Soliloquio del suicida
Me voy, o hace tiempo
dejé que se pudrieran las manzanas.
Fui, pero no: siempre estuve de oscuro.
Silencio y sombra me habitaron.
Me acribilla tu luz, luz enemiga,
la rencorosa luz que de tu cuerpo llega.
En la noche me adentro. Allí me ahorco.
Navaja ya sedienta ya se acerca
Relación del sediento
Sed. Cuánta. Qué ansias. Cómo quema
este hierro en la garganta,
este alarido.
Qué de ansias de apagar esta llaga.
Esa mano. Clavo ardiente es tu mano.
Cuánta sed. Hace frio.
Sal es el agua. Sales del agua
hecha sombra hecha hierro que destroza.
Cuánto polvo. Qué de sed da ese polvo.
Vete, o no; ven; ven a mi lado.
Cuánta sed; cuánta. Qué de derrumbes.
Cuánto arde tu tizón; ese hierro.
Ven. Sé labio: empápame. O durazno, no sé.
Empápame. Sé jardín o paloma. Pero ven.
Otro hierro ya no, que ya es bastante
este que en tu impiedad hierro me está
mascando todo.
Esa mano ya no, que me destroza.
Cuánta sed da ese hierro. Qué de polvo.
Qué de remordimiento es ese hierro.
Otro ya no. Esas uñas ya no.
Piedad.
—¡Cuánto desastre!
Cómo, cómo troza. Cuánta sed da ese hierro,
cuánta;
Qué de remordimiento en ese hierro.
Otro ya no, que ya mi llaga llaga mucho.
Esas uñas ya no.
Piedad.
(Este
desastre.)
Epitafio del perro
Fue de sombra.
Aquí no está sino la sombra
de la sombra de un hueco que una vez
cavó buscando el alba.
(Jardín pleno de luz le fue vedado).
Se devolvió a la sombra.
En soledad su sombra y su ladrido
siempre estarán huyendo entre la sombra.
Nunca jamás habrá perdón para él y su alarido.
Nunca hallará la paz su imagen de suicida.
Algo suena
Fuego o cuanta dulzura como lluvia
o fruta mordisqueada queda de tu sombra.
Quede vienes, callada, quedamente vienes,
llovizna o niebla. Apenas un sonido,
una guitarra que suena dulcemente
te aproxima.
dulce, o muy triste, tristemente yo estoy
o espina o me desgarro o quedarme quedo
soy sollozo.
Brasa o pasión. Como a ciruela herida
yo te masco.
Rescoldo, o qué. Fuiste cuerpo.
Aquella llama queda.
Queda, calladamente vienes, triste o dulce.
Yo te quiero.
Ceniza, o fue. Qué desolado está, sin ti,
éste o aquél mundo que formaste en la niebla.
Erizo en su sollozo espina este silencio.
Me fui.
Cuánto silencio hay, cómo te llama.
Son silencio
Pájaros son sarcófago: son silencio.
Trino ya no; aquel sollozo.
Laúd, o quién dolido ya no tañe,
sí solloza.
Son silencio.
Pájaros no; sólo ese trino.
Cítara fue: son neblina,
laúd que nadie tañe,
sí solloza.
Son silencio.
Trinos no son; pájaros fueron:
son sarcófago.
Esta neblina.
Guitarra, o quién, caído, ya no clama,
sí solloza.
Son silencio.
Pájaros son neblina; trinos ya no: silencio.
Dolido, o quién no exprime ya limones
sobre cítaras rotas o maderas de guitarra
carcomida, o ya laúdes ya no tañe,
sí solloza.
Son silencio.
Pájaros son sarcófago de olvido. Son silencio.
Vidrio Fuerza Cristal
Fue, o este desastre.
Se derramó la sed
—y cuánta lengua calcinada
bebe salitre o ansias de ser cuerpo.
Empapado de sed, vidrio fuerza cristal
o lame ya osamentas de paloma.
Caen cristales o venas.
La noche es ya crujir de qué mordiscos:
parió la noche canes,
campanas ya no sino desastre.
La muerte ya jardín
—qué sed
la que la acecha.
Tomado de:
https://asociaciondeescritoresmex.org/mx/archive/CP/Max_Rojas.pdf
ELEGÍA COMO GRITO PARA UNA TARDE DE DICIEMBRE
a María Elena
Vienen noticias del atroz invierno,
las traen veloces hojas amarillas,
dicen que pasa el frío las orillas
de la piedad, soplando del averno.
Que el norte salta de la luna al cuerno,
que los navíos crujen en astillas
y que las desoladas maravillas
no tienen fin, o puede que uno eterno.
Éste es el tiempo de no hacer derroche
y avivar la memoria de la hoguera
viendo que todo va color de muerto.
Pues el invierno es amo de la noche
y la tiniebla arrecia y ya no espera,
si es preciso soñar, soñar despierto.
Eliseo Diego
Desbaratado el grito, el silencio que cruje en la
escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
nadie grita tu nombre, nadie te espera, nadie
camina
por la calle recogiendo tu sombra partida en
pedacitos,
tu esqueleto partido en pedacitos, nadie te
extraña,
puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza,
nadie grita tu nombre, nadie te espera,
sólo el silencio que baja y te destroza,
sólo el silencio que baja y te aniquila,
el sonido que llega de repente para decir no hay
nadie,
nadie camina desde la oscura zona del derrumbe,
nadie te espera, di buenas noches, estoy triste,
busco a Elena,
la he buscado en todas las grietas de la tarde,
no la encuentro,
la he buscado en todos los hoyos de la noche, no
la encuentro,
estoy palpándome ceniza y no la encuentro,
busco a Elena, no vendrá nunca, dile que venga,
no vendrá nunca,
llámala hasta que el musgo te nazca en la
garganta,
llámala hasta que tu garganta sea de musgo, no
vendrá nunca,
di su nombre, repítelo hasta que la lengua se te
caiga,
repítelo hasta que los dientes se te caigan, no
vendrá nunca,
sólo el silencio que cruje en la escalera te
acompaña,
el sonido que llega de repente para decir no hay
nadie,
nadie te espera, di buenas noches, tengo miedo,
busco a Elena,
puedes echarte a caminar buscando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza, no
vendrá Elena nunca,
di su nombre, graba en la noche su perfil de
sombra,
su rostro de neblina, su cuerpo sepultado en
caracoles,
di su nombre, repítelo hasta que los dientes se
te crujan,
clávalo en tu memoria como una enredadera de
moluscos,
di su nombre, guarda lo casi nada que te queda,
el último sollozo,
el recuerdo como una abandonada calavera, el
llanto en pedacitos,
pregunta por Elena, desbaratado el grito,
desbaratados tú y tu sombra que se hunden bajo el
grito crujiendo en la escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay
nadie,
sólo tu soledad que llega crujiendo en la
escalera,
no está Elena, besa la oscura zona de sus labios,
no está Elena, muerde su sombra fría, no vendrá
nunca Elena,
seguirás esperando, seguirás caminando su oquedad
con los dedos,
seguirás consumiéndote en tu furia, no vendrá
Elena nunca,
recoge tu tristeza, envuélvela en su grito,
dile que busque a Elena por las calles,
dile que llame a Elena en las esquinas,
no vendrá nunca, seguirás esperando,
seguirás caminando los muros de la noche,
seguirás destrozando las paredes del sueño,
di su nombre, repítelo hasta que el miedo te
derrumbe,
no hay remedio, bajarás con tu sombra al fondo de
la tarde,
beberás en la tarde del grito que te ahoga,
desbaratado el grito,
el sonido que llega de repente para decir no hay
nadie,
no vendrá nunca Elena, desbaratado tú y tu
cuerpo,
no vendrá Elena nunca,
sal a la calle y grita, búscala en donde sea,
rompe las puertas, destroza las ventanas, derriba
las paredes,
no ha venido, pregunta a los que pasan, no ha
