Silencio, en tu sepulcro deposito
Silencio, en tu sepulcro deposito
ronca voz, pluma ciega y triste mano,
para que mi dolor no cante en vano
al viento dado y en la arena escrito.
Tumba y muerte de olvido solicito,
aunque de avisos más que de años cano,
donde hoy más que a la razón me allano,
y al tiempo le daré cuanto me quito.
Limitaré deseos y esperanzas,
y en el orbe de un claro desengaño
márgenes pondré breves a mi vida,
para que no me venzan asechanzas
de quien intenta procurar mi daño
y ocasionó tan próvida huida.
A un beso de una dama
Divina boca de dulzores llena,
dichoso el labio que te besa y toca,
que no hay en cuantas hay tan dulce boca,
ni para aprisionarme tal cadena.
No el sabroso panal de la colmena
a tanto gusto y suavidad provoca,
que está el dulzor en ti y el suyo apoca
el ámbar, el clavel, el azucena.
Mas dentro de la miel está escondido
el aguijón crüel con que me hieres,
y nadie de la vida ve este signo;
boca tierna y pecho empedernido,
no, ni jamás en todas las mujeres
boca tan blanda y corazón tan digno.
A una mujer que ponía los cuernos al conde
Lágrimas de embuste
más me endurecen,
pues regados con ellas
mis cuernos crecen.
Niña del negro cabello
y de muchos corazones,
lloras los cuernos que pones,
aquí te caigan en ello.
Quieres que vuelva mi cuello
al yugo de tus engaños,
cuando me avisan mis daños
y desengaños me ofrecen,
que con lágrimas falsas
mis cuernos crecen.
Viví un tiempo enamorado,
mas ya sin culpa o castigo,
cuanto escribo y cuanto digo
es efecto recatado;
que un cuerno ratificado
con embustes, y de su dueño,
dará que sentir a un leño,
que lágrimas no merecen
cuando riegan cuerno,
mis cuernos crecen.
Glosa
Un nuevo jinete vi
del tribu de Zabulón,
no sabe de garrochón,
de lanza y esponja sí.
Cuando al monarca español
recibe alegre Castilla,
en su poderosa silla
cuya águila pudo al sol,
ser la octava maravilla
a la plaza que atendí,
según su ser, a Dios vi,
que era la esfera corintia,
no me engañando la pinta
un nuevo jinete vi.
Nunca en África lidió
contra moros de Alá veces,
ni cual Aníbal perdió
el ojo cuando se vio
sobre los Alpes franceses;
mas del torrente cedrón,
vino después de Nerón
por el incendio descrito,
y es según se ha hallado escrito
del tribu de Zabulón.
Éste, pues, desvanecido,
porque el tiempo le prestó,
desque con pluma se vio,
quiso ser tan atrevido
que su propio ser negó;
y subido en un frisón,
sin verse como pavón,
quiso dar su pavonada,
y aunque ha entrado estocada,
no sabe de garrachón.
De la ganancia y usura
sabe tanto que me espanto,
como no ha robado cuanto
el sol descubrir procura,
que la tierra encubre tanto;
pero no ha faltado allí
el natural de rabí
que luego no le dijese
que en garrochón no entendiese
de lanza y de esponja sí.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-juan-de-tassis/
3
Amor no es voluntad, sino destino
de violenta pasión y fe con ella;
elección nos parece y es estrella
que sólo alumbra el propio desatino.
Milagro humano es símbolo divino,
ley que sus mismas leyes atropella,
ciega deidad, idólatra querella,
que da fin y no medio a su camino.
Sin esperanza, y casi sin deseo,
recatado del propio pensamiento,
en ansias vivas acabar me veo.
Persuasión eficaz de mi tormento,
que parezca locura y devaneo
lo que es amor, lo que es conocimiento.
4
Buscando siempre lo que nunca hallo,
no me puedo sufrir a mí conmigo
y encubierta la culpa y no el castigo
me tiene Amor, de quien nací vasallo.
Yo sufro y no me atrevo a declarallo
con ver tan imposible el bien que sigo,
que cuando me condena lo que digo
no me puedo valer con lo que callo.
Sigo como dichoso, no lo siendo;
quisiera dar razones y estoy mudo
y de puro rendido me defiendo.
Del tiempo fío lo que en todo dudo,
y en fin he de mostrar claro muriendo
que en mí el amor más que el agravio pudo.
5
Cuando me trato más, menos me entiendo,
hallo razones que perder conmigo,
lo que procuro más, más contradigo
con porfiar y no ofender sirviendo.
La fe jamás con la esperanza ofendo,
desconfiando más, menos me obligo;
el padecer no puede ser castigo,
pues sólo es padecer lo que pretendo.
De un agravio, señora, merecido,
siempre será remedio aquel tormento
que cuanto mayor es, más se procura;
porque para morir agradecido
basta de vos aquel conocimiento
con que nunca eche menos la ventura.
6
De cera son las alas cuyo vuelo
gobierna incautamente el albedrío,
y llevadas del propio desvarío
con vana presunción suben al cielo.
