Asombro
El centro no es donde el centro está
sino donde estaré cuando siga
las líneas de piedras que rodean un centro
que no está allí
sino allí.
Las líneas de piedras conducen adentro, llevando
a quien sigue al comienzo
donde todo lo sabido
es nuevo.
La piedra es piedra y más que piedra;
el centro se abre como un párpado abriéndose.
Cada rosa un laberinto: las huecas colinas:
Yo no soy yo
sino la pupila.
La Luz
La luz me está comiendo
y ha comido mi peruano letra a letra
como él comió los caballos palabra a palabra,
de mi niñez.
Ha comido Por responder a extraños,
los espacios libres de mi alma por desplazar la furia,
y las sombras de los planetas
donde me ocultaba. y por hacer buenas obras
alimento a los tiburones.
Ha comido hueso
y ópalo. Ni fe ni buenas obras
sino la buena obra solamente
Se come la sintaxis. lanza una sombra.
Sólo me ha dejado ¿Cómo haré eso? -
una mujer vieja hablando
en una casa oscura.
Para la casa nueva
Que esta casa se llene con olores de la cocina
y con sombras y juguetes y nidos de ratones
y rugidos de furia y cascadas de lágrimas
y hondos silencios sexuales y sonidos
de origen misterioso nunca explicados
y tesoros y regalos y miles de deshechos
y un flujo como un viento cálido, pero más lento
soplando las hojas de los árboles y libros y años
de pez de la vida de un niño revoloteando plateados
rápido, rápido en la lenta ráfaga incesante
que ondula las cortinas un momento
todos esos años desde ahora, hacia atrás.
Que puedan los umbrales y los marcos bendecidos
bendecir a cada paso.
Que puedan los techos, pero no los cuartos conocer la lluvia.
Que las ventanas conozcan claramente
la rama y la flor del manzano.
Y que podáis estar en esta casa
como la música está en el instrumento.
Días de Seda
La proa del bote asomándose cerca
de los capullos, o una ancha guadaña que
barre los terrenos del fondo, o
el husmear del gato en un pliegue:
me lo recuerda. Me gusta
hacerlo
bien, suave
las mangas dobladas finamente.
Planchar huele a planchar.
No se parece a
nada. No necesita
un símil.
Tiene sus propios recursos.
Mi tía abuela me enseñó:
rociador, enrollar por media hora,
el siseo de prueba con el dedo húmedo,
golpeteo suave al dobladillo y
cuidado con el cuello.
En diez minutos, sobre una plancha a rodillo
podía hacer una camisa de etiqueta.
Puede ser un arte.
Supo ser un arduo trabajo,
sin tiempo, todo algodón, todos los niños.
Ahora voy en seda,
Emperadora de China, lavo y plancho
cuando quiero,
lo gozo, lo hago
bien, un buen trabajo,
voy tranquila,
suave como seda.
Las Ménades
En algún lugar leí
que cuando bajaron al fin de la montaña, tambaleándose
hacia alguna aldea extraña, borrachas perdidas,
roncas, semidesnudas, los ojos turbios,
la sangre seca bajo las uñas rotas
y entre los muslos jóvenes,
aun burlándose y bromeando, aun queriendo
bailar, bamboleándose y gritando, pero cayendo
muertas de sueño junto a los puestos del mercado,
tendidas en el suelo, indefensas por completo, entonces
las mujeres de mediana edad,
respetables amas de casa,
vendrían a quedarse la noche entera en el ágora
silenciosas
juntas
como ovejas y vacas en los campos nocturnos,
guardándolas, velándolas
como sus madres
lo hicieran.
Y ningún hombre
desafió
aquel fiero decoro.
Mi gente
En mi país las lanzan por debajo
para que las pelotas vuelen como burbujas o pájaros
antes de descender a quien las ataja.
De huesos delicados, caderas anchas,
llevan a los niños
por un rato en sus panzas
antes de cargarlos en los brazos.
Es la costumbre de mi gente.
En años de grandes ceremonias
celebran con la ofrenda de la leche
y se liberan con la pérdida de sangre.
Son expertas en su generación.
Pocas, ni siquiera las más sabias,
tienen dinero o un gran nombre,
pero es gente admirable.
Aun después de larga servidumbre
en países extraños,
se reconocen; estrechan sus manos,
se besan, cantan sus canciones juntas,
las voces suaves alzándose más fuertes:
canciones de amor, canciones de libertad,
canciones que hablan de lanzar y atajar,
de cargar, criar y enterrar,
canciones de las que sólo mi gente
conoce todas las palabras.
Silencio
Tuve un pequeño desnudo pensamiento
deslizóse entre mis muslos
y corrió sin que lo cazaran
y voló sin que le enseñaran.
¡Oh mira qué veloz vuela!
Mi pensamiento bebé, mi pequeño
pájaro rosado va desnudo.
Debo coser palabra a palabra a palabra
y abotonar su ropa
y así crece y camina y habla y muere.
Cuando esté muerta busca la rosa
que crezca entre mis ojos.
Los pájaros se posarán sobre la espina y la hoja,
pájaros silenciosos nacidos al silencio.
Su hija
Su hija,
el guerrero visionario, el hombre silencioso
de quien no hay fotos,
el frágil héroe verdadero
que perdió lo ganado al ganarlo
de masacre en sacrificio,
este hombre, Caballo Loco, su hija,
¿qué se hizo de ella?
Murió de niña.
Después de eso no hubo victorias.
¿Qué nombre tenía, esa niña?
Su padre la nombró.
Le dio este nombre:
Ellos La Temerán.
NM (New Mexico)
El pueblo de las nubes son mujeres
de largo cuello, largos trancos,
una jarra redonda balanceándose
alta en la cabeza.
Sombras de las blancas,
grises, negras jarras,
grabadas con espirales
terrazas, relámpagos,
pasan sobre los llanos
de montaña a montaña
en silencio, mientras las altas
mujeres regresan llevando agua
del viejo pozo profundo.
Tiempos
Soy una vieja loca golpeando una cuchara
por la locura de un serrucho que gime
en una tarde de verano.
Una loca y vieja impotencia furiosa:
¡Paren eso! ¡Paren eso!
Y golpeo y golpeo la cuchara sobre la mesa.
Un bebé malo, un animal errado.
¿Qué es la mente? Su continuidad.
Hubo un tiempo antes de este ruido que me vuelve loca.
Habrá silencio después. Habrá.
Terrible la prisión del tiempo presente
y cólera inasequible
y pena interminable:
sin videncia ni memoria
la vieja mona loca golpea y golpea la cuchara.
Sin promesa guardada, nada queda
sino el gemir del serrucho que al cerebro atrapa.
Invocación
Devuélveme mi lengua,
déjame hablar la lengua que me enseñaste.
Diré las grandes mentiras en tu honor,
alabándote sin nombrarte,
obedeciendo las leyes de la oscuridad y de la métrica.
¡Sólo déjame hablar mi lengua
en tu alabanza, silencio de los valles,
ribera norte de los ríos,
tercera cara esquiva,
vacío!
Déjame hablar la lengua materna
y cantaré tan fuerte que
las recién casadas y las viejas
bailarán al ritmo de mi canto
y las ovejas dejarán de pastar y las máquinas
se unirán en rueda para oír
en ciudades arrojadas al silencio
como un anillo de piedras erguidas:
¡Oh déjame tumbar las paredes cantando, Madre!
Tomado de:
https://poetryalquimia.wordpress.com/2022/10/21/12-poemas-de-ursula-k-le-guin/
Ofrenda
Se me ocurrió un poema al quedarme
dormida anoche, me desperté
con el sol, no me acordaba de nada.
Si era bueno, dioses
de las grandes tinieblas
donde acaba el sueño y acaba
también la muerte, los sin nombre,
como una sincera ofrenda
aceptadlo.