venido,
asómate al espejo, Elena, ven, gritando al borde
del espejo,
no ha venido, seméjate a su sombra, parécete a su
ausencia,
no vendrá nunca, todo duele, nada importa,
desbaratado el grito, el sonido que llega de
repente para decir no hay nadie,
nadie camina subiendo la escalera, no vendrá
nadie,
sólo tu soledad que sube crujiendo a tu
esqueleto,
sólo tu soledad crujiendo en tu esqueleto,
desbaratado el grito,
desbaratados tú y tu cuerpo, y el grito con que
gritan,
mira tu grito que se hunde en el espejo,
mira tu cuerpo que se hunde tras tu grito en el
espejo,
entrarás al espejo, seguirás a tu cuerpo que se
hunde
tras su grito en el espejo,
te hundirás tras tu cuerpo y tras su grito
en el cuerpo de Elena, oculto en el espejo,
volverás del espejo con el cuerpo de Elena metido
entre tu cuerpo,
ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no
vendrá Elena nunca,
seguirás esperando, seguirás escarbando entre la
noche en busca de su cuerpo,
no vendrá Elena nunca, quedarás para siempre
roída la conciencia,
amargo el llanto, fúnebre el recuerdo, no vendrá
Elena nunca,
sólo la sombra de su sombra habita en el espejo,
sólo la sombra de tu sombra baja crujiendo la
escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay
nadie,
no vendrá nunca nadie,
puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,
puedes perderte para siempre en tu tristeza,
nadie jamás te llamará en la noche,
nadie jamás recogerá tu cuerpo partido en
pedacitos,
tu esqueleto partido en pedacitos,
desbaratados tú y tu calavera abandonada,
un sonido de luna se derrumba, un sonido de
espanto se desploma,
vete por el espejo, Elena, ven, gritando en el
espejo,
ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no
vendrá nunca,
ámala y húndete en la furia, no vendrá nunca,
desbaratados para siempre tú y tu cuerpo,
desbaratado el grito, el silencio que cruje en la
escalera,
el sonido que llega de repente para decir no hay
nadie, no vendrá nunca nadie,
y cerrar esta puerta.
1965
EL TURNO DEL AULLANTE
a Lourdes y Antonio Gazol
A mi modo brutal, un poco manso…
José Martí
I
Lo furioso, lo verdaderamente animal
que me sostiene, lo que me guarda en pie
con el rencor crecido, esto como de hueso,
como de dientes que se muerden
después de haber mascado el polvo,
esto de sangre, esto de grito ahorcado
como un aullido en la garganta,
esto como un muro, como un sollozo
largo de noche sin hogueras, lo animal,
lo verdaderamente huraño que me duele en los
ojos.
Dije que el mar es algo así como esa diaria
muerte
de mi cuerpo. Hoy me sale lo bronco
y me revuelvo, hoy me sale lo herido
y me desgarro —perdón por esta forma
de amargura, pero es que hoy
de muy dentro me sale lo animal desbocado,
la verdadera furia que me empuja:
esto de maldecir espinas por la boca
lo formalmente triste,
lo exactamente amargo como el llanto.
Ahora me vuelvo y me despido y me regreso.
Voy a buscar mi sombra entre la sombra,
porque mordí sin tiempo un corazón de niebla,
y lo bronco,
lo verdaderamente animal que me sostiene
está dolido.
II
No he podido morir porque empezó a llover anoche,
pero, a decir verdad, ya no me duele aquello
tanto como entonces, ya no me tumba tanto el
cuerpo
como antes. No he podido llegar, pero no importa;
han sucedido cosas a todo esto: nacieron gentes
y vinieron visitas y pasaron tranvías largos como
la noche;
mi único traje se volvió ceniza, mi triste hueco
se largó a paseo, me atardeció de pronto,
no sé, sin enterarme; luego empezó a llover y no
hubo tiempo,
no hubo manera de llegar a parte alguna; me
encontré
de repente sin memoria, y olvidé todo aquello que
me hería.
