(2 de mayo de 1772, Wiederstedt, Alemania - 25 de marzo de 1801, Weißenfels, Alemania)
EL EXTRANJERO (1)
Cansado estás y frío, oh extranjero, y no pareces
adaptado a este cielo. Vientos más calientes
soplan que en tu patria, y más libre
en otro tiempo se alzaba el pecho joven.
¿No expandía la vida allí su colorido
por el campo sereno y la eterna primavera?
¿No tendía allí la paz sus densos hilos?
¿No florecía allí eternamente lo que una vez brotó?
Oh, buscas en vano. Se ha hundido
aquella tierra celestial. Ningún mortal
conoce ya el sendero inaccesible
que el mar ha sumergido para siempre.
Muy pocos de los tuyos han logrado
ponerse a salvo del feroz oleaje. Están dispersos
aquí y allá, y esperan
mejores tiempos para reencontrarse.
Ten voluntad y sígueme. Te ha sido
favorable el destino que aquí te ha conducido.
Gentes de tu tierra hay aquí, y que en silencio
celebran una fiesta entrañable.
No puedes sin embargo entender cómo sus corazones
allí se unían. Ves brillar en sus rostros
inocencia y amor, igual
que en otro tiempo allí en la patria.
Más clara se alza tu mirada. La tarde se despliega
como un sueño amistoso, y transcurre veloz
en dulce charla, y entre tanto
tu corazón se funde con la bondad que reina.
Mirad. Está aquí el extranjero. De una misma tierra
a la que pertenecéis se siente desterrado. Horas sombrías
han pasado por él. Muy pronto
se ha acabado para él el día feliz.
Con gusto permanece entre los suyos.
Feliz celebra entre ellos la fiesta del hogar.
La primavera, que fresca florece
en torno de sus padres, le cautiva.
Vuelva a celebrarse la fiesta entre nosotros,
antes de que la madre, disgustada, se aleje
de los hijos que lloran, y por sendas oscuras
siga al guía que la lleve a la patria.
Que el hechizo que estrecha vuestro lazo
no ceda, y los que lejos están
lo disfruten también, y todos juntos
caminéis felices por un mismo camino.
Esto es lo que el huésped desea, pero ha hablado el poeta
en su lugar, porque prefiere permanecer callado
cuando está contento y anhela la venida
de los seres que quiere y que están lejos.
Permaneced amables con el extranjero.
Escasas alegrías le están deparadas.
Rodeado de personas amigas espera con paciencia
el día de su gran nacimiento.
CONÓCETE A TI MISMO
Una cosa sólo ha buscado el hombre en todo tiempo,
y lo ha hecho en todas partes, en las cimas y en las simas
del mundo.
Bajo nombres distintos –en vano– se ocultaba siempre,
y siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos.
Hubo hace tiempo un hombre que en amables mitos
infantiles
revelaba a sus hijos las llaves y el camino de un castillo
escondido.
Pocos lograban conocer la sencilla clave del enigma,
pero esos pocos se convertían entonces en maestros
del destino.
Discurrió largo tiempo –el error nos aguzó el ingenio–
y el mito dejó ya de ocultarnos la verdad.
Feliz quien se ha hecho sabio y ha dejado su obsesión
por el mundo,
quien por sí mismo anhela la piedra de la sabiduría
eterna.
El hombre razonable se convierte entonces en discípulo
auténtico,
todo lo transforma en vida y en oro, no necesita ya los
elixires.
Bulle dentro de él el sagrado alambique, está el rey en él,
y también Delfos, y al final comprende lo que significa
conócete a ti mismo.
EL POEMA
Vida celestial de azul vestida,
sereno deseo de pálida apariencia,
que en arenas de colores traza
los rasgos huidizos de su nombre.
Bajo los arcos altos, firmes,
iluminado sólo por las lámparas,
yace, huido ya el espíritu,
el mundo más sagrado.
En silencio nos anuncia una hoja
perdida los mejores días,
y vemos abrirse los ojos poderosos
de la antigua leyenda.
Acercaos en silencio a la puerta solemne,
escuchad el golpe que produce al abrirse,
bajad luego del coro y contemplad allí
dónde está el mármol que anuncia los presagios.
Vida fugaz y formas luminosas
llenan la noche anchurosa y vacía.
Ha transcurrido un tiempo sin final
que se ha perdido haciendo bromas sólo.
Trajo el amor las copas llenas,
como entre flores se derrama el espíritu,
y beben sin parar los comensales,
hasta que se rasga el tapiz sagrado.
En extrañas filas llegan
veloces carruajes de colores,
y llevada en el suyo por insectos variados
sola llegó la princesa de las flores.
Velos como nubes descendían
de su frente luminosa hasta los pies.
Caímos de rodillas para saludarla,
rompimos a llorar, y ya no estaba.
CUANDO CIFRAS Y FIGURAS
Cuando cifras y figuras dejen de ser
las claves de toda criatura,
cuando aquellos que al cantar o besarse
sepan más que los sabios más profundos,
cuando vuelva al mundo la libertad de nuevo,
vuelva el mundo a ser mundo otra vez,
cuando al fin las luces y las sombras se fundan
y juntas se conviertan en claridad perfecta,
cuando en versos y en cuentos
estén los verdaderos relatos del mundo,
entonces una sola palabra secreta
desterrará las discordancias de la tierra entera.
Hay en la piedra un signo misterioso
grabado en el fondo de su sangre ardiente.
es como un corazón en que estuviera
grabada la imagen de la desconocida.
mil fulgores en torno de la piedra,
y una clara marea ondea alrededor.
Hay en ella enterrado el brillo de una luz,
¿será ésta un corazón dentro del corazón?
NOTAS
(1) La selección de los poemas ha sido obra de Marta López Vilar.
Cuando ya ni los números
Cuando ya
ni los números ni esquemas
constituyan la clave de los hombres,
y aquellos que ahora cantan o que besan
posean mucha más ciencia que un sabio;
cuando a una libre vida vaya el mundo
y torne de esta vida hacia sí mismo;
cuando la luz y sombra nuevamente
en claridad auténtica se unan;
y cuando en la poesía y la leyenda
se halle la historia auténtica del mundo,
entonces una mágica palabra
ahuyentará a cualquier falsa criatura.
constituyan la clave de los hombres,
y aquellos que ahora cantan o que besan
posean mucha más ciencia que un sabio;
cuando a una libre vida vaya el mundo
y torne de esta vida hacia sí mismo;
cuando la luz y sombra nuevamente
en claridad auténtica se unan;
y cuando en la poesía y la leyenda
se halle la historia auténtica del mundo,
entonces una mágica palabra
ahuyentará a cualquier falsa criatura.
1
Qué hubiera sin ti
sido? me pregunto.
¿Qué es lo que yo sin ti no hubiera sido?
Al temor y a la angustia destinado,
Sólo en el mundo hubiérame yo visto.
No sabría de cierto lo que amara,
Me sería el futuro un negro abismo;
Y cuando el corazón se conturbase
¿Quién dar podría a mi dolor alivio?
¿Qué es lo que yo sin ti no hubiera sido?
Al temor y a la angustia destinado,
Sólo en el mundo hubiérame yo visto.
No sabría de cierto lo que amara,
Me sería el futuro un negro abismo;
Y cuando el corazón se conturbase
¿Quién dar podría a mi dolor alivio?
Consumido de amor y de
tristeza
Fuérame el día cual la noche obscuro;
Sólo viera, a través de amargas lágrimas,
De nuestra vida el desbocado curso.
En mi hogar hallaría sólo angustia
Y perpetua inquietud dentro del mundo.
¿Quién sin un fiel amigo allá en el cielo
En la tierra podría estar seguro?
Pero Cristo se me ha manifestado
Y firmemente en Él desde ahora creo.
Vida de luz, !cuán presto tú disipas
La vacua obscuridad sin fundamento!
Sólo Él, sólo Él me ha vuelto hombre;
Claro el destino a su presencia veo;
La flora tropical, hasta en el Norte,
En torno surgirá del que yo quiero.
Fuérame el día cual la noche obscuro;
Sólo viera, a través de amargas lágrimas,
De nuestra vida el desbocado curso.
En mi hogar hallaría sólo angustia
Y perpetua inquietud dentro del mundo.
¿Quién sin un fiel amigo allá en el cielo
En la tierra podría estar seguro?
Pero Cristo se me ha manifestado
Y firmemente en Él desde ahora creo.
Vida de luz, !cuán presto tú disipas
La vacua obscuridad sin fundamento!
Sólo Él, sólo Él me ha vuelto hombre;
Claro el destino a su presencia veo;
La flora tropical, hasta en el Norte,
En torno surgirá del que yo quiero.
Hora de amor es para mi
la vida;
Habla amor y es delicia el mundo todo;
De salud brota hierba en toda herida
Y todo corazón late de gozo.
Sus infinitos dones, cual un niño
Dócil y humilde, sonriendo acojo;
Cierto que entre nosotros Él alienta,
Aun cuando nos reunamos dos tan sólo.
Habla amor y es delicia el mundo todo;
De salud brota hierba en toda herida
Y todo corazón late de gozo.
Sus infinitos dones, cual un niño
Dócil y humilde, sonriendo acojo;
Cierto que entre nosotros Él alienta,
Aun cuando nos reunamos dos tan sólo.
Salid, salid por todos
los caminos,
Id a buscar a los que van errantes,
Tendedles compasivos vuestra mano
Y a nuestra compañía convidadles.
El cielo ha descendido ya a la tierra;
Unidos todos en la fe veámosle.
De par en par también lo tendrá abierto
Aquel que en la fe nuestra comulgare.
Id a buscar a los que van errantes,
Tendedles compasivos vuestra mano
Y a nuestra compañía convidadles.
El cielo ha descendido ya a la tierra;
Unidos todos en la fe veámosle.
De par en par también lo tendrá abierto
Aquel que en la fe nuestra comulgare.
El antiguo delirio del
pecado
Anidaba de tiempo en nuestro pecho;
Meros juguetes del dolor y el goce,
En la noche vagábamos cual ciegos.
Parecía enemigo de los dioses
El hombre, un crimen cada acción; si el cielo
Pareció alguna vez querer hablarnos,
Tan sólo nos habló de muerte y miedo.
Anidaba de tiempo en nuestro pecho;
Meros juguetes del dolor y el goce,
En la noche vagábamos cual ciegos.
Parecía enemigo de los dioses
El hombre, un crimen cada acción; si el cielo
Pareció alguna vez querer hablarnos,
Tan sólo nos habló de muerte y miedo.
El corazón, la fuente
de la vida,
De maldad al espíritu alojaba;
Aun en nuestros días más risueños,
Era inquietud tan sólo la ganancia.
Aquí en la tierra férreas ligaduras
A los hombres temblando aprisionaban:
El temor a la muerte justiciera
Ahogaba el postrer rasgo de esperanza.
De maldad al espíritu alojaba;
Aun en nuestros días más risueños,
Era inquietud tan sólo la ganancia.
