miércoles, 18 de octubre de 2023

POEMAS DE LOUISE GLÜCK IN MEMORIAM TARDÍA

 

RECORDANDO A LOUISE GLUCK:

Estos días terribles, abarrotados de noticias que hacen perder la fe incluso en los hombres de buena voluntad han hecho que esta pérdida para las letras del mundo pasé casi inadvertida

De no ser por las insistentes notas sobre su obra, no me hubiese puesto en la tarea de preguntar: y fue en ese justo momento que apareció el 2023 como fecha fatal, puntualmente el 13 de octubre como vaticinio fatal. Hoy, con profunda tristeza publico este breve homenaje a esta mujer que nos llevó por los vericuetos de la palabra.

He disfrutado su obra, hoy me siento de este lado de la vida esperando que la poeta lleve las monedas necesarias en sus ojos, no solo, para pagar al barquero, sino que su obra sea otra manera de acompañarnos en este plano, con apenas tres dimensiones en donde el poema nos enseñe la infinitud.

Nota de Fausto Marcelo Ávila Ávila.

 

 

Madre e hijo

Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.

 

Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,

 

la familia que restringe.

 

Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.

 

Soñamos; no recordamos.

 

La máquina de la familia: pelaje oscuro,

 

selvas del cuerpo de la madre.

 

La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.

 

Y antes de eso: tierra y aire.

 

Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.

 

Y antes, células en una gran oscuridad.

 

Y antes de eso, el mundo tras un velo.

 

Para esto naciste: para silenciarme.

 

Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento

 

de ser fundamentales, de ser la obra maestra.

 

Yo improvisé, nunca recordé.

 

Ahora es tu turno de entrar en acción;

 

tú eres el que pide saber:

 

¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?

 

Células en una gran oscuridad.

 

Alguna máquina nos hizo;

 

es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:

 

¿para qué existo? ¿Para qué existo?

 

Del poemario Las siete edades (2011, traducido por Mirta Rosenberg)

 

Puesta de sol

En el mismo instante en que se pone el sol,

 

un granjero quema hojas secas.

 

No es nada, este fuego.

 

Es cosa pequeña, controlada,

 

como una familia gobernada por un dictador.

 

Aun así, cuando arde,

 

el granjero desaparece;

 

es invisible desde el camino.

 

Comparados con el sol, aquí todos los fuegos

 

son breves, cosa de aficionados;

 

se acaban cuando se consumen las hojas.

 

Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.

 

Pero la muerte es real.

 

Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer,

 

hubiera hecho crecer el campo y entonces

 

hubiera inspirado la quema de la tierra.

 

Así que ahora puede ponerse.

 

Del poemario Una vida de pueblo (2020, traducido por Adalber Salas)

 

La canción de Penélope

Pequeña alma, siempre desvestida,

 

haz esto que te ordeno, trepa

 

por los estantes de las ramas del abeto;

 

aguarda en la copa, atenta, como un

 

centinela o un vigía. Pronto llegará a casa;

 

te corresponde a ti ser

 

generosa. Tampoco tú has sido del todo

 

perfecta; con tu problemático cuerpo

 

has hecho cosas de las que no deberías

 

hablar en los poemas. Así que

 

llámalo a través del mar abierto, del mar resplandeciente

 

con tu canción oscura, con tu avariciosa,

 

forzada canción: apasionada,

 

como María Callas. ¿Quién

 

no te desearía? ¿A qué apetito

 

demoniaco no corresponderías? Pronto

 

regresará de allí por donde transcurra su viaje,

 

bronceado por el tiempo fuera de casa, reclamando

 

su pollo asado. Ah, tendrás que darle la bienvenida,

 

tendrás que sacudir las ramas del árbol

 

para captar su atención,

 

pero con cuidado, con cuidado, no sea

 

que desfiguren su hermoso rostro

 

demasiadas agujas al caer.

 

Del poemario Praderas (2017, traducido por Andrés Catalán)

 

Antes de la tormenta

Habrá lluvia mañana, pero esta noche el cielo está despejado,

 

brillan las estrellas.

 

Aun así, se acerca la lluvia,

 

quizás suficiente para ahogar las semillas.

 

Hay un viento que empuja a las nubes desde el mar;

 

antes de verlas, sientes el viento.

 

Mejor miras los campos ahora,

 

observa cómo se ven antes de que se inunden.

 

Luna llena. Ayer, una oveja escapó al bosque,

 

y no cualquier oveja: el carnero, el futuro entero.

 

Si lo vemos de nuevo, veremos sus huesos.

 

La hierba se estremece un poco; tal vez el viento pasa a través de ella.

 

Y las nuevas hojas de los olivos tiemblan del mismo modo.

 

Ratones en los campos. Donde cace el zorro,

 

habrá sangre mañana en la hierba.

 

Pero la tormenta, la tormenta la lavará.

 

En una ventana, hay un chico sentado.

 

Lo mandaron a dormir, en su opinión, demasiado temprano. Así que se sienta junto a la ventana;

 

ahora todo está resuelto.

 

Donde estés es donde dormirás, donde despertarás la mañana siguiente.

 

Del poemario Una vida de pueblo

Tomado de:

https://www.rtve.es/noticias/20201008/cinco-poemas-louise-gluck/2044035.shtml

 

 

El espino

 

Al lado tuyo, pero no

de tu mano: así te miro

andar por el jardín

de verano: las cosas

que no pueden moverse

aprenden a mirar. No necesito

perseguirte a través

del jardín; en cualquier parte

los humanos dejan

señal de lo que sienten, flores

esparcidas en el polvo del camino, todas

blancas y doradas, algunas

levemente alzadas

por el viento de la tarde. No necesito

seguirte adonde estás ahora,

hundido en la ponzoña de este campo, para

saber la causa de tu huida, de tu humana

pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa

dejarías caer todo aquello

que has acumulado?

 

De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos

 

 

El iris salvaje

 

Al final del sufrimiento

me esperaba una puerta.

 

Escúchame bien: lo que llamas muerte

lo recuerdo.

 

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.

Y luego nada. El débil sol

temblando sobre la seca superficie.

 

Terrible sobrevivir

como conciencia,

sepultada en tierra oscura.

 

Luego todo se acaba: aquello que temías,

ser un alma y no poder hablar,

termina abruptamente. La tierra rígida

se inclina un poco, y lo que tomé por aves

se hunde como flechas en bajos arbustos.

 

Tú que no recuerdas

el paso de otro mundo, te digo

podría volver a hablar: lo que vuelve

del olvido vuelve

para encontrar una voz:

 

del centro de mi vida brotó

un fresco manantial, sombras azules

y profundas en celeste aguamarina.

 

De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos

 

 

Escila

 

No yo, tonta, no yo sino nosotras, nosotras: olas

azules y celestes como

una crítica al cielo: ¿por qué

atesoras tu voz

si ser algo es lo que sigue

a no ser nada?

¿por qué alzas los ojos?, ¿para oír

algo así como un eco de la voz

de dios? Sois todos iguales:

solitarios, de pie sobre nosotras, planificando

vuestras vidas absurdas; vais

donde se os manda, como todas las cosas,

donde el viento os plante, unos y otros

mirando siempre

hacia abajo, viendo alguna imagen

del agua y escuchando qué: olas,

y sobre las olas, pájaros cantando.

 

De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos

 

 

Lamium

 

Así se vive cuando tienes un corazón helado.

Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,

bajo las copas inmensas de los arces.

 

El sol apenas me alcanza.

A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.

Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.

Siento su brillo entre las hojas, vacilante,

como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.

 

No todos necesitan de la luz

en igual medida. Algunos

creamos nuestra propia luz: una hoja plateada

como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata

poco profundo bajo la oscuridad de los arces.

