Un sueño dentro de otro sueño
Ten un beso
en la frente,
y, al
alejarme de ti ahora,
déjame
confesar solo esto:
no estás
equivocada si piensas
que mis días
han sido un sueño;
mas si la
esperanza ha volado
en una
noche, o en un día,
en una
visión, o en ninguna,
¿acaso se ha
ido menos?
Cuanto
parecemos y vemos
solo es un
sueño dentro de otro sueño.
Estoy de
pie, en medio del rugido
de una
orilla herida por las olas,
y mi mano
contiene
granos de la
dorada arena.
¡Qué pocos!
¡Cómo se deslizan
entre mis
dedos a lo hondo,
mientras yo
lloro, mientras lloro!
¡Oh, Dios!
¿No puedo salvar
uno tan solo
de la inclemente ola?
¿Es cuanto
parecemos y vemos
tan solo un
sueño dentro de otro sueño?
El lago
En mi tierna
juventud fue mi sino
frecuentar un
lugar
de todo el
ancho mundo
que no pude
por menos que querer,
tan
encantadora era la soledad
de un lago
agreste rodeado de rocas
negras, y de
pinos dominándolo.
Mas cuando
la noche tendía su velo
sobre ese
lugar, igual que en todos,
y pasaba el
místico viento
murmurando
melodías,
entonces,
oh, entonces despertaba
al terror
del lago solitario.
Pero el
terror no era miedo,
sino un
trémulo goce, un sentimiento
que una mina
de piedras preciosas
no me
enseñaría o sobornaría
para
definir. Ni el amor, aunque fuese el tuyo.
La muerte
estaba en esas ponzoñosas
ondas, y en
su seno una tumba en consonancia
para aquel
que podía hallar solaz
allí para su
sola fantasía,
cuya alma
solitaria pudo hacer
un edén de
aquel lago apagado.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/el-silencio-y-otros-poemas-de-edgar-allan-poe/
EL GUSANO VENCEDOR
Ved! En una
noche de gala,
En los
tardíos años desolados.
Una hueste
de ángeles alados,
Envueltos en
velos y ahogados en lágrimas,
Sentados en
el teatro, para ver
Un drama de
temores y esperanzas,
Mientras la
orquesta balbucea
La música de
las esferas.
Unos mimos,
hechos a imagen del Dios Alto,
Murmuran y
susurran en voz baja,
Revoloteando
de un lado a otro:
Simples
títeres que vienen y van
Al capricho
de unas vastas masas informes
Que recorren
el escenario proyectando
Con sus alas
de cóndor el invisible Dolor.
El drama
apretado (que no caerá
En el
olvido, estad seguros)
Con su
fantasma perseguido sin cesar
Por una
turba que no lo puede apresar,
A través de
un círculo que siempre gira
Sobre el
mismo espacio,
Y tanta
locura, y aun más Pecado
Y el Horror
como alma de la intriga.
Pero, ved!
en medio del gesticulante tumulto,
Una forma
reptante se introduce:
Una cosa
sanguinolenta que se debate
En la
soledad del escenario.
¡Se
retuerce! ¡Se retuerce! Con mortal angustia
Los mimos se
convierten en su cena,
Y los
serafines lloran al ver los colmillos
Embebidos en
sangre humana.
¡Afuera,
afuera las luces, afuera todo!
Y sobre cada
sombra palpitante
Cae el
telón, como una mortaja fúnebre,
Con el
rugido de la tormenta,
Mientras los
ángeles, pálidos y excitados,
Se ponen de
pie y quitando sus velos declaran
Que la obra
es la tragedia del Hombre
Y su héroe
el Gusano Vencedor.
PAÍS DE HADAS
Valles de
sombra y aguas apagadas
y bosques
como nubes,
que ocultan
su contorno
en un fluir
de lágrimas.
Allí crecen
y menguan unas enormes lunas,
una vez y
otra vez, a cada instante,
en canto que
la noche se desliza,
y avanzan
siempre, inquietas,
y apagan el
temblor de los luceros
con el
aliento de su rostro blanco.
Cuando el
reloj lunar señala medianoche,
una luna más
fina y transparente
desciende,
poco a poco,
con el
centro en la cumbre
de una
sierra elevada,
y de su
vasto disco
se deslizan
los velos dulcemente
sobre aldeas
y estancias,
por doquier;
sobre extrañas
florestas,
sobre el mar
y sobre los
espíritus que vuelan
y las cosas
dormidas:
y todo lo
sepultan
en un gran
laberinto luminoso.
¡Ah,
entonces! ¡Qué profunda
es la pasión
que ponen en su sueño!
