(Argentina,1928 - 1995)
De Poemas
crueles
La poesía sale
de su oscuro rincón
me enfrenta
me mira desde
sus ojos sin párpados
y me exige
testimonio sobre el hambre
la persecución
el crimen.
Me conmina.
Me sentencia.
Y antes de
esfumarse otra vez
deja en mis
manos un afilado puñal de punta perfecta.
De El rostro en
la mano
La mano
La miro. Es mi
mano.
Distinta a la
imagen que culturalmente poseo:
larga, dedos
puntiagudos
y en las
articulaciones exactitud matemática
de acuerdo al
ritmo de Mahler, Yupanqui, Xenakis.
Mi mano
cuadrada. Plana.
No están en
ella ni el monte de Júpiter ni el de Venus ni el de la Luna.
Sí el mapa de
siete generaciones que me preceden:
guerreros,
labradores, albañiles, truhanes, hilanderas, modistas
apretando el
terrón el puñal la sangre
el pañuelo
empapado de sudor
la humilde
violeta
el dedal el
huso la baraja.
Mírala, bruja
de todo alquimería,
quiromántica.
Mi destino no
está escrito en las líneas de la mano,
está en el
Universo.
Lo rigen el
tiempo y el espacio:
la gigantesca
espiral de la Historia:
ese milagro.
De Paloma
pantera
Al morir
con certeza mi
hermana gemela me dejó su vida
prendida al
ombligo
para que yo
viviera por ella y por mí.
Este yugo que
me unce
el peso de
milenarias piedras sobre los hombros
y su voz que es sólo un rumor
desvela a la
paloma a la pantera
a la locura que
se viste de rojo y violeta
se restriega
las manos mientras patina haciendo ochos sobre el piso
las paredes
el techo de la
casa.
Yo miro
aturdida
confundiendo mi
cama con un tren que vuela enloquecido en busca del sol.
Un poema que
será un hit:
En tren
Voy en tren.
Lo he tomado en
el mismo corazón de la Pampa,
junto al río de
los areneros,
y me voy hacia
el sur
desde donde
vienen girando
los médanos.
El tren quiere
adormecerme,
pero no me
adormezco.
Espero ver los
cardos violáceos
abrirse,
espero la lenta
llegada de los pueblos.
Sampacho,
Succo,
no me
adormezco.
Antes quiero
saber,
preguntar,
que me cuenten.
Y entre nubes
de tierra y de tabaco negro,
Saturnino
Barzola,
el hombre de mi
lado,
ya no es un
misterio.
“Tengo tres
hijos
–dice–
y he limpiado
un campo
de poleo.
Pero cuando el
maíz madure,
cuando comience
el frío,
me echarán del
rancho,
me arrancarán
del suelo”.
Saturnino
Barzola
ya no es un
misterio.
¡Cuánto
quisiera que el tren se convirtiera en toro
y lanzara
bramidos de fuego!
Los que
trabajan en el campo no son sus dueños.
Siembran para
otros semillas y sangre
dejan en la
tierra marchitar sus huesos.
Voy llegando a
un pueblo,
diré que a mi
pueblo.
¡Adiós,
Saturnino!
Aquí,
en una tumba,
están mis
abuelos Lucía y Silverio
que murieron
locos,
murieron de
miedo,
porque a ellos
también les robaron los panes,
a ellos también
les royeron los huesos.
Al morir
con certeza mi
hermana gemela me dejó su vida
prendida al
ombligo
para que yo
viviera por ella y por mí.
Este yugo que
me unce
el peso de
milenarias piedras sobre los hombros
y su voz que es sólo un rumor
desvela a la
paloma a la pantera
a la locura que
se viste de rojo y violeta
se restriega
las manos mientras patina haciendo ochos sobre el piso
las paredes
el techo de la
casa.
Yo miro
aturdida
confundiendo mi
cama con un tren que vuela enloquecido en busca del sol.
II
El silencio
cura mis heridas por ensalmo
y de un
devastado corazón
de una carne
abierta en llagas
hoy se
desprende la fragancia de antiguas
primaveras
y se abre la
rosa
no la elegida
por el ruiseñor
no la cantada
por el poeta.
La rosa que ese
paciente jardinero
oh gatos
ha hecho
florecer bajo la escarcha.
VI
Sus movimientos
me incitan
me vuelven a la
vida.
Tiemblo.
Palpito.
Y me urge ser
mujer
amar sobre la
hierba los paredones el asfalto
los puentes que
unen a la muerte con la vida.
XII
¿Qué son las
heridas
gatos
sino este
rasgarse el corazón por dentro
este sangrar
aromas y recuerdos
esta necesidad
de olvidar
y tener la
memoria como espejo?
XIII
Quiero apostar
al tres
rojo
enero
y los naipes
saltan pares:
dos cuatro
seis
marrones como
las lombrices
como un
garabato estructurado
anteojos
compas
sillas.
Apuesto al
siete
amarillo
y tengo los
girasoles de Van Gogh en las rodillas.
XV
Amaneceres
grises.
Nuevamente la
tragedia.
Esquilo Sófocles Eurípides en mis venas.
Alguien
los asesinos
golpean a mi puerta.
Abran gatos
dejen que ellos
se encuentren con mis ojos
y por el
espanto de tanto dolor
mueran.
Jamás serán
llorados
guitados
aullados
como los que
tantas madres tuvimos que aullar.
Baldovin,
Glauce: Con los gatos el silencio, Ediciones Argos, 1994.
bajolarosachina.blogspot.com/2013/03/cinco-poemas-de-glauce-baldovin.html
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