Elegía a Rheged
Espino helado,
norte gris, colina blanca.
El invierno envuelve
los juncos, los ríos. Todo
está detenido.
¿Quién ha regresado
en la cruda estación
a la tierra natal?
El fuego ardía
aquí. Bajo la tierra helada
y la blanca escarcha,
aquí estaba el hogar.
De todos los hijos
perdidos solo yo logré
regresar. ¡No lo elegí
yo! Yo elegí cantar.
El papel de la alondra,
del bardo. El ala, la voz,
deben bajar, detenerse.
La alondra a la tierra,
yo al hogar
bajo la colina helada.
Mi sangre no es la de un noble
sino la de un siervo
ligado a la tierra.
Detente. Detente.
El viento del invierno
envuelve el ojo, la mano.
¿Quién recordará?
La tierra natal,
la tierra conyugal,
la casa del verano.
¿Quién alabará
el trabajo, la bondad,
la mesa puesta,
el hogar de piedra?
En los días fríos
de finales de diciembre
en el muerto Rheged
solo quedo yo.
El viento del invierno
envuelve la mano, la lengua.
Las canciones se cantan.
No arde ningún fuego.
Pero regreso
a la tierra invernal
tras haber elegido
el arte tosco,
el vínculo de las cosas,
de la piedra, la tierra
Estoy obligada a quedarme
bajo el espino
helado, junto al hogar
apagado, y cantar.
Allí
Plantó los olmos, los eucaliptus,
el pequeño ciprés, y los regaba
en los largos anocheceres del verano,
de manera que en la tierra seca
el crepúsculo era un ruido de agua. Hace años.
Las amarilis siguen desplegando sus rígidas
trompetas que arrojan ráfagas de rosa brillante
entre la avena silvestre, que nadie
riega, incontable, impávida.
¿Lo ves?: allí donde su ausencia
aguarda junto a cada árbol el anochecer,
donde las sombras son su ser ausente, allí
donde los pinos grises que nadie plantó
crecen y mueren, y el grano que nadie segó
tiñe de blanca sazón las colinas de agosto,
y se alza una vieja casa solitaria,
allí
el conjurado rostro de la ausencia
se vuelve. Allí el silencio responde. Allí
los años pueden seguir incontables, mientras veo
el atardecer ascender como el agua por las hojas,
y como siempre sobre el olmo más alto Vega
abriéndose como una blanca amapola silvestre.
En el país del dolor
solo nace realmente
(una estrella blanca, una flor blanca,
una vieja tubería que conduce el agua
hasta la raíz de los árboles
en una tierra seca)
el pequeño manantial de la paz.
Ars Lunga
No dejo nunca de inventarme nueva gente
como si no fuera suficiente la explosión demográfica
ni tuviéramos sabe Dios cuántos terrores
y problemas, pero yo también lo sé,
de eso se trata. Nunca hay suficiente miedo
que iguale el placer, ni abismos suficientemente hondos,
ni tiempo suficiente, y siempre hay algunas
estrellas que faltan.
No es que quiera un nuevo cielo y una nueva tierra,
solo los viejos.
Viejo cielo, vieja tierra, nueva hierba.
Ni una vida después de la tumba,
que Dios me ayude, o me ayudaré yo sola
viviendo todas estas vidas
de nueve en nueve o de noventa en noventa
para que la muerte me encuentre siempre
desprotegida por los cuatro costados,
desguarnecida, indefensa,
inviolable, vulnerable, viva.
Canción
Oh, cuando era una desastrada virgencita
me sentaba a arrancarme las costras de las rodillas
y soñaba con algún treintañero
y sin hacer nada hacía lo que quería.
Una mujer se hace mayor y engendra,
tener y recibir es el femenino de vivir.
Lo sabía, lo sabía incluso entonces:
¿qué tenía yo que pudiera dar?
