A los críticos católicos
A menudo un poeta se acusa y se calumnia,
exagera, por amor, su propio desamor,
exagera, para castigarse, su propia ingenuidad,
es puritano y tierno, duro y alejandrino.
Es incluso demasiado agudo en los análisis de los signos
de las herencias, de las supervivencias:
tiene también un pudor excesivo en concederles
algo a la razón y a la esperanza.
Pues bien, ¡ay de él! ¡No hay un instante
de vacilación: basta con mencionarlo!
Abro a la mañana de un blanco lunes...
Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme... en días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío...
y se ha truncado... Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia
Versión
de Delfina Muschietti
Al muchacho Codignola
Querido muchacho, sí, claro, encontrémonos,
pero no esperes nada de este encuentro.
Si acaso, una nueva desilusión, un nuevo
vacío: de aquellos que hacen bien
a la dignidad narcisista, como un dolor.
A los cuarenta años yo estoy como a los diecisiete.
Frustrados, el de cuarenta y el de diecisiete
pueden, claro, encontrarse, balbuceando
ideas convergentes, sobre problemas
entre los que se abren dos décadas, toda una vida,
y que, sin embargo, aparentemente son los mismos.
Hasta que una palabra, salida de las gargantas
inseguras,
aridecida de llanto y deseo de estar solos,
revela su irremediable diferencia.
Y, además, tendré que hacer de poeta
padre, y entonces me replegaré sobre la ironía,
que te incomodará: al ser el de cuarenta
más alegre y joven que el de diecisiete,
él, ya dueño de la vida.
Más allá de esta apariencia, de este aspecto,
no tengo nada que decirte.
Soy avaro, lo poco que poseo
me lo guardo apretado en el corazón diabólico.
Y los dos palmos de piel entre pómulo y mentón,
bajo la boca torcida a furia de sonrisas
de timidez, y los ojos que han perdido
su dulzura, como un higo agrio,
te parecerían el retrato
precisamente de esa madurez que te hace daño,
madurez no fraterna. ¿De qué puede servirte
un coetáneo, simplemente entristecido
en la delgadez que le devora la carne?
Cuanto ha dado ya lo ha dado, el resto
es árida piedad.
Versión
de Carlos Vitale
De Poesía en forma de rosa, 1964
Al príncipe
Si regresa el sol, si cae la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras,
si una siesta de lluvia parece regresar
de tiempos demasiado amados y jamás poseídos del todo,
ya no encuentro felicidad ni en gozar ni en sufrir por
ello:
ya no siento delante de mí toda la vida...
Para ser poetas, hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
para que se forme algo, que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte
que se viene encima, en el ocaso de la juventud.
Pero por culpa también de este nuestro mundo humano
que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz.
De "La religión de mi tiempo" 1961
Versión
de Delfina Muschietti
Análisis tardío
(Fin de los años sesenta)
Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa;
que todo aquello que toco ya lo he tocado;
que soy prisionero de un interés indecente;
que cada convalecencia es una recaída;
que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a
viejo;
que también el humorismo forma parte del bloque
inamovible;
que no hago otra cosa que reducir lo nuevo a lo antiguo;
que no intento todavía reconocer quién soy;
que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre;
que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las
miserias;
que no saldré nunca de aquí por más que sonría;
que doy vueltas de un lado a otro por la tierra como una
bestia enjaulada;
que de tantas cuerdas que tengo he terminado por tirar
de una sola;
que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre
y por lo tanto pura;
que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.
Versión
de Hugo Beccacece
Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos...
Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos
sobre la frente, tú, pequeña luz,
absorta enrojeces mis papeles.
De adolescente ardía hasta el anochecer
junto a tu demacrada claridad, y eran extraños
los rumores del viento y el canto de los grillos
solitarios.
Entonces en las estancias sin memoria
dormían los parientes, y mi hermano,
tras un delgado muro, estaba inmóvil.
Ahora tú, luz rojiza, no nos dices en dónde está
y, sin embargo, iluminas y suspira
el grillo en los campos desiertos;
mi madre se peina ante el espejo,
con un gesto tan antiguo como tu luz,
y piensa en aquel hijo ya sin vida.
Danza de Narciso
Estoy negro de amor,
ni ruiseñor ni muchacho,
todo entero como una flor
deseando sin deseo.
Me he levantado entre las violetas
mientras aclaraba
cantando un canto olvidado
en la noche serena.
Me dije: «¡Narciso!»,
y un espíritu
con mi rostro
oscurecía la hierba
al claro de sus rizos.
De "La mejor juventud" 1941-1953
Versión
de Delfina Muschietti
Tomado de:
http://amediavoz.com/pasolini.htm
David
Apoyado en el pozo, pobre joven,
vuelves hacia mí tu cabeza gentil,
con una risa grave en los ojos
Tú eres, David, como un toro en un día de abril,
que de la mano de un muchacho que ríe
va dulce a la muerte.
Traducción
de Delfina Muschietti
Reaparición poética de Roma
Dios, qué significa ese sudario silencioso
que ondula sobre el horizonte…
ese ventisquero de moho —rosa
de sangre aquí— desde las faldas de los montes
hasta las ciegas encrespaduras del mar…
aquella cabalgata de llamas sepultadas
en la niebla, que hace confundir el llano
que va de Vetralla a Circeo con un pantano
africano que exhala un anaranjado
mortal… Es velamen de bostezantes y sucias
brumas enroscadas en pálidas
venas, incendiadas líneas,
ganglios en llamas: allá donde los valles
del Apenino, entre diques de cielo,
desembocan en el Agro vaporoso
y en el mar: pero —casi arcas o espigas
en el mar, en el negro mar granuloso—
la Cerdeña o la Cataluña
ardiendo por siglos en un grandioso
incendio sobre el agua que las sueña
más que reflejarlas, resbalando,
parece que acabaron por lanzar toda
su madera aún ardiente, toda cándida
brasa de ciudad o cabaña devorada
por el fuego, hasta palidecer en estas landas
de nubes sobre el Lazio.