Aquí en la tierra férreas ligaduras
A los hombres temblando aprisionaban:
El temor a la muerte justiciera
Ahogaba el postrer rasgo de esperanza.
Un salvador, un hijo de
los hombres,
El gran libertador entonces vino,
Y encendió en lo interior de nuestro pecho
Fuego purificante de amor vivo.
Sólo entonces el cielo, como el nuestro
Antiguo solar patrio, abierto vimos;
Podíamos tener fe y esperanza,
Y con Dios nos sentíamos unidos.
El gran libertador entonces vino,
Y encendió en lo interior de nuestro pecho
Fuego purificante de amor vivo.
Sólo entonces el cielo, como el nuestro
Antiguo solar patrio, abierto vimos;
Podíamos tener fe y esperanza,
Y con Dios nos sentíamos unidos.
Desapareció el pecado
de nosotros;
Gozoso se volvió nuestro camino;
Como el mejor de todos los regalos
Se hizo presente de esta fe a los niños.
Así santificada nuestra vida,
Transcurrió como un sueño beatífico,
Y, apenas se notó, de tan sereno,
De nuestra muerte el tránsito temido.
Gozoso se volvió nuestro camino;
Como el mejor de todos los regalos
Se hizo presente de esta fe a los niños.
Así santificada nuestra vida,
Transcurrió como un sueño beatífico,
Y, apenas se notó, de tan sereno,
De nuestra muerte el tránsito temido.
Helo aquí aún a nuestro
dulce Amado,
Envuelto en su esplendor maravilloso,
De espinas, su corona ensangrentada,
Acerbo llanto arranca a nuestros ojos.
Bienvenido nos sea todo hermano
Cuyas manos se tiendan a nosotros;
Limpio de corazón, pronto sazone
Del paraíso en fruto deleitoso.
Envuelto en su esplendor maravilloso,
De espinas, su corona ensangrentada,
Acerbo llanto arranca a nuestros ojos.
Bienvenido nos sea todo hermano
Cuyas manos se tiendan a nosotros;
Limpio de corazón, pronto sazone
Del paraíso en fruto deleitoso.
4
Entre tantas horas gratas
Que he pasado en mi existencia,
una tan sólo amo yo:
En que, entre acerbos dolores,
Descubrí dentro del alma
Quien por nosotros murió.
Entre tantas horas gratas
Que he pasado en mi existencia,
una tan sólo amo yo:
En que, entre acerbos dolores,
Descubrí dentro del alma
Quien por nosotros murió.
Vi mi mundo hecho
pedazos,
Por un gusano roído;
Marchito mi corazón;
Toda ilusión, toda dicha,
Yacía bajo su losa;
En mí, todo era aflicción.
Por un gusano roído;
Marchito mi corazón;
Toda ilusión, toda dicha,
Yacía bajo su losa;
En mí, todo era aflicción.
Enfermaba yo en
silencio,
Dejar el mundo anhelaba
En mi eterno delirar,
Cuando al pronto, de la tumba,
Se alzó la losa, y el alma
Abrióse de par en par.
Dejar el mundo anhelaba
En mi eterno delirar,
Cuando al pronto, de la tumba,
Se alzó la losa, y el alma
Abrióse de par en par.
A quien vi, quien de su
mano
Llevaba, nadie lo supo;
Lo veré en eternidad.
Y esta serena, entre todas
Llevaba, nadie lo supo;
Lo veré en eternidad.
Y esta serena, entre todas
Mis horas, cual mis
heridas,
Abierta por siempre está.
Abierta por siempre está.
La Luz y La Sombra (El Día y La Noche)
¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,
por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,
a la que todo lo alegra, la Luz
–con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,
cuando ella es el alba que despunta?
Como el más profundo aliento de la vida
la respira el mundo gigantesco de los astros,
que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules,
la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo,
la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra,
y el salvaje y ardiente animal multiforme,
pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero,
de ojos pensativos y andar flotante,
de labios dulcemente cerrados y llenos de música.
Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,
a Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,
ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste.
Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.
Pero me vuelvo hacia el valle,
a la sacra, indecible, misteriosa Noche.
Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta–
desierta y solitaria es su estancia.
Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza.
En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.
–Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez,
breves alegrías de una larga vida,
vanas esperanzas se acercan en grises ropajes,
como niebla del atardecer tras la puesta del Sol–.
En otros espacios abrió la Luz sus bulliciosas tiendas.
¿No tenía que volver con sus hijos,
con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?
Cuando los números y las figuras
dejen de ser la clave de todas las criaturas,
y por los cantos y los besos
lleguemos más profundo que los sabios,
cuando el mundo libere su vida
y vuelva desde esa vida hacia sí mismo,
cuando la luz y la sombra
se unan nuevamente en claridad pura,
y a través de la poesía y las leyendas
reconozcamos la auténtica historia del mundo,
entonces una palabra secreta
desvanecerá entera a cualquier falsa criatura.
dejen de ser la clave de todas las criaturas,
y por los cantos y los besos
lleguemos más profundo que los sabios,
cuando el mundo libere su vida
y vuelva desde esa vida hacia sí mismo,
cuando la luz y la sombra
se unan nuevamente en claridad pura,
y a través de la poesía y las leyendas
reconozcamos la auténtica historia del mundo,
entonces una palabra secreta
desvanecerá entera a cualquier falsa criatura.
(Versión
de Cosme Álvarez)
1
¿Qué
ser vivo, dotado de sentidos, no ama,
por
encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,
a
la que todo lo alegra, la Luz
–con
sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,
cuando
ella es el alba que despunta?