 

Pero esto ya lo sabes.

Tú y aquellos que piensan

que viven por la verdad, y en consecuencia,

aman todo lo que es frío.

 

De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos

 

 

Maitines

 

Perdóname si digo que te amo: a los poderosos

se les engaña siempre, los débiles

son siempre manejados por el miedo. No puedo amar

lo que no puedo concebir, y tú no revelas

virtualmente nada: ¿acaso te asemejas al espino,

siempre la misma cosa en el mismo lugar,

o a la dedalera inconsistente, que brota primero

como espiga rosada en la ladera, junto a las margaritas,

y al año siguiente es púrpura en el rosedal? Ya ves

lo inútil que es este silencio que promueve en nosotros la creencia

en que tú puedes ser todas las cosas, la dedalera y el espino, la vulnerable

rosa, la terca margarita; nada nos queda sino pensar

que no podrías existir. ¿Es eso lo que quieres

que pensemos? , ¿lo que explica el silencio esta mañana,

los grillos cuyas alas no se frotan, los gatos

que en el patio no pelean?

 

De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos

 

 

Maitines 2

 

Ocurre contigo que eres como los abedules:

no debo hablarte

de modo personal. Muchas

cosas han pasado entre nosotros. ¿O

sólo me ocurrieron a mí? Me

siento culpable, culpable, te pedí

humanidad; no soy más menesterosa

que los otros. Pero la ausencia

de todo sentimiento, de la menor

preocupación por mí... También podría

dirigirme a los abedules

como en mi vida anterior: dejemos

que lo hagan del peor modo, déjales

que me entierren con los románticos,

que sus hojas amarillas y afiladas

caigan sobre mí

y me cubran.

 

De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos

 

 

Maitines 4

 

¿Qué es mi corazón para ti

si debes romperlo una y otra vez

como el sembrador que pone a prueba

sus nuevas especies? Experimenta

algo más: cómo puedo vivir

en las colonias, como a ti te gusta, si me impones

una cuarentena de dolor, apartándome

de los miembros saludables de

mi propia tribu: eso no se hace

en un jardín, apartar

la rosa enferma; permítele ondear sus sociables

e infectadas hojas

de cara a las demás, que los minúsculos áfidos

brinquen de planta en planta, probando de nuevo

que soy la más inane de tus criaturas, la que sigue

al floreciente áfido y al rosal trepador. Padre,

como agente de mi soledad, alivia

al menos mi culpa, levanta

el estigma del aislamiento; a menos

que sea tu designio fortalecerme

otra vez, como fui

fuerte y plena en mi infancia equivocada,

bajo la leve luz

del corazón de mi madre,

o en el sueño,

el primer ser que nunca moriría.

 

De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos

 

 

Malahierba

 

Algo

llega al mundo sin ser bienvenido

y llama al desorden, al desorden.

 

Si tanto me odias

no te molestes en buscar

un nombre para mí: ¿necesitas

acaso un desdoro más

en tu lenguaje, otra

manera de culpar

a la tribu por todo?

 

Ambos lo sabemos,

si adoras a un dios, necesitas

sólo un enemigo.

 

Yo no soy el enemigo.

Sólo soy una treta para ignorar

lo que ves que sucede

aquí mismo en esta cama,

un pequeño paradigma

del fracaso. Una de tus preciosas flores

muere aquí casi a diario

y no podrás descansar

hasta enfrentarte a la causa, es decir,

a todo lo que queda,

a todo aquello que es más fuerte

que tu pasión personal.

 

No estaba escrito

permanecer para siempre en este mundo.

Pero por qué admitirlo, si puedes seguir

haciendo lo de siempre,

lamentándote y culpando,

las dos cosas a la vez.

 

No necesito que me alabes

para sobrevivir. Llegué aquí primero,

antes que tú, antes

de que sembraras un jardín.

y estaré aquí cuando el sol y la luna

se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.