Pero ya todo es humo, y os asombraríais
si, dentro de los escombros del incendio,
oyéranse reclamos de frescos
niños desde los establos o magníficos
tañidos de campana retumbando de hacienda
en hacienda, por los abruptos atajos
desolados que se vislumbran desde la calle
Salaria —como suspendida en el cielo—
a lo largo de ese fuego melancólico
perdido en un gigantesco desmoronamiento.
Ahora su furia se desangra y palidece
infundiéndole mayores ansias al misterio
allá donde —bajo esas polvaredas
flameantes, casi un empíreo sudario—
empolla Roma sus barrios invisibles.
Casi a la manera de Ajmátova, para ella
Un poeta dice que un poeta es un gorrión
que repite toda la vida las mismas notas.
Las tuyas son las notas de un gorrión que cree
que su vida es toda la vida.
Nadie va a desilusionar a un gorrión, porque
a un gorrión no se lo puede desilusionar:
su seguridad es como la presencia -
sobre la tierra- de Tsárskoye Seló.
¿Ha pasado la revolución sobre Tsárskoye Seló?
Por cierto, ha pasado, pero simplemente como
"un evento que no tiene igual": *
el gorrión ha continuado cantando.
Nada existe si no se mezcla con el misterio:
¿qué testimonio tendríamos de los "eventos"
si no cantase antes y después de ellos
un gorrión con su canto leve y severo?
*Son
palabras de Ajmátova
El poder
Un sabor de fernet.
El Ministro, en el umbral del Parlamento:
aquel sabor dignamente marrón
-con la baba sin embargo amarga como el aura
de la luz de las sombrillas atómicas-
sonríe, entrando, a los ujieres,
como si, con ellos, compartiese un patrón.
Yo observo desde mi aura amarga,
al bebedor del marrón sustancioso, potente
droga de marca anticuada
pero cara aún al Neocapital. La usa
con una tranquilidad de padre.
Es casi servil -repito- su sonrisa a los siervos.
Va mendigando el pan cotidiano
del poder corriente, diría familiar.
Captatio benevolentiae de género democrático,
no privada de dobles sentidos itálicos -a los siervos
carroñas
que, en su pequeño pedestal,
tienen garantías de futuro
incomparables
con las del ministro,
pero mucho más absolutas.
Con la sonrisa -la mano que recorre
los botones del saco cruzado
sobre la panza
pedemontana
repleta como una sala de espera:
no acariciará casimir, sino lana tradicional.
Así, asegurado en el fondo del saco
-cuadrado, según el gusto anticuado
pero siempre caro a la crueldad del Neocapital-,
como sobre la divinidad de la puerta,
va, entra
en los corredores del poder,
corrigiendo la autoridad con una sonrisa solidaria.
En el sabor del fernet,
que se parece extrañamente
al de los caramelitos de la Doctrina, en el Véneto,
agigantado
desde la obediencia a la dureza ascética,
a la saludable untuosidad
que produce partidas de bochas con Adenauer.
¡Cómo puede ser distinta una vida!
La idea de lo que es "el estar
en el poder"
es una absoluta novedad, en la mía.
Qué sonrisa repugnante da.
Incluso el más poderoso
no es más que un siervo de su poder (¿Manzoni?):
va limosneando manutención,
confirmando.
Algodón empapado de licor de marca,
estalla en hongos que solemnemente
evolucionan
en el aire tórrido o glacial
de la cumbre de los mares.
Pequeños mares de provincia...
Con diez mil, veinte mil
votos de preferencia. Un séquito
de ciudadanos italianos
que se apiñan en las segundas clases
-víctimas de manía de grandeza
o de persecusión o más simplemente de miseria-,
perdidos en los horarios, en los días de mal tiempo,
con sus lastimosos trajes comprados en grandes almacenes
sobre un cuerpo mal lavado, pobres barrigas,
pies mal gobernados.
Esto, a las espaldas: y delante,
radiantes, los corredores del poder.
¡Un sabor de fernet que recorre sus dos tristes
vertientes!
Sin embargo, este ingreso,
que asegura la divinidad de la puerta
y la grandiosidad de un saco cortado en provincia
-demuestra a quien observa desde el aura amarga
que el poder no solo
es formalidad, es forma.
Tomado de:
https://campodemaniobras.blogspot.com/2010/
El papa Juan que escucha a Auerbach *
En Estambul Auerbach estaba en exilio,
el ir a escucharlo era un acto político.
Ahora entiendo el sello
de la ocurrencia del abuelo-hijo:
el sello, esto es, de quien sabe incluso el saber.
Ser doblemente lejanos de la vida
para verla toda, y acercar las dos distancias.
Sólo sumando al creyente el erudito se hace el santo
(¡que no quiere ser santo!). Los años de Estambul
son sin color, libres de toda agitación,
exentos de dulce vitalidad: no quedan sino los actos
del alma y los de la mente. Doblemente
por encima del vivir, el mundo es un mapa
del caos, y el orden es una mirada sonriente.
* Erich Auerbach, filólogo alemán exiliado en Estambul
durante el nazismo.
Tomado de:
https://campodemaniobras.blogspot.com/2010/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario