jueves, 17 de agosto de 2023

POEMAS DEL SIEMPRE POR RE-DESCUBRIR OLIVERIO GIRONDO


Poema 12

 

Se miran, se presienten, se desean,

se acarician, se besan, se desnudan,

se respiran, se acuestan, se olfatean,

se penetran, se chupan, se demudan,

se adormecen, se despiertan, se iluminan,

se codician, se palpan, se fascinan,

se mastican, se gustan, se babean,

se confunden, se acoplan, se disgregan,

se aletargan, fallecen, se reintegran,

se distienden, se enarcan, se menean,

e retuercen, se estiran, se caldean,

se estrangulan, se aprietan se estremecen,

se tantean, se juntan, desfallecen,

se repelen, se enervan, se apetecen,

se acometen, se enlazan, se entrechocan,

se agazapan, se apresan, se dislocan,

se perforan, se incrustan, se acribillan,

se remachan, se injertan, se atornillan,

se desmayan, reviven, resplandecen,

se contemplan, se inflaman, se enloquecen,

se derriten, se sueldan, se calcinan,

se desgarran, se muerden, se asesinan,

resucitan, se buscan, se refriegan,

se rehuyen, se evaden, y se entregan.

 

El puro no

 

El no

el no inóvulo

el no nonato

el noo

el no poslodocosmos de impuros ceros noes que noan noan noan

y nooan

y plurimono noan al morbo amorfo noo

no démono

no deo

sin son sin sexo ni órbita

el yerto inóseo noo en unisolo amódulo

sin poros ya sin nódulo

ni yo ni fosa ni hoyo

el macro no ni polvo

el no más nada todo

el puro no

sin no

 

Llorar a lágrima viva…

 

Llorar a lágrima viva

Llorar a chorros.

Llorar la digestión.

Llorar el sueño.

Llorar ante las puertas y los puertos.

Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,

las compuertas del llanto.

Empaparnos el alma,

la camiseta.

Inundar las veredas y los paseos,

y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología,

llorando.

Festejar los cumpleaños familiares,

llorando.

Atravesar el África,

llorando.

Llorar como un cacuy,

como un cocodrilo…

si es verdad

que los cacuyes y los cocodrilos

no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo,

pero llorarlo bien.

Llorarlo con la nariz,

con las rodillas.

Llorarlo por el ombligo,

por la boca.

Llorar de amor,

de hastío,

de alegría.

Llorar de frac,

de flato, de flacura.

Llorar improvisando,

de memoria.

¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

 

 

¿Dónde?

 

¿Me extravié en la fiebre?

¿Detrás de las sonrisas?

¿Entre los alfileres?

En la duda?

¿En el rezo?

¿En medio de la herrumbre?

¿Asomado a la angustia,

al engaño,

a lo verde?…

No estaba junto al llanto,

junto a lo despiadado,

por encima del asco,

adherido a la ausencia,

mezclado a la ceniza,

al horror,

al delirio.

No estaba con mi sombra,

no estaba con mis gestos,

más allá de las normas,

más allá del misterio,

en el fondo del sueño,

del eco,

del olvido.

No estaba.

¡Estoy seguro!

No estaba.

 

 

Hazaña

 

Todo,

todo,

en el aire,

en el agua,

en la tierra

desarraigado y ácido,

descompuesto,

perdido.

El agua hecha caballo antes que nube y lluvia.

Los toros transformados en sumisas poleas.

El engaño sin malla,

sin “tutu”,

sin pezones.

La impúdica mentira exhibiendo el trasero

en todas las posturas,

en todas las esquinas.

Las polillas voraces de expediente cocido,

disfrazadas de hiena,

de tapir con mochila.

Las techumbres que emigran en oscuras bandadas.

Las ventanas que escupen dentaduras de piano,

cacerolas,

espejos,

piernas carbonizadas.

