domingo, 14 de abril de 2019

POEMAS DE GLAUCE BALDOVIN


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                                                                    (Argentina,1928 - 1995)

De Poemas crueles


La poesía sale de su oscuro rincón

me enfrenta

me mira desde sus ojos sin párpados

y me exige testimonio sobre el hambre

la persecución

el crimen.



Me conmina.

Me sentencia.



Y antes de esfumarse otra vez

deja en mis manos un afilado puñal de punta perfecta.

De El rostro en la mano



La mano



La miro. Es mi mano.

Distinta a la imagen que culturalmente poseo:

larga, dedos puntiagudos

y en las articulaciones exactitud matemática

de acuerdo al ritmo de Mahler, Yupanqui, Xenakis.



Mi mano cuadrada. Plana.

No están en ella ni el monte de Júpiter ni el de Venus ni el de la Luna.

Sí el mapa de siete generaciones que me preceden:

guerreros, labradores, albañiles, truhanes, hilanderas, modistas

apretando el terrón el puñal la sangre

el pañuelo empapado de sudor

la humilde violeta

el dedal el huso la baraja.



Mírala, bruja de todo alquimería,

quiromántica.

Mi destino no está escrito en las líneas de la mano,

está en el Universo.

Lo rigen el tiempo y el espacio:

la gigantesca espiral de la Historia:

ese milagro.







De Paloma pantera



Al morir

con certeza mi hermana gemela me dejó su vida

prendida al ombligo

para que yo viviera por ella y por mí.

Este yugo que me unce

el peso de milenarias piedras sobre los hombros

y su voz      que es sólo un rumor

desvela a la paloma         a la pantera

a la locura que se viste de rojo y violeta

se restriega las manos mientras patina haciendo ochos sobre el piso

las paredes

el techo de la casa.



Yo miro aturdida

confundiendo mi cama con un tren que vuela enloquecido en busca del sol.

Un poema que será un hit:



En tren

Voy en tren.
Lo he tomado en el mismo corazón de la Pampa,
junto al río de los areneros,
y me voy hacia el sur
desde donde vienen girando
los médanos.
El tren quiere adormecerme,
pero no me adormezco.
Espero ver los cardos violáceos
abrirse,
espero la lenta llegada de los pueblos.
Sampacho, Succo,
no me adormezco.
Antes quiero saber,
preguntar,
que me cuenten.
Y entre nubes de tierra y de tabaco negro,
Saturnino Barzola,
el hombre de mi lado,
ya no es un misterio.
“Tengo tres hijos
–dice–
y he limpiado un campo
de poleo.
Pero cuando el maíz madure,
cuando comience el frío,
me echarán del rancho,
me arrancarán del suelo”.
Saturnino Barzola
ya no es un misterio.
¡Cuánto quisiera que el tren se convirtiera en toro
y lanzara bramidos de fuego!
Los que trabajan en el campo no son sus dueños.
Siembran para otros semillas y sangre
dejan en la tierra marchitar sus huesos.
Voy llegando a un pueblo,
diré que a mi pueblo.
¡Adiós, Saturnino!
Aquí,
en una tumba,
están mis abuelos Lucía y Silverio
que murieron locos,
murieron de miedo,
porque a ellos también les robaron los panes,
a ellos también les royeron los huesos.

Al morir

con certeza mi hermana gemela me dejó su vida

prendida al ombligo

para que yo viviera por ella y por mí.

Este yugo que me unce

el peso de milenarias piedras sobre los hombros

y su voz      que es sólo un rumor

desvela a la paloma         a la pantera

a la locura que se viste de rojo y violeta

se restriega las manos mientras patina haciendo ochos sobre el piso

las paredes

el techo de la casa.



Yo miro aturdida

confundiendo mi cama con un tren que vuela enloquecido en busca del sol.

II


El silencio cura mis heridas por ensalmo
y de un devastado corazón
de una carne abierta en llagas
hoy se desprende la fragancia de antiguas
                                                             primaveras

y se abre la rosa
no la elegida por el ruiseñor
no la cantada por el poeta.
La rosa que ese paciente jardinero
oh gatos
ha hecho florecer bajo la escarcha.

VI



Sus movimientos me incitan
me vuelven a la vida.
Tiemblo.
Palpito.
Y me urge ser mujer
amar sobre la hierba   los paredones     el asfalto
los puentes que unen a la muerte con la vida.

XII


¿Qué son las heridas
gatos
sino este rasgarse el corazón por dentro
este sangrar aromas y recuerdos
esta necesidad de olvidar
y tener la memoria como espejo?

XIII



Quiero apostar al tres
rojo
enero
y los naipes saltan pares:
dos     cuatro      seis
marrones como las lombrices
como un garabato estructurado
anteojos
compas
sillas.

Apuesto al siete
amarillo
y tengo los girasoles de Van Gogh en las rodillas.

XV



Amaneceres grises.
Nuevamente la tragedia.

Esquilo      Sófocles           Eurípides en mis venas.


Alguien
los asesinos
golpean a  mi puerta.
Abran    gatos
dejen que ellos se encuentren con mis ojos
y por el espanto de tanto dolor
mueran.
Jamás serán llorados
guitados
aullados
como los que tantas madres tuvimos que aullar.





Baldovin, Glauce: Con los gatos el silencio, Ediciones Argos, 1994.
bajolarosachina.blogspot.com/2013/03/cinco-poemas-de-glauce-baldovin.html



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