jueves, 21 de diciembre de 2017

POEMAS DE EMILIA AYARZA DE HERRERA


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                    (Bogotá, 1919- 1966)

TESTAMENTO




Yo me muero —hijo mío— porque el tiempo
ya no me da su dimensión de toro.
Porque la vida y Colombia se me van de entre las manos
como el tacto de la piel del moribundo.
Porque a los sueños les pusieron pasta.
Y enlataron el júbilo y la risa.
Me voy porque hay qué medir con metro las ideas.
Hay que poner en fila hasta las lágrimas.



Me voy porque ahora tienen que pagar impuesto
los árboles sencillos,
los ríos obedientes,
la piedra, las hormigas,
la lluvia consecuente,
el gris intermitente de los asnos,
las luciérnagas por su vientre iluminado,
el sueño mineral de las tortugas
y hasta el clima sexual de las ovejas!
Me voy porque el trapiche renunció
al ladrillo de miel de sus panelas.
La sal a su bruñida casta de marmaja.
Los pueblos al derecho de escribir su nombre.
Los hombres del trópico
ya no viven alrededor de los volcanes de la piña
sino entre la ceniza de los paludismos.
Ya no se les ve crecer el pelo sobre el hombroa las mazorcas...
ni bailar a las lechugas con su traje de organdí.
Ahora sólo se palpa el almizcle integral de los jornales.
La mínima sangre del labriego.
El tibio cementerio de los ranchos.
El dudoso bolsillo de los clérigos.
El nocturno capital de los burgueses.
Las casas de pellejo de los médicos.
Los edificios de los abogados
construidos con el margen de las viudas.
Ahora las madres bajo su abultado vientre
llevan sólo un cadáver precoz bajo la piel.
El corazón de tus hermanos
ya no es la dulzura en la mitad del pecho.
Se acabaron las diáfanas criaturas,
las gentes con el nombre de cristal.
Las calles no volvieron a cantar en las ventanas.
A los loteros y a los lustrabotas
les sellaron con plomo sus asambleas de esquina.
Y en las casas antiguas el abuelo
—a la sombra del brevo familiar—
doblega en silencio su cabeza blanca,
mientras Colombia en el mapa se desnuda
y le muestra a la América sus llagas!





Diálogo entre el poeta y yo


Poeta, escucha:

“Habla que tu voz dilata el aire.”



Poeta, ¿qué es el grito de la vida?:

“Es el reflejo de todos los silencios de la muerte.”



Poeta, ¿qué es el sol?

“Una claraboya dorada por donde vemos a Dios.”



Poeta, ¿qué es la risa?

“Es un puente sobre las aguas del llanto construido.”



¿Y el corazón?

“Es un niño que siempre juega a sufrir.”



Poeta, ¿qué es la soledad?

“La soledad, amiga mía, es la más dulce compañía.”



Y tú poeta, ¿qué eres?

“Yo soy la soledad”.





Vengo desde el sueño


Desde la niebla escrita

sobre mi mano limpia.



Desde la cumbre tibia

-como una fruta al sol-

de mi piel que detiene

mi pulpa y mi sabor.



Desde el espacio antiguo

donde mi muerte al aire

se despliega.



Desde el sitio común de la alegría

doblado entre mis venas y mi risa,

vengo desde el sueño

para que tú me sueñes.



Y me presento intacta

-como el agua o el día-

colmada de pájaros y de cristal

dormida entre tus ojos

para que tú me sueñes.



Guarda mi soledad que crece

alrededor de ti.



Toma mi primer día entre las manos.

Acerca el universo de tu pulso

al ritmo de mis lágrimas.



Recibe mis caminos en los brazos

para confundir la sombra de los árboles.



Deja mi flauta de rodillas

delante de tu corazón.



Vengo desde el sueño

plateando las pestañas de la madrugada.



Escribiendo la frase inicial

de la alborada.



Esparciendo en la tierra

el último vestido de la noche.



Estrenando un nuevo tiempo de diamante

sobre pequeñas horas de rocío.



Vengo desde el sueño

para aprender tu alfabeto

y hablarte con tus propias palabras.



Para ponerme blanca

al puro contacto de tu pensamiento.



Y ser un nido

de nueve lunas que esperan

tu sangre sin fronteras

para inventar un nombre.



Bajo tus párpados

y entre tus sienes

he hallado un silencio;

un silencio, amado,

que me está preparando entre tus lágrimas

para ser de tu boca y de tu voz.





Muerte


Blancas palabras

que la muerte pronuncia desde el hielo.

Caminando como brisa, como fuente,

mi sol llamó su voz de hoguera

al oído de tu piel.

Y tú estabas con la muerte

partida en dos silencios

bajo el párpado.







Poemas del amor adolescente


V

Ya pleno, descúbrete,

capitán de las ventiscas

niño del compás de niebla

y los fenómenos de espuma.



Descúbrete,

para que el llanto me bautice los ojos

y no pueda olvidar tu rostro sin precisar el mío.



Viértete

como las tardes en las manos de los hombres

para anticipar el tacto del crepúsculo.



Y tiéndete a mis pies

como un pequeño mar que renunciara

su primogenitura de gigante.



Pero jamás intentes pronunciar mi nombre.

Que antes de ser una palabra tuya

nacería de nuevo.



Tu boca primordial

tu hechura adolescente

tus barcos de papel

tu leve testamento de rocío

tu catedral de sueños…

todo descansa aquí, sobre mi pecho.