Porque mirad

sin musgo,

mi corazón de yesca,

qué hicimos,

qué hemos hecho

con nuestras pobres manos,

con nuestros esqueletos de invierno y de verano.

Desatar el incendio.

Aplaudir el desastre.

Trasladar,

sobre caucho,

apetitos de pústula.

Prostituir los crepúsculos.

Adorar los bulones

y los secos cerebros de nuez reblandecida…

Como si no existiera más que el sudor y el asco;

como si sólo ansiáramos nutrir con nuestra sangre

las raíces del odio;

como si ya no fuese bastante deprimente

saber que sólo somos un pálido excremento

del amor,

de la muerte.

 


Ella

 

Es una intensísima corriente

un relámpago ser de lecho

una dona mórbida ola

un reflujo zumbo de anestesia

un rompiente ente florescente

una voraz contráctil prensil corola entreabierta

y su rocío afrodisíaco

y su carnalesencia

natal

letal

alveolo beodo de violo

es la sed de ella ella y sus vertientes lentas entremuertes que

estrellan y disgregan

aunque Dios sea su vientre

pero también es la crisálida de una inalada larva de la nada

una libélula de médula

una oruga lúbrica desnuda sólo nutrida de frote

un chupochupo súcubo molusco

que gota a gota agota boca a boca

la mucho mucho gozo

la muy total sofoco

la toda ¡shock! tras ¡shock!

la íntegra colapso

es un hermoso síncope con foso

un ¡cross! de amor pantera al plexo trópico

un ¡knock out! técnico dichoso

si no un compuesto terrestre de líbido edén infierno

el sedimento aglutinante de un precipitado de labios

el obsesivo residuo de una solución insoluble

un mecanismo radioanímico

un terno bípedo bullente

un ¡robot! hembra electroerótico con su emisora de delirio

y espasmos lírico-dramáticos

aunque tal vez sea un espejismo

un paradigma

un eromito

una apariencia de la ausencia

una entelequia inexistente

las trenzas náyades de Ofelia

o sólo un trozo ultraporoso de realidad indubitable

una despótica materia

el paraíso hecho carne

una perdiz a la crema.

Tomado de:

https://www.cultura.gob.ar/oliverio-girondo-7-poemas-imperdibles_7045/

 

 

No soy quien escucha...

 

No soy quien escucha

ese trote llovido que atraviesa mis venas.

 

No soy quien se pasa la lengua entre los labios,

al sentir que la boca se me llena de arena.

 

No soy quien espera,

enredado en mis nervios,

que las horas me acerquen el alivio del sueño,

ni el que está con mis manos, de yeso enloquecido,

mirando, entre mis huesos, las áridas paredes.

 

No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas.

 

 

Nocturno

 

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.

Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.

Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas.

Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.

¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo,

y cuál será la intención de los papeles

que se arrastran en los patios vacíos?

Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras,

y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,

como si se asfixiaran dentro de las paredes.

A veces se piensa,

al dar vuelta la llave de la electricidad,

en el espanto que sentirán las sombras,

y quisiéramos avisarles

para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones.

Y a veces las cruces de los postes telefónicos,

sobre las azoteas,

tienen algo de siniestro

y uno quisiera rozarse a las paredes,

como un gato o como un ladrón.

Noches en las que desearíamos

que nos pasaran la mano por el lomo,

y en las que súbitamente se comprende

que no hay ternura comparable

a la de acariciar algo que duerme.

 

 

Nocturno 2

 

Debajo de la almohada

una mano,

mi mano,

que se agranda,

se agranda

inexorablemente,

para emerger,

de pronto,

en la más alta noche,

abandonar la cama,

traspasar las paredes,

mezclarse con las sombras,

distenderse en las calles

y recubrir los techos de las casas sonámbulas.

