De tierra adentro a mar, de trecho a trecho...
De tierra adentro a mar, de trecho a trecho
desde el invierno hasta el feliz verano,
de la estepa encendida de la mano
a la región volcánica del pecho
va posándose amor, y va en acecho
amor de cima a sima, y sobre el llano,
y va implantando en todos, soberano,
su ley, su ejecución y su derecho.
Rey de la geografía del semblante,
encendedor de lumbres abisales
toda región desconsolada anima.
Cruza desde el poniente hasta el levante
implantando sus órdenes reales:
su agua, su luz, su voluntad, su clima...
El rebelde
A mí la nieve me quema
siendo la nieve tan fría...
¿Que dentro? Salgo a la calle.
¿Que fuera? -No, ¿Que de día?
-Yo salgo de noche. ¿Que
de noche?
Y mi alma se empina
para darse contra el sol
rotundo del mediodía.
No. Si me tiendes tu mano
la apartaré de las mías,
si ponéis entre barandas
mi regresada alegría,
romperé los barandales
en seguida.
Ni tú, ni el otro, ni vuestra,
ni de nosotros. Mi vida
un «no» contra todo y siempre:
«no, así no», como una fría
espada de pesadumbre
contra márgenes y guías,
¿Que los demás? Los demás
podrán, pero yo no. Mira:
es preferible quedarse
seco como la ceniza.
No, a mí no. Descalzo y limpio
mi corazón no se agria,
pájaro neutral de marzo
vivo como él todavía.
Mi pie, mi mano. La mía.
¡A mí la nieve me quema
siendo la nieve tan fría!
Hasta luego
Me vais a perdonar, es ya la hora
de esconderme en el alma.
Una jornada como ésta tiene
demasiada luz.
¿Cuánta palabra hubo, cuánto vuelo
agobiador formaron los petreles?
El camino quedó como camino
debajo de los pasos?
Y tú, pobre emoción de cada día,
retornarás después de esta mañana?
¡Cómo duele ir al paso de las ancas,
las orejas tibias,
como se cansa el dedo que acaricia
las cosas cotidianas!
Hasta luego. Mi pecho no os resiste.
Ya vuestra mansedumbre me hace daño
¡y hay tanto que esperar en el silencio!
Mañana, quiera Dios, será otro día.
Hemos llevado juntos esta pena...
Hemos llevado juntos esta pena
como vaso de frágil porcelana.
Nos hemos arropado con el mismo
cobertor de tristeza. Hoy has cabido
dentro de un puño frío y apretado,
pero, a pesar de todo, te dormiste.
Eres hombre cabal hasta en el sueño.
Te duermes sin caer, sin derribarte,
te duermes como deben de dormirse
los cíclopes, los hércules, los dioses.
Los centauros, las fieras, así duermen.
Tienes el abandono de los grandes
y si el sueño te llega, tu victoria
la pregona las sombras y los mástiles.
Toda la tierra vela cuando duermes:
hombre, pecho de mar, párpado oscuro,
pan de trabajo, río de sudores,
hombre puro de cara a la fatiga
acosado de dientes y veranos.
Eres más hombre aún cuando se encierra
tu limpia forma de mirar la vida.
Hombre mío, cansado y solitario,
tenaz defendedor de pan y risas,
condenado al amor y al sufrimiento,
hombre, amor al que arrimo mi desvelo,
compañero de almohada y despertares.
Si tú has dormido al fin, también yo puedo,
y si tú velas, en amor yo velo.
Venga ya para mí un trozo de olvido,
tome mi pecho el ritmo de tu pecho.
No nos pudo la pena, y de tu mano
corrió la sombra y se apagó en mi río,
corrió el dolor y se agostó en mi vena,
me inundaste de sueño junto al tuyo
y me dormí junto a tus costillares.
Intermediario ser, anfibio alado...
Intermediario ser, anfibio alado.
Amor hecho de raptos y de ausencia,
a otros alimentaste con tu ciencia
desposeyéndome del esperado.
Bien sé cómo eres, aunque disfrazado
cruzaras tantas veces mi dolencia,
haciéndome creer que era experiencia
de ti lo que ni apenas tu recado.
Ahora, burlada, llega el importuno
labio de quien te sabe a repetirme
tu nombre con informes y resabios.
Condenada a la espera y al ayuno
no te alzaré la voz ni habrás de oírme
porque la soledad no tiene labios.
La casa
La casa es como un pájaro
prisionero en sí mismo,
que no medirá nunca
la longitud del trino.
Encarcelada ella
que no yo, pues la habito
conociéndola, y pongo
mi cuidado y mi tino
en algo que no sabe
ni sabrá de mi cuido.
¿No me siente por dentro
removerme, lo mismo
que se siente en la entraña
la presencia del hijo?
Me ignoran los cristales
no nos sienten los vidrios
tras los cuales luchamos
contra el mar y sus ruidos.
No sabe que en sus muros
crece el amor, que hay sitio
para soñar, y que hay mundos
y faros escondidos.
Ignora de qué modo
la nombro y la bendigo.
Le digo muchas cosas;
la pongo por testigo
de todos mis secretos.
De lejos, si la miro,
me parece que tiene
la tristeza de un niño
abandonado. Subo
sus peldaños, le digo
mi nombre, porque note
que he regresado. Giro
por su caliente espuma,
me afano por su brillo,
la quiero clara, alegre
la enciendo con mis gritos,
con el sol, con el aire
del salado vecino.
Casa nuestra, mi casa...
¡Cómo crecen sus filos!
¡Cómo crece la sombra
de Dios aquí escondido!
¡Qué inevitable y fácil
la soledad, contigo!
La tristeza
No te asustes por mí. No me habías visto
- ¿verdad? - nunca tan triste. Ya conoces
mí rostro de dolor; lo llevo oculto
y a veces, sin querer, cubre mi cara.
No temas, volveré pronto a la risa-
-Basta que oiga un trino, o tu palabra-.
No te preocupes que ha de volver pronto
a florecer intacta la sonrisa.
Me has descubierto a solas con la pena
e inquieres el porqué. ¡Si no hay motivo!
Cuando menos se espera, el aguacero
cae sobre la tranquila piel del día.
Así ocurre. No temas, no te aflijas,
no hay secreto, mi amor, que nos separe.
La tristeza es un soplo, o un aroma,
para llevarlo dulce y suavemente.
No te quejes de mí. Yo estaba sola
y vino ella, y quiso acariciarme.
Déjanos un momento entretenidas
en escuchar los pasos del silencio
y sentir la tristeza de otros muchos
que no tienen amor ni compañía.
Mundo nuevo
Este es mi mejor mundo
puesto que tú lo habitas
-lo habitamos-, en medio
del llanto y la palabra.
Para estrenarlo, hubimos
de adoptar la esperanza
que, como lazarillo,
guiara nuestros pasos.
La soledad contigo
qué dulce se presenta.
El mar, contigo, al fondo,
su amistad nos ofrece;
el pájaro nos canta,
el agua corre limpia,
por la noche asomamos
nuestros rostros en paz
juntos, frente a la estrella.
Y cuando en el instante
de sentir a Dios, tomas
mi mano, qué silencio
mi corazón recoge.
Todo está más que dicho
en ese mundo antiguo
donde tú rescataste
mi tristeza. Hoy estreno
la luz, la verdadera,
la única que podía
iluminar mis ojos.
Amor, un mundo nuevo,
un reducido mundo
para cantar: es todo.
Ya es bastante: lo único.
No le consientas tanto, que acostumbras...
No le consientas tanto, que acostumbras
mal a mi corazón. Exige, hiere.
Niégale a mi pregunta lo que inquiere,
si pide luz, mantenla en las penumbras
del amor. Cuanto más lo alzas y encumbras
más insaciable está. Mi amor prefiere
luchar por la respuesta, y que él espere
impaciente la luz con que me alumbras.
No le perdones nada a mi descuido
que me duele ser siempre la deudora
de tanto amor, y tal renunciamiento.
Dame que perdonar. Yo te lo pido.
Hiere mi corazón, hiérele ahora
para que perdonando esté contento.
Por ellos no pasaste. Bien se advierte...
Por ellos no pasaste. Bien se advierte
que están secos, con sólo la sonrisa.
Van de una cosa a otra tan deprisa
que el agua de la vida se les vierte.
Van de acá para allá sin conocerte,
gastados por el soplo de otra brisa,
pero nunca sabrán de la precisa
hora en que el mundo en fuego se convierte.
Míralos: desatentos, desalados,
desparramados, secos, sin saberte,
más solos que la luna y ateridos.
No supieron ganar y están ganados,
no supieron mirar y están sin verte...
¡Qué pocos son, amor, los elegidos!
Reprocho a las cosas que le entretienen
(¡Ay, qué grandes debéis ser
que así me lo entretenéis!)
Altas de talle y, bien plantadas.
y cien veces aborrecidas
cuando se espera de esta forma
desesperada y decidida.
¿Con qué hebras tejéis los hilos
que me lo ensartan y desvían,
urdidoras de mi coraje
y robadoras en porfía?
¿Por qué caminos o qué atajos,
agazapadas, repentinas,
le dais el alto, santo y seña,
paso le dáis para que os siga?
¡Si yo no puedo en la distancia
ganar batallas ni partidas,
enfrentarme con vuestros aires,
regatearos con mi risa,
reclamaros con mi presencia
su. necesaria compañía!
(¡Ay, qué blancas debéis ser
que así me lo entretenéis!)
Cuando llegue, no habrá palabras,
razón que valga y que me asista,
vendrá cansado y solitario
con la frente desvanecida
y -a tres cuartas el corazón,
achicada y medio escondida-
yo iré quitándole de en medio
toda la carga de este día,
porque no note mi cansancio
ni se le acerque mi ceniza:
los desperdicios de mi sueño,
los retales de mi alegría,
las cortezas de aburrimiento
y el agua muda que se agria.
A nadie le dolerá el aire,
a nadie pasará este día...
¡Y he de llevar el plomo oscuro
de su cuerpo mientras viva,
la memoria de aquellas horas
en las que todo enmudecía,
en las que todo fue silencio,
latir de alas oprimidas,
metal de espera por las manos,
por las sienes y las rodillas!
Nadie sabrá. Nadie. Ni él mismo.
Una de tantos... Sólo un día...
Todo perdió su sal, su vez...
(¡Ay, qué grandes debéis ser
que así me lo entretenéis!)
Retorno
Si un verso olvido nunca me devuelve su cita.
Volver es tan difícil como morir de veras,
por eso son distintas todas las primaveras
y esperamos en vano que un sueño se repita.
¡Y tú quieres llegar! En mi mano vacía
tu presencia se vierte reducida y oscura;
se pudren las raíces y el brote no me dura
lo que dura el deseo bajo el golpe del día.
Si hay para cada instante una voz diferente,
ni hay silencio que envuelva por dos veces mi
frente,
ni ola que desdoble repetida en la orilla,
¿cómo vas a llegar sobre tu propio paso
si el camino es distinto, y hasta Dios tiemble
acaso
al besarnos dos veces en la misma mejilla?
Unidad
Madre, tu eres ya no tuya sino mía.
Te has ido dando como la luna sobre el agua.
Toda tu claridad se han reflejado
inmensa, sobre mi alma.
Madre, ya no eres tú,
tu risa no es tu risa.
Soy yo quien te sonríe, quien te mueve las manos.
Quien te vive y respira por ti. Ya no eres tú,
madre mía. Has fijado
tu claridad lo mismo
que la luna en el lago.
En mí tu imagen flota, reposa, duerme, gira,
en una simbiótica unidad que nivela
tu carne con mi carne, tus ojos con mis ojos,
tu pena con mi pena.
Y tu fin - extinguirte sonriendo - es el mío.
-¡Tu fin !- Allá en lo alto te esperará una
estrella.
Yo te sujetaré con mis manos (¡tan jóvenes!)
más arriba del mar, más arriba del tiempo.
Y nos daremos juntos, madre mía, tan juntos
que Dios no sepa nunca distinguir si eres una
o somos dos a una los que nos hemos muerto.
Tomado de:
http://amediavoz.com/pazpasamar.htm
LOS NIÑOS Y EL MAR
Todos iban corriendo. Tamboriles
ligeros, cada pie, sobre la arena.
Aire, espuma, azahar, sobre las sienes,
caricias de la mar, carnes morenas.
Todos iban corriendo menos uno
que quería abrazarse a la marea.
Todos iban corriendo por el aire
casi, de tanto contemplar las velas
y las altas gaviotas —blanquecinos
presagios de la playa—.
El mar se
queja
en su ruidoso abandonarse tanto,
en su ansiedad de renovar sin treguas.
Todos iban corriendo, menos uno…
La tarde ya ha soltado su melena
de sales y de vientos débilmente,
con el último sol, pálida y ciega.
Yo lo vi con los brazos extendidos,
pretendiendo abrazarse a la marea
en un juego infantil y desbordante…
Locos y palpitantes,
los otros van corriendo por la arena.
LAS COSAS ODIADAS
No es culpa mía. Hay un abismo abierto
aun antes de existir. En la memoria
de quien lo hizo esté el remordimiento.
Estoy desperdiciando con vosotras
una frecuente luz que bien pudiera
iluminar las manos generosas,
iluminar los trigos y las cepas,
encenderme en el llanto o la alegría.
¿Cómo es posible que no os lleve
junto a mi corazón como a otras tantas,
que involuntariamente en mí os destruya?
Más que dolor es miedo a contemplaros
desde mi pensamiento,
reconocer que es imposible
quereros acercar y, sobre todo,
saber que incluso el odio
es una forma de sentir la vida,
que estáis también alimentándome,
que vuestra muerte es una forma
de crecerme en mí misma,
que involuntariamente el corazón
os siente: ¡que sois mías!
[SABES MI CORAZÓN COMO UN CAMINO]
Sabes mi corazón como un camino
que hayas cruzado una y cien mil veces,
como el oficiador sabe sus preces.
Haces costumbre del Amor mi trino.
Te sabes de memoria mi destino,
y en su tierra te hundes o te creces,
cosa que no has ganado ni mereces
pero que quiero darte como un vino.
Sabes tanto que sabes que no puedo
llegarme a otra fuente que tu boca
y que no tengo libre la mirada.
Sabes que te prefiero y que concedo
todo lo que tu dulce mano invoca.
Que en ti está todo, y lo demás es nada.
LA ALACENA
Cada mañana abro la puerta
de la alacena, y se derrama
la gran marea contenida
de sus efímeras fragancias.
Del rojo labio de las orzas
como del borde de una playa
hasta mí llega el oleaje
que el especiero me adelanta.
Como en convento de clausura,
todos esperan, todos callan,
y el ruiseñor contemplativo
del tiempo trina y les delata.
Pongo mi mano en coberturas,
por mansedumbres alineadas;
palpo cebollas abadesas
que en tocas múltiples se inflaman,
ajos bufones y gibosos,
dulces almendras escudadas.
El azafrán —escandaloso
rubor ardiente de las aguas—,
acuarela que en los guisados
se empalidece y desbarata,
hilado ahora se suspende
como una vena solitaria
junto al fragante corazón
del laurel y de la albahaca.
Miro al altivo perejil,
la violenta remolacha,
la zanahoria rubia y verde
y la irascible nuez moscada.
Encapuchados, los pimientos,
frailucos tristes sin compaña,
buscan retiro entre las sombras
que los rincones les deparan.
La yerbabuena mece el tallo
soñadora y atormentada
y en la inocente especiería
la sal irrumpe adelantada,
nieve tenaz y entrometida
que en todas partes se derrama.
En un rincón, mecen su vientre,
gremiales, pobres, las patatas,
humildes, mansas y absolutas
en la pobreza de sus sayas.
Mundo, alacena, noviciado
del sabor. Vientre, nido, nada
y todo del mundo, del olor
con el que huelen las mañanas,
con que saben todas las cosas
escondidas y enamoradas.
Olor, servicio del olor,
oh, pequeña canción diaria
que contagia mis manos y hace
la tarea llena de gracia.
Especias, ramos, condimentos,
ingredientes de la esperanza.
He repetido vuestro nombre,
mi corazón también os canta.
¡Ay, si pudierais perfumarnos
las raíces de las palabras!
PRESENTE
He llegado a mirar la historia con ojos amables.
Comprendí no a los que habían sido peores o
mejores
sino a los que existieron realmente.
Por fin hallé interés
en sus rostros cohibidos por unánime susto
sobre los mármoles.
Todos ellos —tal vez merecedores
de la inmortal nomenclatura—
acechados por la red de lo eterno
fueron insectos capturados o algo muy parecido
a lucir luego bajo la impecable
prisión de las vitrinas.
