jueves, 27 de julio de 2017

POEMAS DE LI-YOUNG LEE

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(19 de agosto de 1957, Yakarta, Indonesia)


Yo le pido a mi madre que cante


Ella comienza, y mi abuela se le une.
Madre e hija cantan como niñas pequeñas.
Si mi padre estuviera vivo tocaría
su acordeón, balanceándose como un bote.

Nunca he estado en Peking, o en el Palacio de Verano,
ni en el gran Bote de Piedra mirando
cómo empieza a llover en el Lago Kue Ming,
y cómo los campistas huyen por el pasto.

Pero me gusta oír ese canto;
cómo los lirios acuáticos se llenan de lluvia
hasta volcarse, derramando en agua el agua,
oscilando, para llenarse de nuevo.

Ambas mujeres han empezado a llorar.
Pero ninguna detiene su canto.


De las flores


De estas flores vienen
estos duraznos envueltos en papel marrón
que le compramos al muchacho
en la curva de la carretera donde doblamos hacia
los letreros que decían Duraznos.

De las cargadas ramas, de las manos,
de la dulce comunión en las cajas de madera,
viene el néctar a la carretera, suculentos
duraznos que devoramos, incluso la polvosa piel,
viene el polvo familiar del verano, polvo que comemos.

Oh, llevar lo que amamos en nuestro interior,
cargar un huerto en nosotros, comer
no solo la piel, también la sombra,
no solo el azúcar, también los días, sostener
la fruta en nuestras manos, adorarla, y morder
el redondo júbilo del durazno.

Hay días que vivimos
como si la muerte no estuviera
de fondo; de alegría
en alegría en alegría, de ala en ala,
de flor en flor a
imposible flor, a dulce e imposible flor.


 Epístola


De la sabiduría, espléndidas columnas de luz
despertando dulces frentes,
yo no se nada,

sólo lo que he atisbado en el más esperanzador de mis ensueños.
De un mundo sin fin,
amén,

yo no se nada,
sólo lo que canté una vez con los demás,
todos nosotros de pie en la sala abovedada.

Pero hay sabiduría
en el momento en que un niño
se sienta en su cuarto, y escucha

el sonido del llanto
proveniente de alguna otra habitación
de la casa de su padre,

y ese niño era yo, y él
escuchaba sin entender, y de pronto estuvo asustado
por cómo el llanto monótono parecía risa.

Todo esto mientras el medio día se volvía vasto,
mientras los rayos solares y el reloj
daban a luz a la melancolía,

y antes que los días se vaciaran,
el sol creciera terrible, el reloj se detuviera,
y la melancolía se rindiera ante el duelo.

Todo esto
en una hora muerta de un día muerto,
entre puertas cerradas para la siesta o la oración.

¿Quién estaba llorando? ¿Por qué?
¿El niño se durmió?
¿Él huyó de esa casa? ¿Ahora está ahí?

Antes que todo quede asolado, déjenme decir
hay sabiduría en la pálida hora
que llega entre dos sombras.

No es celestial y no es dulce.
Se acompaña de constante llanto humano
y dos surcos gemelos entre las cejas.

Pero es lo que yo sé,
y por eso puedo decirlo.


Visiones e interpretaciones


Porque este cementerio es una colina,
debo subir para ver a mis muertos,
y detenerme a mitad del camino para descansar
al lado de este árbol.

Fue aquí, entre la anticipación
de cansancio y el cansancio,
entre el valle y la cumbre,
que mi padre bajó hacia mi

y subimos cogidos del brazo hasta la cima.
Él acunó el ramo que yo había traído,
y yo, un buen hijo, nunca mencioné su tumba,
erigida como una puerta tras de él.

Y fue aquí, un día de verano, que me senté
a leer un viejo libro. Cuando levanté la mirada
de la página iluminada por el día, tuve una visión
de un mundo por venir, y de un mundo por marcharse.

La verdad, es que no he visto a mi padre
desde que murió , y no, los muertos
no caminan del brazo conmigo.

Si les llevo flores, lo hago sin su ayuda,
las flores no siempre brillan como antorcha,
pero a menudo pesan como periódico mojado.

La verdad, es que un día vine aquí con mi hijo,
y descansamos junto a este árbol,
y caí dormido, y soñé


un sueño que, cuando mi hijo me despertó, conté.
Nadie de nosotros entendió.
Luego subimos.