Despiertan
con el día,
y sus
lienzos de luna
se ciernen
ya en el cielo,
con
inquietas borrascas,
y a todo se
parecen: más que nada
semejan un
albatros amarillo.
Y aquella
luna no les sirve nunca
para lo
mismo: en tienda
se trocará
otra vez, extravagante.
Pero ya sus
pedazos pequeñitos
se tornan
leve lluvia,
y aquellas
mariposas de la Tierra
que vuelan,
afanosas del celaje,
y bajan
nuevamente,
sin
contentarse nunca,
nos traen
una muestra,
prendida de
sus alas temblorosas.
SONETO A LA CIENCIA
¡Ciencia!
¡verdadera hija del tiempo tú eres!
que alteras
todas las cosas con tus escrutadores ojos.
¿Por qué
devoras así el corazón del poeta,
buitre,
cuyas alas son obtusas realidades?
¿Cómo
debería él amarte? o ¿cómo puede juzgarte sabia
aquel a
quien no dejas en su vagar
buscar un
tesoro en los enjoyados cielos,
aunque se
elevara con intrépida ala?
¿No has
arrebatado a Diana de su carro?
¿Ni
expulsado a las Hamadríades del bosque
para buscar
abrigo en alguna feliz estrella?
¿No has
arrancado a las Náyades de la inundación,
al Elfo de
la verde hierba, y a mí
del sueño de
verano bajo el tamarindo?
Tomado de:
https://poemas.yavendras.com/edgar-allan-poe/
La durmiente
Era la
medianoche, en junio, tibia, bruna.
Yo estaba
bajo un rayo de la mística luna,
Que de su
blanco disco como un encantamiento
Vertía sobre
el valle un vapor soñoliento.
Dormitaba en
las tumbas el romero fragante,
Y al lago se
inclinaba el lirio agonizante,
Y envueltas
en la niebla en el ropaje acuoso,
Las ruinas
descansaban en vetusto reposo.
¡Mirad!
También el lago semejante al Leteo,
Dormita
entre las sombras con lento cabeceo,
Y del sopor
consciente despertarse no quiere
Para el
mundo que en torno lánguidamente muere
Duerme toda
belleza y ved dónde reposa
Irene,
dulcemente, en calma deleitosa.
Con la
ventana abierta a los cielos serenos,
De claros
luminares y de misterios llenos.
¡Oh, mi
gentil señora, ¿no te asalta el espanto?
¿Por qué
está tu ventana, así, en la noche abierta?
Los aires
juguetones desde el bosque frondoso,
Risueños y
lascivos en tropel rumoroso
Inundan tu
aposento y agitan la cortina
Del lecho en
que tu hermosa cabeza se reclina,
Sobre los
bellos ojos de copiosas pestañas,
Tras los que
el alma duerme en regiones extrañas,
Como
fantasmas tétricos, por el sueño y los muros
Se deslizan
las sombras de perfiles oscuros.
Oh, mi
gentil señora, ¿no te asalta el espanto?
¿Cuál es,
di, de tu ensueño el poderoso encanto?
Debes de
haber venido de los lejanos mares
A este
jardín hermoso de troncos seculares.
Extraños son,
mujer, tu palidez, tu traje,
Y de tus
largas trenzas el flotante homenaje;
Pero aún es
más extraño el silencio solemne
En que
envuelves tu sueño misterioso y perenne.
La dama
gentil duerme. ¡Que duerman para el mundo!
Todo lo que
es eterno tiene que ser profundo.
El cielo lo
ha amparado bajo su dulce manto,
Trocando
este aposento por otro que es más santo,
Y por otro
más triste, el lecho en que reposa.
Yo le ruego
al Señor, que, con mano piadosa,
La deje
descansar con sueño no turbado,
Mientras que
los difuntos desfilan por su lado.
Ella duerme,
amor mío. ¡Oh!, mi alma le desea
Que, así
como es eterno, profundo el sueño sea;
Que los
viles gusanos se arrastren suavemente
En torno de
sus manos y en torno de su frente;
Que, en la
lejana selva, sombría y centenaria,
Le alcen una
alta tumba tranquila y solitaria
Donde flotan
al viento, altivos y triunfales,
De su
ilustre familia los paños funerales;
Una lejana
tumba, a cuya puerta fuerte
Piedras
tiró, de niña, sin temor a la muerte,
Y a cuyo
duro bronce no arrancará más sones,
Ni los
fúnebres ecos de tan tristes mansiones
¡Qué triste
imaginarse pobre hija del pecado.
Que el
sonido fatídico a la puerta arrancado,
Y que quizá
con gozo resonara en tu oído,
de la muerte
terrífica era el triste gemido!
Las campanas
I
¡Escuchad el
tintineo!
!La sonata
Del trineo
Con
cascabeles de plata!
¡Qué alegría
tan jocunda nos inunda al escuchar
la errabunda
melodía de su agudo tintinear!
¡Es como una
epifanía,
En la ruda
racha fría,
la ligera
melodía!
¡Cómo fulgen
los luceros!
-¡Verdaderos
Reverberos !-
Con idéntica
armonía
A la clara
melodía
Cintilando,
cintilando, cintilando,
¡Cómo los
cascabeles
van sonando!
Y en un
mismo son, son único,
Que igualiza
un ritmo rúnico,
Los luceros
siguen fieles
Cascabeles,
cascabeles, cascabeles
El son de
los cascabeles,
Cascabeles,
cascabeles, cascabeles
Cascabeles,
¡El son
grato, que a rebato, surge en los cascabeles!
II
Escuchar el
almo coro
Sonoro
Que hacen
las campanas todas:
¡Son las
campanadas de oro
De las
bodas!
¡Oh, qué
dicha tan profunda nos inunda al escuchar
La errabunda
melodía de su claro repicar!
¡Cómo
revuela al desgaire
¡Esta música
en el aire!
¡Cómo a su
feliz murmullo
Sonoro,
Con sus
claras notas de oro,
Se aúna la
tórtola con su arrullo,
¡Bajo la luz
de la luna!
¡Qué armonía
Se vacía
De la alegre
sinfonía
¡De este día!
¡Cómo brota
¡Cada nota!:
Fervorosamente,
dice
la felicidad
remota
Que predice.
Y a la voz
de una campana, siguen las de sus hermanas
Las campanas,
Las
campanas, las campanas, las campanas, las campanas,
las
campanas, las campanas, las campanas,
En sonoro
ritmo de oro, de almo coro, ¡las campanas!
III
¡Oíd cual
suena el bordón!:
el bordón
De son
bronco
Que pone en
el corazón
El espanto
con su son,
Con su son
de bronce, ronco.
¡que
tristeza tan profunda nos apresa al escuchar
¡Cómo reza,
gemebunda, la fiereza del llamar!
Cómo su son
taciturno,
En el
silencio nocturno
Es grito
desesperado
Que no es
casi pronunciado
¡De
aterrado!
Grito de
espanto ante el fuego
Y agudo
alarido luego,
Es un clamor
que se extiende,
Que el
espacio ronco, hiende
Y que llama;
Que
defiende.
Y que clama,
clama, clama,
Que clama
pidiendo auxilio
En tanto que
ve el exilio
De aquellos
que el fuego, ciego y arrollador, empobrece
Y el fuego
que ataca y crece,
Mientras se
oye el ronco son,
El somatén
del bordón,
Del bordón,
bordón, bordón
¡Del bordón!
¡Cómo el
alma se desgarra
Cuando el
son del bordón narra
La aflicción
¡De aquellos
que arruina el fuego!
Y, cómo nos
dice luego
Los
progresos que hace el fuego
-Que va a
tientas como ciego-
El somatén
del bordón,
¡Que es toda
una narración!
¡Oh, la
tempestad de ira
En la que el
bordón delira
¡Y en que
convulso, delira!
El alma
escucha anhelante
la queja que
da el bordón
Con su son;
El bordón
que da su son,
El bordón,
bordón, bordón,
¡El bordón!
Que es toda
una narración el somatén del bordón
Del bordón,
del bordón, del bordón
Del bordón,
del bordón, del bordón
¡Del bordón!
El grito
ante el infinito, cual proscrito, ¡del bordón!
IV
¡Escuchad
cómo la esquila,
Cómo el
esquilón de hierro,
Llama con
voz que vacila,
Al entierro!
Qué
meditación profunda nos inunda al escuchar
la errabunda
y gemebunda melodía del sonar
¡Cómo llena
de pavura
¡Su son en
la noche obscura!
¡Cómo un
estremecimiento
Nos recorre
el pensamiento
que provoca
su lamento!
Cuando sueña
La grave
esquila de hierro, con su lúgubre toquido,
Con su
lúgubre toquido que la medianoche llena.
¡Es que las
almas en pena
¡Se han
reunido!
¡Oh, la
danza
Al son que
toda la esquila,
En una noche
intranquila,
Su tijera de
luz lila,
¡Tocando en
visión del Juicio la noche sin esperanza!