Como
el más profundo aliento de la vida
la
respira el mundo gigantesco de los astros,
que
flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules,
la
respira la piedra, centelleante y en eterno reposo,
la
respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra,
y
el salvaje y ardiente animal multiforme,
pero,
más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero,
de
ojos pensativos y andar flotante,
de
labios dulcemente cerrados y llenos de música.
Lo
mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,
la
Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,
ata
y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen
celeste.
Su
sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.
Pero
me vuelvo hacia el valle,
a
la sacra, indecible, misteriosa Noche.
Lejos
yace el mundo –sumido en una profunda gruta–
desierta
y solitaria es su estancia.
Por
las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza.
En
gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.
–Lejanías
del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez,
breves
alegrías de una larga vida,
vanas
esperanzas se acercan en grises ropajes,
como
niebla del atardecer tras la puesta del Sol–.
En
otros espacios abrió la Luz sus bulliciosas tiendas.
¿No
tenía que volver con sus hijos,
con
los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?
¿Qué
es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota
en
el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía?
¿Te
complaces también en nosotros, Noche obscura?
¿Qué
es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma?
Un
bálsamo precioso destila de tu mano,
como
de un haz de adormideras.
Por
ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu.
Obscuramente,
inefablemente nos sentimos movidos
–alegre
y asustado, veo ante mí un rostro grave,
un
rostro que dulce y piadoso se inclina hacia mí,
y,
entre la infinita maraña de sus rizos,
reconozco
la dulce juventud de la Madre–.
¡Qué
pobre y pequeña me parece ahora la Luz!
¡Qué
alegre y bendita la despedida del día!
Así,
sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores,
por
esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas,
para
que pregonaran tu omnipotencia –tu regreso– durante el tiempo de tu ausencia.
Más
celestes que aquellas centelleantes estrellas
nos
parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros.
Más
lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables
ejércitos
–sin
necesitar la Luz,
ellos
penetran las honduras de un espíritu que ama–
y
esto llena de indecible delicia un espacio más alto.
Gloria
a la Reina del mundo,
a
la gran anunciadora de Universos sagrados,
a
la tuteladora del Amor dichoso
–ella
te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable Sol de la Noche–
ahora
permanezco despierto
–porque soy Tuyo y soy
Mío *–
* _ Al reconocer su
pertenencia a la Noche, el poeta cobra conciencia de la plena posesión de sí
mismo.
tú
me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida
–tú
me has hecho hombre–
que
el ardor del espíritu devore mi cuerpo,
que,
convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente
y
así va a ser eterna nuestra Noche de bodas.
2
¿Tiene
que volver siempre la mañana?
¿No
acabará jamás el poder de la Tierra?
Siniestra
agitación devora las alas de la Noche que llega.
¿No
va a arder jamás para siempre la víctima secreta del Amor?
Los
días de la Luz están contados;
pero
fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche.
–El
Sueño dura eternamente. Sagrado Sueño.–
No
escatimes la felicidad
a
los que en esta jornada terrena se han consagrado a la Noche.
Solamente
los locos te desconocen, y no saben del Sueño,
de
esta sombra que tu, compasiva,
en
aquel crepúsculo de la verdadera Noche
arrojas
sobre nosotros.
Ellos
no te sienten en las doradas aguas de las uvas,
en
el maravilloso aceite del almendro
y
en el pardo jugo de la adormidera.
Ellos
no saben que tú eres
la
que envuelves los pechos de la tierna muchacha
y
conviertes su seno en un cielo,
ellos
ni barruntan siquiera
que
tú,
viniendo
de antiguas historias,
sales
a nuestro encuentro abriéndonos el Cielo
y
trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados,
de
los silenciosos mensajeros de infinitos misterios.
3
Antaño,
cuando
yo derramaba amargas lágrimas;
cuando,
disuelto en dolor, se desvanecía mi esperanza;
cuando
estaba en la estéril colina,
que,
en angosto y obscuro lugar albergaba la imagen de mí
–solo,
como jamás estuvo nunca un solitario,
hostigado
por un miedo indecible–
sin
fuerzas, pensamiento de la miseria sólo.
Cuando
entonces buscaba auxilio por un lado y por otro
–avanzar
no podía, retroceder tampoco–
y
un anhelo infinito me ataba a la vida apagada que huía:
entonces,
de horizontes lejanos azules
–de
las cimas de mi antigua beatitud–,
llegó
un escalofrío de crepúsculo,
y,
de repente, se rompió el vínculo del nacimiento,
se
rompieron las cadenas de la Luz.
Huyó
la maravilla de la Tierra, y huyó con ella mi tristeza
–la
melancolía se fundió en un mundo nuevo, insondable
ebriedad
de la Noche, Sueño del Cielo–,
tú
viniste sobre mí
el
paisaje se fue levantando dulcemente;
sobre
el paisaje, suspendido en el aire, flotaba mi espíritu,
libre
de ataduras, nacido de nuevo.
En
nube de polvo se convirtió la colina,
a
través de la nube vi los rasgos glorificados de la Amada
–en
sus ojos descansaba la eternidad–.
Cogí
sus manos. y las lágrimas se hicieron un vínculo
centelleante,
indestructible.
Pasaron
milenios huyendo a la lejanía, como huracanes.
Apoyado
en su hombro lloré;
lloré
lágrimas de encanto para la nueva vida.
–Fue
el primero, el único Sueño.–
Y
desde entonces,
desde
entonces sólo,
siento
una fe eterna. una inmutable confianza en el Cielo de la Noche,
y
en la Luz de este Cielo: la Amada.
