanto
pretenda enmudecerlo
maldito sea
Vivir a cara o
cruz
Carezca yo de
ti
y al infortunio
suceda la desgracia
y a la
desgracia el cataclismo
y a todo ello
asistiría
con el
desinterés de un muerto.
Estés conmigo
tú
y por cada
brizna de dicha
que pretendan
arrebatarnos
avanzarían
desde mi corazón
espléndidos
ejércitos de odio.
Tú puedes ser
la espalda atroz de mi destino
o mi patria de
carne.
Donde fuiste feliz...
Donde fuiste
feliz alguna vez
no debieras
volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus
destrozos, levantando
su muro
fronterizo
contra el que
la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá
labrado,
paciente, tu
fracaso
mientras
faltabas, mientras ibas
ingenuamente
por el mundo
conservando
como recuerdo
lo que era
destrucción subterránea, ruina.
Si la felicidad
te la dio una mujer
ahora habrá
envejecido u olvidado
y sólo sentirás
asombro
-el anticipo de
las maldiciones.
Si una taberna
fue, habrá cambiado
de dueño o de
clientes
y tu rincón se
habrá ocupado
con intrusos
fantasmagóricos
que con su
ajeneidad, te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un
barrio, hallarás
entre los
cambios del urbano progreso
tu cadáver
diseminado.
No debieras
volver jamás a nada, a nadie,
pues toda
historia interrumpida
tan sólo
sobrevive
para vengarse
en la ilusión, clavarle
su cuchillo
desesperado,
morir
asesinando.
Mas sabes que
la dicha es como un criminal
que seduce a su
victima
que la reclama
con atroz dulzura
mientras
esconde la mano homicida.
Sabes que
volverás, que te hallas condenado
a regresar,
humilde, donde fuiste feliz.
Sabes que
volverás
porque la dicha
consistió en marcarte
con la
nostalgia, convertirte
la vida en
cicatriz;
y si has de ser
leal, girarás errabundo
alrededor del
desastre entrañable
como girase un
perro ante la tumba
de su dueño...
su dueño... su dueño...
POÉTICA
Tal como están
las cosas
tal como va la
herida
puede venir el
fin
desde cualquier
lugar
Pero caeré
diciendo
que era buena
la vida
y que valía la
pena
vivir y
reventar
Puedo morir de
insomnio
de angustia o
de terror
o de cirrosis o
de
soledad o de
pena
Pero hasta el
mismo fin
me durará el
fervor
me moriré
diciendo
que la vida era
buena
Puedo quedar
sin casa
sin gente sin
visita
descalzo y sin
mendrugo
ni nada en mi
alacena
Sospecho que mi
vida
será así y ya
está escrita
Pero caeré
diciendo
que la vida era
buena
Puede matarme
el asco
la vergüenza o
el tedio
o la venal
tortura
o una bomba
homicida
ni este mundo
ni yo
tenemos ya
remedio
Pero caeré diciendo
que era buena
la vida
Tal como están
las cosas
mi corazón se
llena
de puertas que
se cierran
con cansancio o
temor
Pero caeré
diciendo
que la vida era
buena:
La quiero para
siempre
con muchísimo
amor
La noria, 1984
Gracias por compartir,
ResponderBorrarTanta profundidad frente al destino en "Poética", acabo de descubrir a Felix Grande, gracias a una canción de Joaquín Sabina.