lunes, 18 de septiembre de 2017

POEMAS DE JUAN PARRA DEL RIEGO

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(20 de diciembre de 1894, Huancayo, Perú - 21 de noviembre de 1925, Montevideo, Uruguay)


AL MOTOR MARAVILLOSO 


Yo que canté un día
la belleza violenta y la alegría
de las locomotoras y de los aeroplanos,
qué serpentina loca le lanzaré hoy al mundo
para cantar tu arcano
tus vivos cilindros sonámbulos, tu fuego profundo
¡oh, tú, el motor oculto de mi alma y de mis manos!

¡Qué llama enloquecida se enreda en tus fogones
y hace girar la rueda líquida de la sangre
y atiranta las poleas de los músculos
para mecer los columpios súbitos de las sensaciones,
cuando corro, beso anhelo, callo, sufro, espero, miro,
salta mi alma en una loca carcajada,
floto en sedas de suspiro
o en el charco solitario de la sombra en que me estiro
se me copia el corazón como una estrella desolada.

¡Y qué electricidades
se me van por los alambres calientes de los nervios
hasta el cerebro, caja de las velocidades
azules y negras y rojas de todos los sueños...!
Zumba la turbina sutil de hondos dolores
y saltan imágenes,
y hacia donde ya no alcanza el ojo triste
con sus sedientas ruedas de colores
corre el tren de las imágenes...

Y qué émbolos oscuros se agitan sin cesar,
y qué carbón jadeante de soles escondidos
te hacen andar
a todo vapor, a todo vapor,
cuando se me hincha el corazón de una salvaje alegría,
o se me quiere romper de dolor
y de melancolía.

Motor humano: tú eres
la única maravilla de este mundo doloroso,
por tu inmortal prodigio: el beso de las mujeres,
el pensamiento firme y armonioso,
la palabra que salta rotunda, patética y viva,
por la célula furtiva
que trabaja en sus telares nuestro ritmo misterioso;
teje un día la Esperanza,
otro día el Sufrimiento,
otro día la Alegría.
Yo siento
cuando queda tensa y viva sobre mi alma la Energía.
¡Motor de la explosión de toda la vida mía!
¡Hondo motor que hace mi cólera y llanto
mi callada pasión y mi fuerza y mi canto,
más ligero,
más ligero,
con la carga de esperanza que es única conquista:
tú, la máquina del único sendero sin sendero;
yo, tu alado y sangriento maquinista!

De Himnos del cielo y de los ferrocarriles

Poliritmo Dinámico

A GRADIN, JUGADOR DE FUTBOL
Palpitante y jubiloso
como el grito que se lanza de repente a un aviador,
todo así claro y nervioso,
yo te canto, ¡oh jugador maravilloso!
que hoy has puesto el pecho mío como un trémulo tambor.
Agil,
fino,
alado,
eléctrico,
repentino,
delicado,
fulminante,
yo te vi en la tarde olímpica jugar.
Mi alma estaba oscura y torpe de un secreto sollozante,
pero cuando rasgó el pito emocionante
y te vi correr...saltar...
Y fue el ¡hurra! Y la explosión de camisetas,
tras el loco volatín de la pelota,
y las oes y las zetas
del primer fugaz encaje
de la aguja de colores de tu cuerpo en el paisaje,
otro nuevo corazón de proa ardiente,
cada vez menos despacio
se me puso a dar mil vueltas en el pecho de repente.
Y te vi, Gradín
bronce vivo de la múltiple actitud,
zigzagueante espadachín
del golkeeper cazador,
de ese pájaro violento
que le silba a la pelota por el viento
y se va, regresa y cruza con su eléctrico temblor.
¡Flecha, víbora, campana, banderola!
¡Gradín, bala azul y verde! ¡Gradín, globo que se va!
Billarista de esa súbita y vibrante carambola
que se rompe en las cabezas y se enfila más allá...
Y discóbolo volante,
pasas uno...
dos...
tres...cuatro...
siete jugadores...
La pelota hierve en ruido seco y sordo de metralla,
se revuelca una epilepsia de colores
y ya estás frente a la valla
con el pecho...el alma...el pie...
y es el tiro que en la tarde azul estalla
como un cálido balazo que se lleva la pelota hasta la red.
¡Palomares! ¡Palomares!
de los clásicos aplausos populares...
¡Gradín, trompo, émbolo, música, bisturí, tirabuzón!
(¡Yo vi tres mujeres de esas con caderas como altares
palpitar estremecidas de emoción!)
¡Gradín! róbale al relámpago de tu cuerpo incandescente,
que hoy me ha roto en mil cometas de una loca elevación,
otra azul velocidad para mi frente
y otra mecha de colores que me vuele el corazón
Tú que cuando vas llevando la pelota
nadie cree que así juegas:
todos creen que patinas,
y en tu baile vas haciendo líneas griegas
que te siguen dando vueltas con sus vagas serpentinas.
¡Pez acróbata que al ímpetu del ataque más violento
se escabulle, arquea, flota
no lo ve nadie un momento,
pero como un submarino sale allá con la pelota...!
Y es entonces cuando suena la tribuna como el mar:
todos grítanle: ¡Gradín! ¡Gradín! ¡Gradín!
Y en el ronco oleaje negro que se quiere desbordar,
saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fin
todos se hacen los coheteros
de una salva luminosa de sombreros
que se van hasta la luna a gritarle allá:
¡Gradín! ¡Gradín! ¡Gradín!

Canto al Carnaval


Libertad maravillosa de la risa,
la ciudad corre en las ruedas de colores, ¡Carnaval!
Ya en las plazas y torres, ventanas y esquinas,
saltando como una niñita la luna
cuelga los teléfonos de las serpentinas
para tu furiosa fiesta universal.
¡Columpios de risas! ¡Árboles de amores!
Los novios calientan la noche con su corazón.
Ya aquel ha corrido por un frac… ¡va pálido!
Rosada de sueños
ella piensa en algo furtivo y fantástico
que sólo esta noche podría pasar…
(En los cascabeles hay duendes pequeños
que dicen: ¡no dudes! ¡vamos a soñar!
¡Vamos a bailar!
¡Vamos a cantar!
La noche abre dulces ventanas de seda
y si tú no vienes por siempre te quedas
en la desolada perla de esperar.
¡Vamos a cantar!
¡Vamos a bailar!
Y por la Avenida
que quema las frutas de la iluminación
ya el Corso va alzando con su delirante
cabeza de máscaras la gran ilusión.
Veredas con luces felices de puertos soñados.
Las casas se besan, se gritan, se abrazan
a nubes de música y de serpentinas,
y la opera loca de gritos pintados
avanza soñando su incendio feliz.
Acrobacias bufas…ventriloquia rara
súbita escopeta de aquella nariz
La lágrima negra de esa blanca cara.
Cleopatra sobre un coro de trompetas
saludando a las estrellas y al amor!
¡Timbales! ¡Flautines!
Latones de escándalo…absurdas cometas.
El aire abre planos y frescos jardines.
Locura, alegría, palidez, amor!
Pasa el carro lento de las odaliscas,
La comparsa blanca, la del verde humor,
pasa la comparsa de las Diez Franciscas
el carro tremendo del Emperador!
Reinas y payasos,
-por el aire vuela un bastón colorado-
los pierrots que enredan la luna en sus pasos,
tambores de Oriente de golpe encantado,
y saltos de espejos y noches y frutas.
Ya llegan los negros del baile sensual
con piernas de títeres y risas de luna
que se duermen sobre el bombo tropical;
los negros fantástico e imaginativos
que se dramatizan en vagos y vivos
saludos de monos y gestos de chivos
que se ríen por la médula espinal.
Trae un auto una súbita bandeja de ángeles
y tras otro, Walkiria de veloces cabellos de papel
cruza uno que se aleja tirando los divinos
cascabeles de un lunático arlequín.
Pasa la astronómica murga de los chinos
-qué triste, adelante, va el pálido y dulce mandarín!
Me corta el jinete
de una serpentina con su duende azul!
(Cuidado con esa niña que es como un juguete
defendiendo sus alas de tul)
Y el corso levanta la noche en sus brazos dorados.
Largo trópico de música por la calle popular.
Atrás turbia pena de dientes morados,
esta es mi pirueta, mi nariz, mi andar!
Y miro esa casa:
el balcón se ríe con barbas de cintas y velos,
suena una ventana…un antifaz pasa…
y yo soñé que es ella que está con los otros
bailando a esa música de agua y violoncellos…
Las estrellas corren en sus bicicletas
plateadas y azules por el “boulevard”
saltan, como rosas, tristes morisquetas,
y yo ya estoy loco de nunca alcanzar
la boca fantástica de ese antifaz fino
que toda la noche me hizo palpitar.
Pero en esa esquina
cuatro dominós se han quedado quietos,
y yo tengo miedo en aquella esquina
de los dominós parados y quietos.
¡Vamos Ana!
¡Dame el brazo Margarita!
En esa casa hay un baile que parece la campana
de una locura infinita!
Préndete, a mi, Josefina!
en mis barbas coloradas llevo el circo del amor!
Yo sé lo que no te ha dicho esa loca serpentina
que en tu moño fue durmiéndose como si fuera una flor.
Pero el Corso pasa…
¡Pasa!
¡Trampolín para el acróbata lívido del corazón!
¡Regatas de aguas, de cintas, de payasos y mujeres
con sus viñas de alegría y sus bocas de ilusión!
Pasa el corso…
Pasa…pasa…!
Y ya la calle está sola…por el suelo hay una máscara perdida
Y es tan grave este último payaso que se mete en esa casa de
una sola ventanita encendida!
Y otra vez el Corso rompe en su camino
La nube de gritos que es su cascabel!
¡Los osos! Las hadas…la reina…el bandido…
son todos los cuentos que a la calle han salido
fabulosamente libres de sus casas de papel…!
Llega la volanta de las colombinas
-a la rubia de la risa yo le tiro esta flor-
Se va la volanta de las colombinas.
Y serenata de serpentinas
van llamándola en la calle con sus flautas de color!
Perdidos, antiguos, plateados, fragantes
pedazos de música me dan su temblor.
-Hay baile en aquellos balcones distantes-
Y yo sé que es ella la de aquellos guantes
que tras el cristal da su espalda en una
disolución de luna
que sobre el negro corpiño le abre su flor.
Pasa el Corso con su río
que va a perderse a la luna con su estrépito triunfal.
Y en la ciudad que se queda como un gran teatro vacío
yo siento que el corazón mío
se pasea como un gato solitario y fantasmal.
¡Se va el Corso! Se va el ruido
Pero yo me cuelgo, mágico, a tu luz y tus amores
Carnaval!
¡Salud inmensa aventura de las aguas y las flores
que nos dejan las cabezas como trompos de colores
dando vuelvas, vueltas, vueltas
en tu mano de cristal.


LEJOS


Con alas de oro, de plata y música
me fui a la vida.
Cabeza cana que nunca olvido
luna dormida en mi corazón.





¡NOCHE BUENA MÁGICA!


Era en Lima, la áurea ciudad colonial…
Te acuerdas, oh, madre, de la Nochebuena
tan sentimental?
Yo aun miro la cena,
los hilos de plata que el árbol llovía.
Dios era en la casa
el buen compañero de aquella alegría.







BESOS


Sonidos de palomas besándose a la luna
me has dejado en la boca.
Panales de alegría delirante y salvaje
me has dejado en la boca.
Corazones de niños colorados y puros
me has dejado en la boca.
Campo con su alegría de chivos y campanas
me has dejado en la boca.
Tu palidez terrible y azul como mi muerte
me has dejado en la boca. 