4
Ahora
sé cuándo será la última mañana
–cuándo
la Luz dejará de ahuyentar la Noche y el Amor–
cuándo
el sueño será eterno y será solamente Una Visión inagotable,
un
Sueño.
Celeste
cansancio siento en mí:
larga
y fatigosa fue mi peregrinación al Santo Sepulcro, pesada, la cruz.
La
ola cristalina,
al
sentido ordinario imperceptible,
brota
en el obscuro seno de la colina,
a
sus pies rompe la terrestre corriente,
quien
ha gustado de ella,
quien
ha estado en el monte que separa los dos reinos
y
ha mirado al otro lado, al mundo nuevo, a la morada de la Noche
–en
verdad–, éste ya no regresa a la agitación del mundo,
al
país en el que anida la Luz en eterna inquietud.
Arriba se construyen
cabañas, cabañas de paz *,
*
_ Alusión al texto evangélico que narra la transfiguración de Jesús (Luc. IX,
33: «Levantemos tres tiendas…»)
anhela
y ama, mira al otro lado,
hasta
que la más esperada de todas las horas le hace descender
y
le lleva al lugar donde mana la fuente,
sobre él flota lo
terreno *,
* _ Ver Enrique de Ofterdingen,
capítulo 6: «“¿Dónde está el río?”, gritó (Enrique) entre sollozos. “Aquí,
encima de nosotros, ¿no ves sus ondas azules?” Enrique levantó la vista y vio
cómo el río azul discurría silencioso sobre su cabeza.»
las
tormentas lo llevan de nuevo a la cumbre,
pero
lo que el toque del Amor santificó
fluye
disuelto por ocultas galerías,
al
reino del más allá,
donde,
como perfumes,
se
mezcla con los amados que duermen en lo eterno.
Todavía
despiertas,
viva
Luz,
al
cansado y le llamas al trabajo
–me
infundes alegre vida–
pero
tu seducción no es capaz de sacarme
del
musgoso monumento del recuerdo.
Con
placer moveré mis manos laboriosas,
miraré
a todas partes adonde tú me llames
–glorificaré
la gran magnificencia de tu brillo–,
iré
en pos, incansable, del hermoso entramado de tus obras de arte
–contemplaré
la sabia andadura de tu inmenso y luciente reloj–,
escudriñaré
el equilibrio de las fuerzas
que
rigen el maravilloso juego de los espacios, innúmeros, con sus tiempos.
Pero
mi corazón, en secreto,
permanece
fiel a la Noche,
y
fiel a su hijo, el Amor creador.
¿Puedes
tú ofrecerme un corazón eternamente fiel?
¿Tiene
tu Sol ojos amorosos que me reconozcan?
¿Puede
mi mano ansiosa alcanzar tus estrellas?
¿Me
van a devolver ellas el tierno apretón y una palabra amable?
¿Eres
tu quien la ha adornado con colores y un leve contorno,
o
fue Ella la que ha dado a tus galas un sentido más alto y más dulce?
¿Qué
deleite, qué placer ofrece tu Vida
que
suscite y levante los éxtasis de la muerte?
¿No
lleva todo lo que nos entusiasma el color de la Noche?
Ella
te lleva a ti como una madre y tú le debes a ella todo tu esplendor.
Tú
te hubieras disuelto en ti misma,
te
hubieras evaporado en los espacios infinitos,
si
ella no te hubiera sostenido,
no
te hubiera ceñido con sus lazos para que naciera en ti el calor
y
para que, con tus llamas, engendraras el mundo.
En
verdad, yo existía antes de que tú existieras,
la
Madre me mandó, con mis hermanos,
a
que poblara el mundo,
a
que lo santificara por el Amor,
para
que el Universo se convirtiera
en
un monumento de eterna contemplación
–me
mandó a que plantara en él flores inmarcesibles–.
Pero
aún no maduraron estos divinos pensamientos.
–Son
pocas todavía las huellas de nuestra revelación.–
Un
día tu reloj marcará el fin de los tiempos,
cuando
tú seas una como nosotros,
y,
desbordante de anhelo y de fervor,
te
apagues y te mueras.
En
mí siento llegar el fin de tu agitación
–celeste
libertad, bienaventurado regreso–.
Mis
terribles dolores me hacen ver que estás lejos todavía de nuestra patria;
veo
que te resistes al Cielo, magnífico y antiguo.
Pero
es inútil tu furia y tu delirio.
He
aquí, levantada, la Cruz, la Cruz que jamás arderá
–victorioso
estandarte de nuestro linaje–.
Camino
al otro lado,
y
sé que cada pena
va
a ser el aguijón
de
un placer infinito.
Todavía
algún tiempo,
y
seré liberado,
yaceré
embriagado
en
brazos del Amor.
La
vida infinita
bulle
dentro de mí:
de
lo alto yo miro,
me
asomo hacia ti.
En
aquella colina
tu
brillo palidece,
y
una sombra te ofrece
una
fresca corona.
¡Oh,
Bienamada, aspira
mi
ser todo hacia ti;
así
podré amar,
así
podré morir.
Ya
siento de la muerte
olas
de juventud:
en
bálsamo y en éter
mi
sangre se convierte.
Vivo
durante el día
lleno
de fe y de valor,
y
por la Noche muero
presa
de un santo ardor.
5
Sobre
los amplios linajes del hombre reinaba,
hace
siglos, con mudo poder,
un
destino de hierro:
Pesada,
obscura venda envolvía su alma temerosa.
La
tierra era infinita, morada y patria de los dioses.
Desde
la eternidad estuvo en pie su misteriosa arquitectura.
