miércoles, 15 de julio de 2020

POEMAS DE ELIZABETH BARRETT BROWNING


Elizabeth Barrett Browning Stock Pictures, Royalty-free Photos ...

(6 de marzo de 1806, Kelloe, Reino Unido - 29 de junio de 1861, Florencia, Italia)

Almas de flores


Nos quedamos contigo, rezagadas,
las últimas de aquella muchedumbre,
como voz de quien canta
y sus propias canciones le enamoran.
Somos perfume y alma
de la flor y el capullo.
Tus pensamientos nos llevamos, cuando
nuestro aliento respiras,
hacia los amarantos de esplendores,
que en las colinas arden,
hacia tiernas campanas de los lirios
y grises heliotropos;
hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan
tal aliento de sueño y tal sonrojo,
que, al cruzarlas, los ángeles
habrán de parecerte más blancos todavía;
hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado,
donde te solazaste un día entero,
hasta que tu sonrisa trocábase en devota
y el rezo florecía;
hacia la rosa oculta en el boscaje,
que vertía sus gotas de rocío en tu sueño;
y hacia aquellos asfódelos floridos
donde tu paso hundiste.
Tiramos de tu ropa
y tu pelo alisamos;
desfallecemos entre nuestras quejas
y sufrimos, perdidas por los aires.

Versión de Màrie Manent

Catalina a Camoens


Al morir mientras él se encuentra en el extranjero
y aludiendo a los versos en los que el poeta
se refería a su dulce mirar.

No entrarás por esta puerta
que contemplo sin cesar.
¡Adiós! Se va la esperanza,
viene la muerte, no tú.
Ven, amor mío,
ven a cerrar
estos ojos que llamaste
los de más dulce mirar.

Cuando oía tu canción
en antiguas primaveras,
olvidando otros elogios
sólo escuchaba los tuyos,
y repetía
el corazón:
Benditos sean mis ojos
si le parecen tan dulces.

Todo cambia y esta tarde
baña un sol frío la puerta.
¿Susurrarías ahora
igual que antes: Te amo mucho...
cuando la muerte
nubla triunfal
los ojos que ayer llamaste
los de más dulce mirar?

Si estuvieras a mi lado
junto a la cama en que muero,
aunque antaño desdeñaste
su hermosura, sé que ahora
los llamarías
siendo veraz,
por el amor que hay en ellos,
los de más dulce mirar.

Y si entonces los mirases
y ellos te viesen a ti,
todo su brillo perdido
volverían a tener.
Por el amor
y de verdad
fueran belleza radiante
los de más dulce mirar.

Pero, ay, que sólo me ves
con ojos de enamorado
como una leve sonrisa
soñando tras abanicos;
y así repites
sin saber más
en tus serenos ensueños:
los de más dulce mirar.

Mientras el alma se sale
de mi cuerpo lento y pálido,
siempre ansioso por oír
estas palabras de amor,
¡oh, mi poeta,
ven a mí ya!
Tardío amor, ven, son tuyos
los de más dulce mirar.

Poeta mío, profeta,
al alabar su dulzura,
¿es que no viste que está
apagándose su luz?
¿Es que no viste
que ya jamás
devolvería la tumba
los de más dulce mirar?

Silencio. Sólo se escucha
el surtidor en el patio,
cae el agua sobre el mármol
como cae el corazón
desde el suspiro
hasta la muerte,
muerte que anuncia su triunfo
sobre los ojos más dulces.

¿Vendrás? Me siento muy sola,
todo es amargo a mi lado,
y tu voz, amado mío,
no me despierta los párpados.
Ha muerto amor,
llorad, llorad,
junto al ciprés si es que fuisteis
los de más dulce mirar.

Sonaba el ángelus, cerca
de aquel convento paseábamos
y los coros atraían
los ángeles al coloquio.
Veía el cielo
el alma audaz.
Sonreíste. ¿Es eso impuro,
los de más dulce mirar?

Al pasar en tu caballo
y ver tras la celosía
de aquel palacio otro rostro
que no es el rostro de siempre,
¿en un murmullo
repetirás:
Desde aquí me contemplasteis,
los de más dulce mirar?

Cuando las damas en torno
de tu guitarra te digan:
Canta, poeta, los versos
de la dama que murió,
¿entre las lágrimas,
no fingirás
entonando la canción
de la del dulce mirar?

¡Oh, melodiosas palabras
muchas veces repetidas!
Entre todas tus canciones
la mejor ésta será,
la escucha el alma
una vez más
entre el ruido de este mundo...
Los de más dulce mirar.

El clérigo va a rezar,
el coro está de rodillas,
otras músicas solemnes
el alma pronto oirá.
¡Oh, miserere,
oh, ten piedad!
Ya no será Catalina
la de más dulce mirar.

Guarda esta cinta que es mía
(me la quité del cabello),
y cuando llores sobre ella
no te sentirás tan solo,
pues desde el cielo
yo sin cesar
en ti posaré estos ojos,
los de más dulce mirar.

