A la muerte de Judas
(Traducción de Marcelino Menéndez Pelayo)
I
Arroja el precio vil; desesperado
El vendedor de Cristo al tronco asciende;
El lazo estrecha, y pronto abandonado
El yerto cuerpo de las ramas pende.
Rechinaba el espíritu encerrado
En son rabioso que los aires hiende;
De Jesús blasfemaba, y su pecado
Que el poder del Averno tanto extiende.
Salió de vado, al fin, con un rugido;
Aferrole Justicia, y con potente
Dedo en la sangre de Jesús teñido,
La sentencia escribió sobre su frente:
Sentencia de inmortal llanto infinito,
Y lanzó su alma al Aquerón hirviente.
II
Descendió el alma a la infernal ribera,
Y oyose gran rumor, ronco lamento;
El monte vacilaba, ondeaba al viento,
La carga en alto estrangulada y fiera.
El ángel que la seca calavera
Del Gólgota dejaba, en vuelo lento,
A lo lejos le vio, y en el momento
Con las alas veló su faz severa.
Los demonios el cuerpo conducían
Por el aire, y sus hombros encendidos
Al pecador de féretro servían.
Así, con estridores y alaridos,
El vagabundo espectro sumergían
De la Estigia en los valles maldecidos.
III
Después que recobrado el alma había
La carne y huesos que en la muerte arroja,
La gran sentencia apareció en la impía
Frente, en arruga transparente y roja.
A aquella vista, como débil hoja
La multitud infiel se estremecía:
Cual en las plantas que el Cocito moja,
Cual en el hondo lago se escondía.
Vergonzoso intentaba aquel precito
Arañando su rostro con la mano
Borrar la tersa marca del delito,
Más y más la aclaraba su afán vano:
Que Dios entre sus sienes la había escrito;
Ni sílaba de Dios borra el humano.
IV
Un estrépito en tanto resonaba
Que a Dite atruena en son alto y profundo;
Era Jesús que, redimido el mundo,
De Averno el reino a debelar bajaba.
El torvo pecador que le miraba,
Ni aun osó articular leve sonido;
El llanto de sus ojos descendido
Como lava de fuego le quemaba.
Fulguró sobre el negro cuerpo obsceno
La etérea lumbre y torva llamarada
Humeó al sonar el pavoroso trueno.
Puso entre el humo su fulmínea espada
La justicia: alejose el Nazareno,
Apartando de Judas la mirada.
El día que en tu faz la gloria entera
(Traducción de Clemente Althaus)
El día que en tu faz la gloria entera
Del grande sacrificio fulguraba
Y una luz de los cielos hechicera
En tus ojos extática brillaba.
A tu oído la queja lastimera
De tu doliente Juventud sonaba
Y sobre tu cortada cabellera
La despreciada Libertad lloraba.
El placer lisonjero te ofrecía
Sus deleites funestos y a la entrada
Con mano audaz tu veste removía;
¡Mas tú las puertas, invencible y fuerte,
Cerraste de tu mística morada
¡Y le diste las llaves a la Muerte!
En otra profesión
(Traducción de Clemente Althaus)
¡Oh Libertad! ¡Oh de héroes madre santa,
Y de los hombres principal derecho
Que está grabado en todo noble pecho
¡Y nuestra parte superior levanta!
¿Pues cómo así con atrevida planta?
Te deja incauta virgen y su techo
Nativo trueca por el claustro estrecho
¿Y eterno cautiverio no la espanta?
Mas no; que, aunque parece que te huella
Al hierro dando su dorado pelo,
Quien más te busca, Libertad, es ella;
Más libre la hace su ceñido velo,
Porque la misma servidumbre es bella
Si eterna Libertad nos da en el cielo.
Tomado de:
https://grandespoetasfamosos.blogspot.com/2009/01/vincenzo-monti.html
Vaticinios, de El bardo de la selva negra
"El tronío de Marte conspiró sobre el
atrofiado mar, atormentado por el perjurio
de Hercínico, el bardo, heredero del espíritu
canta estruendoso, pues amarga es la respuesta y
temido lo arcano.
El valle cristalino desde el meandro de la distancia
se reúne en su pensamiento, las cadenas del poeta son
agradables y descienden al corazón, estéril es el
viaje en el horizonte lejano.
Arduo es el camino que desatan las Furias, muge el
orgulloso e injusto remolino de la guerra, vestida de luto,
ensangrentada se sienta a la diestra de las nubes,
hermanas dolorosas del hombre, cuya virtud es una tristeza
desventurada. "
Soneto
"El día que en tu faz la gloria entera
del grande sacrificio fulguraba
y una luz de los cielos hechicera
en tus ojos estática brillaba.
A tu oído la queja lastimera
de tu doliente Juventud sonaba
y sobre tu cortada cabellera
la despreciada Libertad lloraba.
El placer lisonjero te ofrecía
sus deleites funestos y a la entrada
con mano audaz tu veste removía;
¡mas tú las puertas, invencible y fuerte,
cerraste de tu mística morada
y le diste las llaves a la Muerte!"
Tomado de:
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