(20 de abril de 1922 - 30 de octubre de 1988, Atenas, Grecia)
Tiempo imprevisible
Cuando comienza la negra nostalgia y el ahogado
recuerda su casa,
mientras en el dormitorio en penumbra los amantes
se ponen de nuevo la máscara mortuoria que dejaron caer
y bajan las escaleras en total soledad – ahora
y hace mil años.
Procedimientos fraudulentos
No hay otra manera posible. Al final, cada cual
debe creer en sí mismo.
Cuántos falsos testimonios no han salvado alguna
vida.
Aventura
La habitación del hotel era miserable, “tus labios
están brillantes”, le digo, “sí”, me dice, “es por
el
pintalabios, “claro”, le digo, “el pintalabios es
siempre
imprescindible” –
y pensé en las madres que creen que han parido,
mientras no se oye sino el llanto de la eterna
aflicción
entre los pañales…
Éxitos personales
A menudo, mientras caminas por la noche en completa
soledad,
algo te toca en el hombro,
te vuelves entonces – y sientes de golpe lo vano
de la existencia. Pero no te afliges
como si fueras el primero en descubrirlo.
Habitaciones vecinas
Miserables escenas nocturnas, palabras anodinas, el
olor
del
niño sin bañar,
el viejo que se adormece en su silla, pequeños
adulterios
durante el sueño, las estaciones, (¿qué estaciones?) –
mientras en la habitación del vecino se oía una
música,
como
si alguien se curase de la temporalidad.
Tomado de:
Asesinato
“¿Quién es?”, “calma, nadie”, dijo, las moscas se
ahogan en las sobras del vino, cubriendo con negras manchas el brillo del
otoño, “¿dónde vamos?”, pregunté, “te aposté –dijo– y perdí”,
las
estatuas me hacían señas, pero era algo inexplicable, en verdad cómo lo saben,
me preguntaba, y en las noches me inclinaba, “¿estáis bien?”, preguntaba,
porque yo no había sepultado a mis muertos,
mi
pecado era que traté de escapar al destino, llené de nuevo los vasos, “bebe
miserable”, dije, luchamos con rabia sobre la alfombra, y cuando me arrojó por
la ventana, una mujer lejana abrió el tragaluz y me cubrió con sus párpados,
entonces
apareció la luna, debía apresurarme, debía ocultar todos esos cadáveres que
inundaban el sótano –dios mío, cuántas veces me habían matado,
y cuando
abrió la puerta, vi sobre la mesa, como vino derramado, nuestro largo viaje,
“si regreso, ¿nos encontraremos de nuevo tal vez?”, dijo, “sí –le digo–, porque
yo estaré siempre en la orilla”.
Lo mínimo
No es que hayas perdido tus sueños más hermosos.
No es que se hayan ido tus más preciados años.
No es, no, que hayas visto a tus últimos amigos
traicionarte o desertar. Este agujero es terrible
en el muro
que con trabajo levantaste, noches en vela,
destruyendo tus manos y tus años
en las piedras –muro para ocultarte de la
implacable
indiferencia del vacío.
Y ahora, un pequeño agujero, casi invisible, por
donde
entra sin ruido e irrevocable
todo el frío de la gran vanidad.
Tomado de:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario