miércoles, 22 de julio de 2020

POEMAS DE PETER HUCHEL

                         (3 de abril de 1903, Lichterfelde, Berlín - 30 de abril de 1981, Staufen, Alemania)


Mala hierba

 

 

Tampoco ahora que el revoque se comba

 

y desprende del muro de la casa,

 

que las metástasis del mortero

 

se hacen visibles en anchas madejas,

 

quiero escribir a dedo desnudo

 

en la pared porosa

 

los nombres de mis enemigos.

 

 

 

El flujo de escombros nutre a la mala hierba,

 

las ortigas, de palidez calcárea,

 

proliferan en el cuarteado borde del terrado.

 

Los carboneros que al atardecer

 

me abastecen de coques a hurtadillas,

 

acarreando los cestos hasta el sótano,

 

no ponen cuidado, aplastan

 

las onagras,

 

que yo levanto de nuevo.

 

 

 

Bienvenidos los visitantes

 

que aman la mala hierba,

 

que no evitan el sendero de piedra

 

cubierto de hierba.

 

Ninguno viene.

 

 

 

Vienen los carboneros,

 

de sus sucios cestos vierten

 

la negra y angulosa tristeza

 

de la tierra en mi bodega.

 

El juicio

 

 

No nacido

 

para vivir bajo las alas de la fuerza,

 

adopté la inocencia del culpable.

 

 

 

Legitimado

 

por la ley de los más fuertes

 

está el juez sentado a su mesa,

 

y hojea, hosco, mi expediente.

 

 

 

Sin deseos

 

De rogar clemencia,

 

me planté ante la barrera

 

con la máscara de la luna poniente.

 

 

 

Con la vista clavada en la pared

 

vi al jinete de ojos vendados

 

por un oscuro viento,

 

helado fragor en las esporas de los cardos.

 

Remontaba el río bajo los alisos.

No todos van erguidos

 

por el vado de los tiempos.

 

A muchos les arranca el agua

 

las piedras bajo los pies.

 

 

 

Con la vista clavada en la pared,

 

incapaz

 

de llamar aún aurora

 

a la bruma de sangre,

 

oí cuando el juez

 

dictó su sentencia,

 

añicos de frases en papeles amarillentos,

 

y cerró la tapa de las actas.

 

 Inescrutable

 

lo que movía su rostro.

 

Cuando lo miré

 

vi su impotencia.

 

El frío me cortó los dientes.

Tomado de:

http://www.vallejoandcompany.com/antologia-personal-peter-huchel-el-empuje-poetico-de-la-historia/

 

A LOS SORDOS OÍDOS DE LAS GENERACIONES

 

Era un país con cien fuentes.

 

Llevad agua para dos semanas.

 

El camino está vacío, el árbol quemado.

 

La desolación absorbe el aliento.

 

La voz se convierte en arena

 

y se arremolina alta y sostiene el cielo

 

con una columna que se desmorona.

 

 

 

Después de mucha distancia otro río muerto.

 

Los días vagan por el junco

 

y arrancan lana de los cirios negros.

 

Y una piel de verdín tapona

 

el agujero del agua,

 

como podrida moneda de cobre allá en el cieno.

 

 

 

Piensa en la lámpara

 

de la tienda bordada en oro del joven Africanus:

 

no permitió que su aceite siguiera ardiendo,

 

pues el fuego arreciaba lo suficiente

 

para alumbrar las diecisiete noches.

 

 

 

*

 

 

 

Polibio cuenta acerca de las lágrimas

 

que Escipión ocultó en el humo de la ciudad.

 

Después cortó el arado

 

por entre ceniza, hueso y escoria.

 

Y quien lo escribió, pasó el lamento

 

a los sordos oídos de las generaciones.

 

 

 

INFORME DEL PÁRROCO SOBRE LA DECADENCIA DE SU CONGREGACIÓN

 

Cuando Cristo descendió ardiendo de la cruz-

 

¡oh horror mortal!

 

clamaron las trompetas broncíneas

 

de los ángeles, volando en la tormenta de fuego.

 

Ondeaban ladrillos como hojas rojas.

 

Y aullando se quebró en la torre vacilante

 

y arrojando sillares el muro,

 

como si estallara el núcleo de hierro de la tierra.

 

¡Oh, ciudad en llamas!

 

Oh, claro mediodía, encarcelado en gritos-

 

como un rescoldo de heno se esparció el cabello

 

de las mujeres.

 

Y donde ellos disparaban en vuelo rasante a los

 

que huían,

 

allí la tierra, el cuerpo del señor, yacía desnuda

 

y sangrienta.

 

 

 

No era el derrumbamiento del infierno:

 

Huesos y cráneos como lapidados

 

por una gran cólera, que fundió incluso el polvo,

 

y unida a la luz aterrada

 

se desprendió la cabeza de Cristo de la cruz.

 

Volteaban atronadoras las escuadrillas.

 

A través de cielos rojos despegaron,

 

como si cortaran la arteria del mediodía.

 

Yo la vi hincharse, devorar, arder-

 

y revuelta estaba también la tumba.

 

¡Aquí no había ley alguna! Mi día era demasiado

 

corto

 

para conocer a Dios.

 

 

 

Aquí no había ley alguna. Pues de nuevo lanzaba

 

la noche

 

desde fríos cielos escoria ardiente.

 

Y viento y humaredas. Y aldeas encendidas

 

como carboneras.

 

Y gente y ganado sobre la estrecha vereda.

 

Y por la mañana los muertos de la barraca del tifus,

 

que yo enterraba, sobrecogido de horror-

 

Aquí no había ley alguna. El sufrimiento escribía

 

con escritura cenicienta: ¿Quién puede resistir?

 

Pues próximo estaba el momento.

 

 

 

Oh, ciudad desolada, qué tarde era,

 

iban los niños, los ancianos

 

con pies polvorientos atravesando mi plegaria.

 

Por las calles agujereadas los veía caminar.

 

Y cuando se tambaleaban bajo la carga

 

y se derrumbaban con una lágrima helada,

 

por la niebla de las largas carreteras del invierno

 

nunca venía un Simón de Cirene.

Tomado de:

http://www.edicionesigitur.com/dossieres.htm#por_que


No hay comentarios.:

Publicar un comentario