No tiene ya el castigo, ni el recelo
fuera eficaz, ni sé de qué me fío,
si prometido tiene el hado mío
hombre a la mar como escarmiento al suelo.
Mas si a la pena, amor, el gusto igualas,
con aquel nunca visto atrevimiento
que basta a acreditar lo más perdido,
derrita el sol las atrevidas alas,
que no podrá quitar el pensamiento
la gloria, con caer, de haber subido
7
Después, amor, que mis cansados años
dieron materia a lástima y a risa,
cuando debiera ser cosa precisa
el costoso escarmiento en tus engaños;
y de los verdaderos desengaños
el padre volador también me avisa,
que aunque todo lo muda tan aprisa,
su costumbre común niega a mis daños;
cuando ya las razones y el instinto
pudieran de mí mismo defenderme
y por causa fundada en escarmiento;
en otro peligroso laberinto
me pone amor, y ayudan a perderme
memoria, voluntad y entendimiento.
8
Determinarse y luego arrepentirse,
empezar a atrever y acobardarse,
arder el pecho y la palabra helarse,
desengañarse y luego persuadirse;
comenzar una cosa y advertirse,
querer decir su pena y no aclararse,
en medio del aliento desmayarse,
y entre el temor y el miedo consumirse;
en las resoluciones, detenerse,
hallada la ocasión, no aprovecharse,
y, perdida, de cólera encenderse,
y sin saber por qué desvanecerse:
efectos son de Amor, no hay que espantarse,
que todo del Amor puede creerse.
9
El que fuere dichoso será amado;
y yo en amor no quiero ser dichoso,
teniendo, de mi mal propio envidioso
a dicha ser por vos tan desdichado.
Sólo es servir, servir sin ser premiado;
cerca está de grosero el venturoso;
seguir el bien a todos es forzoso,
yo sólo sigo el mal sin ser forzado.
No he menester ventura para amaros;
amo de vos lo que de vos entiendo,
no lo que espero, porque nada espero;
llévame el conoceros a adoraros;
servir, mas por servir, sólo pretendo;
de vos no quiero más que lo que os quiero.
10
Es tan glorioso y alto el pensamiento
que me mantiene en vida y causa muerte,
que no sé estilo o medio con que acierte
a declarar el mal y el bien que siento.
Dilo tú, amor, que sabes mi tormento,
y traza un nuevo modo que concierte
estos varios extremos de mi suerte
que alivian con su causa el sentimiento;
en cuya pena, si es glorioso efecto
el sacrificio de la fe más pura
que está ardiendo en las alas del respeto,
ose el amor, si teme la ventura,
que entre misterios de un amor secreto
amar es fuerza y esperar locura.
Tomado de:
https://vmontoli.wordpress.com/2012/03/30/diez-sonetos-de-juan-de-tassis-conde-de-villamediana/
Romance Tercero
El sarao
Mientras
que la monarquía
se desmorona, y el borde
toca de una sima horrenda,
duermen en pueriles goces,
entre
placeres se aturden, 445
deleites sólo conocen,
sin cuidarse del peligro
el rey de España y sus nobles.
Así una
casa se quema,
así desdichas atroces 450
sobre una infeliz familia
el ciego Destino pone;
y en tanto
el imbécil ríe,
duerme el embriagado joven,
y el niño con sus juguetes 455
es el más feliz del orbe.
Si alegre
fue todo el día
con públicas diversiones,
con saraos y luminarias
no lo fue menos la noche: 460
el pueblo
las anchas calles
en gozosas turbas corre,
para ver iluminadas
las casas de los señores.
En las
plazas principales 465
suenan músicas acordes,
y farsas se representan
del rey celebrando el nombre.
* * *
Del palacio
del Retiro
llenos están los salones 470
de todo el fausto y la gala
que son honra de la Corte.
En los
soberbios jardines
brillan vasos de colores,
que en el estanque reflejan 475
formando guirnaldas dobles.
Un gran
fuego de artificio
las densas tinieblas rompe
y rastros de luz envía
a las celestes regiones; 480
de los
rayos que le lanzan
los nublados tronadores,
dijérase que en la tierra
se estaban vengando entonces.
Varias
encendidas ruedas, 485
girando luego veloces
en atmósfera de chispas,
parecen mágicos soles;
mas pronto
en huecos tronidos
de humo blanco, alzando un monte, 490
se disipa, y desparece
aquel gigantón enorme
de luz, que
ofuscó los astros
y que deslumbró a la Corte,
como trasunto o emblema 495
del orgullo de los hombres.
* * *
En el salón
de los reinos,
donde el trono de dos orbes
de oro y terciopelo estriba
en colosales leones,
500
el rey está
con las damas,
la reina con los señores,
y chocolate, y conservas,
y helados pasan en orden,
en
mancerinas de oro 505
y en bandejas, cuyos bordes
lucientes piedras adornan
en caprichosas labores.
Enseguida
se bailaron,
al compás de alegres sones, 510
las folías y chaconas,
y aun zarabandas innobles.
