El paisaje
El paisaje no necesitaba nada excepto glorificación.
Excepto mensajeros reales que trajeran sus dones:
Un nombre con un atributo y un verbo inflexivo.
Si solamente preciosos robles copiosamente brillaran
Cuando nuestros bravos estudiantes, en un camino sobre el
valle,
Pasean y cantan "La Oda a la Alegría ".
Si al menos un solitario pastor grabara cartas en una corteza.
El paisaje no necesitaba nada excepto glorificación.
Pero no existían mensajeros. Matorrales, oscuras gargantas,
Bosque colgando del bosque, pájaro de largo gemido.
¿Y quién aquí podría iniciar una frase?
El paisaje era, quien conoce, probablemente hermoso.
Allá abajo, todo estaba derrumbándose: las salas del castillo,
Las callejuelas detrás de la catedral, los bordellos, las
tiendas.
Y ni un alma. ¿Por tanto, de dónde podrían venir mensajeros?
Después de olvidados desastres, yo estaba heredado a la
tierra,
Abajo, a la playa del mar y, arriba, a la tierra, al sol.
Versión de Rafael Díaz Borbón
Elegía para N. N.
Si es demasiado lejos para ti, dilo.
Habrías podido correr sobre las pequeñas olas del Báltico,
atravesar el campo de Dinamarca, la floresta de hayas,
virar hacia el océano, y ya está, cerca,
el Labrador, blanco en esta estación del año.
Tú, que soñabas una isla solitaria,
si temes las ciudades, el parpadeo de los fuegos sobre las
autorrutas,
habrías podido tomar el camino de los bosques sordos,
sobre torrentes revueltos y azules, y rastros del ciervo y del
reno,
hasta las Sierras, hasta las minas de oro abandonadas.
El Río Sacramento te habría llevado entonces,
por entre las colinas recubiertas de encinas espinosas.
Todavía un bosque de eucaliptos, y estarás en mi casa.
Es cierto, cuando la manzanita florece,
y la bahía es azul en las mañanas de primavera,
yo pienso a mi pesar en la casa entre lagos
y en las redes recogidas bajo el cielo lituano.
La cabaña donde te despojabas de tu traje antes del baño
se cambió para siempre en un cristal abstracto.
Y en él está la oscura miel de la tarde, junto al balcón,
y las pequeñas lechuzas, graciosas, y el olor de los arneses.
Cómo podíamos vivir entonces, yo no puedo decirlo.
Las costumbres, los trajes, vibran imprecisos,
inconsistentes, tensos hacia el final.
¿Es tal vez que pensábamos en las cosas tal como son?
El saber de los años fogosos ha enrojecido los caballos ante
la forja,
y las pequeñas columnas en el mercado de la aldea,
y los peldaños de madera y la peluca de Mamá Fliegeltaub.
Mucho hemos aprendido, tú bien lo sabes:
cómo nos es quitado, cosa por cosa, todo aquello que no podía
ser,
la gente, las comarcas.
Y el corazón no muere cuando uno creyó que debería,
pero sonreímos, el té y el pan sobre la mesa.
Sólo el remordimiento de no haber amado como se debe
esa pálida ceniza de Sachsenhausen
con un amor absoluto, que no está a la medida del hombre.
Tú te has acostumbrado a nuevos inviernos, húmedos,
a la ciudad donde la sangre del propietario alemán
fue raspada de los muros, y a donde él jamás regresó.
Tampoco yo he llevado más de lo que podía, ciudades y país.
No se puede entrar dos veces en el mismo lago,
sobre hojas descompuestas de abedul,
y quebrando una estrecha estría de sol.
Tus faltas y las mías, no fueron grandes faltas,
tus secretos y los míos, no eran grandes secretos.
Cuando te anudan la mandíbula con un pañuelo,
cuando te ponen una cruz entre los dedos,
y a lo lejos un perro ladra, brilla una estrella.
No, no es porque estés tan lejos
que no has venido el otro día, la otra noche.
De año en año madura en nosotros y nos invadirá,
yo, como tú, lo he comprendido: la indiferencia.
Berkeley, 1963
Versión de William Ospina
Encuentro
Estuvimos paseando a través de los campos
en un vagón al amanecer.
Una herida rosa roja en la oscuridad.
Y de pronto una liebre atravesó la carretera.
Uno de nosotros la señaló con la mano.
Eso fue hace tiempos. Hoy ninguno de ellos está vivo,
Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.
Oh, amor mío, ¿dónde están ellos, a dónde han ido?
El destello de una mano, la línea de un movimiento,
el susurro de los guijarros.
Pregunto no con tristeza, sino con asombro.
