Éxtasis
Lienzo embebido en ti
es ahora mi cuerpo,
del todo desasido
y sin otra envoltura que tu imagen.
En mí te llevo como si cargara
sobrecogida sangre.
Sales de ti
hacia el encuentro, génesis reciente,
y yo bebo y respiro
tu exhalación, la rama de tu gozo.
Allí donde se forma
el color de tus brazos enlazados
gira el anillo impar que me contiene.
Nadie me busque, nadie.
Soy tu vigilia,
me disuelvo, pequeña,
en la dulzura que tu pecho emana.
Soy tu sombra y la mía,
soy un desprendimiento de ti mismo.
Allí donde comienza
esa felicidad sufriente y bella,
voy a tu encuentro.
Me despojo de mí
con un sacudimiento
de aterrados manzanos.
Puedo en amor morir que seguiría
recorriendo la tierra con tus pasos,
en tus manos ahogada.
Perdurable verano
Siempre es verano en el entorno mío,
refulgente el calor, los frutos abiertos,
visible ya la herida
de su dulzor.
Viene hacia mí un horizonte dócil
trayéndome veranos por nacer
mientras voy recogiendo ávidamente
encandecidos trozos
de soles que cayeron,
diminutas hogueras
diseminadas en la vastedad
de una tierra que crece
porque el hombre camina sobre ella
recubriéndola toda con su historia
y su encandilamiento.
Siempre es verano dentro de mí,
también en el paisaje sin fijeza
que me contiene y va de un lado a otro
llevándome, llevándome,
como si fuera un agua
que, nítida, refleja
el agua verdadera que es el cielo.
¿Cuántos verano forman este estío
tan penetrante,
tan adentrado en cada posesión
de mis sentidos?
Llueve desde las vides,
desde estaciones sucumbidas
y rostros que ya fueron.
Arden los días,
huésped el sol, cósmica la casa.
Balada del pájaro helado.
Presentía que eras mi triste
corazón en el aire cantando,
y miraba tu vuelo apacible
a través del ocaso pintado.
Se difunde tu muerte en el viento,
tu mutismo violáceo se hiela,
y no sé si te llevo en mi seno
o has quedado tendido en la hierba.
Ya no habrás de cantar bajo el oro
que en los álamos bebe la noche,
y por eso se ahueca un sollozo
en tu nido redondo del bosque.
Mientras gime la hora amarilla
disminuyes en planos de fríos.
¡Ay, que nunca creí que cabía
un silencio de muerte en tu trino!
Muerte del adolescente
Iba a las densas viñas y volvía
con la sangre dorada.
Su voz en un sollozo no cabía,
ni en un pámpano seco su mirada.
Ni sabían sus manos
ser el lecho piadoso de la frente.
Iba a las aguas, iba a los manzanos,
y retornaba siempre adolescente
Veía en tardes rojas
estremecerse al árbol absoluto,
y al pájaro nacer entre las hojas
profundo de dulzura como un fruto.
Solamente esperaba
un nuevo paso unir al paso hecho,
y por la herida lateral del pecho
ninguna soledad lo transitaba.
Guardaba de su infancia.
como un sabor a plomo de soldado
y casi una fragancia
de llanto hacia una sien y otra desviado.
Por vez primera desde mi agrio puerto
sintió la lejanía
y le dolió todo ese mar desierto
como una lama fría.
Secas están las viñas. Salitrosas
las aguas. Carcomidos los manzanos.
La sombra de las cosas
tiene filos crecientes y cercanos.
Junto a un huerto sepulto en una duna
y en el umbral del hombre,
siente el adolescente que una a una
se disuelven las letras de su nombre.
Muerto ya está. Como la arena muerto.
Pero vivas las manos todavía.
¿Dónde las uvas de un racimo abierto
que aún las sentiría?
¿Y dónde alguna flor? ¿Dónde una aguja
de luz para sus ojos?
Antes que advierta el lienzo, antes que cruja
en sus huesos un hierro de cerrojos.
Un hueco más sobre la tierra, un hueco.
Pero una sombra menos contra el muro.
y un tallo verdiseco.
y un fruto desprendido y no maduro.
¡Ah, ya han muerto sus manos
y ya se hiela el aire que lo toca
! Echad su corazón a los manzanos
y a las viñas su boca.
¡Ah, con qué rebeldía
su perfil en el viento se deshace!
Al Oeste la noche, al Este el día.
Limitado ya está. ¿Qué cruz le nace
de pronto entre las manos?
Para un alba de cal que lo amordace
¿ha crecido ferviente de veranos?¡Qué muerto está!
... y ya lo recorría
el amor como una llamarada
cuando iba a las viñas y volvía
con la sangre dorada.
Tomado de:
https://es.scribd.com/document/392006656/Maria-Granata
Canto de inmenso amor
Sin ti dejo de ser. Mi forma cae
sólo en el
hueco de tu dulcedumbre.
Me das haces
de hogueras, me devuelves
todo el
sollozo de la adolescencia.
Me anuncias
remolinos
de sueltas y
crispadas nervaduras,
y me rescatas
de la muchedumbre.
Te hallé
primero en mí, luego en ti mismo.
Vi evaporarse
el cielo
del paisaje
que no te contenía.
Entre espumas
de lava
quedó mi ser
pasado
en su rosada
ciénaga.
Un viejo olor
a insomnio
soltaban las
pisadas y los muros,
más allá de
tu ámbito.
¿En dónde
estabas, desbordando amante?
¿Dónde tu
mano vívida esperaba
disolverse en
la mía?
Desde todo
temblor hacia ti voy,
y en tu
límite ardiente
llora mi
desnudez de árbol sudado.
Tomado de:
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