Incluso esto no es exacto.
Permítanme comenzar de nuevo:

Entre dos penas, un árbol.
Entre mis manos, crisantemos blancos, amarillos
crisantemos.

El viejo libro que terminé de leer
lo he leído una y otra vez.

Y lo que está lejos se acerca,
y lo que está cerca se vuelve más querido,

y todas mis visiones e interpretaciones
dependen de lo que veo,

y entre mis ojos está siempre
la lluvia, la migrante lluvia.


(De Rose, 1986) Poemas traducidos por Marco Antonio Murillo

 Auto-ayuda para paisanos perseguidos


Si tu nombre sugiere un país donde las campanas
pueden haber sido utilizadas para entretener
o para anunciar las entradas y las salidas de las estaciones
o para los cumpleaños de dioses y demonios,
es mejor que uses ropa casual
cuando estés en los Estados Unidos,
y evita hablar demasiado alto.
Si acaso has visto hombres armados
arrastrar y darle una paliza a tu padre
al pie de la puerta de tu casa
para meterlo a la caja de una camioneta
antes de que tu madre te apartara del camino
y enterrara tu cara en los dobleces de su falda,
trata de no juzgar a tu madre duramente.
No le preguntes que estaba pensando
al trasladar los ojos de un niño
de la historia
hacia ese lugar donde todos los dolores humanos empiezan.
Y si te encuentras a alguien
en tu país adoptado,
y crees ver en su cara
un cielo abierto, alguna promesa de un nuevo comienzo,
probablemente significa que te ubicas muy lejos.
O si crees que lees en el otro, como en un libro
cuya primera y última páginas faltan,
la historia de tu propio lugar de origen,
un país dos veces borrado,
una por el fuego, una por el olvido,
probablemente significa que te ubicas muy cerca.
De cualquier forma, trata de que nadie lleve
la carga de tu propia nostalgia o esperanza.
Y si tú eres uno de esos
cuyo lado izquierdo de la cara no combina
con el derecho, tal vez sea una pista
de buscar hacia otra parte como el hábito
que tus ancestros consideraron útil para sobrevivir.
No lamentes no verte bello.
Acostúmbrate a ver mientras no ves.
Ocúpate de recordar mientras olvidas.
Muérete por vivir mientras no quieres seguir adelante.
Posiblemente, tus ancestros decoraron
sus campanas de todas las maneras y tamaños
con elaborados calendarios
y diagramas de distintos sistemas solares,
pero sin mapas para descendientes esparcidos.
Y apuesto que no puedes decir que idioma
usó tu padre cuando le gritó a tu madre
desde la caja de la camioneta, “¡Deja que vea el niño!”
Tal vez no era el lenguaje que usabas en casa.
Tal vez era un lenguaje prohibido.
O tal vez había demasiados gritos
y quejidos y estruendos de armas en las calles.
No importa. Lo que importa es lo siguiente:
El reino del cielo es bueno.
Pero el cielo en la tierra es mejor.
Pensar es bueno.
Pero vivir es mejor.
Estar solo en tu silla favorita
con un libro que disfrutas
está bien. Pero acurrucarse
es mejor.

 El blues del inmigrante


La gente ha tratado de matarme desde que nací,
un hombre le dice a su hijo, tratando de explicar
la sabiduría de aprender una segunda lengua.
Es la misma vieja historia del siglo pasado,
acerca de mi padre y yo.
La misma vieja historia de ayer por la mañana,
acerca de mi hijo y yo.
Se llama “Estrategias de sobrevivencia
y la Melancolía de la asimilación racial.”
Se llama “Paradigmas psicológicos de personas perdidas,”
Llamada “El niño que prefería jugar que estudiar.”
Practica hasta que veas
el idioma en tus venas
, dice el hombre.
¿Pero qué sabe el acerca de adentro y afuera,
mi padre quien fue desechado
a pesar de los lenguajes que usó?
Y yo, confundido acerca de la carne y el alma,
quien preguntó alguna vez ante el teléfono,
¿Estoy dentro de ti?
Siempre estás dentro de mí, contestó una mujer,
en paz con la limitación del cuerpo,
en paz con la indiferencia del alma
hacia el espacio y tiempo.
¿Estoy dentro de ti? Pregunté una vez
yaciendo entre sus piernas, confundido
acerca del cuerpo y el corazón.
Si no crees estar dentro de mí, no lo estás,
contestó ella, en paz con la codicia del cuerpo,
en paz con el corazón consternado.
Es una historia antigua de ayer por la mañana
llamada “Patrones de amor en personas en diáspora,”
llamada “Residuos de residencia
y la Profanación de los amados,”
llamada “Quiero cantar pero no me sé ninguna canción.”