Versión de Rafael Díaz Borbón
Eso
Ojalá por fin pudiera decir qué está en mí.
Gritar: gente, les mentí
diciendo que eso no estaba en mí,
cuando eso está ahí siempre, días y noches.
Aunque gracias a eso supe describir sus ciudades inflamables,
sus cortos amores y juegos desmembrándose en humus,
aretes, espejos, el deslizar de un tirante,
escenas de alcoba y de campos de batalla.
Escribir fue para mí estrategia de protección,
de borrar las huellas. Porque a la gente no puede gustarle
aquél que alcanza lo prohibido.
Llamo en mi ayuda a los ríos en los que nadé, lagos
con puentecillos entre cedazos, valle
en cuyo eco la canción duplica la luz del anochecer,
y confieso que mis extáticos halagos a la existencia
sólo pudieron ser entrenamientos de alto estilo,
Pero abajo estaba eso, que no me atrevo nombrar.
Eso se parece al pensamiento de alguien sin hogar, cuando
atraviesa la ciudad ajena, congelada.
Se asemeja al momento cuando un judío cercado ve aproximarse
los pesados cascos de los gendarmes alemanes.
Eso es cuando el hijo del rey se dirige a la ciudad y ve el
mundo
real: pobreza, enfermedad, vejez y muerte.
Eso puede ser comparado con el inmóvil rostro de alguien
que entendió que fue abandonado para siempre.
O con las palabras del médico sobre la sentencia inevitable.
Porque eso significa enfrentar un muro de piedra
y entender que ese muro no cederá ante ninguna de nuestras
súplicas.
Versión de Agnieszka Kawecka
Estudio de la soledad
¿Un guardián de conductos de larga-distancia en el desierto?
¿Un equipo de un solo hombre para una fortaleza en la arena?
Quienquiera que él fuera. Al alba vio las surcadas montañas
El color de las cenizas, encima la fundida oscuridad,
Saturada de violeta, irrumpiendo en un fluido carmín,
Aún permanecerían, inmensos, en la luz naranja.
Día tras día. Y, antes que lo notara, año tras año.
¿Para quién, pensó, ese esplendor? ¿Para mí, solitari0?
Aún permanecerá aquí por mucho tiempo después que yo perezca.
¿Qué es eso en el ojo de una lagartija? O cuándo fue visto
por un pájaro migratorio?
¿Y si yo soy toda la humanidad, existe ella a si misma sin mí?
Y sabía que no se acostumbraba pregonarlo, por ninguno de
ellos
se salvaría.
Versión de Rafael Díaz Borbón
Honesta descripción de mí mismo
Tomándome un whisky en un aeropuerto,
digamos que en Mineápolis
Mis oídos captan cada vez menos las conversaciones,
mis ojos se debilitan, pero siguen siendo insaciables.
Veo sus piernas en minifalda, en pantalones o envueltas
en telas ligeras.
A cada una la observo por separado, sus traseros y
sus muslos, pensativo, arrullado por sueños porno.
Viejo verde, ya sería tiempo de que te fueras a la tumba
en lugar de entretenerte con juegos y diversiones de jóvenes.
No es verdad, hago solamente lo que siempre he hecho,
ordenando las escenas de esta tierra bajo el dictado
de la imaginación erótica.
No deseo a esas criaturas en particular, lo deseo todo,
y ellas son como el signo de una relación extática.
No es mi culpa que así estemos constituidos: la mitad
de contemplación desinteresada y la mitad de apetito.
Si después de morir me voy al cielo, tendrá que ser
como aquí, sólo que, liberado de estos torpes sentidos,
de estos pesados huesos.
Transformado en mirar puro, seguiré devorando las
proporciones del cuerpo humano, el color de los lirios,
esa calle parisina en un amanecer de junio, y toda la
extraordinaria, inconcebible multiplicidad de las cosas
visibles.
Versión de Gerardo Beltrán
Isla
Piense como quiera acerca de esta isla, la blancura de su
océano, grutas
cubiertas de viñedos, violetas, manantiales.
Estoy atemorizado, para poder recordarme difícilmente
allá,
en una de esas
mediterráneas civilizaciones desde las cuales uno debe
navegar lejos, a través de
la lobreguez y el susurro de los icebergs.
Aquí un dedo señala los campos en filas, los perales, una
brida, la yunta de un
cargador de agua, cada cosa encerrada en cristal y,
entonces, yo creo
que,
sí, una vez viví allá, instruido en esas costumbres y maneras.
Me acomodo el abrigo escuchando la marea cómo asciende,
balanceo
y lamento mis necios caminos, pero aún si hubiera sido
sabio habría fracasado
al cambiar mi destino.