 

Y yo conformaré el campo.

 

De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos

 

 

Nieve de primavera

 

Mira el cielo nocturno:

en mí poseo dos personas, dos clases de poder.

 

Estoy aquí contigo, en la ventana,

observando tu reacción. Ayer

la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.

Hoy la tierra brilla igual que la luna,

como materia muerta, encostrada de luz.

 

Ahora puedes ya cerrar los ojos.

He escuchado tus llantos, también

los llantos anteriores a los tuyos,

y he sido sensible a sus demandas.

Te mostré lo que querías:

no la convicción sino el sometimiento

a la autoridad, que descansa en la violencia.

 

De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos

Tomado de:

http://amediavoz.com/gluck.htm

 

 

Ítaca

 

El amado no

necesita estar vivo. El amado

vive en la cabeza. El telar

es para los pretendientes, encordado

como un arpa con el hilo blanco de un sudario.

 

Él era dos personas.

Era el cuerpo y la voz, el magnetismo

natural de un hombre vivo, y después

el sueño o la imagen que despliega

y moldea la mujer que trabaja el telar,

sentada allí, en un salón lleno

de hombres sin imaginación.

 

Igual que te compadeces

del engañado mar que intentó

llevárselo para siempre

y solamente se llevó al primero,

al verdadero marido, debes

compadecerte de estos hombres: no saben

qué es lo que están mirando;

no saben que cuando uno ama de esta forma

un sudario es un traje de novia.

 

 

Parábola de la bestia

 

El gato ronda por la cocina

con un pájaro muerto,

su nueva posesión.

 

Alguien debería hablarle

de ética al gato mientras este

husmea el lacio pajarillo:

 

en esta casa

no ejercemos

la voluntad de este modo.

 

Cuéntale eso al animal,

con sus dientes ya

clavados en la carne de otro animal.

 

 

 

Parábola del vuelo

 

Una bandada de pájaros abandona la ladera de la montaña.

Negros en la tarde primaveral, dorados a principios de verano,

se elevan sobre la lisa superficie de la laguna.

 

¿Por qué el joven se inquieta de repente,

por qué decae la atención en su pareja?

Su corazón ya no está del todo dividido; intenta pensar

en cómo decir esto con cierta compasión.

 

Ahora oímos las voces de los demás al cruzar la biblioteca

hacia la veranda, la galería de verano; los vemos

sentarse como siempre en las diversas hamacas y sillas,

las blancas sillas de madera de la vieja casa, mientras recolocan

los cojines de rayas.

 

¿Importa acaso a dónde van los pájaros? ¿Importa acaso

de qué especie son?

Se marchan de aquí, de eso se trata,

primero sus cuerpos, luego sus tristes gritos.

Y, desde ese momento, dejan de existir para nosotros.

 

Debes empezar a pensar en nuestra pasión de esa manera.

Cada beso fue real, después

cada beso abandonó la faz de la tierra.

 

 

Bañador morado

 

Me gusta verte trabajar en el jardín

mientras me das la espalda con tu bañador morado:

tu espalda es mi parte favorita de tu cuerpo,

la parte que está más alejada de tu boca.

 

Harías bien en pensar un poco en esa boca.

También en tu forma de quitar las malas hierbas,

rompiendo los tallos a nivel del suelo

cuando deberías arrancarlas de raíz.

 

¿Cuántas veces tengo que explicarte

cómo se esparce la hierba, a pesar

de tu montoncito, en una masa oscura que

al alisar la superficie has acabado

por ocultar del todo? Cuando te veo

 

con la mirada perdida en las ordenadas

hileras de la huerta, aplicándote

aparentemente a fondo cuando en realidad

haces el peor trabajo posible, pienso

 

que eres una irritante cosita morada

y que me gustaría que te esfumaras de la faz de la tierra

porque eres todo lo equivocado de mi vida

y te necesito y te merezco.

