Después de todo eras tú lo que yo buscaba
En las letras de un cantoral,
entre la retama y el jacinto serrano,
en el ancho mar, en la taberna inquieta,
en el fondo de la copa verde,
después de todo eras tú lo que yo buscaba.
Pregunté muchas veces a las guías turísticas
dónde suspira el lugarejo ignorado por la epopeya;
pregunté a los filósofos por la llave del secreto;
fuí devorando pregunta a pregunta mi vida,
y después de todo resultas tú lo que yo buscaba.
Pude leerlo en mil detalles:
verte y enmudecer,
verte y olvidarme del mundo,
verte y hablar luego por las calles solitarias,
verte y sentir el cuerpo,
verte y huir hacia los confines de mí mismo.
Desmadejado y alma en pena,
imaginé que lo mejor era llorar en los ocasos,
leer los libros místicos
y contribuir a la redención de los débiles.
Y, en todo, en todo, en absolutamente todo,
no había más qu ela busca de tu persona.
Sí, después de todo eras tú la búsqueda.
Y aquí declino ya todo examen y toda crítica.
Tú, con tus faltas y tus sobras;
tú, con tu maravilloso complemento rubio a mi color de
bronce.
La verdad
Un renglón hay en el cielo para mí. Lo veo, lo estoy
mirando;
no lo puedo traducir,
es cifrado.
Lo entiendo con todo el cuerpo;
no sé hablarlo.
Vivo y sueño
Hunde la rama del sauce
en la alberca su fatiga;
levanta el ciprés su lanza
infatigable a los cielos.
Con el sauce, vivo.
Con el ciprés, sueño.
Lánguida rama de sauce
me cuelga entenebrecida.
Lanza de ciprés emerge
de mi piel hasta el misterio
Con el sauce, vivo.
Con el ciprés, sueño.
Un cansancio secular
baja, baja, baja a tierra.
Sube, sube, sube altivo
el secular pensamiento.
Con el sauce, vivo.
Con el ciprés, sueño.
Todo me cansa y me rinde
si no es mío, si es del mundo.
Todo me embelesa y lanza
si lo miro y lo penetro.
Nada vivo
si no lo sueño.
Separación (I)
Ya no tocan los ángeles sus clarines
y los demonios de la carne se acurrucan medrosos.
Una gran sordera
recorre las galerías de mi alma sin ti.
Vanidosamente, pienso que mis gemidos alcanzan alturas
bíblicas,
y que mis brazos llenan en aspa el cielo azul, hoy turbio.
No gimo, no hablo. En el silencio sin fondo
se propaga mi angustia.
Mis ojos persiguen tu aroma
y mi olfato se ciega en tu desaparición.
¿Qué destino dar a estas manos que sostuvieron
la bengala de la felicidad?
¿Cómo volver a los asuntos vulgares
este pensar que vivía de tu presencia?
Desencajado y roto voy, miserable carrito,
al paso del asno de la melancolía,
por una cuesta sin vértice,
devorando las hojas del calendario vivido.
Hay un sábado rojo y un domingo de luz
que ya son carne y médula de mis días futuros.
Con ellos, y con la aurora de tus dientes inmaculados,
y con el secreto alentador de tus ojos,
seguirán mis pies más seguros hacia el oriente.
¿Por qué, por quién fué quitada la escalera de mi
departamento?
¿Por qué, por quién fueron tapiadas sus ventanas?
¿Por qué, por quién se ordenó mi soledad?
Sólo vosotros, los que camináis indefensos
y desnudos por la selva sin éxito,
comprenderéis este desgarrón inefable
que hace querer la vida por encima de todo.
El miserable carrito sin estabilidad
fué carroza y tren poderoso.
Bendita, vendita tú, ¡ay de mí!
¡Bendita tú por haberme querido!
Por haberme conducido a través de la felicidad,
camino de la desventura.