Así fue como nunca pude llegar a amarlos
porque estaban cubiertos de erudición y rito
y eran —tal Gundemaro, o Sófocles, o César—
obligación de aulas, olor espeso de pupitre,
tinta de letanía, venganza de aburridos.
Hoy he sabido ver la historia de otro modo
porque al fin he sabido que no existen historias
sino un instante único en el que somos todos
creados, aunque no lo entendáis, al mismo tiempo.
Codo a codo, los que concluyen inauguran,
inician otro amor, según lo hayan sentido,
así que no lloréis porque nada hay debajo,
nada queda enterrado sino vivo
en un presente rojo, de roja llamarada
donde caben, incluso, esas constelaciones
perdidas, y los monstruos del plioceno
mano a mano con el último
yeyé y el último rey jíbaro.
Por eso, como todos los que están
—aunque estén por venir— somos al mismo tiempo,
he sentido un profundo y provinciano amor
por mi vecino Sigerico
y gran ternura por los lacedemonios
que viven en el piso de al lado.
Sí, hemos de amar a todos, porque están con
nosotros,
aprender a hablar de ellos como de seres vivos.
Él los está mirando al mismo tiempo
que nos mira a nosotros. Pero nos mira concluidos,
incorporados, recién llegados, juntos
en el todo que hoy desmenuzamos
—siglos, edades, eras, años, ciclo, estaciones—:
en el presente parpadeo
de sus enormes ojos lúcidos y creadores,
abarcadores, fijos, donde nada se pierde,
ya os lo digo, ni el último que llegue de los
últimos.
VIOLENCIA INMÓVIL
Tú sabes la verdad del mundo, Loco mío,
y cómo has de entregarla lejano y maniatado,
en Cruz, como las aspas de un molino empinado
en solitaria calma y aparente desvío.
De lejos parecías un aquietado río
incapaz de abarcarnos con tus brazos atados,
pero de cerca fuiste un viento desatado,
blandiendo las espigas e incendiando el estío.
De lejos parecías quieto, sin movimiento,
que eras como ese mar pacífico de al lado
y me acerqué esquivándome de su salpicadura…
Y entonces, me abarcaste, me cegaste violento…
¡Gracias, Señor, te doy por haberme golpeado!
¡Gracias, por derribarme de la cabalgadura!
Tomado de:
https://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/pilar-paz-pasamar-seleccion-de-textos/
Por ellos no pasaste. Bien se advierte…
Por ellos no pasaste. Bien se advierte
que están secos, con sólo la sonrisa.
Van de una cosa a otra tan deprisa
que el agua de la vida se les vierte.
Van de acá para allá sin conocerte,
gastados por el soplo de otra brisa,
pero nunca sabrán de la precisa
hora en que el mundo en fuego se convierte.
Míralos: desatentos, desalados,
desparramados, secos, sin saberte,
más solos que la luna y ateridos.
No supieron ganar y están ganados,
no supieron mirar y están sin verte…
¡Qué pocos son, amor, los elegidos!
Amantes en la orilla
Me gustaría daros,
amantes en la orilla,
el tronco de algún árbol
donde pudierais todos
grabar las iniciales.
Un álamo o un pino,
o un roble, o algún chopo,
o la acacia de un parque
meticuloso y frío
que desdeñáis por este
salobre aire del mar.
Sí, un árbol para cada
pareja, un árbol trise
como todas las cosas
que sirven al recuerdo.
En el largo paseo
ni una mata, ni un trino,
ni una sombra. En lugar
de rosa y margarita
que deshojar, el alga,
la podrida y rotunda,
fuerte esencia marina.
El faro allá a lo lejos
ilumina de pronto
el abrazo furtivo
y hace, cómplice, guiños.
Un árbol sin raíces,
al aire, os traería.
Si alguna vez amantes
de este rincón, hubiera
olvidado el mensaje
de mayo, y la que os canta,
mi voz, ya no sintiera
su anuncio, os dejaría
mi garganta, y en ella
-como en un viejo tronco-
grabaríais el clásico
corazón, la promesa,
la inicial, y tal día
de tal año, en cualquiera
y feliz primavera.
Mi garganta aún podría
servir de algo al amor.
Tomado de:
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