Lamento mis necedades entonces y más tarde y ahora, por
lo
cual mucho
me gustaría ser perdonado.
Versión de Rafael Díaz Borbón
La caída
La muerte de un hombre es como la caída de una poderosa nación
Que tuvo valientes ejércitos, capitanes y profetas,
Y ricos puertos y barcos en todos los mares,
Pero ahora no socorrerá ninguna sitiada ciudad,
No entrará en ninguna alianza,
Porque sus ciudades están vacías, su población dispersa,
Su tierra que una vez proveyó de cosechas está saturada de
cardos,
Su misión olvidada, su lengua perdida,
El dialecto de un pueblo puesto sobre inaccesibles montañas.
Versión de Rafael Díaz Borbón
Lecturas
Usted me preguntó qué es lo bueno de leer El Evangelio en griego.
Yo respondo que eso es propio de nosotros mover nuestro dedo
A lo largo de las letras que perduran más que esas grabadas en
la piedra,
Y que, despaciosamente pronunciando cada sílaba,
Descubrimos la verdadera dignidad de la palabra.
Compelido a ser obsequioso pensaremos esa época
No es más distante que ayer, aunque las cabezas de los Césares
En monedas sean diferentes hoy. Aún hasta esto es la misma
eternidad.
Miedo y deseo son lo mismo, aceite y vino
Y pan significan lo mismo. Por tanto la misma veleidad de la
multitud
Ávida de milagros como en el pasado. Todavía costumbres,
Fiestas de bodas, drogas, lamentaciones por la muerte
Solamente parecen diferir. Por consiguiente, también, por
ejemplo,
Hubo muchos a quienes el texto llama
Daimonizomenoi, esto es, los endemoniados
O, si usted prefiere, lo diabólico (Lo de "los
posesos" es el capricho
de un diccionario).
Convulsiones, espumarajos, rechinar de dientes
No se consideraron signos de talento.
lo diabólico no tuvo acceso a la impresión y a las pantallas,
escasamente comprometidas en artes y literatura.
Pero la Parábola Evangélica permanece con fuerza:
que el espíritu dominándolos puede entrar en puercos,
El cual, exasperado por semejante repentino choque
Entre dos naturalezas, la de ellos y la de Lucifer,
Salta dentro del agua y se ahoga (ocurre repetidamente).
Y, así, en cada página, un persistente lector
Va veinte centurias como veinte días
En un mundo que un día vendrá a su fin.
Versión de Rafael Díaz Borbón
Madurez tardía
Tarde, ya en el umbral de mis noventa años
se abrió la puerta en mí y entré
en la claridad de la mañana.
Sentía cómo se alejaban de mí, como naves,
una tras otra, mis existencias anteriores con sus congojas.
Aparecían, otorgados a mi buril,
países, ciudades, jardines, bahías, para que los describiera
mejor que antaño.
No vivía separado de la gente, el pesar y la piedad
nos unieron y dije: olvidamos que todos somos
hijos del Rey.
Porque venimos de allí donde aún no hay
división entre el Sí y el No, no hay división entre el es,
el será y el ha sido.
Somos infelices porque hacemos uso de menos de
una centésima parte del don que habíamos recibido
para nuestro largo viaje.
Momentos de ayer y de hace siglos: un corte de espada,
un maquillaje de pestañas delante de un espejo de metal
bruñido, un disparo mortal de mosquete, una colisión
de una carabela con un arrecife, se mezclan en nosotros
y esperan su cumplimiento.
Siempre he sabido que seré obrero en la viña,
al igual que todos mis contemporáneos,
conscientes de ello, o inconscientes.
Versión de Elzbieta Bortkiewicz
No este camino
Perdóname. Yo fui un intrigante como muchos de esos que se
deslizan
furtivamente por las humanas habitaciones de la noche.
Yo calculé la posición de los guardias antes de arriesgarme a
acercarme
a las
fronteras cerradas.
Conociendo más, pretendí satisfacer menos, a diferencia de
esos que dan testimonio.
Indiferente al cañoneo, al clamor en la maleza y a la burla.
Deja a los sabios y a los santos, pensé, trae un don a toda
la Tierra, no meramente al lenguaje.
Yo protejo mi buen nombre para que el lenguaje sea mi medida.
Un bucólico, un lenguaje pueril que transforma lo sublime en
cordial.
Y el ritmo o el salmo de maestro de coros cae aparte,
únicamente
un cántico permanece.
Mi voz siempre careció de plenitud, me gustaría dar una acción
de gracias diferente.
Y generosamente, sin la ironía que es la gloria de los
esclavos.
Más allá de siete fronteras, bajo la estrella de la mañana.
En el lenguaje del fuego, del agua y de todos los elementos.