Sobre
los rojos montes de Oriente, en el sagrado seno de la mar,
moraba
el Sol, la Luz viva que todo lo inflama.
Un viejo gigante * llevaba
en sus hombros el mundo feliz.
* _ Alusión al mito
de Atlas.
Encerrados
bajo las montañas yacían los hijos primeros de la madre Tierra.
Impotentes
en su furor destructor contra la nueva y magnífica estirpe de Dios
y
la de sus allegados, los hombres alegres.
La
sima obscura y verde del mar, el seno de una diosa.
En
las grutas cristalinas retozaba un pueblo próspero y feliz.
Ríos
y árboles, animales y flores tenían sentido humano.
Dulce
era el vino, servido por la plenitud visible de los jóvenes,
un
dios en las uvas,
una
diosa, amante y maternal,
creciendo
hacia el cielo en plenitud y el oro de la espiga,
la
sagrada ebriedad del Amor, un dulce culto a la más bella de las diosas,
eterna,
polícroma fiesta de los hijos del cielo y de los moradores de la Tierra,
pasaba,
rumorosa, la vida,
como
una primavera, a través de los siglos.
Todas
las generaciones veneraban con fervor infantil la tierna llama,
la
llama de mil formas, como lo supremo del mundo.
Un
pensamiento sólo fue, una espantosa imagen vista en sueños.
Terrible
se acercó a la alegre mesa,
y
envolvió el alma en salvaje pavor;
ni
los dioses supieron consolar
el
pecho acongojado de tristeza.
Por
sendas misteriosas llegó el Mal;
a
su furor fue inútil toda súplica,
Era
la muerte, que el bello festín
interrumpía
con dolor y lágrimas.
Entonces,
separado para siempre
de
lo que alegra aquí el corazón,
lejos
de los amigos, que en la Tierra
sufren
nostalgia y dolores sin fin,
parecía
que el muerto conocía
sólo
un pesado sueño, una lucha impotente.
La
ola de la alegría se rompió
contra
la roca de un tedio infinito.
Espíritu
osado y ardiente sentido,
el
hombre embelleció la horrible larva;
un
tierno adolescente apaga la Luz y duerme,
dulce
Tierra, como viento en el arpa,
el
recuerdo se funde en los ríos de sombra,
la
poesía cantó así nuestra triste pobreza,
pero
quedaba el misterio de la Noche eterna,
el
grave signo de un poder lejano.
A
su fin se inclinaba el viejo mundo.
Se
marchitaba el jardín de delicias de la joven estirpe
–arriba,
al libre espacio, al espacio desierto, aspiraban los hombres subir,
los
que ya no eran niños, los que iban creciendo hacia su edad madura.
Huyeron
los dioses, con todo su séquito.
Sola
y sin vida estaba la Naturaleza.
Con
cadena de hierro ató el árido número y la exacta medida.
Como
en polvo y en brisas se deshizo
en
obscuras palabras la inmensa floración de la vida.
Había
huido la fe que conjura y la compañera de los dioses,
la
que todo lo muda, la que todo lo hermana:
la
Fantasía.
Frío
y hostil soplaba un viento del Norte sobre el campo aterido,
y
el país del ensueño, la patria entumecida por el frío, se levantó hacia el
éter.
Las
lejanías del cielo se llenaron de mundos de Luz.
Al
profundo santuario, a los altos espacios del espíritu,
se
retiró con sus fuerzas el alma del mundo,
para
reinar allí hasta que despuntara la aurora de la gloria del mundo.
La
Luz ya no fue más la mansión de los dioses,
con
el velo de la Noche se cubrieron.
Y
la Noche fue el gran seno de la revelación,
a
él regresaron los dioses, en él se durmieron,
para
resurgir, en nuevas y magníficas figuras, ante el mundo transfigurado.
En
el pueblo, despreciado por todos, madurado temprano,
extraño
tercamente a la beata inocencia de su juventud,
apareció,
con rostro nunca visto, el mundo nuevo
–en
la poética cueva de la pobreza–.
Un
Hijo de la primera Virgen y Madre,
de
un misterioso abrazo el infinito fruto.
Rico
en flor y en presagios, el saber de Oriente
reconoció
el primero el comienzo de los nuevos tiempos.
Una
estrella le señaló el camino que llevaba a la humilde cuna del Rey.
En
nombre del Gran Futuro le rindieron vasallaje:
esplendor
y perfume, maravillas supremas de la Naturaleza.
Solitario,
el corazón celestial se desplegó en un cáliz de omnipotente Amor,
vuelto
su rostro al gran rostro del Padre,
recostado
en el pecho, rico en presagios y dulces esperanzas, de la Madre
amorosamente
grave.
Con
ardor que diviniza,
los
proféticos ojos del Niño en flor
contemplaban
los días futuros; miraba
a
sus amados, los retoños de su estirpe divina,
sin
temer por el destino terrestre de sus días.
Muy
pronto, extrañamente conmovidos por un íntimo Amor,
se
reunieron en torno a él los espíritus ingenuos y sencillos.
Como
flores,
germinaba
una nueva y extraña vida a la vera del Niño.
Insondables
palabras, el más alegre de los mensajes, caían,
como
centellas de un espíritu divino, de sus labios amables.
De
costas lejanas,
bajo
el cielo sereno y alegre de Héllade
llegó
a Palestina un cantor, y entregó su corazón entero al Niño del Milagro:
Tú
eres el adolescente que desde hace tiempo
estás
pensando, sobre nuestras tumbas:
un
signo de consuelo en las tinieblas
–alegre
comenzar de un nuevo hombre–.