Pero ahora, cuando aún
estoy aquí, brillan más;
tú, amor mío, echa en olvido
todo lo que es mi pasado:
estas palabras
dedicarás
a otra más bella que yo:
la de más dulce mirar.

Pero, ¿qué hacéis, ojos míos?
Sois desleales si el llanto
dejáis caer por el bien
de su esperanza y su vida.
Sería indigno
para el mortal
que un llanto ruin enturbiara
los de más dulce mirar.

Velaré por su futuro,
bendeciré su esplendor;
quiero que cante a otros ojos
de mirar mucho más dulce.
Que los proteja
su ángel guardián,
y que sean para él
los de más dulce mirar.

Versión de Carlos Pujol

De mi cabello nunca di un rizo a un hombre...


De mi cabello nunca di un rizo a ningún hombre,
amado mío, salvo el que te ofrezco ahora
y, pensativamente, en toda su largura
sombría, voy ciñendo en torno de mis dedos.

Tómalo. Ya mis días de juventud pasaron;
ya al paso alborozado no tiembla mi cabello,
ni prendo en él la rosa o los brotes del mirto,
como las chicas suelen: ya sólo puede, en pálidas

mejillas, sombrear las huellas de mi llanto,
y se avezó a soltarse cuando a la frente inclina
con su arte el dolor. Temí que las tijeras

fúnebres lo cortaran primero, y ha vencido
tu amor. Tómalo. Puro como antaño, hallarás
el beso que, al morir, en él dejó mi madre.
Versión de Màrie Manent

¿De qué modo te quiero?


¿De qué modo te quiero? Pues te quiero
hasta el abismo y la región más alta
a que puedo llegar cuando persigo
los límites del Ser y el Ideal.

Te quiero en el vivir más cotidiano,
con el sol y a la luz de una candela.
Con libertad, como se aspira al Bien;
con la inocencia del que ansía gloria.

Te quiero con la fiebre que antes puse
en mi dolor y con mi fe de niña,
con el amor que yo creí perder

al perder a mis santos... Con las lágrimas
y el sonreír de mi vida... Y si Dios quiere,
te querré mucho más tras de la muerte.

Versión de Carlos Pujol



Dilo, dilo otra vez...


Dilo, dilo otra vez, y repite de nuevo
que me quieres, aunque esta palabra repetida,
en tus labios, el canto del cuclillo recuerde.
Y no olvides que nunca la fresca primavera

llegó al monte o al llano, al valle o a los bosques,
en su entero verdor, sin la voz del cuclillo.
Me saluda en las sombras, amado mío, incierta,
esa voz de un espíritu, y en mi duda angustiosa,

clamo: «¡Vuelve a decir que me quieres!» ¿Quién
teme un exceso de estrellas, aunque los cielos colmen,
o un exceso de flores ciñendo todo el año?

Di que me quieres, di que me quieres: renueva
el tañido de plata ; mas piensa, amado mío,
en quererme también con el alma, en silencio.

Versión de Màrie Manent

¿Es verdad que de estar muerta sintieras...


¿Es verdad que de estar muerta sintieras
menos vida en ti mismo sin la mía?
¿Que no brillara el sol lo mismo que antes
sabiéndome en la noche del sepulcro?

¡Qué estupor, amor mío, cuando vi
en tu carta todo eso! Yo soy tuya...
Pero... ¿tanto te importo? ¿Cómo puedo
servirte vino con mi mano trémula?

Renunciaré a los sueños de la muerte
volviendo a las miserias del vivir.
¡Ámame, amor, tu soplo resucita!

Otras cambiaron por amor su rango,
y yo por ti el sepulcro, la dulzura
celestial por la tierra aquí contigo.

Versión de Carlos Pujol

¡Mis cartas!


¡Mis cartas! Papel muerto... mudo y blanco...
Y no obstante palpitan esta noche
en mis trémulas manos cuando aflojo
la cinta y caen sobre mis rodillas.

Ésta decía: Dame tu amistad...
Ésta fijaba un día en primavera
para tocar mi mano... casi nada,
¡pero cuánto lloré! Ésta... un papel...

decía: Te amo, y yo me estremecí
como si Dios rasgase mi pasado.
Ésta, Soy tuyo... pálida la tinta

por estar junto a un pecho tumultuoso.
Y esta última... ¡oh, amor!, no fuese digna
de lo que dices si lo repitiera.

Versión de Carlos Pujol

No me acuses, te ruego...


No me acuses, te ruego, por la excesiva calma
o tristeza del rostro, cuando estoy a tu vera,
que hacia opuestos lugares miramos, y dorarnos
no puede un mismo sol la frente y el cabello.

Sin angustia ni duda me miras siempre, como
a una abeja encerrada en urna de cristales,
pues en templo de amor me tiene el sufrimiento
y tender yo mis alas y volar por el aire

sería un imposible fracaso, si probarlo
quisiera. Pero cuando yo te miro, ya veo
el fin de todo amor junto al amor de ahora,

más allá del recuerdo escucho ya el olvido;
como quien, en lo alto reposando, contempla
más allá de los ríos, tenderse el mar amargo.