Versión de Rafael Díaz Borbón
Noticias
De la terrena civilización, ¿qué diremos?
Que fue un sistema de coloreadas esferas vaciadas en vasos
ahumados,
Donde un luminiscente hilo líquido se mantuvo envuelto y
desenvuelto.
O que fue una imponente colección de repentinos resplandores
de palacios
Destrozados a tiros desde una cúpula de macizas puertas
Detrás de la cual anduvo un monstruo sin rostro.
Que cada día se echaron las suertes, y que quienquiera que se
arrastró bajo
fue conducido hasta allá como sacrificio: ancianos, niños,
muchachas y
muchachos.
O pudiera ser de otra manera: que vivimos en un vellocino de
oro,
en una red de arco-iris, en un capullo de nube,
Suspendidos de la rama de un árbol galáctico.
Y nuestra red fue tejida de materia de signos,
Jeroglíficos para el ojo y el oído, amorosos anillos.
Un sonido retumbado adentro, esculpiendo nuestro tiempo,
El pestañeo, aleteo, gorjeo de nuestro lenguaje.
Que nosotros pudimos tejer la frontera
Entre dentro y sin, luz y abismo,
Si no, desde nosotros mismos, desde nuestro propio cálido
aliento,
Y lápiz labial y gasa y muselina,
¿Desde el latido del corazón cuyo silencio hace el mundo
morir?
O quizá, no diremos nada de la terrena civilización.
Para que nadie realmente conozca lo que fue.
Versión de Rafael Díaz Borbón
Nunca de ti, ciudad
Nunca de ti, ciudad, he podido irme.
Larga fue la milla, pero algo me retrocedía como a una
pieza en el ajedrez.
Huía yo por la tierra que rodaba cada vez más rápida
Y siempre estuve ahí: con los libros en mi morral de lona,
Clavando los ojos en las pardas colinas detrás de las torres
de Santiago
Donde se mueven un pequeño caballo y un hombre pequeño
detrás del arado,
Ciertísimamente desde hace mucho ya muertos.
Sí, es verdad, nadie comprendió la sociedad ni la ciudad,
Los cines Lux y Helios, los letreros de Halpern y Segal,
El paseo en la calle de San Jorge, llamada de Mickiewicz.
No, no los comprendió nadie. Nadie lo ha logrado.
Pero cuando la vida transcurre en una sola esperanza:
De algún día ya sólo quedan claridad y distinción,
Entonces, muy a menudo, da pena.
Versión de Jan Zynch
Río Wilia
El río, que viene de los bosques, gira aquí.
Es domingo, las campanas de las iglesias del pueblo repican.
Las nubes se acumulan, se dispersan, y de nuevo el cielo es
azul.
A lo lejos, ellos, diminutos, corren a lo largo de la orilla.
Prueban el agua, se sumergen, el río los lleva.
En medio de la corriente sus cabezas, tres, cuatro, siete,
echan una carrera, sus voces se llaman, y retornan como eco.
Mi mano lo describe en tierra ajena.
Quién sabe por qué lo hace.
Quizá porque ocurrió tal y como lo recuerda.
Versión de Sergio Trigán
Tentación
Bajo un cielo de estrellas estuve paseando,
En una sucesión de ciudades desconocidas de neón,
Con mi compañero, el espíritu de la desolación,
Quien corriendo a mi alrededor y sermonizando
Me dijo que yo no era necesario, por si no yo, entonces
alguien más
Estaría caminando aquí, tratando de comprender su edad.
Si hubiera muerto hace tiempos, nada hubiera cambiado.
Las mismas estrellas, ciudades y países
Serían vistos con otros ojos
El mundo y sus trabajos continuarían como de costumbre.
Por el amor de Cristo, apártese de mí.
Usted ya me ha atormentado suficiente, dije.
No es a mi a quien corresponde juzgar el llamado de los
hombres.
Y mis méritos, si alguno existiere, no los conoceré de todas
formas.
Versión de Rafael Díaz Borbón
Un poema para final del siglo
Cuando todo estaba bien
Y el concepto de pecado había desaparecido
Y la tierra estaba lista
En paz universal
Para consumir y disfrutar
Sin dogmas y utopías,
Yo, por razones desconocidas,
Rodeado por los libros
De profetas y teólogos,
De filósofos, poetas,
Buscaba una respuesta,
Frunciendo el ceño, gesticulando,
Caminando de noche, refunfuñando al amanecer.
Lo que me oprimía en demasía
Era un poco vergonzoso.
Hablando de ello en voz alta
No mostraría ni tacto ni prudencia.
Podría incluso parecer un agravio
En contra del bienestar de la humanidad.