 En su propia sombra


El está sentado en la primera oscuridad
de su cuerpo sentándose en lo oscuro más tenue del cuarto,
la luz apabullante del día detrás de él,
más allá de las ventanas, donde
el Tiempo es el campo.
Su cuerpo arroja dos sombras:
Una encima de la mesa
y al pedazo de papel frente a él,
y una encima de su mente.
Una le complica ver
las palabras que ha escrito y tachado
sobre el papel. La otra
no le deja reconocer
otro amo que no sea la Muerte. Entrecierra los ojos.
Lee: ¿Acaso la primera luz se esconde
en la primera oscuridad
?
Lee: Mientras que todos los cuerpos comparten el mismo destino, ese no es el caso de las voces.


Jeroglífico del atardecer


Las aves siguen cambiando de lugar en el árbol vacío
como decimales o numerales reconfigurando
alguna palabra que, dicha, puede sonar la llave
que endereza el mecanismo dentro de la cerradura
que mantiene a la puerta dividiéndome de mi.
Finales de enero. Todas las aves miran
en una misma dirección y revolotean
de rama en rama.
No levantan ni una voz en contra
o hacia la oscuridad venidera, ni respuesta
para preguntas hechas por uno
cuyo ser entero parece una pregunta
planteada a sí mismo, uno que ya no es
nuevo en la tierra, ignorante, aunque,
aun no la próxima cosa.

 La manzana se fuga


Contando hacia atrás
me siembro,
broto de la rama
de un nombre, rápido
hacia la sombre creciente
de mi madurar,
más allá de mi madre preguntando
desde su ventana, ¿has visto mi peine?
preguntando desde las escaleras del pórtico,
¿Quién rompió el reloj?
Más allá de mi padre advirtiendo desde el borde
del patio, Nunca des diezmo a la oscuridad. ¡Qué va!
ellos lo dicen por mi bien, y sus tonos
viven en lo amargo de mí
y en lo dulce, y en lo redondo y en lo escarpado,
en lo aromático, y en lo que nadie puede casar,
yo una carne olvidadiza
aprendiendo las tablas del corazón al repetirlas,
**
yo una retentiva carne llorando,
¡No hay vuelta atrás!
Una ebria carne riendo, ¡No hay vuelta atrás!

(De Behind My Eyes, 2008) Poemas traducidos por Adelmar Ramírez


Caquis


(De Rose, 1986)
En sexto grado la señora Walker
me dio un palmetazo en la nuca
y me hizo parar en el rincón
por no saber la diferencia
entre “persimmon”1 y “precision”.2
Cómo escoger
caquis. Esto es precisión.3
Maduros son suaves y pardimoteados.
Oler los puntos más bajos.4 El dulce
será fragante. Cómo comerlo:
disponer el cuchillo, desplegar un periódico.
Mondar la piel delicadamente, sin rasgar la carne.
Mascar la piel, chuparla,
y tragar. Entonces, comer
la carne de la fruta,
tan dulce,
toda ella, al fondo.
Donna se desviste, su estómago es blanco.
En el patio, fresco y estremecedor
con grillos, nos tendemos desnudos,
frente a frente, boca abajo.
Le enseño chino.
Los grillos: “cri, cri”.5 El rocío: lo he olvidado.
Desnudos: lo he olvidado.
Ni, wo:6 tú y yo.
Separo sus piernas,
recuerdo decirle
que es hermosa como la luna.
Otras palabras
que me hacían molestar eran
“fight” y “fright”,7 “wren” y “yarn”.8
Luchar era lo que yo hacía cuando estaba atemorizado,
temor era lo que sentía cuando estaba luchando.
Los abadejos son pequeños, pájaros ordinarios;
el hilo es lo que uno teje con palillos.
Los abadejos son suaves como el hilado.
Mi madre hacía pájaros de hilo.
Me gustaba mirarla entrelazar el tejido;
un pájaro, un conejo, un hombrecito.
La señora Walker trajo un caqui a clase
y lo cortó
así todos pudieron saborearlo
una “manzana china”. Sabiendo
que no estaba maduro o dulce, no comí
pero observé los otros rostros.
Mi madre decía que cada caqui tenía un sol
adentro, algo dorado, fulgurante,
ardiente como mi rostro.
Una vez, en el sótano, encontré dos envueltos en periódicos,
olvidados y no maduros todavía.
Los tomé y los coloqué sobre el antepecho de la ventana de mi cuarto,
donde cada mañana un cardenal
cantaba, “El sol, el sol”.
Finalmente entendí
que él estaba quedando ciego,
mi padre se sentaba toda la noche
aguardando por una canción, un fantasma.
Le di los caquis,
hinchados, pesados como tristeza,
y dulces como el amor.
Ese año, en la turbia iluminación
del sótano de mis padres, escudriñé, buscando
algo que había perdido.
Mi padre sentado sobre los fatigados escalones de madera,
el negro bastón entre sus rodillas,
una mano sobre la otra, asiendo el puño del bastón.
Estaba tan feliz de que yo hubiese venido a casa.
Le pregunté cómo estaban sus ojos, una estúpida interrogación.
“Se han ido”, respondió.
Bajo algunas mantas, encontré una caja.
Dentro de la caja hallé tres rollos de pintura.
Me senté al lado de mi padre y desaté
las tres pinturas para él:
hojas de hibisco y una flor blanca.
Dos gatos acicalándose.
Dos caquis, tan llenos que deseaban caerse de la tela.
Él alzó ambas manos para tocar la tela,
Preguntó, “¿Qué es esto?”
“Esto son caquis, padre”.
“Oh, la sensación de la cola de lobo9 sobre la seda,
la fuerza, la tensa
precisión en la muñeca.
Los pinté cientos de veces
con los ojos cerrados. Esos que pinté ciego.
Algunas cosas nunca abandonan a una persona:
el perfume del cabello de alguien que amaste,
la textura de los caquis,
en la palma de tu mano, el maduro peso”.


Un himno a la infancia


(De Detrás de mis ojos)
¿Infancia? ¿Cuál infancia?
¿La que no perdura?
¿La en la cual aprendiste a tener miedo
del pozo con bordes en el patio trasero
y en la escalera en el ático?
¿La dirigida por hombres armados
en uniformes inadecuados
vagando por las calles y callejones,
mientras los altoparlantes declaraban una nueva era,
y alrededor de la casa donde creciste,
los cuartos más alejados aparte, con más y más
personas desaparecidas?
Las fotografías cuchicheando entre ellas
desde sus marcos en el vestíbulo.
Las ollas de cocinar decían tu nombre
cada vez que ibas a la cocina.
Y tú pretendías estar muerto con tu hermana
en juegos de rescate y abandono.
Aprendiste a estar quieto por largo tiempo
el mundo parecía un juego visto desde la apagada
seguridad de un ala. ¡Mira! Al
galope los sirvientes gritan, los soldados disparan,
se llevan los enseres,
destrozan a la China de tu madre.
No duermas.
Cada acto se abre con tu madre
leyendo una carta que la hace llorar.
Cada acto se cierra con tu padre caído
en las manos del Faraón.
¿Cuál niñez? ¿La que nunca termina? Oh, tú
aún un niño, y lento creces.
Aún le hablas a Dios y piensas que la nieve
cayendo es el sonido de Dios escuchando,
y el invierno es la casa de alto techo
donde Dios mide con un ojo
una ola oceánica en octavas y minutos,
y cuenta con muchos dedos
todas las maneras de que un niño aprenda a decir “Yo”.
¿Cuál infancia?
¿La de la cual nunca escaparás? Tú,
tan lento para conocer
lo que sabes y no sabes.
Aún pensando que escuchas bajas canciones
en el viento en el alero,
historias en tu respiración,
pena en la escuchada paloma al anochecer,
y plenitud en el pájaro no visto
tañendo1 en la mañana. Aún lento para decir
la memoria de la imaginación, cielo
de aquí y ahora,
infierno de aquí y ahora,
muerte desde la infancia, y ambas
desde el sueño.

Comiendo en conjunto


En el vaporario está la trucha
sazonada con argentado jengibre,
dos vástagos de verde cebolla, y aceite de sésamo.
Comeríamos con arroz para el almuerzo,
los hermanos, la hermana, mi madre quien
probaría la más dulce carne de la cabeza,
cogiéndola entre sus dedos
diestramente, la manera que mi padre usó
semanas ha. Entonces se tendió
a dormir como un camino cubierto de nieve
soplando a través de los pinos más viejos que él,
sin ningún viajero, y solo para nadie.