Separación (II)
Esta felicidad fugitiva,
esto que se me va de las manos,
esto que me devora los días
esto que se llama boca, ojos, pecho, piernas amadas,
corazón alígero, mente como la brisa del amanecer,
pretendo loca y tercamente
fijar de modo
que a tientas en la noche, si despierto,
lo encuentre vivo, intacto, invariable.
No dormir ni perderse en la neblina
podrán estas inmensas realidades,
lanzas del corazón, fuegos de humanidad
que levantaron la existencia de nuestras almas
a donde sólo hay música, sin tiempo ni medida.
Recordarás la noche suprema
en la ciudad de la roca en pie:
faroles agónicos,
crucificados en las paredes,
bajo campanarios de muda escenografía,
nos esperaban siglos y siglos.
Nos aguardaban las piedras duras del suelo,
los recatados bancos de las plazuelas vacías,
los árboles que cobijaron a los moros y a las cristianas.
Por encima del suelo corrían oraciones y coplas
como en un imposible río de eternidad.
Derramábanse lentas existencias amantes
por los muros fuertes hacia el foso de los amores.
Estaba el cielo tan a la mano y tan desesperadamente
lejos,
que nos parecía unas veces boca y, otras, alma.
Supimos entonces, para nuestra desesperación,
que el cuerpo es algo más que una fruta;
que no basta morder;
que siempre queda lejos algo intacto.
Libres y enlazados por el destino,
subíamos y bajábamos,
sin peso, como pájaros,
rozando, sin herirnos, todo lo triste y agorero de la
existencia.
Después, en un olvido presente,
sin otra luz que la embriaguez de la aridad,
vimos venir el nuevo día,
con nuevos montes, árboles, ríos,
caritas humanas, borriquillos de infinita ternura,
torres, caminos, jardines cerrados
en donde hubiéramos querido vivir eternamente.
Tomado de:
https://www.isliada.org/poetas/jose-moreno-villa/
OIGO
A veces oigo los pétalos
de la rosa dando en tierra;
tan tirante es el silencio;
tan en aviso está el alma.
A veces oigo la fuga
de la luna en su viraje;
tan grande es la soledad;
tan tenso vive el espíritu.
A veces oigo la arena
del Tiempo caer en mí;
me levanto, me paseo,
toco la estampa o el libro,
miro la luz de la lámpara,
me froto las tibias manos
y me siento lentamente
a ver cómo la de arriba
está casi toda abajo.
XI
A JACINTA NO SE LE
CONOCE EL AMOR
Así es Jacinta
dictadora siempre del mundo de sus líneas.
Jamás sensiblera
jamás caediza,
jamás inflada o roma,
pesada o cautiva.
Nadie le conoce el amor
sino el que comparte su penumbra tibia.
Todos conocen su elasticidad,
o su aspecto de diana esquiva.
Sólo uno conoce el declive
de su alma cuando amor la visita.
CARAMBA 1
Con el almejón
—ojos de mar, de párpados duros—
anda el bisturí
de mi pluma Steffen mojada en carne de Taití,
rezumante de sueño tse-tse
y voz de café.
Pero en la cerveza
radica el secreto maravilloso de la almeja,
como dice el fraile a la canonesa.
¡Ca... ram... ba,
qué frío por la escalera!
CARAMBA 44
Todo hace pensar que las alondras y las violetas
aguardan el regreso de los ojos en blanco.
Al subir a la
sierra,
o al pasear por el campo,
miro siempre si debajo de las piedras
o entre los jaramagos,
hay un Schubert, un Bécquer o un Heine lagarto.
CARAMBA 77
Era la ventana vacía
y era el número 10.748 el que aparecía
y yo tiré una piedra
y el número se fue por la puerta
y yo corrí detrás
y no lo diréis jamás:
se metió por entre las piernas
de la judía más guapa de la tierra.
CARAMBA 87
Y como nadie articulaba debidamente,
locos somos, enamorados de las nubes errantes.
Los tiros se multiplicarán por minutos
y el cavernícola vuelve con sus maravillosas plumas.
Esta mujer de oro se volverá de bronce.
No sabemos en dónde vive la matemática
ni por qué tuerce el rumbo la corneja de Dios,
pero sí cómo se dominan las arboledas,
y se amasan los ríos a brazos desnudos.
Hay, a pesar de la censura,
conocimiento de las redes revolucionarias.
La censura, máuser al hombro,
intenta segar las cabezas de los instintos
pero por encima de los vallados y las murallas,
de los centinelas y los esbirros,
pasaron siempre las leves brisas,
los pajarillos, las ramas fuertes,
y el rayo de luz todopoderoso.
CARAMBA 5041
La noche no viene jamás a las doce del día,
por consiguiente deja volar tus palomas un rato más;
y si de las veredas color barquillo
y de los senderos color de rata
se desprenden alegorías y sentencias,
bebe tu vaso de luna y misterio
con la seguridad de los guardias.
SEGUNDA SERIE
CARAMBA 451
Caramba, cáspita, caray...
los tres en un auto desviado,
hacia el país que todo lo desecha
y no sabe
y no quiere
y se sienta a la sombra de las mancebías
de las porterías
y de las avellanas vacías.
EL AVIÓN NOCTURNO
Apodérate de la noche,
pajarraco de mala entraña,
y apodérate de los cuerpos
indefensos bajo las sábanas.
Ven y hunde, destroza y quema;
salgan cunas por las ventanas,
rueden ancianos impedidos
entre cascotes, hasta la calzada.
En la negrura de la noche
esconde tu proeza de infamia,
desarticula hogares tibios,
desmembra familias de un alma.
Toda la fuerza es tuya, tienes
un pueblo dormido y sin balas.
Ensáñate, que nadie te ve;
la noche sin luna te ampara.
EN HORA FEA
Llegas en los días de acero,
cuando las casas se desploman,
y los perros comen cadáveres.
Un espíritu ciego
revolviendo valores,
dividiendo familias,
idiotizando almas,
recorre todos los países.
Me encuentras roto, desmigajado,
dispuesto solamente
a no creer que existe
fuente del bien, ni posible alegría.
Vienes en hora amarga,
cuando falta la fe,
cuando el viento es de plomo,
la noche de carbón
y las flores un puñado de espinas.
Ten cuidado, que besas
la sombra de un fantasma.
EPÍLOGO
Verbo, verbo y no más, sólo palabras.
Eso soy, eso eres, eso somos
dentro de la ventana.
Por eso cuando miras tu interior
no ves nada tangible;
ni luz ni cuerpo, ni color ni aire;
una gran oquedad
donde hierve la vida del vocablo;
donde hierve la vida.
La vida es el vocablo
y ser hombre consiste
en unir las palabras sabiamente
y destacar aquellas que cabalgan
sobre el mundo exterior y el intramundo.
El verbo está en la cima;
es niño y es señor.
Su imagen más cercana es el poeta.
EPITAFIOS
Era
tolerante
En el tribunal de su conciencia:
MEMORIA, JUICIO, CORAZÓN,
el último era un cacique
que imponía siempre el perdón.
Era la
indiferencia
Ayer murió, pero moría
desde que vino al mundo, casi.
Echado al sol, contra una tapia,
fumaba, mirando el aire...
Se lo comían los parásitos
mas nada, nada le movió, ni nadie
Era la inquietud
Dura sábana blanca la del último lecho.
Únicamente su dureza
pudo anular el movimiento
perenne de su alma inquieta.
Fue
casquivana
Fue mantilla de blondas, abanico de nácar,
faldilla de volantes, castañuela y guitarra.
XII
JACINTA COMPRA UN PICASSO
Para su casa rectilínea,
—sin roperos, con garaje y jardín,
piscina y mullidos tapices—.
Jacinta compra un Picasso a tres tonos:
rosa, blanco y azul.
Me recibe brincando. Y me abraza:
—¿No ves qué línea? —dice.
¿No ves qué fuerte y qué dulce?
y Jacinta se besa la mano.
La mano que dio los dineros.
Dineros por arte.
MADRID, FRENTE DE LUCHA
Tarde negra, lluvia y fango,
tranvías y milicianos.