¡Ay de mí!, mi memoria
No quiere dejarme
Y en ella, la vida comienza
Cada una con su propio dolor,
Cada una con su propio morir,
Con su propia turbación.
¿Por qué entonces la inocencia
En playas paradisíacas,
Un cielo impoluto
¿Sobre la iglesia de la higiene?
¿Será porque eso
fue hace mucho?
A un hombre santo
-Así dice un cuento árabe-
Dios le dijo con maldad:
"He revelado a tu pueblo
Cuán gran pecador eres,
Ellos no te podrán alabar."
"Y yo", contestó el devoto,
"Les he descubierto a ellos
Cuán misericordioso eres,
Ellos no se preocuparán por ti."
¿A quién recurriría
Con asunto tan oscuro
De dolor y también de culpa
En la estructura del mundo,
Si ninguno aquí abajo
O allá arriba en las alturas
Puede abolir
¿La causa y el efecto?
No piensen, no recuerden
La muerte en la cruz,
Aunque cada día Él muera,
El único, el siempre-amado,
Aquél que sin necesidad alguna
Consintió y permitió
Existir a todo lo que es,
Incluyendo las garras de tortura.
Completamente enigmático
Enredo imposible.
Mejor dejar de hablar aquí.
Este lenguaje no es para personas.
Bendita sea la jubilación.
Vendimias y cosechas.
Aun si nadie
Tiene la serenidad garantizada.
Versión de Luis Ignacio Sáinz
Una frívola conversación
-Mi pasado es un estúpido viaje de mariposa en ultramar
Mi futuro es un jardín donde un cocinero corta el cuello de un
gallo.
¿Qué tengo, con toda mi pena y mi rebelión?
-Tome un momento, uno exactamente, y cuando su fina concha,
Dos palmas reunidas, despaciosamente se abre
¿Qué ve usted?
-Una perla, un segundo.
-Dentro un segundo, una perla, en esa estrella salvada del
tiempo,
¿Qué ve usted cuando el viento de la mutabilidad cesa?
-La tierra, el cielo y el mar, barcos ricamente cargados,
Mañana de primavera llena de rocío y remotos principados.
Maravillas desplegadas en tranquilo esplendor
Yo miro y no deseo porque me encuentro plenamente satisfecho.
Versión de Rafael Díaz Borbón
Tomado de:
http://amediavoz.com/milosz.htm
Canción sobre el fin del mundo
El día del fin del mundo
La abeja gira encima de la flor de capuchina
El pescador repara una red brillante.
En el mar los delfines saltan alegres,
Los gorriones jóvenes se agarran del canalón
Y la serpiente tiene piel dorada, como la debe tener.
El día del fin del mundo
Las mujeres cruzan el campo bajo las sombrillas,
Un borracho se duerme a la orilla del césped,
En la calle pregonan los verduleros
Y una lancha con vela amarilla llega a la isla,
El son del violín en el aire persiste
Y abre la noche estrellada.
Y quienes esperaban relámpagos y truenos
Están decepcionados.
Y quienes esperaban señales y trompetas de arcángeles
No creen que esté sucediendo ya.
Mientras el sol y la luna están arriba,
Mientras el abejorro visita a la rosa,
Mientras nacen los niños rosados,
Nadie cree que esté sucediendo ya.
Sólo un viejito cano, que hubiera sido profeta,
Pero no es profeta porque tiene otro quehacer,
Dice amarrando los tallos de tomates:
No habrá otro fin del mundo,
No habrá otro fin del mundo.
Cafetería
De aquella mesita en la cafetería
Donde en los mediodías de invierno brillaba un jardín de
escarcha,
He quedado yo solo.
Podría entrar allí, si lo quisiera,
Y golpeando con los dedos en un vacío helado
Evocar las sombras.
Con incredulidad toco el mármol frío,
Con incredulidad toco mi propia mano:
Esto - es y yo soy en la historia que acontece,
Y ellos ya están cerrados por los siglos de los siglos
En su última palabra, en su última mirada.
Y lejanos como el emperador Valentiniano,
Como los jefes de los masagetas de quienes nada se sabe
Aunque apenas un año, dos o tres años pasaron.
Puedo ser todavía leñador en los bosques del norte lejano,
Puedo pronunciar un discurso desde la tribuna o rodar una
película
Con métodos que ellos desconocían.
Puedo experimentar el sabor de frutas de las islas del
océano
Y tener mi fotografía en el traje de la segunda mitad del
siglo.
Y ellos ya para siempre como los bustos en chorreras y
fraques
Del monstruoso Larousse.
Pero a veces, cuando el resplandor crepuscular colorea los
techos de la calle pobre
Y fijo mi mirada en el cielo, veo allí, entre las nubes,
La mesita bamboleándose. El mesero da vueltas con la
bandeja
Y ellos me miran soltando carcajadas.
