domingo, 15 de octubre de 2023

POEMAS DE CARMEN CONDE


Confusión

 

Ahora empezarás, mi vida,

a no dejarme vivir.

A que los días y sus noches sólo sean

el ahogo feroz de tu encuentro.

De tu incorporación a mí,

de tu revestimiento de mí.

A que mi sangre no sepa detenerse sola,

y se arroje a la tuya, a ti,

con la furiosa alegría de amarte,

del éxtasis de saberse tuya;

y de la angustia,

del tremendo milagro oscuro

¡que es pertenecerte!

 

Ahora sí; ahora.

Cuando no me busca nadie, ni yo busco.

Porque tu voz llena de altos ecos la tierra,

y tu olor los jardines más sombríos,

y de tu pecho caen las campanas de mis deseos

de ti, de mí que por ti me recobro

y aprendo, vida mía, alma mía, amor,

que es verdad que soy de carne,

que es verdad que duelo,

y gozo, y sufro, y grito

porque soy tuya.

 

¡Momento agotado del mundo,

éste en que te sé lejos de mí!

 

Apúralo todo, regresa a nuestro abismo

y déjame en ti sumida,

fuerza que se te dio sin lágrimas

de rebeldía; aunque con llanto de violencia

por verse tuya,

yo que no era de nadie,

¡ni siquiera mía nunca!,

esclava tuya, entregada tuya, amante.

 

 

Cuán delicada luz es la del joven...

 

¡Cuán delicada luz es la del joven

y qué perfumada sombra la suya

junto a la mía, opaca, envolviendo el ascua

del indomable anhelo!

¡Cuánta fragilidad en su paso,

en su atención a lo inaudible

que le atrae desde mi distancia...!

 

Joven y lejano, remoto y esperanzado

muchacho que inauguras vacilante

tu diálogo conmigo.

No quiero respirar por no mustiarlas,

por no despojarte de hojas;

porque me gusta el verdor que trepa ávido

alcanzándote los ojos.

 

Limpios ojos tuyos, sin cenizas

de hogueras; sin racimos

de imágenes temblorosas.

Ojos tuyos intactos,

sobre tu boca que no prometió

ni mintió seguridades.

 

Y tu pecho nuevo y fresco,

la yerba olorosa de tu cabeza,

la firme inseguridad de tu paso...!

 

No duelo nostalgia de juventud;

si fuera joven no te amaría.

Es porque llevo tiempo en el corazón

y en las sienes,

por lo que tú, inesperado joven,

apareces adorablemente imposible.

Un chopo junto a la orilla

de mi agua cargada de paisajes

oscura de cielo oscuro de amanecer.

 

O un delicioso caballo moreno

piafando en los tréboles húmedos.

La copa del árbol que verdea alegre

arriba del oro otoñal que se deshoja

enfriando los jardines.

 

Eso eres tú. Te oigo afirmar que eres futuro

mientras no hay un presente que te ignore

ni te iguale, del cielo a la tierra!

 

Bendito sea el arranque

de tu vida deslumbrada y cálida,

ansiosa de apartar lo que conoces.

Corre, huye, no detengas tu paso

junto a ninguna fuente.

No mires los estanques -mis ojos-,

ni siquiera los ríos -mis brazos-,

muchísimo menos la mar:

mi boca fría y melancólica.

 

Espérate a ti mismo

en las locas encrucijadas del futuro.

¡Vete ya contigo!

 

¡Cuán dulce es el saber que eres ligero,

y sin memoria y sin piedad;

que eres un ciervo atravesando los montes!

Ágil muchacho esquivo,

impreciso y cierto, vulnerable y duro

como una palabra

que no me atrevo a decirte...

Como una pena inesperada

que me acumula el corazón.

 

 

Desierto Sájara

 

Sí. Yo tuve un mar sobre mi arena.

Un mar grande sin límites, compacto.

La tierra de oro que abrasa soledades

estuvo henchida augusta del mar que ya no soy.

 

Picaban gaviotas mi cuerpo remeciente,

movíanse las naves arriba de mis olas.

Pues yo era el mar que hervía sobre la arena rubia,

la arena saturada que hoy clama por su agua.

 

¡Oh el mar aquí fantasma, el mar que finge el viento,

desmelenando dunas, al aventar mi arena!

¡Ay mar del agua espesa, la que corpórea y dura

ansían caminantes de mi desierto blando!

 

¿Qué arcángeles de fuego evaporar pudieron

tanto mar que hube, llevándolo a un abismo?

Es mi arena abrasada la más sedienta boca

que clama por un agua que le bebieron dioses.

 

Los hombres me caminan, soñándome poblado

de aquel mar que fue mío, el mar sobre el desierto.

Yo les mullo mi carne, les recibe mi arena

y se quejan de sed junto a mi sede sin huelgo.

 

¡Ay mar de mi génesis, el mar que me escurrieron

a una zanja de llamas: cuánto pesa la arena!

 

 

Dominio

 

Necesito tener el alma mansa

como una triste fiera dominada,

complacerle con púas la tersura

de su piel deslumbrada en mansedumbre.

 

Es preciso domarla, que su fiebre

no me tiemble en la sangre ni un minuto.

Que la aneguen los fuegos del aceite

más espeso de horror, y que resista.

 

¡Oh, mi alma suave y sometida,

dulce fiera encerrándose en mi cuerpo!

Rayos, gritos, helor, y hasta personas

acuciándola a salir. Y ella, oscura.

 

Yo te pido, amor, que me permitas

acabar con mi tigre encarcelado.

Para darte (y librarme de esta furia),

una quieta fragancia inmarchitable.

 

 

El universo tiene ojos

 

Nos miran;

nos ven, nos están viendo, nos miran

múltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo,

desde todos los rincones del mundo. Los sentimos

fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.

Y, a veces, nos asfixian.

 

Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos

de las interminables vigías acosan y extenúan.

Cumplen su misión de mirarnos y de vemos;

pero quisiéramos meter los dedos entre sus párpados.

 

Para que vieran,

para que viéramos frente a frente,

pestañas contra pestañas, soslayando el aliento

denso de inquietudes, de temores y de ansias,

la absoluta visión que todos perseguimos.

 

¡Ah, si los sorprendiéramos, concretos,

coincidiendo en la fluida superficie del espejo!

 

Nos mirarán eternamente,

lo sabemos.

Y andaremos reunidos, sin hallarnos como mortales

en tomo a la misma criatura intacta

que rechaza a los ojos que ha creado.

¿Para qué, si no vamos a verla, aunque nos ciegue,

hizo aquellos y estos innumerables ojos?

 

 

En la tierra de nadie

 

En la tierra de nadie, sobre el polvo

que pisan los que van y los que vienen,

he plantado mi tienda sin amparo

y contemplo si van como si vuelven.

Unos dicen que soy de los que van,

aunque estoy descansando del camino.

Otros "saben" que vuelvo, aunque me calle;

y mi ruta más cierta yo no digo.

Intenté demostrar que a donde voy

es a mí, sólo a mí, para tenerme.

Y sonríen al oír, porque ellos todos

son la gente que va, pero que vuelve.

Escuchadme una vez: ya no me importan

los caminos de aquí, que tanto valen.

Porque anduve una vez, ya me he parado

para ahincarme en la tierra que es de nadie.

 

 

Encuentro

 

¡Gloria de tu hallazgo!

Bautismo inicial de la primavera

en oleaje de pájaros.

 

Se movieron las selvas inefables.

Se deshizo el otoño de sus plumas

cubriendo inviernos cándidos.

 

Venías tú, gentil criatura,

desnudando los ríos a tu paso.

 

 

Entrega

 

Guardaré mi voz en un pozo de lumbre

y será crepúsculo toda la vida.

 

Ya girarán más leves los cuchillos

porque no encontrarán dónde herirme.

Erguida de rocíos negros,

para ti cantaré.

 

¡Que no me busquen los sin vista,

que no me llamen los ahogados,

que no me sientan los que huyo!

 

A mi soledad de reflejos,

amor,

sólo tú.

 

 

Fuga en los jardines

 

Las más jóvenes, deseándoos, avanzan

por estas avenidas de árboles fragantes.

Evaden primavera que a las flores oxida

con un ardor oliendo a frutas, a corceles...

¡Qué salvaje presencia la de las hembras púberes

entre glicinias cálidas, entre celindas vívidas!

Exigen que las amen, que las sigan corriendo

para volcarles júbilos sobre la orilla ebria.

 

¡Muchachas, corred más: corred hasta la aurora!

Estos grandes varones de los pechos revueltos

ansían desgranaros, ¡oh mazorcas crujientes!,

con su hambre de bocas y su hambre de frutos.

Hasta el río, que es tajo delimitando sueños,

huele a amor ya festines...

 

Han temblado los álamos al estallar unánimes

los oscuros latidos de dobles ruiseñores.

Los regazos del musgo, el frior de los juncos,

contemplando el encuentro aceleran su verde.

Es un cántico trémulo, en gargantas sorbido

por el amor abierto en mitad de la selva.

 

¡Corred siempre, muchachas, que el seguiros excita

el ardor de cogeros, suyas todas, a hombres

que de fieros esgrimen el ademán tan sólo!

Y envolveos en ropas de blanco lino puro

para mojar con ellas esos cuerpos calientes,

y amanecer ceñidas, ante el amor que vibra,

por el celo del agua posesor de las vírgenes.

 

 

Gracia

 

Van a cantar las aves. Lo siento en mis costados.

Porque me tiemblan alas que nunca vi crecer.

Y súbitos los árboles sacuden sus mensajes

para que yo los coja y lleve por el viento.

 

Van a brotar más fuertes. Escucho que la tierra

desliza por mis plantas sus tibias humedades;

y un arroyo no nace si una mujer no quiere

que le ciña las piernas con su lienzo delgado.

 

Sé que vienen jardines. Sé que brincan corceles.

Aprender todo eso me ha costado la vida.

Y os la dejo en el mármol, por si alguno la hallara

y quisiera saber cómo se olvida tanto.

 

 

Hallazgo

 

Desnuda y adherida a tu desnudez.

Mis pechos como hielos recién cortados,

en el agua plana de tu pecho.

Mis hombros abiertos bajo tus hombros.

Y tú, flotante en mi desnudez.

 

Alzaré los brazos y sostendré tu aire.

Podrás desceñir mi sueño

porque el cielo descansará en mi frente.

Afluentes de tus ríos serán mis ríos.

Navegaremos juntos, tú serás mi vela,

y yo te llevaré por mares escondidos.

 

¡Qué suprema efusión de geografías!

Tus manos sobre mis manos.

Tus ojos, aves de mi árbol,

en la yerba de mi cabeza.

 

 

Hay dolores fluidos, del color de la sangre...

 

Hay dolores fluidos, del color de la sangre,

que transcurren del pecho dulcemente, ligeros.

Y hay dolores oscuros, sinuosos, tan lentos

que poco a poco empapan hasta un henchirnos ebrio

 

Dolores de locura, como vinos malditos

que nos arrojan, ciegos, a la plétora turbia

de una angustia sin ley, sin un fin, sin un eco!

 

¿Y ese dolor viscoso, como un líquido negro,

y espeso y resbalante, sangre densa, ya muerta,

que avanza por el suelo de nuestro ser...,

que avanza y deja frío el marmóreo piso

que somos, rezumándolo, los que estamos dolientes;

Dolores que acribillan esta piel vulnerable

del alma en desamparo, cuando Él no la escuda;

dolores que nos hacen poco a poco insensibles,

dolores sin un pliegue, dolores de coraza.

 

¿Y ese dolor compacto, cuajarón de betunes

que el fuego derritió y ahora va despacio,

dejándonos teñidos de una noche sin alba?

 

¡Ese dolor del preso, del que espera su muerte

cogido por grilletes, por cadenas sin quiebro!

Ese dolor del cuello que se espera tajado

por un hacha que corta aunque una madre rece.

 

Ese dolor tan ancho, tan creciente, es el mío:

el que mi nuca sufre quedándose sujeta

por la masa de sangre negra, muerta, incesante...

 

¡Parad el mundo ciego, paradlo en la mañana

de una mañana abierta como una rosa entera!

¡Pararos, por piedad, que mi dolor se vuelca

y toda soy un charco de gritos de agonía!

 

 

Hombre con violín

 

Esos hombres del violín llevan su voz en el brazo

como la vena firme de una canción muchacha.

Van celándola dulces, con los ojos cerrados,

todos brasa y suspiro del ensueño que llueve

diminuto rocío de aprisionadas flores

en los cuerpos fragrantes de tus violines músicos,

aun con hojas y aromas del encendido bosque.

 

Un violín es la voz de una fuente con viento

a la que brizan ásperos y dulcísimos soplos,

lo sabe quién lo pulsa, y flotan sus cabellos

como hierba que sube por el tronco de un árbol,

mientras la mano empuja hacia el cielo las cuerdas

y la otra recorre con el arco un zodíaco.

 

En rubio; huele a nardo en la noche con luna,

y de jazmines siembra la abandonada tarde.

Tan delgado y ligero como fueron las ninfas,

sinuoso y con algas, como verde sirena.

Es la voz que prefiere la primavera fría.

Y al otoño le cuenta que se fueron las aves.

Los cipreses la exhalan. El calor de los vuelos

en los violines junta con las plumas los nidos.

 

 

Identificación

 

¡Mis ojos no te buscan sobre la tierra inmensa!

eres tú mis ojos dilatándose.

Mis ojos te contienen; si lloras tú por ellos

soy yo que me libero de mí para que llores.

 

¡Cuán tú soy yo conmigo, amor; qué me enajenas!

¡Qué mío tu vivir y qué mía tu muerte

viniéndote de mí, muriéndome contigo!

 

Le trama del latir en cuerpo que no es tuyo,

ni mío solamente: un cuerpo de dos seres

que funden la unidad de dos que ya son uno.

 

 

Indescriptible

 

Esperar es peor que nacer,

porque solamente espera el que se muere

de esperar sin hacerse con la vida

otra cosa que esperar. El esperarte.

 

Y atada a esa tu espera que me gasta

y que gasta tu vida sin traerte,

aquí me estoy muriendo de ansiedades

porque cabe, tremenda, esta esperanza.

 

Cada día, ¡oh tú que te retrasas!

sin saber que nos vamos alejando,

es menor la distancia irreparable

de pensar, de esperar, que nos aleje.

 

Y aquí sigo esperando, nada intento

por huir al tormento de tu espera.

Ya no sé si allá fuera de mi vida

quedan otros o no, queda quien ande!

 

solamente por ti, por cuando llegues,

a solas esperándote te espero.

 

 

Inquietud

 

¿Dónde se guarda la estrella mía,

mi cristal de amor?

 

La noche me niega su torso de aurora

y vamos extrañas, desprendidas,

sin coincidir jamás.

 

¿Para qué, si a nada le soy amor

soy yo amor en lo desconocido mío?

 

Y esta ternura que ciñe mis hombros,

que entolda el oro de mi corazón,

¿Para qué, si estoy buscando el agua

y sólo conozco el eco de la fuente?

 

 

Límite

 

Esfera ceñida de esferas que no pueden

escaparse de la esfera única.

Manos esféricas ciñéndose a unas piernas

que se abrazan redondas, perfectísimas.

Si esta esfera que soy ya, que fui yo siempre,

desgajara de sí un anillo y lo arrojara,

se caería

cogido por su extremo, prolongándose

hasta pisar el polvo.

 

Ondularía siglos, y su música

subiría por temblores a la esfera

que le retiene siempre jamás, tan suyo.

Sería vertical, hasta que un siglo

la curva reclamara ser redonda

desde un albor sin ritmo. subiría

otra vez a ser anillo, anegándose

por amor de querencia inmarchitable,

en la esfera total.

 

Yo he sido anillo

tembloroso al caer, y erguida

me dejaba correr desde los tiempos...

Mas la esfera sintió que al fin mi esencia

debía descansar en lo redondo.

 

 

Lo infinito

 

Tú vives en el alba.

Los pájaros te aclaman.

De túnicas de aves te viste la alegría.

¡Qué aurora la que exaltas!

¡Qué noble luz la tuya!

Te escuchan las mañanas y las noches

porque eres como un cirio,

porque eres como un corzo.

Sentirte a ti que pasas

rozándome las rosas y los ayes...

Doler en tus rodillas, estrujada

por riscos y malezas.

 

Y que un céfiro de alondras venga dulce,

que tú llegues aventando mis heridas...

Ser mujer y tuya, ¡qué inefable

fundirse la conciencia entre tus brazos!

 

 

Madre

 

1. Recuperada

 

Sí. Eres el hueso de mi madre,

pero tu voz ya no es su voz tampoco.

La memoria de ella te rodea...

¡Su joven estatura, su alegría,

aquel ímpetu que me dio la vida!

su palabra fue marcando mi camino.

Y aquella voz tan alta y vibradora

llega muerta dentro de tu voz.

 

¿Y tus cabellos...; dónde tus ojos?

¿Dónde el brillo de la luz que me alumbrara?

Están secos como frutos sin estío.

No los veo ni me guían ya tus ojos.

¿Estos son los pechos que yo tuve

en mis labios sin la voz con que los nombro?

¿Es el cuerpo que me hizo, esta traza

de carne ya dormida...?

 

¡Pesas poco, madre!

En mis duras piernas yo te mezo,

en mis brazos te recuesto como a hija.

Te responden maternales

las entrañas que me diste.

 

¡Cuánto dueles! Cual un parto

me desgarra tu vejez inesperada.

A tu lado hay una sombra de mi sangre...

El amor con que me hicisteis

aún resuena en mis arterias.

 

Fue tu tronco el más caliente a mi contacto.

Siempre anduve yo cubierta con tu apoyo.

La conciencia, la lealtad, la fortaleza

ante la vida son las tuyas.

¡Y ahora vienes como un niño ante mis ojos:

no sonríes ni esperas nada!

 

2. Apagada

 

Los senos flotan cual hojas secas en el agua.

Senos arrugados, vergonzantes, casi huidizos...

¡Oh senos de las madres viejas,

ayer henchidos de vida, rezumándonos

la vida blanca, espesa y dulce, de la leche!

 

Con besos los cerraban nuestros padres.

Con suspiros velaron cuando novios

los pequeños volcanes de los senos.

Grandes flores tersas, bienolientes,

emergían en las nupcias, con su cándido

iniciarse en el amor.

 

Son palomas, les dijeron. Estos senos son palomas.

Las manos se ahuecaban por su espuma,

desnudándolos...

Y debajo del amor estaba el hijo:

otra boca que prendía su contacto vacilante

a los picos, a las alas de los senos.

 

3. Mi llama

 

¿Es que sabe mi madre de dónde trajo mi vida?

Se encontró conmigo un día como con una tormenta.

No sabría tampoco qué hay que hacer con el rayo.

Ni si a la lluvia frenética es posible oponerle

una orilla inflamada de llamas.

 

He buscado en torno mío hasta saberme sola.

Antes de mí, en mi raza, no conozco a otros seres.

¿Quiénes fueron los míos, dentro ya de mi sangre?

¿A qué otros mi cuerpo, a qué otros mi alma

continúa en la tierra?

 

Si se lo dijera a ella no sabría contestarme.

Tan ajena es mi lengua como le son mis ojos.

Madre, ¿sabes tú por ventura

por qué soy así yo, de quién es la nostalgia

de tantos paraísos?

 

La poblaría el silencio buscándole en su entraña

la raíz de las mías, y el hontanar violento

que manó mi corriente como un corcel de espuma.

Entonces se podría escuchar la distancia

que entre nosotras hay, siendo ella mi origen.

 

Una madre es la cueva de donde arranca el río.

Una madre es la tierra por donde corre el agua.

Pero el río..., ¡va tan lejos a buscarse océanos!

Y la tierra: en lo hondo, silenciosa, ignorante,

encima de otra tierra que también desconoce.

 

 

Nostalgia de mujer

 

Mil años ante Ti son como sueño.

Como de aguas el grosor de una avenida.

Hierba que en la mañana crece,

florece y crece en la mañana

aunque a la tarde es cortada y se seca.

 

¿Qué es el tiempo ante Ti, qué son los truenos

que blandes contra mí cuando me nombras?

Pavor siento a tu idea, te veo hosco

mirándome en la lumbre de tu Arcángel.

La espada Tú también, eres el filo

y el pomo que se aprieta con el puño.

 

Para verte a Ti mismo me has nacido.

Por no estar solo con tu omnipotencia.

Soy la nada, soy de tiempo, soy un sueño...

Agua que te fluye, hierba ácida

que cortas sin amor...

Tú no me quieres.

 

 

Posesión

 

Caías en mí.

Eco de tu pesantez mi vida

era una canción precipitándose

en la eternidad.

 

Inmerso en mi silencio

eres el cielo que sostiene un arroyo,

que levanta un árbol.

En que un lucero corta su voz

de eternidad.

 

 

Primer amor

 

¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia!

Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo

sin haberlo soñado, sin que nunca

un ligero esperar prometiera la dicha.

Esta dicha de fuego que vacía tu testa,

que te empuja de espaldas,

te derriba a un abismo

que no tiene medida ni fondo.

¡Abismo y solo abismo de ti hasta la muerte!

 

¡Tus brazos! Son tus brazos los mismos de otros días,

y tiemblan y se cierran en torno de tu cuerpo.

Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido

de cosas que tú ignoras,

de mundos que lo mueven...

¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible

que un vaho lo pone turbio

y un beso lo traspasa!

¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto!

¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos,

que toda cuanta eres cayeras como lumbre

en un grito sin cifra,

desde una cordillera gritada por la aurora?

 

¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura

que estrenas con la vida recién brotada al mundo?

¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!

Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo

para quemar el cielo subiéndole la tierra.

 

 

Suma transida

 

Encerrarte en palabras...

¡Que tú, tú, quepas en verbos, nombres,

y adjetivos intactos!

Que yo lo pueda decir todo:

lo nuestro, esto que hacemos

y estaremos haciendo siempre,

eternísimamente:

hablar, callar, ser tú y yo

siéndonos nuestros.

 

Darte una dimensión humana,

representación de ti en la tierra:

estatua, color, arrebatado paso,

y sereno mirar con esos ojos tuyos

y míos: nuestra mirada del mundo.

 

Que un día, los mortales sin remedio sepan

cómo tuviste sangre,

y abierta pasión por todo;

y te diste cantando, sufriendo,

a mis brazos locos, y lentos, y débiles,

y fuertes, y fríos, y pobres de luz,

pero enamorados tuyos.

Para saber que has sido verdad,

que has sido, ¡pero no eres entonces!

 

Buscar las palabras de cuando no vivas,

para que vivas mientras se hable.

Dios de dolor, nunca decir podré

cómo eres tú, mi amor, amor mío,

criatura de glorificación que hallo

derramada en océanos,

cielos, campos, ríos y árboles;

y hasta en palomas tristes que en la aurora

¡te despiertan a mi amor por ti!

 

 

Voy ausentándome de mí...

 

Voy ausentándome de mí.

Poco a poco, el lastre de ensueño cede

su sitio a la realidad doble

que es mi vida en transcurso.

¡otro ser dentro de mi carne

fragua su carne, su piel,

su corazón diminuto, mi estrella!

 

Asisto a la escisión silenciosa

con pasmo anhelante, con gozo

nuevo de verme en otros ojos míos,

de mis ojos hechos,

de mi sangre coloreados,

¡ay!, de toda cuanta soy.

 

Día por día el latido

es golpe que me recuerda, urgente,

valor que no tengo,

heroísmo que nunca soñé.

 

Y temo por el que estoy creando

en convenido misterio

dentro de mi soledad sin orillas

cerca de mi corazón, su estrella.

Tomado de:

http://amediavoz.com/conde.htm

 

 

Devenir del Mar Menor

 

    Creciendo en densidades, de tal forma      

que en un siglo cercano serás sólido.      

Plinto gigantesco y azul con suave rosa         

mojándote la piel en el crepúsculo.         

 

Toda tu blandura maleable,       

la que ahora soporta nuestros cuerpos,         

cuajará entre sus sales olorosas        

y una pista bruñida serás íntegro.           

 

¿Quién irá por tu suelo, el ya tan prieto        

como ahora es de líquido oleoso?           

¿Qué criaturas oirás que se deslicen       

embriagados de ti, por tu infinito?          

 

Te presiento en la piedra de ti mismo,           

mineral tu presencia, la que en lenta      

fugitiva evapora, suavemente           

su corpóreo espesor de algas y yodo.      

 

 

Seres en el mar

 

    Desnudas las exiges, por vestirlas de ti      

a las criaturas.         

Por echar en sus hombros estos mantos        

transparentes y puros, transformando           

en el alma la carne;        

arrebatándoles el polvo milenario de la gleba,            

lavándolas del surco, del polen fermentado,        

del ácido frutal de las cosechas.        

 

Joyas son de ti cuando las bañas.      

Purificadas de sus siete toros negros, si las tocas.       

Destellantes de virtudes casi humanas.         

por tu divino contacto.        

 

Corroes sus cortezas,           

disuelves sus maduras y escamosas túnicas.        

Salvas, como el bautismo de Juan,           

todo un génesis de culpas.          

 

Sí. Desnudos nos espera tu ronca y delicada caracola       

para nacer nuevamente en el mar que tú eres            

a una paz del espíritu, liberto.          

 

Como lavas microscópicas dejamos en tu orilla         

las sucias arenas de pecados tristes.        

 

 

Los molinos de velas

 

    Ellos, siempre tres, son tus ángeles costeros.          

Los tres grandes molinos que te vuelan,        

se arrebatan de sol, giran ebrios de azul,       

salobres velas          

en las manos del viento que te baña.      

 

Molinos que en el campo son navíos      

y que aquí, ya veleros anclados, te aureolan.       

¡Cuánto barco en tu pueblo de oleajes,          

derramándose el campo en blancos lienzos!        

 

Agua dulce en la tierra de sembrados,           

agua y sol en tus límites extremos.          

Ellos giran y giran; remos, jarcias,           

sin timón -que eres tú-, sobre los cielos.       

 

 

Horizonte doble

 

    Campo y mar tan unidos en un cántico            

pocas veces halló el hombre en el mundo.           

Marinero y labriego, juntamente;            

con la tierra y la red, oficio unísono.       

 

Los sembrados del mar y de los campos        

a una misma familia se le ofrecen.           

Las praderas azules de las aguas,      

y la tierra mollar que el sol embebe.       

 

Una sola mirada abarca el todo:       

el milagro del pan y de los peces.            

Andando está el pastor sobre las aguas,         

y el árbol de su cruz muy cerca crece.            

 

Palmeras en bandadas, algarrobos,         

olivos y almendrales, los granados          

amparan al que come de las aguas,         

mezclando sal del mar a oscuro aceite.          

 

¡Oh tierra de este mar, roja y profunda,         

floreciendo molinos y salinas!           

Transciendo la perenne arquitectura      

de tu ser y no hacer, tu fuerza viva!

Tomado de:

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/los-poemas-de-mar-menor--0/html/015ad1b2-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html

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