De cada
señora al lado
sitio un caballero escoge,
y en un cojín para hablarle 515
la rodilla izquierda pone.
Allí, en
animados grupos,
lo más rico y lo más noble
de Madrid y España asiste,
y extranjeros de alto porte. 520
Estaban,
pues... ¿De qué sirve
que el tiempo perdamos nombres
ya olvidados repitiendo,
y que alcanzaron entonces
boga por
riqueza y sangre, 525
mas que hoy ya nadie conoce?
De conocidos hablemos,
de amigos nuestros, de hombres
que aun los
vemos y tratamos,
aunque ha dos siglos que esconde 530
sus cenizas el sepulcro,
sima que todo lo sorbe.
* * *
En un lado
de la sala
estaba el famoso Lope,
el Fénix de los ingenios, 535
con el cabello y bigote
blancos
como pura nieve;
y al través se reconoce
de sus clericales ropas
que fue guerrero de joven. 540
La insignia
adorna su pecho
de la hospitalaria Orden,
y el fuego brilla en sus ojos
que hace a los mortales dioses.
Con él
habla un caballero, 545
cabeza gorda, deformes
los pies, de negro azabache
melena y barba, mas noble
aspecto;
diciendo chistes
está, y resuenan conformes 550
carcajadas y aun aplausos,
en cuantos hablar le oyen.
Es don
Francisco Quevedo,
a quien un clérigo torpe
ya por la edad, ceceando 555
y con malicias responde.
Ser él tal
pronto se advierte
don Luis Góngora y Argote,
del nuevo estilo de moda
inventor, columna y norte. 560
El padre
Paravicino,
que de sabio alto renombre
goza, y a Madrid encanta
por sus peinados sermones,
también es
del corro; y luego 565
en él ufano ingirióse,
aún tan niño que en sus labios
ni bozo se ve que asome,
don Esteban
de Villegas,
español Anacreonte,
570
en versos cortos divino,
insufrible en los mayores.
En una
pausa del baile,
de Villamediana el conde,
que ha danzado con la reina, 575
alargó la mano a Lope,
y como
ingenio de marca
entre los otros mostróse.
Acaba de publicarse
su poema de Faetonte, 580
en aquel
tiempo un prodigio,
que hoy tiene apenas lectores;
obra de perverso gusto
y de hinchados clausulones.
Góngora,
que, envanecido, 585
un adepto de alto nombre
ve en tan claro personaje,
sus encomios prodigóle.
Y todos lo
celebraban,
aunque yo decir no ose 590
si sus versos aplaudían
o su favor en la Corte.
Don
Francisco Manuel Melo,
en quien se juntan los dotes
de historiador y poeta 595
con los bélicos blasones,
allí está,
aunque taciturno;
sin duda, abriga temores
de que el duque de Braganza
su osado intento no logre. 600
El gran don
Diego Velázquez,
de pinceles españoles
gloria, también conversaba
con tan famosos autores;
pero lo que
dicen ellos 605
parece que apenas oye,
porque de Rubens los cuadros
con gran encanto recorre;
y en aquel
retrato ecuestre
del emperador, en donde 610
apuró Ticiano el arte,
los ojos árabes pone.
* * *
También el
rey un momento
afable al corro acercóse,
hablando de una comedia 615
que salió al público entonces,
y cuyo
autor se nombraba
Un ingenio de esta corte.
A la cual, aunque, por cierto,
era un disparate enorme, 620
todos
dieron mil elogios
y de portento renombre,
pues que es obra del rey mismo
no hay en Madrid quien ignore.
Ya muy
tarde entró en la sala, 625
saludos y adulaciones
recibiendo del concurso,
con aire altanero y noble,
el
conde-duque; se llegan
los grandes y embajadores 630
para hablarle; el rey Felipe
con gran cariño le acoge;
y con él, y
con el nuncio
y un milanés enredóse
en importante coloquio, 635
que su atención regia absorbe.
* * *
La reina,
que en gallardía
a todas se sobrepone,
y cuyos hermosos ojos,
brillantes como dos soles, 640
en
Villamediana tuvo
clavados toda la noche,
viendo al rey y al favorito
con aquellos dos señores
extranjeros
en consulta, 645
que ha de ser larga supone
la conversación, notando
que hay vivas contestaciones.
Más atenta
al conde mira,
le hace una seña, y, veloce, 650
aunque con gran disimulo,
de la sala retiróse,
de una
danza numerosa
que empezó la gente joven
a enredar, aprovechando 655
la confusión y el desorden.
Conoció al
punto la seña
el favorecido conde,
que amantes favorecidos
la más pequeña conocen. 660
Pero no son
ellos solos;
también, ¡ay!, de ellas se imponen
los celosos...; el monarca
la señal fatal recoge.
A salir
Villamediana 665
siguiendo su amado norte,
iba por distinto lado
del salón, cuando turbóle
el ver al
rey furibundo,
que con miradas atroces, 670
ojos cual los de un fantasma,
en él sin quitarlos pone.
Sobrecogido, de mármol,
ni a dar un paso atrevióse,
y trabó, disimulando, 675
un altercado con Lope.
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