Porque yo no sé todavía cómo se muere por la mano cruel
del hombre.
Ellos saben, ellos bien lo saben.
Un pobre cristiano observa el ghetto
Las abejas construyen alrededor del hígado rojo,
Las hormigas construyen alrededor del hueso negro,
Comienza el despedazamiento, el pisoteo de las sedas,
Comienza la ruptura del vidrio, de la madera, del cobre, del
níquel, de la plata, de las espumas
Del yeso, de la hojalata, de las cuerdas, de las trompetas,
de las hojas, de las bolas, de los cristales —
¡Tric! El fuego fosforescente de las paredes amarillas
Traga el pelo humano y animal.
Las abejas construyen alrededor del panal de los pulmones,
Las hormigas construyen alrededor del hueso blanco,
Se despedaza el papel, el caucho, el lienzo, el cuero, el
lino,
Las fibras, las materias, la celulosa, el cabello, la piel de
serpiente, los alambres,
En las llamas se derrumban el techo y la pared, el ardor
abraza los cimientos.
Ya sólo queda la tierra arenosa, pisoteada, con un árbol
Sin hojas.
Lentamente, perforando un túnel, avanza el topo guardián
Con una pequeña lámpara enganchada en su frente.
Toca los cuerpos enterrados, los cuenta, sigue avanzando,
Distingue la ceniza humana por su vapor irisado,
La ceniza de cada hombre por su color distinto en el arco
iris.
Las abejas construyen alrededor de la huella roja,
Las hormigas construyen alrededor del sitio que quedó de
mi cuerpo.
Tengo miedo, tengo tanto miedo del topo guardián.
Sus párpados están hinchados como los de un patriarca
Que se sentaba a menudo a la luz de las velas
Leyendo el gran libro de la especie.
A él ¿qué le diré yo, judío del Nuevo Testamento,
Que desde hace dos mil años estoy esperando el regreso
…de Jesús?
Mi cuerpo roto me entregará a su mirada
Y él me contará entre los ayudantes de la muerte:
Los incircuncisos.
La huida
Cuando nos escapábamos de la ciudad incendiada,
En el primer camino campestre volviendo atrás la mirada,
Decía yo: "Que la hierba cubra nuestras huellas,
Que en las llamas se callen los gritantes profetas,
Que los muertos a los muertos cuenten lo sucedido.
A nosotros nos tocó crear una generación nueva y violenta,
Libre del mal y de la dicha que ahí han existido.
Sigamos". Y la espada de fuego nos abría la tierra.
1944, Goszyce
Despedida
Te hablo después de los años del silencio,
Mi hijo. No existe Verona.
Trituré el polvo de ladrillo entre mis dedos. He aquí lo
que queda
Del gran amor a las ciudades natales.
Oigo tu risa en el jardín. Y el olor
De la primavera loca corre por las hojas mojadas hacia mí,
Hacia mí, que sin creer en alguna fuerza salvadora
Sobreviví a otros y a mí mismo.
Si tú supieras cómo es cuando de noche
Uno despierta de repente y pregunta
Al oír el corazón palpitando: ¿Y tú qué quieres más,
Oh insaciable? Es la primavera, canta el ruiseñor.
La risa infantil en el jardín. Primera estrella pura
Se abre encima de la espuma de las colinas cerradas
Y a mis labios de nuevo regresa el canto ligero,
Y de nuevo soy joven como antes, en Verona.
Rechazar. Rechazar todo. No, es eso.
No voy a resucitar nada ni regresar a lo pasado.
Dormid, Romeo y Julieta, en la cabecera de las plumas
rotas,
No levantaré de la ceniza vuestras manos unidas.
Que el gato visite las catedrales abandonadas
Luciendo con su pupila sobre los altares. El búho
En la bóveda muerta que construya su nido.
En el mediodía caluroso y blanco la serpiente entre los
escombros
Que se asolee sobre las hojas de tusilago y en el silencio
Con un círculo resplandeciente que ciña el oro inútil.
No volveré. Yo quiero saber qué es lo que queda
Al rechazar la primavera y la juventud,
Al rechazar la boca carmesí
De la que fluye en la noche bochornosa
Una ola de calor.
Al rechazar el canto y el olor de vino,
Los juramentos y las quejas y la noche de diamante,
Y el grito de las gaviotas detrás del que sigue corriendo
el brillo
Del sol negro.
De la vida, de la manzana rebanada por un cuchillo de
fuego,
¿Qué semilla se salvará?
Créeme, hijo mío, no queda nada.