Temprano en la mañana


Mientras los largos granos se están ablandando
en el agua, glugluteando
sobre una baja llama de la estufa, antes
que los salteados vegetales de invierno estén troceados1
para el desayuno, ante los pájaros,
mi madre se pasa un peine de marfil
por su cabello, pesado,
y negro como la tinta2 del calígrafo.
Ella se sienta al pie de la cama.
Mi padre la observa, escucha
la música del peine
contra el cabello.
Mi madre lo desenreda,3
hala su cabello atrás
lo aprieta, lo enrolla
alrededor de dos dedos, lo sujeta
en un moño en su nuca.
Por medio siglo ella ha hecho esto.
A mi padre le gusta verlo así.
Él dice que está cuidado.
Pero yo sé
que es debido a la manera
en que el cabello de mi madre cae
cuando él lo desciñe.
Fácilmente, como las cortinas
cuando ellos las desatan al anochecer.


Mi índigo


Es tarde. He venido
a encontrar la flor que brota
como un santo muriendo al revés.
La rosa no lo haría, no el lirio.
He venido para encontrar la triste, la tímida,
cabizbaja, grave, aislada.
Ahora, oscuras reunidas en la hierba,
y estoy sobre mis manos y rodillas.
¿Cuál es su nombre?
Pequeña hermana,1 mi índigo,
mi secreto, vaginal y dulce,
tú desplegada por ti misma impúdicamente
hacia el terreno. Tú quemas. Vives
un instante en dos mundos
al mismo tiempo.

Levántate, húndete

No eran los brillantes dobladillos de las camisas del Señor
que cepillaban mi cara y abrían mis ojos
para ver desde una hendidura en la roca su trasero;
era una avispa posada sobre mi mejilla izquierda. Mantenía
mis ojos cerrados y parado perfectamente quieto
en el jardín hasta que me dejaba solo,
no para contemplar cómo este siglo
finalizaba y el próximo comenzaba con nadie
que yo conociera habiendo visto a Dios, sino para admirarme
porqué pasé la mayor parte de los días ileso, aunque
vivía en un tiempo cuando podía ser de otra manera,
y crecía más huérfano cada día.
Por años ahora había logrado conclusiones
sin la ayuda de mi padre, descubriendo
por mi cuenta lo que sabía, lo que no sabía,
y viendo cómo uno cancelaba al otro.
He llegado a ser un escolar de cancelaciones.
Aquí, parado entre las rosas de mi padre
y veo eso que pincha excediendo en número a lo que
consuela, lo cruel y lo tierno nunca
harán la paz, aunque uno trepe, aunque uno descienda
pétalo a pétalo al escondido terreno
que nadie posee. Veo eso que es
arrebatado por la violencia o la persuasión.
La rosa anuncia sobre la tierra el reino
de la gravedad. Un pájaro la cancela.
Mis párpados cancelan al pájaro. Todo
puede cancelar mis ojos: la distancia, el tiempo, la guerra.
Mi padre decía: “Nunca separes tus ojos
del mundo”, antes de que él te sacuda.
Toda la noche aguardábamos el golpe
que lo habría señalizado, “Todo claro, ven ahora”;
habría significado escapar; nunca venir.
“Yo no hice al mundo que te dejé”,
decía, y entonces, siendo pobre, él me dejó
solo este mundo, en que existe siempre
una familia aguardando con terror
antes de que ellos estuvieran rendidos, este mundo en que un hombre
pueda levantarse, hundirse, y andar un camino
y detenerse y curvarse ante las rosas, rosas
que su padre levantó, y admirarlas, por un momento
incapaz, agradecer a Dios, ver en cada
flor el mundo cancelándose a sí mismo.

Esta hora y lo que está muerto


Anoche mi hermano, con pesadas botas, estuvo caminando
sobre mi cabeza a través de los desnudos cuartos,
abriendo y cerrando puertas.
¿Qué podría estar buscando en una casa vacía?
¿Qué podría posiblemente necesitar allí en el cielo?
¿Recordaría su tierra, su lugar natal colocando antorchas?
Su amor por mí me hacía sentir como agua derramada
retornando a su vasija.
En esta hora, lo que está muerto está inquieto
y lo que está vivo está ardiendo.
Alguien le dirá que debería dormir ahora.
Mi padre mantiene una luz sobre nuestra cama
y dinero menudo para nuestro viaje.
Él remienda diez agujeros en las rodillas
de sus cinco pares de pantalones de muchacho.
Su amor por mí es como su costura:
varios colores y demasiados hilos,
las puntadas desiguales. Pero la aguja horada
limpia a través con cada lance de su mano.
En esta hora, lo que está muerto está preocupado
y lo que está vivo está fugitivo.
Alguien le dirá que debería dormir ahora.
selección, traducción y notas: Wilfredo Carrizales


INQUIETO


Puedo oír en tu voz
que has nacido en un país
y morirás en otro, 

y es donde vives donde te enterrarán,
y es cuando sueñas donde naciste,

y la luna no adorna jamás ambos cielos
la misma noche,

de ahí que creas que la luna tiene una hermana,
de ahí que sea tu día rehén de tus noches,

de ahí que no puedas dormir salvo que olvides,
que no puedas amar salvo que recuerdes.

Y de ahí que estés dividido: sí no.
Quiero morir. Quiero vivir.
Nunca te vayas. Déjame solo.

Puedo oír, por lo que dices,
que tus primeras palabras debieron de ser madre y padre.

Antes incluso de tu propio nombre, madre.
Mucho antes de amén, padre.

Y metes una palabra en tu zapato izquierdo,
una en el derecho, y te echas a andar.

Y al acostarte las cubres
con tu almohada, y allí van dando pie
a otras palabras: niñez, destino y salvamento.
Cielos, vino, retorno.

E incluso dios y muerte son dos vástagos.
Incluso mundo fue engendrado, incluso estío
es un descendiente. Y el manzano. Mira y capta

el completo linaje de lo vivo
en cada hoja y decisión
ramificándose, acurrucado en cada brote firme,

todo junto en la flor, y de nuevo
en la pulpa, disuelto en el aroma
del primer bocado y del último.

Puedo decir, por tu callar, que has visto
los pétalos inmensos en su desvanecerse.

Alzando, cuando vuelan, tu única morada.
Sembrando, en su caída, sombras a tus pies.

Y que al cerrar los ojos puedes
oír las viejas fuentes
de las que proceden,

a la roca y el agua anunciando incesantes
las leyes del llegar y del partir.


                                          Traducción de Abraham Gragera 



“El atajo a casa”

En la versión de mi hermana,
Dios no habrá de encontrarnos
en ningún bolsillo de su abrigo,
ni en los vacíos, ni en los llenos.
No estamos en sus manos, la amable o la terrible;
ni en sus zapatos, el enorme o el diminuto.
Tampoco nos escondemos en las manzanas,
ni en la perfecta ni en la echada a perder.
Ni en el primer mordisco, ni en el último.
En la versión de mi hermano,
nuestra muerte nos canta desde la rama más alta
del más antiguo árbol que las aves recuerdan
en su canto, y vagamos por la casa paterna
en busca del origen de las olas.
En mi versión… mas yo no tengo una versión.
Lo único que tengo son unos pocos nombres para las flores:
Manto de la Virgen, Siete de la tarde, Madre de las alas,
Historia que es llevada hacia arriba por una escalera. Lo único
que tengo es un sendero sembrado que sigo para dormir:
Flor de clivia, Vidrio empañado, Frasco con una canción,
Umbral de quema, Sangrienta escaramuza,
Voz esparcida entre las rocas.
Traducción de Enrique Servin



DEBES CANTAR

Canta en los brazos de su padre, canta a su padre
para dormir, todo el rato viendo cómo crecen
de repente en su cara extrañas, debilitadas sombras
a medida que el tiempo pasa. Tiempo justiciero. Dulce tiempo. Porque su padre

lo pidió, él canta; porque están totalmente perdidos.
¿De qué otra manera, en el inmaculado mediodía, se encontrarán
uno al otro, ahora que están tan cerca? Tan cerca y perdidos.
Su voz saliendo por la ventana, corriendo por todas partes.

¿Era un gigante muerto? Oh, ¿cómo encontrará
a su padre? Están tan cerca. ¿Estaba invitada la muerte?
¿Por qué puerta vendrá? Todas las puertas del día
están cerradas. Debe renunciar a aquellas horas, a esa casa,

las extremidades recogidas, dispuestas para aprender:
Debes cantar para ser encontrado; cuando te encuentren, debes cantar.
Versión de Carlos Alcorta


Almohada

No hay nada que no pueda encontrar allí.
 Voces en los árboles, las páginas que faltan
 del mar.

 Todo excepto el sueño.

 Y la noche es un puente sobre el río
 Los bancos de habla y escucha,

 Una fortaleza, indefensa e inviolable.

 No hay nada que no encaje debajo de él:
 Fuentes llenas de barro y hojas,
 Las casas de mi infancia.

 Y la noche comienza cuando los dedos de mi madre
 Suelta el hilo
 Han estado atando y desatando
 Para tocar el borde de nuestra historia desgastada.

 La noche es la sombra de las manos de mi padre
 Fijando el reloj para la resurrección.

 ¿O es el reloj desenredado, los números volados?

 No hay nada que no haya encontrado en casa:
 Alas desechadas, zapatos perdidos, un alfabeto roto.

 Todo excepto el sueño.  Y la noche empieza

 Con la primera decapitación
 Del jazmín, su fragancia cautiva
 Deshacerse de ropa de entierro.

El Sacrificio


Nos vemos el uno al otro 
Exactamente en el centro, 
La espina dorsal del fuego, y sufren 
Para ser revisado. 
Quédate conmigo. 

¿No se nos prometió 
La llama pura, el cambio brillante 
Tan limpio incluso nuestra ropa no olía a humo, 
No un solo cabello de nuestras cabezas se cantaría? 
Sin embargo, en este momento, 
Suelto y caliente sobre mi cuello? 
Quédate cerca ahora. 

El sonido es como un crujido procedente de las cámaras. 
Alguien que tamiza a través de miles 
De páginas, las historias de rapto, 
Buscando un final feliz. 
El sonido es como el mar, 
Que está muy lejos. 
¿Tienes miedo? 

Hay muchas cosas 
Que están lejos de nosotros ahora. 
Trate de recordar algunos de ellos: 
El hierro en el agua del baño 
Que te hizo probar el óxido. 
El conejo gritando en la noche, 
Sus entrañas esparcidas 

En el ala como profetizar. 
¿Puedes escucharme? Di algo. 
Dime lo que recuerdas de nuestra vida. 
El vestido roto que arrojaste, 
Un trozo del cual rescaté y usé como bufanda. 
¿Sigues conmigo? Di algo. 
¿Le duele mucho? ¿Estás aquí? 


La hamaca

Cuando pongo mi cabeza en el regazo de mi madre
Pienso cómo el día oculta las estrellas,
La forma en que estaba oculto una vez, esperando
Dentro de mi madre cantando para sí misma. Y recuerdo
Cómo me llevó en su espalda
Entre el hogar y el jardín de infantes,
Una vez cada mañana y una vez cada tarde.

No sé lo que piensa mi madre.

Cuando mi hijo pone su cabeza en mi regazo, me pregunto:
Los besos de su padre mantienen las preocupaciones de su padre
De convertirse en su? Creo, Dios mío, y recuerda
Hay estrellas de las que aún no hemos oído hablar:
Hasta ahora han llegado. Amén,
Creo, y me siento casi consuelo.

No tengo idea de lo que mi hijo está pensando.

Entre dos incógnitas, vivo mi vida.
Entre las esperanzas de mi madre, más vieja que yo
Por venir delante de mí, y los deseos de mi hijo, más viejo que yo
Por sobrevivirme. ¿Y cómo es?
¿Es una puerta, y adiós a ambos lados?
¿Una ventana, y la eternidad a cada lado?
Sí, y un poco de canto entre dos grandes descansos. 


El Regalo


Para tirar de la astilla de metal de mi palma 
Mi padre recitó una historia en voz baja. 
Miré su cara encantadora y no la hoja. 
Antes de que terminara la historia, había quitado 
La plancha de hierro de la que pensé moriría. 

No puedo recordar el cuento, 
Pero oiga su voz todavía, un pozo 
De agua oscura, una oración. 
Y recuerdo sus manos, 
Dos medidas de sensibilidad 
Él puso contra mi cara, 
Las llamas de la disciplina 
Levantó sobre mi cabeza. 

¿Habías entrado esa tarde? 
Habrías pensado que habías visto a un hombre 
Plantando algo en la palma de un niño, 
Una lágrima de plata, una pequeña llama. 
Si hubieras seguido a ese chico 
Usted habría llegado aquí, 
Donde me doblo sobre la mano derecha de mi esposa. 