A través de mis párpados

yo contemplo sus dedos,

apacibles,

tranquilos,

de ciclópeas falanges;

los millares de ríos

zigzagueantes,

resecos,

que recorren la palma desierta de esa mano,

desmesurada,

enorme,

adherida al insomnio,

a mi brazo,

a mi cuerpo

diminuto,

perdido

en medio de las sábanas;

sin explicarme cómo esa mano

es mi mano,

ni saber por qué causa se empeña en disminuirme.

 

 

Paisaje bretón

 

Douarnenez,

en un golpe de cubilete,

empantana

entre sus casas como dados,

un pedazo de mar,

con un olor a sexo que desmaya.

 

¡Barcas heridas, en seco, con las alas plegadas!

¡Tabernas que cantan con una voz de orangután!

 

Sobre los muelles,

mercurizados por la pesca,

marineros que se agarran de los brazos

para aprender a caminar,

y van a estrellarse

con un envión de ola

en las paredes;

mujeres salobres,

enyodadas,

de ojos acuáticos, de cabelleras de alga,

que repasan las redes colgadas de los techos

como velos nupciales.

 

El campanario de la iglesia,

es un escamoteo de prestidigitación,

saca de su campana

una bandada de palomas.

 

Mientras las viejecitas,

con sus gorritos de dormir,

entran a la nave

para emborracharse de oraciones,

y para que el silencio

deje de roer por un instante

las narices de piedra de los santos.

 

1920

 

De "Veinte poemas para ser leídos en el tranvía"

 

 

Pleamar

 

Nada ansío de nada,

mientras dura el instante de eternidad que es todo,

cuando no quiero nada.

 

 

Que los ruidos te perforen los dientes...

 

Que los ruidos te perforen los dientes,

como una lima de dentista,

y la memoria se te llene de herrumbre,

de olores descompuestos y de palabras rotas.

Que te crezca, en cada uno de los poros,

una pata de araña;

que sólo puedas alimentarte de barajas usadas

y que el sueño te reduzca, como una aplanadora,

al espesor de tu retrato.

Que al salir a la calle,

hasta los faroles te corran a patadas;

que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte

ante los tachos de basura

y que todos los habitantes de la ciudad

te confundan con un madero.

Que cuando quieras decir: "Mi amor",

digas: "Pescado frito";

que tus manos intenten estrangularte a cada rato,

y que en vez de tirar el cigarrillo,

seas tú el que te arrojes en las salivaderas.

Que tu mujer te engañe hasta con los buzones;

que al acostarse junto a ti,

se metamorfosee en sanguijuela,

y que después de parir un cuervo,

alumbre una llave inglesa.

Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto,

para que los espejos, al mirarte,

se suiciden de repugnancia;

que tu único entretenimiento consista en instalarte

en la sala de espera de los dentistas,

disfrazado de cocodrilo,

y que te enamores, tan locamente,

de una caja de hierro,

que no puedas dejar, ni por un solo instante,

de lamerle la cerradura.

 

 

Solo

 

Solo,

con mi esqueleto,

mi sombra,

mis arterias,

como un sapo en su cueva,

asomado al verano,

entre miles de insectos

que saltan,

retroceden,

se atropellan,

fallecen;

en una delirante actividad sin rumbo,

inútil,

arbitraria,

febril,

idéntica a la fiebre

que sufren las ciudades.

Solo,

con la ventana

abierta a las estrellas,

entre árboles y muebles que ignoran mi existencia,

sin deseos de irme,

ni ganas de quedarme

a vivir otras noches,

aquí,

o en otra parte,

con el mismo esqueleto,

y las mismas arterias,

como un sapo en su cueva

circundado de insectos.

 

 

Testimonial

 

Allí están,

allí estaban

las trashumantes nubes,

la fácil desnudez del arroyo,

la voz de la madera,

los trigales ardientes,

la amistad apacible de las piedras.

 

Allí la sal,

los juncos que se bañan,

el melodioso sueño de los sauces,

el trino de los astros,

de los grillos,

la luna recostada sobre el césped,

el horizonte azul,

¡el horizonte!

con sus briosos tordillos por el aire...