Sólo la pena de la edad viril,
El surco del destino sobre la palma de la mano.
Sólo la pena,
Nada más.
1945, Cracovia
Nacimiento
Por vez primera ve la luz.
El mundo es una luz chillante.
No sabe que gritan
Los pájaros chillantes.
Sus corazones laten rápidos
Bajo las hojas enormes.
No sabe que los pájaros viven
En otro tiempo que el del hombre.
No sabe que el árbol vive
En otro tiempo que el de los pájaros,
Y va a subir despacio
Hacia arriba con una columna gris
Pensando con sus raíces
En la plata de los reinos subterráneos.
El último del linaje, viene
Después de las grandes danzas mágicas.
Después de la danza del Antílope,
Después de la danza de las Serpientes Aladas,
Bajo el cielo eternamente azul
En el valle de las montañas ladrillosas.
Viene después de las correas abigarradas
En el escudo con la cabeza del monstruo,
Después de los ídolos que mandan
El sueño con su párpado pintado,
Después de la herrumbre de los navíos esculpidos
Que el viento ha olvidado.
Viene después de los rechinamientos de las espadas
Y después de la voz de los cuernos de guerra,
Después del horrible grito colectivo
Detrás del polvo de ladrillo desmenuzado,
Después del aletear de los abanicos
Encima de la broma de las porcelanas tibias,
Después de las danzas del lago de los cisnes
Y después de la máquina de vapor.
Dondequiera que ponga el pie, en todas partes allá
Dibujada está en la arena
La huella del pie con un dedo ancho
Y llama a que pruebe
Su pie infantil
Que llega de las selvas vírgenes.
Dondequiera que camine, en todas partes allá
Encontrará sobre las cosas de la tierra
Un pulimento caliente
Y bruñido por la mano humana.
Nunca lo abandonará,
Quedará siempre con él
La presencia, cercana como la respiración,
Su única riqueza.
1948, Washington, D.C.
A Tadeusz Rózewicz, poeta
Acordes en alegría están todos los instrumentos
Cuando un poeta entra al jardín de la tierra.
Cuatrocientos ríos azules trabajaron
Para su nacimiento y el gusano de seda
Para él hilaba sus nidos brillantes.
El ala corsaria de mosca, el hocico de mariposa
Se formaron pensando en él,
Y el edificio de varios pisos del altramuz
A él le iluminaba la noche al borde del campo.
Se alegran, por tanto, todos los instrumentos
Cerrados en cajas y en jarrones del verde
Esperando que él los tocase y que sonaran.
¡Alabada sea la parte del mundo donde nace el poeta!
La noticia sobre ello recorre las aguas costeras
Donde sobre la extensión en la neblina durmiendo nadan
gaviotas,
Y más lejos, allá donde cabecean les barcos.
La noticia sobre ello corre bajo la luna de montañas
Y muestra al poeta sentado a la mesa
En un cuarto frío, en una ciudad poco conocida,
Cuando el reloj de la torre da la hora.
Él tiene su casa en la aguja del pino, en el grito de la corza
En la explosión de las estrellas y dentro de la mano
humana.
El reloj no mide su canto. El eco,
Como la antigüedad del mar dentro de la concha,
No calla nunca. Él perdura. Y es poderoso
El susurro suyo que apoya a la gente.
Sólo a los retóricos no les gusta el poeta.
Sentados en sus sillas de vidrio, desenrollan
Rollos largos, metros de nobleza.
Y alrededor suena la risa del poeta
Y su vida que no tiene fin.
Están enfadados. Saben que sus sillas han de reventar
Y en aquel sitio donde se sentaban no crecerá
Ni una hoja de hierba. Círculo de azufre quemado,
Rojizo polvo estéril, rehuirá la hormiga.
1948, Washington, D.C.
Mittelbergheim
El vino duerme en los barriles de roble de las orillas del
Rin.
Me despierta la campana de la iglesia entre las viñas
De Mittelbergheim. Oigo la pequeña fuente
Golpear contra el brocal en el patio, el ruido
De los zuecos en la calle. El tabaco secándose
Bajo la cornisa y los arados y las ruedas de madera
Y las laderas de las montañas y el otoño están junto a mí.
Tengo los ojos cerrados todavía. No me persigas,
Oh fuego, potencia, fuerza, porque es demasiado temprano.
He vivido muchos años y como en este sueño
Sentí que alcanzaba la frontera móvil
Detrás de la cual se cumplen el color y el sonido
Y unidas están las cosas de esta tierra.
No me abras aún mi boca por fuerza,
Permíteme confiar, creer que alcance,
Déjame pararme un momento en Mittelbergheim.