Sólo que este vano tiempo mío

es ya un poco la penumbra y el silencio;

y tú estás sobre la tierra,

hombre global,

atlas de sol.



A CALI HA LLEGADO LA MUERTE


No.
Ni la sangre de polvo.
Ni el rumor de las venas sub-terrestres.
Ni los ojos de antiguas polillas vagabundas.
Ni los hombres de párpados doblados.
Ni la casulla del viento.
Ni la tierra pintada de frutos en la tarde.

No.
Nada.
Ni el sexo que comienza en la lengua de los niños.
Ni los pastores de culebras.
Ni las esquinas infieles sobre las ventanas.
Ni la dignidad de los trapiches
sostenida en el breve equilibrio de la caña.
Ni el transparente río que se hunde por los muslos de Cali.

No.
Nada.
Ni las almadías del sueño.
Ni el somnoliento camello de la cordillera.
Ni el monólogo amarillo del sol en el espacio.
Ni la paz de los escarabajos.
Ni la mariposa pintora.
Ni el grillo concertista.
Ni la boñiga de oro.
Ni los geranios, ni las bicicletas
que absorben con sus esponjas de silencio
la tibia pereza de los muros

No.
Nada.
Ni el candor de las escuelas que traza palotes de ausencia en los tableros.
Ni los borrachos que miran fijamente a la ventera
y le derraman el corazón entre las trenzas.
Ni las polleras de los siete-cueros.
Ni la barba de cristal de los torrentes.
Ni los panales detrás de las ortigas
Ni los bueyes de artificial melancolía.
No.
Nada pudo detener la muerte.
Llegó a Cali navegando
y los corceles del Océano Pacífico
la saludaron volcando sus belfos espumeantes en la playa.
Llegó por el pito de los buques
por las banderas de los guacamayos
por el ojo de las agujas que remienda el pudor de las modistas
por la voz de los muertos en los árboles
por los billetes rubios
por el alma incolora de los camioneros
por los ojos trasnochadores de los naipes
por la felina displicencia de los grandes
por la rosa ignorante
por el paisaje de zapatos sin huella.

Llegó sin pasaporte y cruzó la frontera
caminando sobre el miedo rosado de los niños
por el clavicordio dorado de los campanarios
por el pelo de agua de los cosos
por la sencillez de los pueblos
donde los campesinos y las almojábanas se encaran con el sol
y los mendigos pegan su coto a las ventanillas del tren.

Llegó sin autorización de los muertos
que se salieron de sus tumbas
a protestar en un mitin putrefacto y amarillo.

Llegó por en medio de las garzas
los taladros
por entre el múltiple corazón de pitahayas
por la flor que se colocan las solteronas tras la oreja
por los solares donde hacen venias al viento los interiores parroquiales
y un tulipán oye misa diariamente.

Por cerca de los gallos
que creen en la blancura de los huevos
por los tejados donde los zuros escriben la epopeya de los celos
y los gatos y la luna
forman siete lechos y un violín.

Invadió los palacios, las haciendas
los ranchos y las niñas de capul.
Invadió el cielo y sus altos corderos extraviados.
Invadió la secreta desnudez de los cadáveres.
(La ciudad era un racimo de plomo derretido
y la muerte le salía a bocanadas).

La historia de Cali dejó de ser un río deliberadamente puro
por cuyas ondas los días eran barcos de vidrio.

El rojo fue una lluvia sostenida en el aire
y entre los montes de cristal la sangre
dibujará para siempre vitrales en la sombra!

¡Hay que llorar desesperadamente!

MEMORIA DE LA RISA

Un silencio de espejos
que te hacía más alto
cuando nadie sabía
que el júbilo empezaba.
Cuando apenas el cauce de mi sueño tenía
un leve incendio de antorchas submarinas.
Tú eras el primer habitante de la tierra
con idioma de viento y primavera
y un camino exclusivo de silencios
donde sólo tu voz, entre los árboles,
acusaba la existencia de las aves.
Yo he dicho que tu corazón
era el único señor de la comarca
donde cielos, tardes y horizontes,
se asomaban de azul a las colinas.
Yo he sostenido que en tu casa
construida por el día, en claridades,
no había iniciado si invasión la noche
con el violeta y su séquito de lilas.
Era la dulzura de tu huerto aromado
la que hacía romper el vacío en tu presencia;
y era la lluvia con su claro cuerpo
la que incitaba el himno de las nubes.
En el umbral de tu memoria
la sangre y la ternura
eran ya partidarias de mi piel.
Y antes de que la niebla te hablara
de que la luz perteneciera al día primero,
de que la alta mano suspendiera
en el aire su blanca omnipotencia,
de que las patrias verdes de los árboles
izaran sus millones de banderas,
de que los soldados de la brisa alinearan
con medallas ganadas en los vendavales
y la carreta líquida del río
la llevase un buey de viento,
yo estaba presente en el banquete
donde tú repartías islas, aldeas y bahías
y nombrabas princesas de las eras
y pajes a las algas y a las uvas.
Cómo olvidar cuando dijiste
primitivo aún y verdadero:
“Siendo el primer habitante de la tierra
yo te bautizo, Giraluna,
Sonatina, Espuma, Eco del Río,
Espiga, Corazón de sombra,
y te hago señora y capitana
de la primera sonrisa que germine”.
Y aquí me tienes, en llanto convertida,
con el tallo del júbilo abrazado,
en el desierto de mi imperio trunco:
¡Qué aún no ha germinado la primera risa!


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