 

¡Pero no!

Nos sedujo lo infecto,

la opinión clamorosa de las cloacas,

los vibrantes eructos de onda corta,

el pasional engrudo

las circuncisas lenguas de cemento,

los poetas de moco enternecido,

los vocablos,

las sombras sin remedio.

 

Y aquí estamos:

exangües,

más pálidos que nunca;

como tibios pescados corrompidos

por tanto mercader y ruido muerto;

como mustias acelgas digeridas

por la preocupación y la dispepsia;

como resumideros ululantes

que toman el tranvía

y bostezan

y sudan

sobre el carbón, la cal, las telarañas;

como erectos ombligos con pelusa

que se rascan las piernas y sonríen,

bajo los cielorrasos

y las mesas de luz

y los felpudos;

llenos de iniquidad y de lagañas,

llenos de hiel y tics a cOntrapelo,

de histrionismos madeja,

yarará,

mosca muerta;

con el cráneo repleto de aserrín escupido,

con las venas Pobladas de alacranes filtrables,

Con los ojos rodeados de pantanosas costas

y paisajes de arena,

nada más que de arena.

 

Escoria entumecida de enquistados complejos

y cascarrientos labios

que se olvida del sexo en todas partes,

que confunde el amor con el masaje,

la poesía con la congoja acidulada,

los misales con los libros de caja.

 

Desolados engendros del azar y el hastío,

con la carne exprimida

por los bancos de estuco y tripas de oro,

por los dedos cubiertos de insaciables ventosas,

por caducos gargajos de cuello almidonado,

por cuantos mingitorios con trato de excelencia

explotan las tinieblas,

ordeñan las cascadas,

la adulcorada caña,

la sangre oleaginosa de los falsos caballos,

sin orejas,

sin cascos,

ni florecido esfínter de amapola,

que los llevan al hambre,

a empeñar la esperanza,

a vender los ovarios,

a cortar a pedazos sus adoradas madres,

a ingerir los infundios que pregonan las lámparas,

los hilos tartamudos,

los babosos escuerzos que tienen la palabra,

y hablan,

hablan,

hablan,

ante las barbas próceres,

o verdes redomones de bronce que no mean,

ante las multitudes

que desde un sexto piso

podrán semejarse a caviar envasado,

aunque de cerca apestan:

a sudor sometido,

a cama trasnochada,

a sacrificio inútil,

a rencor estancado,

a pis en cuarentena,

a rata muerta.

 

 

¡Todo era amor!

 

¡Todo era amor... amor!

No había nada más que amor.

En todas partes se encontraba amor.

No se podía hablar más que de amor.

Amor pasado por agua, a la vainilla,

amor al portador, amor a plazos.

Amor analizable, analizado.

Amor ultramarino.

Amor ecuestre.

Amor de cartón piedra, amor con leche...

lleno de prevenciones, de preventivos;

lleno de cortocircuitos, de cortapisas.

Amor con una gran M,

con una M mayúscula,

chorreado de merengue,

cubierto de flores blancas...

Amor espermatozoico, esperantista.

Amor desinfectado, amor untuoso...

Amor con sus accesorios, con sus repuestos;

con sus faltas de puntualidad, de ortografía;

con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.

Amor que incendia el corazón de los orangutanes,

de los bomberos.

Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,

que arranca los botones de los botines,

que se alimenta de encelo y de ensalada.

Amor impostergable y amor impuesto.

Amor incandescente y amor incauto.

Amor indeformable. Amor desnudo.

Amor-amor que es, simplemente, amor.

Amor y amor... ¡y nada más que amor!

 

 

Topatumba

 

Ay mi más mimo mío

mi bisvidita te ando

si toda

así

te tato y topo tumbo y te arpo

y libo y libo tu halo

ah la piel cal de luna de tu trascielo mío que

me levitabisma

mi tan todita lumbre

cátame tu evapulpo

sé sed de sed

sé liana

anuda más

más nudo de musgo de entre muslo de seda

que me ceden

tu muy corola mía

oh su rocío

qué limbo

ízala tú mi tumba

así

ya en ti mi tea

toda mi llama tuya

destiérrame

aletea

lava ya emana el alma

te hisopo

toda mía

ay entremuero

vida

me cremas

te edenizo.

 

 

Tríptico

 

I

Tendido

entre lo blanco,

la vi.

Se aproximaba.

Las pupilas baldías,

el cuerpo inhabitado,

sin cabellos,

sin labios, inasible,

vacía;

junto a mí

a mi lado...

¡Toda hecha de nada!

Se sentó.

¿Me esperaba?

La miré.

Me miraba.

 

II

Ya estaba entre sus brazos

de soledad,

y frío,

acalladas las manos,

las venas detenidas, sin un pliegue en los párpados,

en la frente,

en las sábanas;

más allá de la angustia,

desterrado del aire,

en soledad callada,

en vocación de polvo,

de humareda,

de olvido.

 

III

¿Era yo,

la voz muerta,

los dientes de ceniza,

sin brazos,

bajo tierra,

roído por la calma,

entre turbias corrientes,

de silencio,

de barro?

¿Era yo,

por el aire,

ya lejos de mis huesos,

la frente despoblada,

sin memoria,

ni perros,

sobre tierras ausentes,

apartado del tiempo,

de la luz,

de la sombra;

tranquilo,

transparente?

 

 

Tropos

 

Toco

toco poros

amarras

calas toco

teclas de nervios

muelles

tejidos que me tocan

cicatrices

cenizas

trópicos vientres toco

solos solos

resacas

estertores

toco y mas toco

y nada

Prefiguras de ausencia

inconsistentes tropos

qué tú

qué qué

qué quenas

qué hondonadas

qué máscaras

qué soledades huecas

qué sí qué no

qué sino que me destempla el toque

qué reflejos

qué fondos

qué materiales brujos

qué llaves

qué ingredientes nocturnos

qué fallebas heladas que no abren

qué nada toco

en todo

 

 

Visita

 

No estoy.

No la conozco.

No quiero conocerla.

Me repugna lo hueco,

la afición al misterio,

el culto a la ceniza,

a cuanto se disgrega.

Jamás he mantenido contacto con lo inerte.

Si de algo he renegado es de la indiferencia.

No aspiro a transmutarme,

ni me tienta el reposo.

Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.

No estoy para lo inmóvil,

para lo inhabitado.

 

Cuando venga a buscarme,

díganle:

"se ha mudado".

 

 

Vuelo sin orillas

 

Abandoné las sombras,

las espesas paredes,

los ruidos familiares,

la amistad de los libros,

el tabaco, las plumas,

los secos cielorrasos;

para salir volando,

desesperadamente.

 

Abajo: en la penumbra,

las amargas cornisas,

las calles desoladas,

los faroles sonámbulos,

las muertas chimeneas

los rumores cansados,

desesperadamente.

 

Ya todo era silencio,

simuladas catástrofes,

grandes charcos de sombra,

aguaceros, relámpagos,

vagabundos islotes

de inestable riberas;

pero seguí volando,

desesperadamente.

 

Un resplandor desnudo,

una luz calcinante

se interpuso en mi ruta,

me fascinó de muerte,

pero logré evadirme

de su letal influjo,

para seguir volando,

desesperadamente.

 

Todavía el destino

de mundos fenecidos,

desorientó mi vuelo

-de sideral constancia-

con sus vanas parábolas

y sus aureolas falsas;

pero seguí volando,

desesperadamente.

 

Me oprimía lo flúido,

la limpidez maciza,

el vacío escarchado,

la inaudible distancia,

la oquedad insonora,

el reposo asfixiante;

pero seguía volando,

desesperadamente.

 

Ya no existía nada,

la nada estaba ausente;

ni oscuridad, ni lumbre,

-ni unas manos celestes-

ni vida, ni destino,

ni misterio, ni muerte;

pero seguía volando,

desesperadamente.

Tomado de:

http://amediavoz.com/girondo.htm

 

 

APARICIÓN URBANA

¿Surgió de bajo tierra?

¿Se desprendió del cielo?

Estaba entre los ruidos,

herido,

malherido,

inmóvil,

en silencio,

hincado ante la tarde,

ante lo inevitable,

las venas adheridas

al espanto,

al asfalto,

con sus crenchas caídas,

con sus ojos de santo,

todo, todo desnudo,

casi azul, de tan blanco.

Hablaban de un caballo.

Yo creo que era un ángel.

 

 

¡AZOTADME!

¡Azotadme!

Aquí estoy,

¡azotadme!

Merezco que me azoten.

No lamí la rompiente,

la sombra de las vacas,

las espinas,

la lluvia;

con fervor,

durante años;

descalzo,

estremecido,

absorto,

iluminado.

No me postré ante el barro,

ante el misterio intacto

del polen,

de la cama,

del gusano,

del pasto;

por timidez,

por miedo,

por pudor,

por cansancio.

No adoré los pesebres,

las ventanas heridas,

los ojos de los burros,

los manzanos,

el alba;

sin restricción,

de hinojos,

entregado,

desnudo,

con los poros erectos,

con los brazos al viento,

delirante,

sombrío;

en comunión de espanto,

de humildad,

de ignorancia,

como hubiera deseado...

¡cómo hubiera deseado!

 

 

CALLE DE LAS SIERPES

A D. Ramón Gómez de la Serna

Una corriente de brazos y de espaldas

nos encauza

y nos hace desembocar

bajo los abanicos,

las pipas,

los anteojos enormes

colgados en medio de la calle;

únicos testimonios de una raza

desaparecida de gigantes.

Sentados al borde de las sillas,

cual si fueran a dar un brinco

y ponerse a bailar,

los parroquianos de los cafés

aplauden la actividad del camarero,

mientras los limpiabotas les lustran los zapatos

hasta que pueda leerse

el anuncio de la corrida del domingo.

Con sus caras de mascarón de proa,

el habano hace las veces de bauprés,

los hacendados penetran

en los despachos de bebidas,

a muletear los argumentos

como si entraran a matar;

y acodados en los mostradores,

que simulan barreras,

brindan a la concurrencia

el miura disecado

que asoma la cabeza en la pared.

Ceñidos en sus capas, como toreros,

los curas entran en las peluquerías

a afeitarse en cuatrocientos espejos a la vez

y cuando salen a la calle

ya tienen una barba de tres días.

En los invernáculos

edificados por los círculos,

la pereza se da como en ninguna parte

y los socios la ingieren

con churros o con horchata,

para encallar en los sillones

sus abulias y sus laxitudes de fantoches.

Cada doscientos cuarenta y siete hombres,

trescientos doce curas

y doscientos noventa y tres soldados,

pasa una mujer.

A medida que nos aproximamos

las piedras se van dando mejor.

 

 

DICOTOMÍA INCRUENTA

Siempre llega mi mano

más tarde que otra mano que se mezcla a la mía

y forman una mano.

Cuando voy a sentarme

advierto que mi cuerpo

se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse

adonde yo me siento.

Y en el preciso instante

de entrar en una casa,

descubro que ya estaba

antes de haber llegado.

Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,

y que mientras me rieguen de lugares comunes,

ya me encuentre en la tumba,

vestido de esqueleto,

bostezando los tópicos y los llantos fingidos.

Tomado de:

https://www.ingenieria.unam.mx/dcsyhfi/material_didactico/Literatura_Hispanoamericana_Contemporanea/Autores_G/GIRONDO/PO.pdf

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