Lo
que nos hunde en profunda tristeza
en
un dulce anhelar se nos lleva:
la
Muerte nos anuncia eterna Vida,
Tú
eres la Muerte, y sólo Tú nos salvas.
Lleno
de alegría,
partió
el cantor hacia Indostán
–ebrio
su corazón de dulce Amor–;
y
esparció la noticia con ardientes canciones bajo aquel dulce cielo,
y
miles de corazones se inclinaron hacia él,
y
el alegre mensaje en mil ramas creció.
El
cantor se marchó,
y
la vida preciosa fue víctima pronto de la honda caída del hombre.
Murió
en sus años mozos,
arrancado
del mundo que amaba,
de
su madre, llorosa, y los amigos, medroso.
El
negro cáliz de indecibles dolores
tuvieron
que apurar sus labios amorosos.
Entre
angustias terribles llegaba la hora del parto del mundo nuevo.
Libró
duro combate con el espanto de la vieja muerte,
–grande
era el peso del viejo mundo sobre él–.
Una
vez más volvió a mirar a su madre con afecto
–y
llegó entonces la mano que libera,
la
dulce mano del eterno Amor–,
y
se durmió en la eternidad.
Por
unos días, unos pocos tan sólo,
cayó
un profundo velo sobre el mar rugiente y la convulsa Tierra
–mil
lágrimas lloraron los amados–,
cayó
el sello del misterio
–espíritus
celestes levantaron la piedra,
la
vieja losa de la obscura tumba–.
Junto
al durmiente
–moldeados
dulcemente por sus sueños–
estaban
sentados ángeles.
En
nuevo esplendor divino despertado
ascendió
a las alturas de aquel mundo nacido de nuevo,
con
sus propias manos sepultó el viejo cadáver en la huesa que había abandonado
y,
con mano omnipotente, colocó sobre ella una losa que ningún poder levanta.
Tus
amados aún lloran lágrimas de alegría, lágrimas de emoción, de gratitud
infinita,
junto
a tu sepulcro –sobrecogidos de alegría, te ven aún resucitar–
y
se ven a sí mismos resucitar contigo;
te
ven llorar, con dulce fervor, en el pecho feliz de la Madre;
pasear,
grave, con los amigos;
decir
palabras que parecen arrancadas del Árbol de la Vida;
te
ven correr anhelante a los brazos del Padre,
llevando
contigo la nueva Humanidad,
el
cáliz inagotable del dorado Futuro.
La
Madre corrió pronto hacia ti –en triunfo celeste–.
Ella
fue la primera que estuvo contigo en la nueva patria.
Largo
tiempo transcurrió desde entonces,
y
en creciente esplendor se agitó tu nueva creación
–y
miles de hombres siguieron tus pasos:
dolores
y angustias, la fe y la añoranza les llevaron confiados tras ti–
contigo
y la Virgen celeste caminan por el reino del Amor
–servidores
del templo de la muerte divina, tuyos para la Eternidad–.
Se
levantó la losa.
–Resucitó
la Humanidad.–
Tuyos
por siempre somos,
no
sentimos ya lazos.
Huye
la amarga pena
ante
el cáliz de Oro,
Vida
y Tierra cedieron
en
la última Cena.
La
muerte llama a bodas.
–Con
Luz arden las lámparas.–
Las
vírgenes ya esperan
–no
va a faltar aceite–.
Resuene
el horizonte
del
cortejo que llega,
nos
hablen las estrellas
con
voz y acento humanos.
A
ti, mil corazones,
María,
se levantan.
En
esta vida en sombras
te
buscan sólo a ti.
La
salud de ti esperan
con
gozo y esperanza,
si
tú, Santa María,
a
tu pecho les llevas.
Cuántos
se consumieron
en
amargos tormentos,
y,
huyendo de este mundo,
volvieron
hacia ti,
Ellos
son nuestro auxilio
en
penas y amarguras,
vamos
ahora a ellos,
para
ser allí eternos.
Nadie
que crea y ame
llorará
ante una tumba:
el
Amor, dulce bien,
nadie
le robará.
–Su
nostalgia mitiga
la
ebriedad de la Noche.–
Fieles
hijos del Cielo
velan
su corazón.
Con
tal consuelo avanza
la
vida hacia lo eterno;
un
fuego interno ensancha
y
da Luz a nuestra alma;
una
lluvia de estrellas
se
hace vino de vida,
beberemos
e él
y
seremos estrellas.
El
Amor se prodiga:
ya
no hay separación.
La
vida, llena, ondea
como
un mar infinito;
una
Noche de gozo
–un
eterno poema–
y
el Sol, el Sol de todos,
será
el rostro de Dios.
6 – Nostalgia de la muerte
Descendamos
al seno de la Tierra,
dejemos
los imperios de la Luz;
el
golpe y el furor de los dolores
son
la alegre señal de la partida.
Veloces,
en angosta embarcación,
a
la orilla del Cielo llegaremos.
Loada
sea la Noche eterna;
sea
loado el Sueño sin fin.
El
día, con su Sol, nos calentó,
una
larga aflicción nos marchitó.
Dejó
ya de atraernos lo lejano,
queremos
ir a la casa del Padre.
¿Qué
haremos, pues, en este mundo,
llenos
de Amor y de fidelidad?
El
hombre abandonó todo lo viejo;
ahora
va a estar solo y afligido.
Quien
amó con piedad el mundo pasado
no
sabrá ya qué hacer en este mundo.
Los
tiempos en que aún nuestros sentidos
ardían
luminosos como llamas;
los
tiempos en que el hombre conocía
el
rostro y la mano de su padre;
en
que algunos, sencillos y profundos,
conservaban
la impronta de la Imagen.