CARTA DE MI MADRE


Carta que esperaba antes con temblor
carta que ahora apenas
leo distraído por el comedor.
Carta de ella…la carta que solo
ya me hace temblar
palidecer o gritar…
¡Cartero! ¡Qué tarde llegaste hoy día!
Con su sordo alcohol me iba a envenenar.
Carta de ella… ¡Carta que ya solo espero!
¡Alegrías súbitas en mi corazón!
O unas dudas raras con las que me muero
Solitario y pálido como un ladrón.
Carta de mi madre que ya te he olvidado
por la que ella solo me puede mandar
¡Ay! Carta que tantas veces me has salvado,
esta vez…¿No me puedes perdonar? 







CANTO A BARRANCO

(El Mar)

Mar de Barranco, mar meditabundo,
mar triste, mar sin velas, mar dormido,
mi dolor es amargo y es profundo
porque al verte tu pena he cogido.
Si tú tienes tus náufragos ¡oh mar!
que niega la apariencia de tu calma
yo también como tú sé enmascarar
las ilusiones náufragas de mi alma.
Como ese sol que se hunde triste, triste,
en tu confín que de oro y grana viste,
así se van hundiendo lentos, lentos,
cuando ante tu ancha faz sueño y medito,
en tu secreto azul mis pensamientos
como pájaros ebrios de infinito.






NOCTURNO NRO. 8


Dolorida en la luna se va la carretera.
Me voy a sentir más hoy tu alma allí;
dolorido en la luna que me mira y espera
y da su solitaria paloma mensajera
que va como acordándose de ti.
Miro las soledades misteriosas del cielo
y nada es más profundo que tu amor,
bailarín de amargura, zapateador de hielo,
tú eres, ¡oh! Sirio, dulce violinista del cielo!
lo que me ha comprendido aquí mejor.
Pero tú eres la luz que tiembla allá:
Voy solo. Voy cansado. Voy ciego. Voy perdido.
Y esta noche de luna, que es música sin ruido
me va poniendo tu alma como en un hondo nido
sobre mi sollozante eternidad.
Con mi sombrero negro empapado en la luna
yo te contaré todo mi dolor…
Le pediré a la muerte más pavor que nos una…
le pediré a la vida más caliente fortuna
de besos, de locura y de temblor.


SERENATA DE ZURAY ZURITA


Tiene párpados de luna mi agonía
De la mar yo vine loco de soñar.
Me perdí en un puerto mudo donde el día
estaba muerto de esperar
Zuray Zurita
¿no me oyes llorar?
A la mar me fui con vela de colores…
de la tierra estaba sucio de luchar…
Tercos sueños cazadores
Dolorido de caminos y tambores,
yo la quería esperar.
Zuray Zurita
¿no me oyes llorar?
Y le dije a la paloma y a la estrella:
mi corazón la quiere encontrar,
moribundo de canciones voy tras ella
y es más muda que la muerte, ¡y es tan bella!
y es más fina que la mar.
Zuray Zurita
¿no me oyes llorar?
Me ha manchado la amargura
años arduos y asesinos me han enseñado a olvidar…
Luna azul de mi sombrero: la locura,
y mi capa de andarín: todas las olas del mar.
Zuray Zurita
¿no me oyes llorar?
Y le dije vengo extraño,
no me puedes recordar,
gota a gota di mi sangre todo el año…
estoy ciego de llamar…
Zuray Zurita
¿no me oyes llorar?
Tiene el cielo una campana
y un jardín tiene la mar.
Volanta de cintas llena de mañana,
la vi…y no la pudo mi alma alcanzar.
Zuray Zurita
¿no me oyes llorar?
Yo he visto en almas y pechos
a un alacrán perforar…
yo he visto hogares deshechos
y a payasos de colores que a la luna de los techos
daban un brinco estelar.
Zuray Zurita
¿no me oyes llorar?
Con el arpa de la aurora me ponía a caminar…
Pérfida languidez de la melancolía
me iba una seda lenta matando día a día
y mis ojos se perdieron en las estrellas del mar.
Zuray Zurita
¿no me oyes llorar? 