Versión de Màrie Manent

Oh, amor mío, amor mío...


Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso
que existías ya entonces, hace un año,
cuando yo estaba sola aquí en la nieve
y no vi tus pisadas ni escuché
tu voz en el silencio... Mi cadena,
eslabón a eslabón, iba midiendo
como si no pudiese verme libre
por tu posible mano... ¡Hasta beber
la prodigiosa copa de la vida!
¡Qué extraño no sentirte en el temblor
del día o de la noche, voz, presencia,
ni adivinarte en esas flores blancas!
Yo era ciega lo mismo que el ateo
que no descubre a Dios al que no ve.

Versión de Màrie Manent

Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo...


Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo,
desde que oí los pasos de tu alma moverse
levemente, ¡oh, muy leves!, junto a mí, deslizándose
entre mí y aquel borde terrible de la muerte

tan clara, donde hundirme creí; mas fui elevada
hasta el amor y pude saber un nuevo ritmo
para mecer la vida. La copa de amarguras
que Dios nos da al nacer, apuraré gustosa,

loando su dulzura, amor mío, a tu lado.
El nombre de las tierras y el del cielo se mudan
según donde estés tú o hayas de estar un día.

Y este laúd y el canto mío, que quise antaño
(los ángeles canoros bien lo saben), los quiero
sólo porque tu nombre se mezcla en lo que dicen.

Versión de Màrie Manent

Si has de amarme que sea solamente...


Si has de amarme que sea solamente
por amor de mi amor. No digas nunca
que es por mi aspecto, mi sonrisa, el modo
de hablar o por un rasgo de carácter

que concuerda contigo o que aquel día
hizo que nos sintiéramos felices...
Porque, amor mío, todas estas cosas
pueden cambiar, y hasta el amor se muere.

No me quieras tampoco por las lágrimas
que compasivo enjugas en mi rostro...
¡Porque puedo olvidarme de llorar

gracias a ti, y así perder tu amor!
Por amor de mi amor quiero que me ames,
para que dure amor eternamente.

Versión de Carlos Pujol
Tomado de.



Un instrumento musical


¿Qué estaba haciendo, el gran dios Pan,
 ¿Abajo en las cañas junto al río?
Difundiendo ruina y dispersando la prohibición,
Salpicar y remar con las pezuñas de una cabra,
Y rompiendo los lirios dorados a flote
 Con la libélula en el río.

Él arrancó una caña, el gran dios Pan,
 Desde el lecho profundo y frío del río:
El agua límpida corrió turbiamente
Y los lirios rotos moribundos yacían,
Y la libélula había huido,
 Antes de sacarlo del río.

En lo alto de la orilla estaba sentado el gran dios Pan
 Mientras fluía turbiamente el río;
Y hackeado y tallado como un gran dios puede,
Con su acero sombrío y duro en la caña paciente,
Hasta que no haya una señal de la hoja de hecho
 Para probarlo fresco del río.

Lo interrumpió, hizo el gran dios Pan,
 (¡Qué altura tenía en el río!)
Luego dibujó la médula, como el corazón de un hombre,
Desde el anillo exterior,
Y muescas la pobre cosa seca y vacía
 En agujeros, mientras se sentaba junto al río.

"Este es el camino", se rió el gran dios Pan
 (Rió mientras se sentaba junto al río),
'La única forma, desde que comenzaron los dioses
Para hacer música dulce, podrían tener éxito '.
Luego, dejando caer su boca en un agujero en la caña,
 Sopló en el poder por el río.

¡Dulce, dulce, dulce, oh Pan!
 Piercing dulce por el río!
Dulce cegador, ¡oh, gran dios Pan!
El sol en la colina olvidó morir
Y los lirios revivieron, y la libélula
 Volvió a soñar en el río.

Sin embargo, la mitad de una bestia es el gran dios Pan,
 Para reír mientras se sienta junto al río,
Hacer un poeta de un hombre:
Los verdaderos dioses suspiran por el costo y el dolor, -
Por la caña que crece nunca más
 Como una caña con las cañas en el río.

A George Sand: un deseo


Tú, mujer de cerebro grande y hombre de corazón grande,
Autodenominado George Sand! cuya alma, en medio de los leones
De tus sentidos tumultuosos, gemidos de desafío
Y las respuestas rugen por rugir, como los espíritus pueden:
Me gustaría un leve trueno milagroso corrió
Por encima del aplaudido circo, en electrodoméstico
De la fuerza y ​​ciencia de tu propia naturaleza más noble,
Dibujando dos piñones, blancos como alas de cisne,
Desde tus fuertes hombros, para sorprender el lugar
Con luz más santa! que a la demanda de la mujer
Y el hombre, el más poderoso puede unirse al lado de la gracia del ángel
De un genio puro santificado de la culpa
Hasta que el niño y la doncella se presionen a tu abrazo
Besar en tus labios una fama de acero.
Tomado de:


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