Debo decir que era una lluvia oscura la de anoche
(no sé si me entendáis, quiero decir que era una
lluvia
venida de muy lejos, venida desde abajo de la
tarde
como un montón de niebla sollozante, como un
grito;
no sé si me entendáis, era como mujer que llega a
despedirse);
debo decir que era una lluvia fría la de anoche,
un encontrarse de pronto en un espejo, llamando a
no sé quién
con qué silencio, llamando a no sé quién con qué
alarido.
Debo decir que era una lluvia hosca la de anoche.
No he podido morir, pero no importa. Me quedan
otros trozos
de pellejo y otros dientes, y a lo mejor mi traje
funeral
no está bien hecho. Olvidé tantas cosas desde
anoche
que olvidé que mi cuerpo estaba roto y ahora está
no sé dónde, cayéndose de olvido; de esto, a
veces,
me acuerdo con nostalgia: salgo por él gritando
como un loco, y acabo sin remedio tropezando.
Debo encontrar un cuerpo que me aguante: mi único
traje
se volvió ceniza, y no me queda piel con que ir a
mis entierros.
Para decir verdad, ya no me duele aquello como
antes.
Tengo recuerdos de mujer trozándome los labios, y
ganas
de llegar a alguna parte. No sé si me entendáis:
es un poco de polvo que me aguarda, un montón de
silencio
que me espera. Traigo recuerdo de mujer
crujiéndome
en los huesos y un hoyo, aquí, que me lastima.
No he podido morir, pero no importa:
desde anoche me duele el esqueleto,
y eso quiere decir que estoy llegando.
Han sucedido cosas, a todo esto: murieron gentes
y se fueron
visitas y pasaron noches largas como tranvías y
anocheció
de pronto, no sé, sin enterarme; yo me encontré
metido
en un espejo (debo decir que era una lluvia fría,
decir que era una lluvia que golpeaba), llamando
a no sé quién
con qué silencio, llamando a no sé quién con qué
alarido,
con qué ganas de llegar a alguna parte.
Ya no me crece yerba en el olvido; me acostumbré,
sin duda,
a tanto oscuro, y a lo mejor mi traje ya está
listo:
es cosa de buscar en los armarios donde mi
cuerpo,
a veces, se refugia.
Podría añadir algunas otras cosas, pero, a decir
verdad,
aquello ya no duele como entonces.
Traigo recuerdos de mujer siguiéndome los pasos
y un hoyo aquí, bajo la piel, que no lo aguanto.
1965
VII
Descalabrado del lenguaje —y luego,
con quién hablar si a nadie
le importa mi gritada,
y nadie, en fin,
se va a dejar caer por estos huecos
en que anda mi bramido balbuciendo,
y más aún mi lenguaraje en busca
de qué decir o cómo y para qué,
si al cabo a mí lo de linguar
se me quedó una tarde apergollado
y dándose de topes contra el suelo,
en un lugar adonde para qué volver,
si pretender apuntalar mi lengua
es tanto o mucho más difícil
que pretender, ahora,
enseñarle a mascullar palabras,
y hoy la hablación me sale a punta
de trancazos,
y más que hablar
lo que me cuaja en la garganta es un aullido
y una ardición de las que escaldan la huesera
con un desmadre tal que ya no balbucir,
sino mover los labios duele,
y más acá el palabrerío pugnando
por salir —y cómo, si hay una trabazón
que ni manera de decir te amo
y mucho menos más lo que por dentro saja
y a empujonazos quiere hablar diciendo mucho
y sólo un dolorón se le amontona
a puñetazos en la boca;
por lo demás, si a quién le importa
un bledo hasta qué vertebraslinguales
me estoy desvertebrando
ni hasta qué tantos de mi carne
me ascua este alarido
mejor me guardo el descalabre
entre mi herrumbre, y esculco
alrededor por ver si me hablan.