Los
tiempos en que aún, ricos en flores,
resplandecían
antiguos linajes;
los
tiempos en que niños, por el Cielo,
buscaban
los tormentos y la muerte;
y
aunque reinara también la alegría,
algún
corazón se rompía de Amor.
Tiempos
en que, en ardor de juventud,
el
mismo Dios se revelaba al hombre
y
consagraba con Amor y arrojo
su
dulce vida a una temprana muerte,
sin
rechazar angustias y dolores,
tan
sólo por estar a nuestro lado.
Medrosos
y nostálgicos los vemos,
velados
por las sombras de la Noche;
jamás
en este mundo temporal
se
calmará la sed que nos abrasa.
Debemos
regresar a nuestra patria,
allí
encontraremos este bendito tiempo.
¿Qué
es lo que nos retiene aún aquí?
Los
amados descansan hace tiempo.
En
su tumba termina nuestra vida;
miedo
y dolor invaden nuestra alma.
Ya
no tenemos nada que buscar
–harto
está el corazón–, vacío el mundo.
De
un modo misterioso e infinito,
un
dulce escalofrío nos anega,
como
si de profundas lejanías
llegara
el eco de nuestra tristeza:
¿Será
que los amados nos recuerdan
y
nos mandan su aliento de añoranza?
Bajemos
a encontrar la dulce Amada,
a
Jesús, el Amado, descendamos.
No
temáis ya: el crepúsculo florece
para
todos los que aman, para los afligidos.
Un
sueño rompe nuestras ataduras
y
nos sumerge en el seno del Padre.
Anexo
1: Dos versiones alternativas del Himno 1
En: http://usuarios.lycos.es/domiarmo/index-111.html
Versión 1
¿Qué
mortal
dotado
de sensibilidad
no
amará, entre tantas
manifestaciones
prodigiosas
del
ámbito en torno suyo,
la
luz placentera
con
sus rayos y ondas,
sus
colores,
su
suave omnipresencia
en
el día?
Como
la más íntima
substancia
de la vida
alienta
por ella el mundo inmenso
de
las constelaciones sin reposo
flotando
en su mar azul,
por
ella alienta la piedra fúlgida,
la
planta silenciosa,
y
la fuerza,
en
continuo movimiento y en multitud
de
formas modelada, de los animales;
por
ella alientan
nubes
y aires multicolores
y
sobre todo
esos
extraños sin par
de
mirada sensual,
de
paso elástico
y
labios sonoros.
Como
rey
telúrico
cada
impulso la conjura
en
innumerables mutaciones
y
con sólo su presencia
se
manifiesta la grandeza
de
su imperio terrenal.
Me
dirijo hacia abajo,
a
la Noche misteriosa,
sagrada
e inefable;
en
lontananza yace el mundo
como
encimado en una profunda fosa,
¡cuán
yermo y solitario
está
su emplazamiento!
Honda
melancolía
vibra
en las cuerdas del pecho;
lejanías
del recuerdo,
deseos
de juventud,
sueños
de la niñez,
alegrías
fugaces
de
toda una vida
y
vanas esperanzas
se
presentan en vestiduras grises
como
niebla vespertina
después
de ponerse
el
Sol.
En
lontananza yace el mundo
con
sus goces múltiples.
En
otros espacios
tendió
la luz
su
toldo festivo.
¿No
tornará jamás
a
sus fieles hijos,
a
sus jardines,
a
su morada suntuosa?
Pero,
¿qué brota
tan
fresco y delicioso,
tan
lleno de presentimientos
en
pos del corazón
y
se traga auras
de
melancolía?
¿Tienes
también tú,
oh
fuerza tenebrosa,
corazón
humano?
¿Qué
ocultas
bajo
tu manto
que
tan invisible y poderosamente
me
penetra el alma?
Sólo
en apariencia eres horrible;
bálsamo
delicioso
gotea
de tu mano,
del
hato de amapolas.
en
dulce embriaguez
abre
las pesadas alas del ánimo.
Y
nos ofrendas alegrías
obscuras
e indecibles,
misteriosas,
como tú misma,
alegrías
que nos
dejan
entrever un paraíso.
¡Cuán
pobre y pueril
se
me antoja la luz
con
sus múltiples elementos,
cuán
alegre y bendito
el
adiós a la tarde!
Y
sólo porque
la
Noche te aparte de los siervos,
sembraste
en
los confines del espacio
esferas
luminosas
para
anunciar tu omnipotencia,
y
retorno,
en
tiempos de tu alejamiento.
Más
sublime que aquellas estrellas rutilantes
en
ese mismo ámbito
nos
parecen los ojos inmensos
que
la Noche
abrió
en nosotros.
Miran
más allá
que
los más pálidos
de
aquellos incontables ejércitos;
innecesitados
de luz,
traspasan
las profundidades
de
un alma enamorada,
llenando
un espacio superior
de
voluptuosidad indescriptible.
Dádiva
de la reina del universo,
de
la gran profetisa
de
un mundo sagrado,
de
la guarda
de
un amor bienaventurado.
Amada,
llegas
–la
Noche ha venido ya–
se
ha consumado el día,
mi
alma está enajenada,
y
tú eres otra vez mía.
Estoy
mirándote en esos profundos ojos negros,
no
veo otra cosa que amor y dicha.
Nos
hundimos en el altar de la Noche,
en
el tálamo mullido
caen
los ropajes;
y
encendidos por la cálida tensión,
se
alza el fuego puro
de
una dulce inmolación.
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