Yo sé que debería. Junto a mí están
El otoño y las ruedas de madera y las hojas
Del tabaco bajo la cornisa. Aquí y en todas partes
Es mi tierra, a dondequiera que me vuelva
Y en cualquier lengua escuche
Una canción de niño, un diálogo de amantes.
Más feliz que los otros, he de tomar
La mirada, la sonrisa, la estrella, la seda doblada
En la línea de las rodillas. Sereno, mirando,
He de ir por las montañas en un suave resplandor del día
hacia las aguas, las ciudades, las costumbres.
Oh fuego, potencia, fuerza, tú que me
Detienes dentro de tu mano cuyos surcos
Son como desfiladeros enormes, peinados
Por el viento del sur. Tú que das la seguridad
En la hora del temor, en la semana de la duda,
Es demasiado temprano aún, que el vino madure,
Que los viajeros duerman en Mittelbergheim.
1951, Mittelbergheim, Alsacia
Enseñanzas
Desde aquel momento cuando en la casa de cornisas bajas
Un doctor del pueblo cortó el cordón umbilical,
Y los huertos se llenaban de acederas y cenizos,
Nidos para las peras con blancos puntos del moho,
Ya estuve en las manos de los hombres. Podían, sin
embargo,
Estrangular mi primer grito, apretar con su mano grande
Mi garganta indefensa que inspiraba su ternura.
De ellos he heredado los nombres de pájaros y frutas,
He vivido en su país, no demasiado salvaje,
No demasiado cultivado, con la pradera, con el campo
arable
Y con el agua en el fondo de piragua dentro de la maleza
Detrás del taller de carpintería.
Sus enseñanzas, empero, encontraron el límite
Dentro de mí mismo, y mi voluntad fue oscura,
Poco obediente a mis designios o a los suyos.
Otros, a quienes no conocía, o solamente de nombre,
Andaban dentro de mí y yo, espantado,
Oía en mí los crujientes cuartos
Adonde no se mira por el ojo de la cerradura.
No significaban nada para mí Casimiro ni Gregorio
Ni Emilia ni Margareta.
Pero cada defecto, de ellos y cada mutilación
Tuve que repetir yo mismo. Eso me humillaba.
Y fuese capaz de gritar: Oh vosotros, los responsables,
Por vuestra culpa no puedo llegar a ser quien quiero sino
yo mismo.
El sol caía en el libro sobre el pecado original.
Y a veces, cuando la tarde zumba entre las hierbas,
Me imaginaba a los dos, con mi culpa,
Cómo estaban pisoteando la avispa bajo el manzano del
paraíso.
1957, Montgeron
No más
Debo decir algún día cómo cambié
De opinión sobre la poesía y cómo sucedió
Que hoy día me considero uno de los innumerables
Mercaderes y artesanos del Imperio del Japón
Que componen poemas sobre el florecer de los guindos,
Sobre los crisantemos y la luna llena.
Si yo pudiera describir cómo las cortesanas de Venecia
En el patio con un mimbre excitan a un pavo real,
Y sacar de la tela de seda, de la faja de perlas
Sus senos pesados y la huella rojiza
Que la abrochadura del vestido marcó sobre su vientre,
Así por lo menos como lo ha visto el capitán de los
galeones
Que llegaron aquella mañana con una carga de oro;
Y si a la vez pudiera yo sus pobres huesos
En el cementerio, donde el mar grasiento lame al portón,
Encerrar en una palabra más duradera que su último peine
Que en el humus bajo la losa, solo, espera la luz,
Entonces no perdería la esperanza. De la materia resistente
¿Qué es lo que se puede recoger? Nada, a lo sumo la
hermosura.
Y tiene que bastarnos entonces con las flores de los guindos
Y con los crisantemos y con la luna llena.
1957, Montgeron
Lo que era grande
a Aleksander y Ola Wat
Lo que era grande pequeño resultó.
Los reinos palidecían cual cobre cubierto de nieve.
Lo que deslumbró ya no deslumbra más.
Las tierras celestes ruedan y lucen.
A la orilla del río, tendido en la hierba,
Como hace mucho, mucho, suelto barquitos de corteza.
1959, Montgeron
Debe, no debe
El hombre no debe amar la luna.
El hacha en su mano no tiene que perder su peso.
Sus huertas deben oler a manzanas pudriéndose
Y llenarse de ortigas moderadamente.
El hombre que habla no debe usar palabras que le son
queridas
Ni romper la semilla para ver qué hay adentro.
No debe tirar la migaja del pan ni escupir al fuego
(Así por lo menos me enseñaron en Lituania.)
Si por la escalera de mármol sube un villano
Que intente con su zapato hacer una rendija
Para advertir que la escalera no va a durar.
1961, Berkeley
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