Un cáliz rebosante, un cuerno de abundancia
lleno de más cosas de las que puede contener,
pero la leche y la miel se acabarán,
se quedará vacío, según se hace mayor.
Más dentro que el sexo o incluso el vientre,
en lo más íntimo sigue la niña intacta,
la desastrada virgencita que se sienta y sueña
y no tiene nada que ver con la realidad.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-en-busca-de-mi-elegia-de-ursula-k-le-guin/
Ciertos filósofos
no pueden usarla
no pueden contarla
así que la niegan:
la inagotable, generosa
esquiva
fuente del absurdo,
meditando
sobre el abismo oscuro
ala,
la palabra.
Invocación
Devuélveme mi lengua,
déjame hablar la lengua que me enseñaste.
Diré las grandes mentiras en tu honor,
alabándote sin nombrarte,
obedeciendo las leyes de la oscuridad y de la métrica.
¡Sólo déjame hablar mi lengua
en tu alabanza, silencio de los valles,
ribera norte de los ríos,
tercera cara esquiva,
vacío!
Déjame hablar la lengua materna
y cantaré tan fuerte que
las recién casadas y las viejas
bailarán al ritmo de mi canto
y las ovejas dejarán de pastar y las máquinas
se unirán en rueda para oír
en ciudades arrojadas al silencio
como un anillo de piedras erguidas:
¡Oh déjame tumbar las paredes cantando, Madre!
Traducción
Cuando envejeces
lo duro tiene más sentido,
lo suave menos, tal vez.
Puedes leer el granito:
Renuncia.
¿Diamantes? Prepárate.
Lenguas muertas.
Puedes leer el agua.
¿Ahora qué?
¿Caminar sobre ella?
Bebe, dulce dama.
La médula
Había en la piedra una palabra.
Quise descifrarla,
mazo y punzón, cincel y pico,
hasta que la piedra sangró,
y aún no supe oír
lo que la piedra dijo.
La arrojé junto al camino
entre miles de piedras
y al volverme gritó
la palabra en mi oído,
y la médula de mis huesos
escuchó, y respondió.
Cuento
¿Dónde conseguí este ojo del medio?
Así puedes verme mejor.
¿Dónde conseguí estos brazos de más?
Para abrazarme con mi amor.
¿Para qué tengo estos enormes dientes?
Muerde mi cabeza, querido,
Y baila sobre mi cuerpo
Allí, donde se juntan los ríos.
Epifanía
¿Oíste?
La señora Le Guin ha encontrado a Dios.
Sí, pero encontró al equivocado.
Absolutamente típico.
Mira, allí van juntos.
¡Piedad! ¡Es una mujer de color!
Sí, es una de esas relaciones.
La llaman Mama Linga.
¿Por qué Jesús usa siempre un trapo?
No sé; pregúntale a su madre.
Escuela
El Maestro de Baile avanza
con decoro, hábilmente camina.
Elegante sobriedad.
Admirablemente fina.
¡Oh mi Dios! ¡Su cierre!
¿Qué es eso? ¿Una cobra?
Se menea hacia mí tan dulcemente.
¡Rápido! ¡Escóndela!
La faja no la ocultará.
Nada la cubre completamente.
Corbata negra y pantalones amplios,
el Maestro de Baile se ríe.
Dicen que usa cannabis.
No confiaría mi hija
a su enseñanza.
¡Oh, pero qué dulce
dulcemente él danza!
Arroyuelo Slick Rock, septiembre
Mi piel
toca el viento.
Una libélula toca mi mano.
Hablo demasiado lento
para que ella entienda
La roca caliente bajo mi mano.
Habla demasiado lento
para que yo entienda.
Bebo el agua soleada.
Costa
Acostada en la primera luz de sal
con la oreja este escucho pájaros
que despiertan y con la derecha
al Océano abriéndose en la noche.
Tomado de:
https://www.fronterad.com/la-nube-habitada-poemas-de-ursula-k-le-guin/
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