Proyecto de futuro
Los dedos de nuestros pies tocarán escalas.
Tras el juego de anagramas,
un poeta
islas
cree
en porcelana de histeria.
En la calle cuenta los pisos,
desde el octavo de las casas nuevas
caen, caen los amores.
Entre los continentes meterán diques de piedra.
Sin embargo, Jérôme ya no será un nombre de flor.
Mirada
Tu mirada color de río
es el agua dócil que cambia
con el día que abreva.
Madrugada, túnica de ángel
un trozo de abrigo celeste
bajo tus pestañas, entre las riberas
ha encallado. Fluye, fluye, agua viva.
La noche se va, pero el amor permanece
y mi mano siente latir un corazón.
El alba quiso engalanar nuestros cuerpos con su candor.
Corpus Cristi.
El deseo matinal volvió a tomar nuestros cuerpos desnudos
para esculpir una carne que creímos fatigada.
A lo lejos, sobre los ríos ya pasan los barcos.
Nuestras pieles, tras del amor, tienen el olor del pan
caliente.
Si el agua de los ríos es para nuestros miembros,
tus ojos lavarán mi alma;
pero tu mirada líquida, en el mediodía que temo,
¿se volverá de plomo?
Tengo miedo del día, del día demasiado largo,
del día que da de beber a tu mirada color de río,
oro en una noche cubierta de triunfos dobles.
Si la victoria grita la voluptuosidad de los ángeles,
que se revele en él la majestad de un Ganges.
No basta la elocuencia
No basta la elocuencia.
Esta noche mi corazón se balancea
y se desliza al borde de un párpado,
lámpara de desgracia
que no me ilumina la noche.
Hombre negro pero no de ónice,
hombre color de despecho
titubeando en el pantano de los odios pequeños,
quisieras, como una alondra su espejo,
un sol donde morir con tu pena.
Buscas pero eres demasiado inquieto
como para hallar tu Monumento.
Nada brilla,
ni los ojos, ni el hierro, ni el amante anónimo
liberan de sus mil clavos
tu dolor,
donde el enjambre de moscas de vuelo cojo,
de moscas con una sola ala,
alumbra con estrellas pobres la sangre.
Malabarista,
malabarista de palabras,
tus palabras se machacan contra los muros.
Tu angustia –todavía una cinta frívola–
corona
un cerebro que ha jugado por demasiado tiempo al veo-veo.
Las cartas de la desesperanza
esta noche
son iguales a las cartas de la felicidad de antaño.
¡Qué puedo decir entonces!
Qué podría decirte,
hermano nacido de mis pies,
sobre un suelo donde nada más vives para espiarme.
Vereda que he seguido
en su mentira de granito.
Olvidé que allá abajo estaba el mar
y hui del agua espejo de estrellas
para cantar una mano
en otra mano.
Río verde.
Infancia suave,
piedad para el hombre que pasa,
el hombre que muerde su labio
en sus labios,
porque teme olvidar el sabor de la boca.
Timonel moreno, bajo la tela azul,
la piel color de cabellos,
¡hola! Bello viajero,
ibas hacia el mar,
ahora caminas sobre el oleaje
y yo, que busco en el cielo un hueco, una ventanilla,
estoy ahogado de tierras.
Di que no es demasiado tarde,
orgullo mío, para jugar al faro.
Y sobre el colchón de hierbas tiernas,
cae en triángulos de metal.
Mi corazón quisiera aullar su mal,
con mi corazón yo haría cordeles,
cordeles que sabría tender
o retorcer en cifras
más definitivas
que los huevos en sus cáscaras
y las momias en su túnica de oro.
Y tú, cuerpo mío, maldice los sentidos como un enfermo
maldice sus muletas.
Versiones del francés de Adalber Salas Hernández.
Tomado de:
https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/la-gran-maniqui/
Noche
Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
Suavemente para dormir a la sombra del olvido
esta noche
mataré a los merodeadores
silenciosos bailarines
nocturnos
y cuyos pies de terciopelo negro
son un suplicio para mi carne desnuda
un suplicio suave como el ala de los murciélagos
tan sutil que lleva el espanto
a los puntos en que la piel se vuelve temerosa, se
conmueve
para amar mejor, para tener miedo
de otro cuerpo y del frío.
Pero, ¿en qué río huir de esta noche oh razón mía?
Es la hora de los muchachos malos
la hora de los malos bandidos.
Dos grandes ojos de sombra en la noche
serían tan dulces para mí, tan dulces.
Prisionero de las tristes estaciones
estoy solo, un bello crimen ha resplandecido
allá, allá en el horizonte
alguna serpiente acaso, helada de no amar.
Pero, ¿dónde fluye, dónde fluye a lo lejos
el río que necesita
mi razón para huir de esta noche?
Por las orillas van las jóvenes
sus ojos están cansados, sus cabellos brillan.
Nada sé decirles a esas jóvenes
de las que los muchachos malos
son
de las que ellos
son
los orgullosos revendedores.
Estoy solo, un bello crimen ha resplandecido.
Dos grandes ojos de sombra en la noche
serían tan dulces para mí, tan dulces.
Es la hora de los malos bandidos.
No basta la elocuencia
Elle ne suffit l’éloquence
Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
No basta la elocuencia.
Esta noche mi oscila corazón
Y se desliza por el borde de un párpado
Farol de miseria
Que no alumbra mi noche.
Hombre negro pero no de ónix
Hombre color de despecho
Que titubeas en el pantano de los odios pequeños
Tú querrías
Como una alondra quiere su espejo [1]
Un sol donde morir con tu pena.
Buscas pero demasiado inquieto
Para encontrar tu Reposo.
Nada brilla
Ni los ojos, ni el hierro, ni el imán anónimo
Que liberan de miles de clavos
Tus dolores
En que el enjambre de moscas de vuelo cojeante
Moscas de sólo un ala
Encienden míseras estrellas de sangre.
Malabarista
Malabarista de palabras
Tus palabras se hacen trizas contra los muros.
Tu angustia —otra cinta frívola—
Corona
Un cerebro que demasiado tiempo jugó al “Antón Pirulero”
Las cartas de la desesperación
Esta noche
Son iguales a las cartas de las dichas pasadas.
¿Qué diré entonces?
Qué te diré a ti,
Hermano nacido de mis pies.
En un suelo en el que sólo vives para espiarme.
Aceras en que anduve
Por su mentira de granito.
Olvidé que allá estaba el mar
Y huí del agua espejo de estrellas
Para cantar una mano
En otra mano.
Río verde
Suave infancia
Piedad para el hombre que pasa
El hombre que se muerde el labio
En sus labios
Porque teme olvidar el gusto a boca.
Timonel moreno, bajo la ropa azul
La piel del color de los cabellos
Detente, hermoso viajero
Ibas hacia el mar
Ahora caminas por el cielo, un agujero un ojo de buey.
Soy el ahogado de las tierras.
Dime que no es demasiado tarde
Oh orgullo mío, para jugar al faro.
Y en el colchón del pasto blando
Déjate caer en triángulos de metal.
Será en vano que mi corazón grite su dolor
Con mi corazón haré vendas
Vendas que sabré teñir
O retorcerlas en forma de cifras
Más definitivas
Que los huevos en sus cáscaras
Y las momias en su atuendo de oro.
Y tú, cuerpo mío, maldice los sentidos como un enfermo
sus muletas.
1924
[1]
Corresponde a la expresión «miroir aux alouettes», trampa para cazar este tipo
de pájaros. Se emplea también en sentido figurado para significar «promesa
engañosa».
Tomado de:
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