1968
VIII
Anoche me dolió la esqueletada, de modo tal
y de manera triste, que al rato de crujir
se vino abajo;
ni para qué moverla —dije— de ese sitio
si al cabo he de acabar igual de caído:
la dentición ya me anda carcomiendo
y adentro el huesadal haciendo estragos;
mejor que de una vez se quede allí tirada
que pronto he de ir por ahi a recogerla;
me importa poco el hueserío que falte
porque de sobra sé que faltan muchos;
no por nada se me han ido cayendo,
a cada tropezón, un resto de ellos.
Si así de invertebral ha de quedarme,
mejor ya de una vez me angosto el alma,
y vale madre lo demás que venga luego.
Anoche me dolió la esqueletada, y a nadie más
que a mí me vino el crujimiento. Me entristo
un poco más y trago en seco, que al cabo sé
que he de acabar mi crujición a solas.
1968
IX
Mi lenguaraje hoscón y mis bastantes ganas
de entardecer de pura muina
hoy más que ayer me llevan de bajada
y, más que ayer también, me friegan todo;
y de remate, allá donde la lengua pare polvo,
un gran charcal de llanto ya se me hizo
y eso que queda todo por decir de tanto escombro
y tanta rabia como hay royéndome la carne.
Si un poco más de ayer logré medio salvar
lo que de mí y de mi pellejo andaba a tarascazos
por ahí, cayendo y siempre a punto
de darse el fregadazo, hoy de plano el dolor,
allá donde la lengua en su charcal se estanca,
pide esquina, diciendo: en esta de una vez
aquí me quedo; nunca jamás mi lenguaraje hoscón
y su tristeza encima jorobando
van a lograr que vuelva yo a más de antier
en que empezaba apenas mi ladrido
a embronconarse;
de pura rabia hoy vengo de bajada y, no que no,
jodiendo recio, un desgarrón me parte el
espinazo;
me esculco y sé que estoy ladrando a falta de
lenguaje
y que ya es hora de empezar a mordisquear mi
osario:
de tanto como hay royéndome la carne,
a puro hueso carcomido estoy sonando.
1968
X
Era como si el fantasma de un hombre que se
hubiera
ahorcado regresara al lugar de su suicidio, por
pura
nostalgia de beber otra vez las copas que le
dieron valor
para hacerlo y preguntarse, tal vez, cómo tuvo el
coraje.
Malcolm Lowry, Bajo el volcán.
…y sepa dónde y cuándo apuñalearon mi cadáver.
Caidal mi pinche extrañación vino de golpe
a balbucir sepa qué tantas pendejadas;
venía dizque a escombrar lo que el almaje me
horadaba,
y a tientas tentoneó para encontrarse
un agujero tal de tal tamaño que en su adentro
mi agujereaje y yo no dábamos no pie
sino siquiera mentábamos finar
de donde a rastras pudiera retacharse nuestro
aullido.
Eso es lo que me queda —dije— de tanta
extrañación
como he tenido; un hueco nada más, y ya me crujo
del tanto temblequear de que ese hueco
del mucho adolorar se me deshueque
y ya ni hueco en que caer tengamos
ni mi agujero ni mi yo
tan deshuecado invertebral volvido
que ni a madrazos mi almaraje quiera
ponerse a recoger su trocerio.
Caidal mi pinche extrañación se fue de golpe
luego de extremaunciar sepa qué tantas
pendejadas;
no le entendí ni madres de todo lo que dijo,
pero sentí que era de cosas que desgracian.
A buena hora se te ocurre —dije—
venirme a jorobar con lo pasado,
cuando que a puro ferretear me atasco el alma;
si no fuera por tanto pinche clavo que me clavo,
ya ni memoria ni aulladar tendría.
A mí de sopetón una mujer me destazó en lo frío,
y desde entonces
a puro pinche ardor me estoy enfriando.
Ni lumbre en el finar del almaraje y sus trocitos
queda
y sólo el agujero está y estamos dentro
mi esqueletada y yo y mis agujeros,
a trompicones tentaleando fondo
para por fin tener donde aventar el alma
y de una vez echar la moridera.