 

 

El deseo

 

¿Recuerdas aquella vez que pediste un deseo?

 

Pido un montón de deseos.

 

La vez que te mentí

sobre la mariposa. Siempre me he preguntado

qué deseo pediste.

 

¿Qué deseo piensas que pedí?

 

No lo sé. Que yo regresara, que

de alguna manera al final acabáramos juntos.

 

Pedí lo que pido siempre.

Pedí otro poema.

Traductor: Andrés Catalán. Título: Meadowlands. Editorial: Visor Libros. Venta: Todos tus libros, Fnac y Casa del Libro.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-meadowlands-de-louise-gluck/

 

 

Lago en el cráter

Entre el bien y el mal hubo una guerra.

Decidimos que el cuerpo fuese el bien.

 

Eso hizo que el mal fuese la muerte,

que el alma se volviera

completamente en contra de la muerte.

 

Como un soldado que desea

servir a un gran señor, el alma

desea cerrar filas con el cuerpo.

 

Se puso en contra de la oscuridad,

en contra de las formas de la muerte

que reconocía.

 

De dónde viene la voz

que dice: y si la guerra

fuese el mal, que dice

 

y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,

nos hizo tener miedo del amor.

 

Del libro Averno (2006)

Traducción de Abraham Gragera López y Ruth Miguel Franco. Pre-Textos, 2011

 

 

Las siete edades

En mi primer sueño el mundo parecía

lo salado, lo amargo, lo prohibido, lo dulce

En mi segundo sueño descendía,

era humana, no veía nada de nada

bestia como soy

 

debía tocarlo, contenerlo

 

me escondí en la arboleda,

trabajé en los campos hasta que quedaron yermos

 

un tiempo

que nunca volverá-

el trigo seco en gravillas, cajones

de higos y aceitunas

 

Hasta amé alguna vez, a mi manera

repugnante, humana

 

y como todo el mundo llamé a ese logro

libertad erótica,

por absurdo que parezca

 

El trigo cosechado, almacenado; seca

la última fruta: el tiempo

que se acumula, sin usar,

¿también termina?

 

Del libro Las siete edades (2001)

Traducción de Mirta Rosenberg. Pre-Textos, 2011

 

 

La decisión de Odiseo

El gran hombre le da la espalda a la

     isla.

Su muerte no sucederá ya en el

     paraíso

ni volverá a oír

los laudes del paraíso entre los olivos,

junto a las charcas cristalinas bajo los cipreses.

     Da

 

comienzo ahora el tiempo en el que oye otra vez

ese latido que es la narración

del mar, al alba cuando su atracción es más

     fuerte.

Lo que nos trajo hasta aquí

nos sacará de aquí; nuestra nave

se mece en el agua teñida del puerto.

 

Ahora el hechizo ha concluido.

Devuélvele su vida,

mar que sólo sabes avanzar.

 

Del libro Praderas (1996)

Traducción de Andrés Catalán. Pre-Textos, 2017

 

 

El vestido

Se me secó el alma.

Como un alma arrojada al fuego,

pero no del todo,

no hasta la aniquilación. Sedienta,

siguió adelante. Crispada,

no por la soledad sino por la desconfianza,

el resultado de la violencia.

 

El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,

a quedar expuesto un momento,

temblando, como antes

de tu entrega a lo divino;

el espíritu fue seducido, debido a su soledad,

por la promesa de la gracia.

¿Cómo vas a volver a confiar

en el amor de otro ser?

 

Mi alma se marchitó y se encogió.

El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado

grande

para ella.

Y cuando recuperé la esperanza,

era una esperanza completamente distinta.

 

Del libro Vita nova (1999)

Traducción de Mariano Peyrou. Pre-Textos, 2014

Tomado de:

https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/poesia/20201008/seleccion-poemas-louise-gluck/526699429_0.html

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