Mira cómo me afeito la uña del pulgar hacia abajo 
Tan cuidadosamente no siente dolor. 
Mira mientras levanto la astilla. 
Tenía siete años cuando mi padre 
Tomó mi mano como esta, 
Y yo no tenía ese fragmento 
Entre mis dedos y pensar, 
Metal que me enterraré, 
Lo bautiza Little Assassin, 
El mineral va profundo para mi corazón. 
Y no levanté mi herida y lloré, 
Muerte visitado aquí! 
Hice lo que un niño hace 
Cuando le dan algo que guardar. 
Besé a mi padre. 

Esta habitación y todo en ella


Todavía mientas 
Mientras me preparo para mi futuro, 
Ciertos días difíciles por delante, 
Cuando necesitaré lo que sé tan claramente en este momento. 

Estoy haciendo uso 
De lo que aprendí 
De todas las cosas que mi padre trató de enseñarme: 
El arte de la memoria. 

Estoy dejando esta habitación 
Y todo en él 
Defender mis ideas sobre el amor 
Y sus dificultades. 

Voy a dejar que su amor-gritos, 
Esas notas espaciosas 
De un momento atrás, 
Stand para la distancia. 

Su olor, 
Ese olor 
De especias y una herida, 
Dejaré el misterio. 

Tu vientre hundido 
Es la taza diaria 
De la leche que bebí 
Como un niño antes de la oración de la mañana. 

El sol en la cara 
de la pared 
Es Dios, la cara 
No puedo ver, mi alma, 

Y así sucesivamente, cada cosa 
De pie por una idea separada, 
Y las ideas que forman la constelación 
De mi mayor idea. 
Y un día, cuando necesite 
Decirme algo inteligente 
sobre el amor, 

Cerraré los ojos 
Y recuerda esta habitación y todo lo que hay en ella: 
Mi cuerpo es extraño. 
Este deseo, la perfección. 
Tus ojos cerrados, mi extinción. 
Ahora me he olvidado de mi 
idea. El libro 
En el alféizar de la ventana, riffled por el viento ... 
Las páginas pares 
El pasado, 
Páginas numeradas, el futuro. 
El sol es 
Dios, tu cuerpo es leche ... 

Inútil, inútil ... 
Tus gritos son canto, mi cuerpo no soy yo ... 
No es bueno mi idea 
Se ha evaporado ... tu cabello es tiempo, tus muslos son canción ... 
Tenía algo que hacer 
Con la muerte ... tenía algo 
Que ver con el amor. 

Con Ruinas



Elige una zona tranquila 
Lugar, ruinas, una casa no más 
una casa, 
Bajo cuyo arco de piedra estaba 
Un día para pato la lluvia. 

El piso sin techo, vertical 
Clavos, ocho columnas de madera 
No apoyando nada, 
Dos escaleras carenando a ninguna parte, todas 
Hazlo parecer 

Un bosquejo, notas a una casa, 
Negociación de la red dimensional 
Ausencias, 
una idea 
Retrocediendo en lluvia indefinida, 

O bien esa idea 
Emergente, esquelético 
Contra el cielo martillado, un 
Cosa humana 
De aquí a un cielo de hierro. 

Un lugar donde las cosas 
Fueron dichas y hechas, 
Allí puedes recordar 
Lo que necesitas 
recuerda. La melancolía es útil. Trae el tuyo. 

No hay vecinos que se pregunten 
quien eres, 
Que puedes hacer 
Caminando allí 
Parando de vez en cuando 

Tocar un ladrillo que se desmorona 
O de pie en una puerta 
Enmarcado por el día. 
Nadie tiene que conocerte 
Cosa de otra puerta 

Que enmarcaban la lluvia o la noticia de la guerra 
Dependiendo de la forma en que se enfrentan. 
Piensas en carreteras y caminos de tierra 
Viajaste una vez y siempre 
En la misma dirección: lejos. 

Crees 
De una mujer, un favorito 
Vestido, los pechos de tu padre viejo 
La última vez que lo vio, su aliento, 
Breve la hoja 

Te has arrancado de una vid y que sostienes ahora 
A tu mejilla como un billete de tren 
O un trozo de tela, una mano pequeña o una hoja - 
todo depende 
En el curso de su memoria. 

Es un lugar 
Para aquellos que no tienen lugar 
Para corresponder a ruinas en el alma. 
Es mio. 
Es todo tuyo. 

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