Luego de extremaunciarme el esqueleto,
mi pinche extrañación se fue de golpe;
a tales rumbos me aventó de lejos
que pura mugre soledad me fui encontrando;
de arrempujón en empujón llegué a mis huecos,
todo ya de oquedad hallado hoyado,
y sin huesaje ya y sin nada
en que la agonición llevar a cabo.
Es frío —me dije— lo de agonir que tanto escalda,
pero el asunto es memoriar lo que en trocitos
del almaje va quedando de esa mujer y yo memorio
de cuando me hoyancó y, luego, hubo un desmadre
tal
que estropició la elevación de los San Ángel
y memoreo, también, que al destazarme
los huesos se me fueron hasta un deshuesadero tal
que, entonces, mi agujereaje y yo crujímonos de
frío,
y a puro pinche enfriar hemos andado desde
entonces.
Extremahumado ya,
ni un chinguirito de lumbre en el almaje y sus
retazos queda
para lumbrar siquiera el huésar donde a tumbos
velorio a esa mujer que desahució mi almario
y cascajó, de paso, la ardidera.
Una llagada me dejó, y qué llagada,
y aluego hubo un friadal y un chingo más de casas
que a chingadazos, pues, me auparon la caída.
Si así —me dije—, sin nada de huesar
y a puro bújero velorearé por siempre a esa mujer
mientras chinguitos del almar me queden
y siendo como es de frío lo de agonir que tanto
escalda,
mejor ya de una vez me descerrajo el alma
y a ver en qué lugar la moridera boto.
Ya ni mi triste corazón me aguanta nada
y ya que en éstas del morir me esculco muerto,
dada la extremaunción, el último traguito
mi agujereaje y yo nos lo echaremos solos.
Briagados ya, y a tarascazos dando fondo,
vidriaremos por ahí a ver en que mugre velorio
nos aceptan:
resurreccir como que está bastante del carajo
y este pinche camión de Tizapán que ya no pasa,
como que nada más hasta un barranco hubo llegado.
Junio de 1971
(De El turno del aullante)
Tomado de:
http://letras.mysite.com/mm200910.html
Memoria de los cuerpos
{CUERPOS Uno}
A Sofía Rodríguez
I
Cuerpos,
hay que abolir el tiempo,
regresar a la esfera.
Sólo el círculo salva
y no hay sino la urdimbre fantasmal
de los regresos y los viajes,
las huidas.
Se huye.
Uno se vuelve sombra fatigada
y se disloca,
se cuartea la huesumbre,
el alma se acongoja y pierde su condición
de almario
donde las penas y el amor que se extravió hace
mucho
custodian su vigilia permanente
a la espera del sueño,
del regreso corpóreo de lo ido.
Sombra ya
como caída y yerta,
como badajo de campana que suena y suena
sin sonido alguno,
como camión destartalado y sin siquiera
pasaje funeral a los olvidos.
Sombra que ya perdió su propia sombra
en la búsqueda atroz de tantas sombras
–memoria fantasmal,
fantasmas al acecho
y en fuga circular hacia la nada.
Sólo el círculo salva,
Cuerpos,
su peculiar demencia de formas despiadadas
salva
y lo salvífico, después,
se expande en los infiernos,
se desarrolla y se machaca y clama
su condición desesperada de naufragio.
Sólo el círculo ofrece la certeza
de que lo huyente volverá algún día.
Fervor hacia los cuerpos,
las caídas.
La esfera es lo ejemplar de lo radiante,
la luz inmaculada y fría que se asesina
con mirada dura
–y mira,
los cuerpos tan amados que se abaten
en la niebla
hasta volverse sed o agua apenas
vislumbrada,
vislumbres que lo que ya dejó
de ser corpóreo ofrece en gesto de piedad
o desconsuelo
{no se sabe o se sabrá jamás
el peso de la noche cuando todo cae encima de uno
{y lo degüella.
Palpa el demente nada pero palpa,
con avidez, la nada
y sorbe
lo fantasmal que permanece de los cuerpos
cuando huyen
y sorbe entre los huesos el hueco que dejaron
y sorbe la caída
y sorbe los contornos de lo ido y lo quedado
–lo perenne,
lo fijo e inmutable,
pero también, lo que se pierde.
lo que se deja abandonado
o lo que se abandona a sí mismo
y desguarece,
lo extraviado, lo que se hizo a un lado
o se tiró porque ya no servía
pero de todos modos se quedó atorado
en la conciencia.
Conmiseración por el que yace
perdido entre la bruma,
Cuerpos,
el que deambula en los jardines
como lunático perdido en su inocencia
{fe perdida, razón de la añoranza},
en su rotunda necedad de ser cuerpo cercado
por los cuerpos sombríos del recuerdo.
Fe en la contemplación de cuerpos de mujer
que organiza el espíritu,
acechador de carne
y de zarpazo,
para el descanso de su ánima tristona.
Fe en el descenso de las aguas
y fe en la limpieza de la carne
y en lo pecaminoso que, a veces, se guarda
en el espíritu,
fe en la degustación de líquen y de pasto
entre lo impropio del perdón que llega
y la impiedad,
que se resiste a irse.
Manías del extraviado en los espejos
que contempla los cuerpos
congelados,
la salvación hecha un desastre
y envuelta en su envoltorio de cascajo,
la mortandad que avanza y que no cesa
de incrementar volumen.
Sólo el círculo salva,
Cuerpos.
No crujan,
no estampen la estampida en lo cuarteado,
lo que se desmorona y cae y se hunde
sin remedio.
Lo pasional escurre como un cilindro seco
y ya sin música,
y el que tocaba el instrumento falleció
hace ya tiempo
de afónica nostalgia y ahora tartajea
su adiós de cilindrero
ladrando en el silencio,
alma en crisis
que se integra a la noche y se sumerge en ella.
Sólo lo quieto salva y purifica,
Cuerpos,
lo móvil contamina y roe ácidamente
todo lo que semeja cuerpo
o imagen susceptible de volverse cuerpo.
(No hay salida.
Los muertos rondan los espejos
y no cantan,
palpan lo que oscurece y silban mucho).
No crujan.
La esfera es, dicho con toda propiedad,
lo eterno,
lo cristalino y puro que endurece
lo que llamamos lo eternal
–morada fija
o duradera pasión de allí quedarse siempre
y sin mudanza alguna,
vida y muerte quietas,
sombra ensimismada que se adentra en el cristal
y permanece entera,
crepitante
Crujan.
En lo eternal el tiempo no transcurre,
el devenir deviene en lentitud pasmada,
en detenida cualidad de nada,
en incorpóreo cuerpo de vidrio machacado.
No crujan,
pero chirrien,
cuerpos que están después de haberse ido,
como el aire,
como la luz,
inmóviles,
en detención suprema,
lejanos en el tiempo,
cautos,
a la espera de que algo los sostenga siempre
colgados de las sombras que salen de las
lámparas,
fieles,
como estatua obligada a custodiar su sueño,
a ser eternamente igual que al tiempo de su
origen.
Crujan,
pero no olviden que, a veces,
chirrian las ovejas
y que el metal, tiernísimo,
susurra vagamente o bala sus pesares
o su destino es triste.
Chirrien
o agiten las campanas
o cabalguen por el ancho mundo,
pero no olviden que el olvido es una cosa dura,
pegajosa,
difícil de olvidar aunque se quiera
(Cuerpos,
la esfera es lo abisal,
la condición de la demencia,
la sensación de que la nada es todo
y él todo es un señor que muere vuelto nada)
El círculo es la perfección palpable,
Cuerpos,
el tiempo que se va pero regresa siempre,
como agua que se estanca entre ladrillos viejos,
enmohecidos,
espejo de la sed de lo corpóreo
que permanece, inalterable,
inmune a los desgastes,
cuerpadamente míos,
eternales,
consumación de los amantes en lo abstracto.
(Amor, a fin de cuentas, es vacío)
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2009/12/foja-de-poesia-no-110-max-rojas/
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