LOS VIENTOS DEL PERU


¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra
como los salvajes vientos de esta tierra!

Ni el acuchillado perfil de la sierra,
ni el rayo que vibra, ni el trueno que aterra,
ni el mismo relámpago que abre y se cierra
y el mar que en las playas se aferra…se aferra…

¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra
como los salvajes vientos de esta tierra¡

Aires ululantes que agitan pañuelos
de polvo en la fuga de los grandes vuelos,
pero que más suaves que los terciopelos
cuando se entrechocan de vagos anhelos
parece que entonces bajó de los cielos
y en una locura de mil ritornelos
se fueran bailando sin pisar los suelos
la vertiginosa danza de los velos.

Tropicales ráfagas que yo rememoro
porque a sus cien rubias trompetas en coro
les debo este gesto con que nunca imploro,
con que nunca tiemblo, con que nunca lloro…

Tropicales ráfagas que yo rememoro
cuando en las llanuras donde muge el toro
y el caballo alegra su clarín sonoro
se iban dando vueltas como trompos de oro.

¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra
como los salvajes vientos de esta tierra!

Casuhiras del monte, saltantes felinos
que arañan y trepan los árboles finos
y jugando al juego de los remolinos
-¡Oh, azul borrachera de goces divinos!-
suenan en las ramas, cantan en los pinos
y se van rodando tras los campesinos
que en las tardes vuelven por esos caminos
donde la carretera de bueyes cansinos
parece que llora como los molinos.

Pamperos violentos que en las madrugadas
del campo entreabrían las puertas cerradas
como a una nerviosa lucha de estocadas,
yo aprendí en vosotros mis rudas tonadas
y el ir por el mundo como las cascadas:
a saltos, impulsos, carreteras aladas
y no sé que angustia de cumbres sagradas
que me hace ser todo velas desplegadas
para las más hondas rutas ignoradas.

Ciclones marinos que inician un viaje
Que nunca se para sobre el mar salvaje.

Y pifian la fusta de un loco carruaje
que es la desbocada visión del paisaje.

Rompen las estatuas que esculpe el oleaje,
atacan los buques como al abordaje.

Y como en Esquilo dicen un lenguaje
que es más la tragedia de un alma salvaje.

¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra
como los ciclones del mar de esta tierra!

Mascaichas dramáticos de los temporales
en las sensitivas mañanas rurales
-¡olor a aguas vírgenes, a las selvas y maizales!-

¡Oh, vertiginosos sátiros joviales
que a las campesinas de senos frutales
tirábanles locos los leves percales
como si quisieran, ebrios y sensuales
llevarles rápido hasta los trigales…

Yo aún no me he olvidado que vengo de aquellas
ciudades con cumbre viril de epopeyas
bajo el parral de oro que hay en las estrellas.

¡Si aun siento en mi sangre palpitar las huellas
de aquellas salvajes y dulces doncellas
que a los españoles –danzas y centellas-
por ver a Atahualpa morir junto a ellas
les decían suaves como las estrellas
qué cosas tan tristes…qué cosas tan bellas…
Vientos, vientos, vientos de mi tierra, leones
que el polvo enmelena con sus algodones,
vámonos frenéticos por las poblaciones
de esta vieja América con sus tradiciones
que hacen de las gentes siervos y bufones.

Y arrollantes, trágicos, rompamos canciones
Que agiten como émbolos a los corazones,
refresquen las almas y alcen las pasiones
en las rojas lanzas de otras rebeliones.

¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra
como los salvajes vientos de esta tierra.!

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