Por la calzada, un embrollo
de carritos sin caballos,
o jumentos con el mísero
ajuar de los aldeanos.
Caras sin color que emigran
de los campos toledanos;
niños, viejos,
mujeres que fueron algo,
que fueron la flor del pueblo
y hoy son la flor del harapo.
Nadie habla. Todos van,
todos vamos
a la guerra, o por la guerra,
en volandas o rodando
a millares, como hojas
en el otoño dorado.
Pasan camiones de guerra
y filas de milicianos
entre zonas de silencio,
lluvia y fango.
Pasan banderines rojos
delirantes, desflecados,
como nuncios de victoria
en las proas de los autos,
mientras las mujeres hacen
«colas» por leche, garbanzos,
carbón, lentejas y pan.
Los suelos están sembrados
de cristales, y las casas
ya no tienen ojos claros,
sino cavernas heladas,
huecos trágicos.
Hay rieles del tranvía
como cuernos levantados,
hay calles acordonadas
donde el humo hace penachos,
y hay barricadas de piedra
donde antes nos sentábamos
a mirar el cielo terso
de este Madrid confiado,
abierto a todas las brisas
y sentimientos humanos.
Confundido, como pez
en globo de agua, deshago
mis pisadas por las calles.
Subo, bajo,
visito las estaciones
del «Metro». Allí, como sacos,
duermen familias sin casas.
Huele a establo;
se respira malamente.
Subo, salgo.
Vuelvo a la tarde nublada.
Me siento como encerrado
en un Madrid hecho isla,
solo, en un cielo de asfalto,
por donde cruzan los cuervos
que buscan niños y ancianos.
Tarde negra; lluvia, lluvia,
tranvías y milicianos.
MENTIRA
Miente el demonio en la soledad
mientras se escarba el oído con palo santo
y mientes tú y mienten las rocas que le sustentan,
y ese barco que espera llegar a puerto un día.
Mienten como sastres el soberano y el Papa,
el hotelero y el mozo del sliping.
Pero hay días de suprema mentira,
en que los puentes guiñan y el soborno sonríe,
tiemblan las calles de risa satánica
y se ve que todos los ojos humanos quisieran diez
párpados.
Hay días de búho salmantino,
en que la mentira lleva cola de emperatriz,
en que las nodrizas se ordeñan cerveza
y los filósofos descubren el rubor.
Días de cieno amasado con gloria, mantequilla y cemento.
Días, en fin, en que dormir es tan difícil como calcular,
y que los cálculos resultan fox-trotes de negros.
Días inversos, en que congela el viento sur.
Días de un amarillo como ni el Asia conoce,
días en que las insignias de los jerarcas
se salen al bar en busca de whisky
con ánimo de no regresar al estuche.
Días, en fin, de suprema verdad.
Porque la mentira es el sustento de la existencia.
CARAMBA 59
¿Quién puso el pie sobre la garganta difunta?
Los helicópteros huyeron y.… hasta la vista.
Hoy yacen aquí los ojos y allí la camiseta
sin que los aviones reparen en tanto despilfarro.
Vete y mira.
Cuando llegues al puente, respira.
Y si pasas de la limitación,
suelta el corazón;
porque da gusto ver cómo baja la oropéndola
sobre las nubes, hasta dar en la pantorrilla.
2ª PARTE
JACINTA ES INICIADA EN LA POESÍA
I
SI MEDITAS, LA
LUNA SE AGRANDA
Yo tengo un tren que descarrila,
pero del que siempre salgo con vida.
¡Ven, vamos! Viaje de cien días
y después, mano alta y sonrisa.
Por el bien y el cómo y el porqué
morimos de asco y pesadez.
Mira que la luna se agranda
si la enfocas una hora larga.
Mira que te come la luna.
Mira que está sobre la nuca.
Luna... luna.
Tengo lista la avioneta.
La que con el aire tropieza,
sin que jamás le estorbe la tierra.
¡Ven, vamos! Sin rumbo, ni estrella.
