(Bogotá, Colombia 1966)
DE LA HOMERIADA Y OTROS
CUENTOS
Del oficio del periodismo
Tenía 20
años, y la mirada de querer comerse al mundo, como todo joven recién egresado
cuando desembarco es esa playa como corresponsal de guerra. Muchos años después
viejo, ciego y cerca de su fin, nadie le creía que esa guerra tan larga y
sangrienta se hubiese desatado por el amor de una mujer, y aun muchos siglos
después cuando todavía se canta en yámbicos las proezas de los allí presentes
nadie cree que este corresponsal haya existido.
Mis universidades
El profesor
iracundo, ese mismo profesor partidario de reelecciones y seguridades
democráticas, tomo las tablas en sus manos y las estrello contra el piso y
añadió a esto las siguientes palabras que aun retumban en la academia de la
antigüedad: ay homero tú con tus fantasías y tu ceguera jamás harás noble al
pueblo que te acoja.
Los a-dioses
Cuando ya
presintieron el fin, el par de viejos recogieron entre sus mochilas toda la
gama de héroes, dioses y semidioses; se miraron un instante y comprendieron que
viejos y ciegos ya no tendrán la fuerza de volver a sacarle lustro al pueblo
que hoy los abandonaba, acabaron de liar sus bártulos, se abrazaron y se
despidieron tomando caminos diferentes. El uno solo tenía memoria para cantar
en yámbicos todo el esplendor de un pueblo de hombres pensante e iguales y
al otro solo le quedo cantarle el futuro
a los Edipós que se lo creyeran.
Historias del toboso
Cuando la
joven y hermosa doncella se enteró que
el ilustre Don Alonso Quejana había muerto, tomo la llave en sus manos, se
encerró en la torre y se dedicó el resto de su vida a tejer y a cantar como un
último homenaje al caballero de la triste figura, en cantos tan nostálgicos y
lastimeros como nunca jamás volvieron a escucharse en el toboso.
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