Entonces, ya
no vacila
La grave voz
de la esquila,
De la
esquila, de la esquila, de la esquila,
de la
esquila, de la esquila,
Sino que
suena furiosa,
Con su voz
cavernosa,
Y, en un
mismo son, son único,
Que igualiza
un ritmo rúnico,
Algún ronco
rayo truena
Y se alumbra
con relámpagos la noche sin esperanza,
Mientras las
almas en pena
Giran, giran
su danza
Bajo la triste
luz lila.
Y en tanto
se oye la grave, la grave voz de la esquila,
De la
esquila, de la esquila,
De la
esquila, de la esquila, de la esquila, de la esquila,
Y en el
mismo son, son único,
Que igualiza
un ritmo rúnico,
Mientras se
oye, la triste, la triste voz
De la
esquila,
De la
esquila,
Furibundo
rayo truena,
El relámpago
cintila.
Y los
espectros en pena
Danzan al
son de la esquila,
De la
esquila, de la esquila, de la esquila,
de la
esquila, de la esquila,
Y en un
mismo son, son único,
Que igualiza
un ritmo rúnico,
Danzan al
son de la esquila,
De la
esquila, de la esquila,
de la
esquila, de la esquila, de la esquila,
¡De la
esquila!
Y mientras
que el rayo truena,
Que el
relámpago cintila
Y que, con
furor terrible, danzan las almas en pena,
Se oye la
voz de la esquila,
De la
esquila, de la esquila, de la esquila,
De la
esquila, de la esquila,
la voz de
cuento lamento ¡de la esquila!
Lucero vespertino
Ocurrió una
medianoche
a mediados
de verano;
lucían
pálidas estrellas
tras el
potente halo
de una luna
clara y fría
que
iluminaba las olas
rodeada de
planetas,
esclavos de
su señora.
Detuve mi
mirada
en su
sonrisa helada
-demasiado
helada para mí-;
una nube le
puso un velo
de lanudo
terciopelo
y entonces
me fijé en ti.
Lucero
orgulloso,
remoto,
glorioso,
yo siempre
tu brillo preferí;
pues mi alma
jalea
la orgullosa
tarea
que cumples
de la noche a la mañana,
y admiro
más, desde luego,
tu
lejanísimo fuego
que esa otra
luz, más fría, más cercana.
Versión de
Andrés Ehrenhaus
Tomado de:
El día más feliz
El día más
feliz, la hora más dichosa, los ha
conocido mi
corazón agotado y marchito; pero
siento que
ha desaparecido ya mi más alta esperanza
de orgullo y
de poderío.
——
¿He dicho de
poderío? Sí. Pero desde hace
largo
tiempo, ¡ay de mí! se han desvanecido
los bellos
ensueños de la juventud; han pasado
ya: ¡dejémoslos
que se desvanezcan!
——
Y tú,
orgullo, ¿qué haré de ti ahora? Otra
frente puede
bien heredar el veneno que me
has dado.
Que por lo menos mi espíritu permanezca
tranquilo.
——
El día más
hermoso, la hora más feliz que mis
ojos hayan
visto y hayan podido ver jamás,
mi más
brillante mirada de orgullo y de poderío,
todo eso ha existido,
pero ya no existe; yo
lo siento.
——
Y si esa
esperanza de orgullo y de poderío
me fuera
ofrecida ahora acompañada de un
dolor
semejante al que experimento, no quisiera
revivir esa
hora brillante.
——
Porque bajo
su ala llevaba una oscura
mezcla y
mientras volaba, dejaba caer una
esencia
todopoderosa para consumir un alma que
tan bien la
conocía.
Solo
Desde el
tiempo de mi niñez, no he sido
como otros
eran, no he visto
como otros
veían, no pude sacar
mis pasiones
desde una común primavera.
De la misma
fuente no he tomado
mi pena; no
se despertaría
mi corazón a
la alegría con el mismo tono;
y todo lo
que quise, lo quise solo.
Entonces -en
mi niñez- en el amanecer
de una muy
tempestuosa vida, se sacó
desde cada
profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio
que todavía me ata:
desde el
torrente o la fuente,
desde el
rojo peñasco de la montaña,
desde el sol
que alrededor de mí giraba
en su otoño
teñido de oro,
desde el
rayo en el cielo
que pasaba
junto a mí volando,
desde el
trueno y la tormenta,
y la nube
que tomó la forma
(cuando el
resto del cielo era azul)
de un
demonio ante mi vista.
Tomado de:
https://hilosprimitivos.wordpress.com/2016/08/10/7-poemas-de-edgar-allan-poe/
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