Después, un hopo de zorra en la atmósfera quieta.
Si meditas, la luna se agranda.
si meditas, la remolacha
sabe a tierra y escarcha.
TU TIERRA
Yace tu tierra más allá del agua.
Nunca tus ojos volverán a verla.
Ésa tu tierra —te dirán— es de polvo,
como todas las patrias del mundo.
Pero, no. Tu tierra es la fórmula
archicompleta de tu ser. Eres tú.
Eres tú quien quedó más allá de las aguas.
Nunca más te verás.
y no viéndote, no sabrás decir.
Y quien no dice es como llama muerta.
¿Por qué no vuelves a tu tierra, a ti?
Remozarías tu edad, tu luna.
O morirías dentro de ti mismo,
en tu tierra, en tu yo, no sobre alguien
ajeno a tu paisaje y tu conciencia.
Lo grave de morir en tierra extraña
es que mueres en otro, no en ti mismo.
Te morirás prestado.
y nadie entenderá tu voz postrera
por más que cielo, muerte, amor y vida
se digan cielo, muerte, amor y vida
en la tierra en que mueres.
Tu madrina de guerra no es tu madre
y, si morir es retornar al seno,
vuelves al que no es tuyo.
¿Por qué no vuelves a tu tierra, a ti?
Te dirán que tu tierra ya no es tuya;
que te aventó por malo; que reniega de ti.
Pero si tú eres ella y ella tú,
reniego y aventón son cosas nulas,
palabras muertas en el aire loco.
Palabras muertas en el aire loco...
Por palabras así mueren los hombres;
y el cielo cruzan hoy sólo aires locos. :
Por palabras así, truenan las bombas,
y en esos aires van los aviones.
Por palabras así, la humanidad
vive dispersa, errante y maldecida.
Y, donde posa, está a merced del aire;
que es aire loco lleno de palabras.
Yo sé que es la palabra y es el aire
los que te alejan de tu yo, tu tierra.
Y, como la palabra es centenaria,
tú morirás primero.
Tan largo es adentrar una palabra
en el cerebro humano
como sacarla de él.
Tan costoso es crear un aire nuevo
como anular el viejo.
No. Ya no te rescatas.
Tu tierra yace más allá del agua.
Tomado de:
https://www.poesi.as/Jose_Moreno_Villa.htm
Coloquio paternal
La luna reina como pocas noches.
Camináis lentamente.
Llevas a tu mujer como si fuera
un ánfora sutil que el tacto rompe.
—¿Cómo será?... ¿Será niñito el hijo?
¿Sus ojos serán grandes y expresivos?
¿Lo quieres ya sin verle?
—Lo quiero ya porque eres tú conmigo;
porque no puede oler sino a nosotros;
porque tiene el color de nuestra carne,
por ser carne de entrambos.
En idilio paterno
camináis bajo el sueño de la luna
con otro amor que la pareja novia;
con un amor que pesa en las entrañas,
no aquel que vuela sin dejar prenderse.
Ya no es anhelo Amor, es fruta hecha.
Y os queréis como quiere
el escultor sus manos.
Hay gratitud en este nuevo amor.
“Gracias a Dios” —decís—, pero pensáis
“gracias a ti” además.
Y luego con inmensa y muda voz:
“gracias a todo, a todo,
a la luz, al momento, a los jardines,
al cielo, a los volcanes, a los ríos,
al aire que mecía tus cabellos
y a la estrella que vimos en el aire”.
Luego, tú, el padre,
en un silencio breve, pero lleno,
dijiste para ti:
“Viene del viejo mar, soy como un mito;
acaricié la vida
como un alma pagana;
pero viví también la oscura selva
que tortura a las almas religiosas;
y, al fin, cuando mi edad
es luna, tiempo y muerte,
hago esta flor sencilla
en un vaso muy joven. Soy un loco.”
La pareja siguió pensando al hijo.
De: La música que llevaba, 1949
Tomado de:
https://www.poetaspoemas.com/jose-moreno-villa/coloquio-paternal
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